domingo, 17 de marzo de 2024

La Ofensiva Revolucionaria de 1968: El año en que Castro asfixió la economía y la cultura cubana.

Por Jorge Luis González Suárez.

Cuando luego de tres años terminé el Servicio Militar Obligatorio, en 1970, me encontré una Habana desolada, muy distinta de la que conocía, debido al cierre de todos los pequeños negocios privados como resultado de la llamada Ofensiva Revolucionaria de marzo de 1968.

El 13 de marzo de 1968, Fidel Castro, en el discurso en la Universidad de La Habana que dio inicio a la Ofensiva Revolucionaria, había anunciado: “No tendrán porvenir en este país ni el comercio ni el trabajo por cuenta propia ni nada”. O sea, había que ser obligatoriamente un asalariado del Estado, como preconizaba el comunismo recalcitrante.

En cumplimiento de las órdenes del Máximo Líder, alrededor de 77.000 establecimientos y negocios fueron intervenidos por el Estado y clausurados.  

Aún están en mi memoria los lugares a los que, en mi niñez y adolescencia, acudían las personas de bajo poder adquisitivo para resolver un sinfín de problemas de todo tipo y que desaparecieron de la noche a la mañana.

Muy cerca de mi casa, en la esquina de las calles la Rosa y Ayestarán, había una piquera de autos de alquiler que tenía más de 50 carros que uno podía abordar allí o solicitar por teléfono.

Recuerdo que en los portales de las avenidas había comercios menores donde ofertaban todo tipo de alimentos e infinidad de productos. Entre otros, estaban los puestos de fritas, que hacían con carne de res y papas fritas a la juliana bien finas, dentro de un pan, y que costaban 10 centavos. En los llamados “timbiriches” vendían pan con bistec de res o con lechón asado, que costaban entre 15 y 30 centavos, según su calidad. Los puestos de chinos se especializaban en las “mariquitas de plátano” y las frituras de bacalao, además de rositas de maíz, chibiricos, otras golosinas similares, y los helados de frutas naturales.

En la Plaza de los Cuatro Caminos había muchísimas tarimas con productos agrícolas siempre muy frescos. Dentro de ella o cerca, estaban las concurridas fondas de chinos. Allí, las personas de bajos ingresos podían comer a cualquier hora, de día o de noche, las llamadas “completas”, consistentes en un plato abundante de arroz con frijoles y un pedazo de carne por 10 centavos.

Dos tipos de negocios tradicionales que desaparecieron en 1968, a causa de las disposiciones absurdas del régimen, fueron los puestos que vendían la taza de café a tres centavos, y las guaraperas donde vendían vasos de exquisito guarapo a tres y cinco centavos.        

Muchas tiendas fueron cerradas por falta de mercancías como ropa y zapatos. Limpiabotas, zapateros, barberos, peluqueras, albañiles, carpinteros, electricistas, técnicos de reparación de equipos electrodomésticos y muchos oficios más se esfumaron. Encontrar esos servicios tan necesarios para las personas se convirtió en una odisea.

Los bares, posadas, cabarets y otros sitios de esparcimiento público, también cerraron sus puertas, pues fueron considerados incongruentes con la moral socialista.

Las personas que quedaron desempleadas como consecuencia de la Ofensiva Revolucionaria se calculan en unos 300.000. La mayoría pasaron a ser trabajadores estatales. Muchos fueron enviados a realizar labores agrícolas, y los que no quisieron someterse, fueron presos y forzados a trabajar en granjas estatales. Cientos de familias, al perder sus bienes, emigraron a los Estados Unidos.

La Ofensiva Revolucionaria fue el preludio de la Zafra de los Diez Millones en 1970, en la cual, como recluta de las FAR, tuve que participar de forma obligatoria.

En el año 1968 también fue afectada la cultura. Los premios de la UNEAC otorgados a Heberto Padilla por su cuaderno de poesía Fuera del juego y a Antón Arrufat el de teatro por Los siete contra tebas, fueron cuestionados por ser considerados “contrarios a la Revolución”. Los libros fueron publicados con un preámbulo-coletilla acusatorio y retirados de la venta.

El régimen también cuestionó y censuró el premio Casa de las Américas de aquel año concedido a Los niños se despiden de Pablo Armando Fernández, y Condenados de Condado de Norberto Fuentes, así como las menciones a Los pasos en la hierba de Eduardo Heras León y Después de la gaviota de José Lorenzo Fuentes.

El extremismo fue tal que después de impresa, recogieron y convirtieron en pulpa la novela de José Cid titulada La casa, que era totalmente apolítica. Un amigo suyo que trabajaba en la imprenta rescató un ejemplar que entregó a su autor, el cual no sabía después cómo pagarle dicho gesto.

En la década de 1990, luego del derrumbe del socialismo en Europa Oriental y la desintegración de la Unión Soviética, Fidel Castro comenzó de forma limitada y gradual a permitir el trabajo por cuenta propia. Pero tanto él como sus sucesores han seguido insistiendo en la primacía de la obsoleta e irrentable empresa estatal socialista.  

Las actuales mipymes y los muchos negocios informales que pululan por doquier y que cobran precios astronómicos, no llegan a la mitad de los que fueron cerrados en 1968, durante la nefasta Ofensiva Revolucionaria.   

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