jueves, 31 de marzo de 2022

La Cuba que se fue.

Por Tania Quintero.

Las ruinas y el abandono de la ciudad donde naciste duelen. Pero más duele la falta de respeto y ética de sus habitantes. Antes de llegar el comandante y comenzar a destrozar, La Habana, como toda Cuba, se caracterizaba por la decencia y el buen hablar y vestir de los cubanos, al margen de su categoría social y económica.

La gente de menos recursos daba los buenos días y sabía comportarse cuando iba a una tienda o a consultarse con el médico, a una casa de socorro o un hospital. Los negros trataban de ser cuidadosos a la hora de expresarse y relacionarse con el resto de su comunidad, para que no dijeran de que «el negro cuando no lo hace a la entrada, lo hace a la salida» o «tenía que ser negro», refranes todavía vigentes. Como en todas las sociedades, había personas descarriadas, proxenetas, marihuaneros y ladrones. También asesinos, cuyos crímenes quedaban reflejados en las páginas de la crónica roja de periódicos y revistas o en el programa de Joseíto Fernández, transmitido todas las mañanas por una popular emisora y donde el intérprete de La Guantanamera, cantando, narraba los últimos sucesos sangrientos.

En las seis provincias que conformaban la República de Cuba, existían barrios pobres. Había analfabetismo y prostitución. Parecía que Fidel Castro y su revolución le iban a dar un vuelco de 180 grados a la situación. Los cubanos pensábamos que Fidel, oriental como Fulgencio Batista, oriundos de Birán y Banes, dos localidades relativamente cercanas en la actual provincia de Holguín, iba a eliminar lo malo y dejar lo bueno que había en el país cuando llegó al poder en enero de 1959. Pero después de la campaña de alfabetización en 1961 y de su interés por convertir el deporte, la educación, la salud, el turismo y la biotecnología en vitrinas propagandísticas, las transformaciones positivas se estancaron. Todo empezó a dar marcha atrás.

Luego de 47 años dirigiendo los destinos de Cuba (1959-2006) como si fuese el mayordomo de la finca paterna en Birán, Castro no fue capaz no ya de desarrollar la agricultura, ganadería, pesca, industria y economía en general, sino de hacer de los cubanos unos ciudadanos más cultos y refinados que antes de 1959.

De las escuelas públicas, por ejemplo, fueron suprimidas asignaturas como música, dibujo, caligrafía, trabajo manual, cocina, costura, economía doméstica, moral y cívica, que a primera vista podrían parecer intrascendentes, pero no lo eran. Los guerrilleros no se distinguían por su nivel académico, por sus reglas de urbanidad ni su sensibilidad humana. El día que decidieron politizar la educación y adoctrinar al alumnado, desde kindergarten (pre-escolar) a la universidad, comenzó a engendrarse una generación que sabe leer y escribir, pero se expresa mal, con un vocabulario limitado, una dicción pésima y garrafales faltas de ortografía.

Esto se percibe mejor cuando escuchas hablar a un argentino, peruano o colombiano y lo comparas con un cubano. Da igual que el cubano sea un funcionario estatal, un miembro del partido comunista, un militar o un disidente. Descubres que casi todos los nacidos en la Isla están cortados por la misma tijera en el lenguaje oral. Tiene su explicación: son más de seis décadas escuchando ‘teques’, leyendo la monótona prensa oficial, viendo los manipulados telediarios y últimamente, interactuando en unas redes sociales que, salvo excepciones, no enriquecen el idioma ni contribuyen a generar comentarios serios y respetuosos.

Antes de la llegada de los barbudos al poder, el Capitolio Nacional, en el corazón de La Habana, fue testigo de grandes duelos verbales, protagonizados por oradores e intelectuales de renombre como Salvador García Agüero, negro y comunista, y Orestes Ferrara, italiano que luchó por la libertad de Cuba. Los dos, por cierto, tirados al saco del olvido. Hoy no existe un político que se pueda comparar, ni de lejos, con Ferrara y García Agüero. El presidente puesto a dedo por Raúl Castro, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, carece del don de la oratoria, no tiene ni pizca de carisma y su voz se parece a la de un asere de una barriada marginal.

Hoy a pocos jóvenes cubanos les interesa conocer su pasado y su historia, la verdadera, no la mal contada como dice la canción Patria y Vida. Lo de ellos es bailar reguetón, beber ron, hacer el amor y tratar de irse del país. Es lógico. Es el resultado de 63 años de atraso, represión, mediocridad y falta de futuro.

A partir de 1959, los uniformados de verde olivo no solamente fusilaron a decenas de ‘contrarrevolucionarios’. También ejecutaron la decencia e impusieron la vulgaridad y la chabacanería. El lenguaje panfletario lo mismo es utilizado por un portavoz del castrismo que por una defensora de los derechos humanos de nuevo cuño. Aunque en bandos contrarios, unos y otros representan la Cuba del presente, poco original y creativa. Tan alejada de aquella otra. La que para siempre se fue.

Foto: El 24 de febrero de 1952 un grupo de alumnas de tercer grado de la Escuela Pública No. 126 Ramón Rosaínz, situada en Monte y Pila, Cerro, ese día fuimos a confraternizar y llevarle tabacos a antiguos mambises de la Guerra de Independencia que vivían en el Hogar del Veterano, en San Miguel y Agustina, 10 de Octubre (en la actualidad el lugar es un deprimente asilo de ancianos). Nos acompañó la maestra, Dra. Carmen Córdoba, graduada de Pedagogía en la Universidad de La Habana. Todas pertenecíamos a la Asocación de Alumnas de la Fragua Martiana, dirigida por Gonzalo de Quesada Miranda (1900-1976), a quien conocíamos de las visitas que dos veces al año hacíamos a la Fragua, donde José Martí estuvo preso en 1870. Tenía 17 años y tuvo que trabajar hasta doce horas diarias en las llamadas Canteras de San Lázaro, en Hospital y Vapor, Centro Habana. Aquellas condiciones infrahumanas las relataría en El Presidio Político de Cuba, folleto de unas 50 páginas que no terminó de escribirse en 1871, cuando Martí fue desterrado a España y en Madrid pudo redactarlo y publicarlo en la Imprenta de Ramón Ramírez. El presidio político, uno de los «logros» de Fidel Castro y su revolución, todavía continúa escribiéndose: en 63 años, por las cárceles cubanas han pasado cientos de miles de compatriotas, hombres y mujeres. Muchos no sobrevivieron para contar el infierno vivido. Según Prisoners Defenders, hasta el 3 de marzo de 2022, en la Isla había 1,067 presos políticos, de los cuales aproximadamente la mitad fueron detenidos por salir a las calles y pedir Libertad el 11 y 12 de julio de 2021.

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viernes, 25 de marzo de 2022

El castrismo se blinda contra otro estallido social.

Por Luis Cino Álvarez.

Las desproporcionadamente largas condenas de prisión impuestas a más de un centenar de  participantes en las protestas de los días 11 y 12 de julio de 2021 en Cuba han venido a demostrar que el régimen castrista -o el patético remedo que va quedando de él- aún no ha agotado su capacidad para superar su cota de barbaridades y crueldad.

Condenas de más de 20 años de cárcel, y de hasta de 30, han sido impuestas a varias decenas de jóvenes, muchos de ellos acabados de arribar a la mayoría de edad, acusados de “sedición”, un cargo que a todas luces resulta una exageración, una desmesura, para imputárselo a participantes en manifestaciones callejeras que empezaron pacíficamente y en las que, si bien hubo algunos hechos violentos y vandálicos -no se descarta pudieron ser estimulados por provocadores parapoliciales-, la mayor parte de la violencia la aportaron los represores.

Algunos de los condenados lanzaron piedras, rompieron vidrieras y volcaron carros patrulleros. Y un policía de gatillo presto mató a un hombre por la espalda e hirió a otros cinco manifestantes en La Güinera. Evidentemente, fue mayor la proporción de violencia por parte de la policía.

¿Cómo calificar de “sedición” a un estallido social que a fuerza de tanto descontento popular se veía venir hacía tiempo? Lo raro es que no hubiese ocurrido mucho antes. Lo raro sería que no vuelva a ocurrir en cualquier momento.

Los mandamases castristas lo saben y lo temen. De ahí la desmesura de estas condenas, que pretenden ser un escarmiento ejemplarizante, como lo fue, en el año 2003, el fusilamiento de los tres hombres que intentaron secuestrar la lanchita de Regla. Un crimen del que pronto se cumplirá el aniversario 19.

Como la ola represiva y aquellos fusilamientos de la primavera de 2003, estas exageradas condenas a los manifestantes del 11J han provocado el espanto y repudio internacional. Y numerosas quejas, Cuba adentro, de personas que no pueden entender este cruel castigo contra personas que no usaron armas ni pusieron bombas ni mataron a nadie. Hasta Silvio Rodríguez se pronunció en contra de las condenas. Y si no hay más pronunciamientos de otras figuras públicas es por miedo a las represalias.

Por estos días he escuchado a algunas personas comentar que ni siquiera a los encarcelados durante la revuelta del 5 de agosto de 1994 en La Habana (el llamado Maleconazo), la mayor protesta callejera que tuvo que enfrentar el régimen hasta que fue ampliamente superada por las protestas masivas del 11 de julio en 50 ciudades y poblados del país, les impusieron tan largas condenas de prisión. Y es cierto. Las de ahora duplican y más a aquellas condenas de 1994. Sucede que hoy los mandamases castristas, con las opciones agotadas ante el creciente malestar popular, están más asustados y rabiosos que entonces.

El miedo de la dictadura se evidencia en el reforzamiento de su draconiano arsenal jurídico represivo, que alcanzará su máxima concreción en el nuevo Código Penal. Ese instrumento de inspiración nazi-stalinista desecha casi en su totalidad  las recomendaciones hechas hace unos años, para la redacción del proyecto de Código, por una comisión de especialistas creada por  el Tribunal Supremo. Dicha comisión, que se proponía reducir la cantidad de presos en las cárceles cubanas y adecuarse un poco más a las normas penales internacionales, recomendaba, entre otras cosas, la eliminación de la pena de muerte, de la peligrosidad social predelictiva, la despenalización de delitos tratados universalmente como contravenciones, la disminución de los límites mínimos de los marcos sancionadores, y que delitos como el desacato se castigaran con sanciones alternativas a la privación de libertad.

Cuando en abril ese Código Penal sea aprobado por unanimidad -qué duda cabe- por la siempre dócil Asamblea Nacional del Poder Popular, el aherrojamiento de la dictadura sobre la sociedad cubana será todavía más fuerte de lo que ya es.

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La revolución de los cuatreros.

Por Alberto Méndez Castelló.

La ley que por sacrificar sus propias reses encarcela al ganadero cubano como si fuera un cuatrero cumplió 60 años este domingo. El precedente criminal del vigente Código Penal, que indistintamente sanciona al propietario y al ladrón de ganado con privación de libertad, es la Ley No. 1018 del 20 de marzo de 1962.

En Cuba es delito “contra la economía nacional” el sacrificio de ganado mayor y venta de sus carnes, conceptuando al respecto el artículo 240.1 del Código Penal: “El que, sin autorización previa del órgano estatal específicamente facultado para ello, sacrifique ganado mayor, es sancionado con privación de libertad de cuatro a diez años”. El que “venda, transporte o en cualquier forma comercie” con carne de ganado mayor sacrificado ilegalmente “es sancionado con privación de libertad de tres a ocho años”, dice el propio artículo 240 en su apartado dos.

Hurtar o robar una res constituye delito de abigeato en cualquier lugar del mundo, no así la potestad que tiene el dueño para, luego de cumplir con los requisitos administrativos y civiles debidos, entre los que se encuentran los sanitarios y los impositivos -o como se decía en Cuba, “pagar la puñalá” - , disponer de sus animales según entienda conveniente. Pero en Cuba hace 60 años que el ganadero tiene prohibido bajo conminación de encarcelamiento -o como se dice ahora, dejar el cuero en la cárcel-  el sacrificio de sus reses o la venta de ganado de carnes a carniceros particulares. Funciona así desde que fuera promulgada en el ya lejano 1962 la Ley No. 1018, que criminalizó la matanza de ganado vacuno tanto para el consumo propio como para la venta de sus carnes.

Puesto que sin la intervención del Estado el “propietario” de ganado no puede disponer libremente de sus producciones -ya sea del rebaño lechero como el de carne- es un sofisma afirmar que en Cuba exista propiedad privada sobre el ganado vacuno o bufalino. En realidad, entre el Estado y el ganadero sólo existe una relación que recuerda la que existió en el feudalismo entre el siervo y el señor feudal. Esto ha traído graves consecuencias para la nación cubana, visibles en tara sociológica en las familias, lastradas por miles de reclusos o exreclusos, de ya varias generaciones, sancionados por sacrificio, venta y receptación de carne vacuna en un comercio clandestino que, lejos de proteger el rebaño, como era el propósito de la Ley No. 1018, hizo disminuir la ganadería como nunca antes.

Ejemplifico. En 1958 la población cubana era de unos seis millones de habitantes, en ese mismo rango se encontraba el rebaño ganadero, promediando 0,92 cabeza de ganado por habitante. En 1989, cuarenta años después, mientras la población prácticamente se duplicó, el rebaño nacional descendió en un millón 80 mil 344 cabezas, para un per cápita de sólo 0,46. En 2022, más de treinta  años después -y en el 60 aniversario de la ley penal que supuestamente protegería a la ganadería cubana-, la situación es mucho peor. Así lo muestra la inexistencia de productos lácteos y cárnicos en el mercado o el encarecimiento de sus precios.

Según fuentes oficiales, en Las Tunas -una provincia con más de 400 años de tradición ganadera-, los delitos de hurtos y robos vinculados al sacrificio de ganado mayor se incrementaron en 2021, existiendo, igualmente, una tendencia al crecimiento de esos hechos en 2022. Pero si usted revisa los datos de otras provincias se percatará de que, de la misma manera que en Las Tunas, en otras regiones del país existe incidencia de abigeato. No se trata de una situación nueva, sino de algo que ocurre desde hace muchísimos años, siendo pertinente, desde el ángulo jurídico, sociológico, político y ciudadano, preguntar: ¿Por qué existe en Cuba propensión al robo de ganado y a la receptación de carne de ganado mayor robado cuando esos delitos, antes de 1959, eran raros e incluso hoy tienen escasa o nula incidencia en la criminalidad de otros países del mundo civilizado? La respuesta es una: porque el Estado monopolizó los mercados y el monopolio es fuente de delito.

Con más de medio siglo de atraso tecnológico y de manejo del rebaño respecto a sus vecinos de Norte, Suramérica y el Caribe, Cuba sí posee suelos, subsuelo, agua, vegetación, clima y una tradición ganadera con más de 400 años que hacen posible el desarrollo ganadero en el archipiélago cubano. Entonces, el lector, poco enterado de cómo funciona la economía en la Isla, se preguntará: ¿Por qué si los cubanos en su país pueden producir ganado, carecen de carne, leche y de todos los productos agropecuarios que hoy no encuentran en el mercado? La respuesta es simple: las políticas del Partido Comunista para mantenerse en el poder perpetuo están diseñadas y dirigidas a subordinar a toda la sociedad en una economía centralizada, donde se aparenta una propiedad privada o cooperativa que realmente no existe, porque no necesita clientes en los comercios, sino clientelismo político. En la Isla, la vida económica y espiritual de las personas es controlada por el Estado, y un ejemplo práctico es este: En lugar de incentivar la ganadería con el comercio libre de lácteos y cárnicos, el régimen lleva 60 años prohibiendo al vaquero vender reses al carnicero. Dicho de otro modo: haciendo cuatreros.

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Cómo viven en Cuba los que no reciben dólares.

Por Iván García.



El sábado, bien temprano en la mañana, Agustín, 69 años, profesor jubilado de matemáticas, acomoda los percheros de la ropa de uso que vende en un estante improvisado en el portal de su casa. En una mesa coloca un viejo reloj despertador de la era soviética, cajetillas de cigarros Populares, paquetes de café mezclado con chícharos que venden por la libreta de racionamiento, una calculadora china y un pomo de agua de colonia.

Yolanda, esposa de Agustín, también profesora jubilada, cuando vende alguna mercancía la apunta en una libreta escolar y guarda el dinero en un bolso negro sujetado a su cintura. Una joven le pregunta en voz baja si tienen tarjetas de recarga para teléfonos celulares y café La Llave. Agustín asienta. “También tengo paquetes de pechugas de pollos de cinco libras, culeros desechables y ron Santiago”, le responde. La muchacha compra dos paquetes de café La Llave y una tarjeta de recarga.

Sonriendo, Agustín dice: “Los productos que no están autorizados en las ‘ventas de garaje’, los guardo dentro de la casa. Hemos ampliado el negocio. Ahora vendo desde arroz de la bodega hasta piezas rotas de una laptop Mac. Cuando comenzamos vendíamos solo ropa que ya no usábamos y artículos viejos. Imagínate, los vecinos del barrio dándonos chucho (gastando bromas). Pero un señor que vive en el campo lo compró todo. Hasta el uniforme de cuando yo era miliciano”.

Las tres primeras semanas, recuerda Yolanda, “hicimos dos mil pesos con esas ventas. Para nosotros, que vivíamos pidiendo el agua por señas, era mucho dinero. El dinero lo gastamos en comprar comida. Pero después, por estar ubicados en una zona de mucha afluencia de público, ‘mulas ‘que viajan a Panamá y Rusia empezaron a dejarnos ropas, cosméticos y celulares. Por cada venta nos dan una comisión. Ahora hasta los vecinos nos traen cosas para vender. Una señora me dio seis paquetes de café La Llave que le mandaron de Miami, cinco para que se los vendiéramos y uno para nosotros”.

El matrimonio no recibe remesas del exterior. “Tengo parientes en Estados Unidos, pero nunca me han recargado ni el teléfono. Supongo que aun deben acordarse de cuando yo era un comecandela que apoyaba al gobierno. Mi mujer y yo siempre trabajamos y vivimos de nuestros salarios. Después, para ganar un dinero extra, dábamos repasos en la casa, ella de historia y yo de matemáticas. Pero no era suficiente y estábamos con una mano delante y otra detrás”, comenta Agustín.

Aunque un fin de semana con buenas ventas le puede reportar hasta tres mil pesos de ganancias, Yolanda aclara que “una parte la gastamos en el nieto, porque a mi hijo y su esposa no les alcanza con lo que ganan. Gracias a la ‘venta de garaje’ hemos podido comprarle chucherías al niño. Seguimos teniendo necesidades, pero hemos mejorado un poco. Antes comíamos una vez al día arroz, frijoles y huevo en tortilla, hervido, revoltillo o frito. Ahora podemos comer pollo y de vez en cuando carne de puerco”.

Otros están peor. Lázaro, chofer de un camión de basura, cuenta que la última vez que comió carne de res fue hace siete años. “Soy de un caserío que se llama Felicidad (en la provincia Guantánamo, a más de mil kilómetros al este de La Habana), que de felicidad solo tiene el nombre. El deporte nacional en mi pueblo era tomar alcohol y si tenías pareja, tener una ristra de hijos. No había luz eléctrica entonces. En la capital he hecho de todo: albañil, zapatero remendón y actualmente trabajo en comunales. No tengo familia en la yuma y no recibo ni un dólar. Si quiero comprar comida en las tiendas MLC tengo que resolverlo por mi cuenta. Aunque la gente piense lo contrario, la basura deja dinero. Los pomos plásticos, las latas de refresco y cerveza y las botellas de cristal se venden como materia prima en el reciclaje. A veces se encuentran piezas de vestir, casi nuevas, de hombre, mujer o niño que se pueden vender. La recogida de desechos es una faena dura. El mal olor no se te quita ni con jabón Palmolive. Y tienes que aguantar las burlas de la gente en la calle que te insultan gritándote ‘león’. Si recibiera dólares no fuera basurero”.

Extraoficialmente se calcula que el 40 por ciento de la población en Cuba no recibe remesas. Son ciudadanos que viven exclusivamente del salario o la jubilación que cobran en instituciones estatales, de las ganancias de sus negocios privados o de lo que puedan ‘buscar por la izquierda’, que en la Isla es un eufemismo para camuflar el robo. Este últimosegmento poblacional suele habitar en casas precarias, come poco y mal y bebe demasiado alcohol.

Nuria, trabajadora social, reconoce que “la desigualdad en Cuba aumenta por año. El Estado no puede garantizar una vida decorosa. Los alimentos que se venden por la libreta de racionamiento (implantada en 1962, hace 60 años), apenas alcanza para comer doce días. Quienes no reciben remesas, además de comer peor, visten pobremente y usan productos de aseo de baja calidad. Si tienen hijos, solo lo pueden llevar a la playa en verano, y si ellos quieren distraerse, la única opción son los bailables públicos de entrada libre. Gente que nunca se ha hospedado en un hotel, no ha comido en buenas paladares ni adquirido ropa o calzado de marca. Son cubanos de tercera clase”.

Carlos, sociólogo, apunta que no hay estadísticas sobre la pobreza extrema en la Isla. “Si damos crédito a los cánones occidentales de pobreza, la mayoría de los cubanos somos pobres. Pero existen diferentes categorías de pobreza. A la más baja pertenecen los ciudadanos que se alimentan en comedores sociales. Y no son pocos: casi 700 mil personas en Cuba reciben atención social. A eso súmale los cientos de miles que viven con menos de un dólar diario, que es la referencia que delimita la pobreza de acuerdo a las estadísticas mundiales. Incluso hay personas que no reciben dólares al cash, pero se ven beneficiadas de manera directa o indirecta, pues tienen familiares en otros países que les envían comida, medicinas, ropas. Según algunos estudios, más de un millón de personas en el país no se benefician de las remesas ni siquiera de forma indirecta. Un buen ejemplo es el teléfono móvil. De acuerdo a datos de ETECSA, hay siete millones de líneas móviles en Cuba, que tal vez muchos de ellos no reciben remesas y viven en la pobreza extrema, pero si descontamos los tres millones que son menores de edad, más de un millón de personas que no tiene teléfono celular. Además de muy pobres, es un indicativo que al no tener acceso a otras fuentes de información, ese millón de personas pertenece al segmento más desinformado de la población”.

Para el matrimonio de Agustín y Yolanda recibir dólares marca una diferencia importante. “Si solo recibiéramos 50 dólares mensuales, podríamos comprar un poco más comida, mejores jabones de baño y pasta dental de calidad”, confiesan. Y eso en Cuba no es poca cosa.

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martes, 1 de marzo de 2022

Inauguran primer hotel LGBTI+ de La Habana.

Tomado de Cubanet.

El Telégrafo Axel Hotel, propiedad del Grupo de Turismo Gaviota S.A. y gestionado por Axel Hotels, se inaugura este martes como el primer hotel de la comunidad LGBTI+ en la capital de Cuba.

Situado en la calle Prado de la Habana Vieja, donde antes estuviera el emblemático Hotel Telégrafo, cuenta con 63 habitaciones, restaurante, lounge bar, espacios para fitness, y un sky bar en la terraza de la azotea con piscina.

El establecimiento, de 4 estrellas, se encuentra muy cerca de sitios de interés turístico como El Floridita o la Bodeguita del Medio.

La directora de Comunicación y Marketing de Axel Hotels, Silvia Pérez Viñolas, en relación con la inauguración expresó: “La libertad y el respeto son los valores más importantes, y en los que se promueve la inclusión y la diversidad, ante todo. Para ello, trasladamos nuestra filosofía a todos nuestros servicios y a nuestro personal”.

Fundada en el 2003, Axel Hotels es una cadena hotelera internacional, filial de Axel Corporation, orientada a la comunidad LGTB+ que cuenta con instalaciones en Barcelona, Madrid, Ibiza, San Sebastián, Gran Canaria, Miami y Berlín.

La apertura del Telégrafo Axel Hotel había sido anunciada en junio de 2021 por el consorcio militar GAESA, lo que provocó el descontento de muchos, especialmente de activistas de la comunidad LGTB+ cubana.

Raúl Soublett, fundador de la Alianza Afro-Cubana, condenó en aquel momento que las prioridades del Gobierno fueran más hoteles en lugar de más derechos.

“Garanticen leyes que nos protejan de la discriminación, de la violencia”, pidió Soublett.

Mientras que la activista trans Kiriam Gutiérrez se cuestiono “¿cuántos cubanos LGBTIQA+ podrían pagar una noche allí?

“Por cosas como estas es que la comunidad LGBTIQA+ de Cuba tiene que organizarse desde el activismo independiente, porque no queremos Hoteles, ni discotecas, ni restaurantes, ni bares. Queremos derechos, queremos matrimonio igualitario, queremos reproducción asistida para parejas del mismo sexo, queremos protección para las infancias trans, queremos leyes que penalicen la homofobia y la transfobia,queremos Ley de Identidad de género, queremos Ley Trans”, expresó.

El primer hotel LGBTI friendly de Cuba abrió en 2019, en Cayo Guillermo, uno de los principales islotes del país.
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