miércoles, 29 de marzo de 2017

Inventar para conseguir una vivienda.

Por Iris Lourdes Gómez García.

Desde que Mauricio nació no ha tenido suerte con la vivienda. Durante cuarenta años ha tratado de mejorar, pero no ha podido. Sabe que con su salario nunca podrá hacerse de una vivienda decorosa. Ni siquiera ha podido acogerse a los planes de construcción por esfuerzo propio porque en su modesta casa no hay espacio para ello. Es un sencillo apartamento de dos cuartos donde viven actualmente 10 personas.

En los años 90, cuando en esta vivienda convivían 14 personas, una tía abuela de Mauricio se ofreció para, a cambio de cierta cifra monetaria mensual, ponerlo en el testamento para que heredara su pequeña, pero cómoda casa. Viendo que la anciana tenía 77 años él pensó que no era mal negocio, con lo cual comenzó a pagarle el monto acordado.

Diez años pasaron, al cabo de los cuales Mauricio tuvo un grave problema de salud que afectó su trabajo y su bolsillo, no pudiendo honrar más su compromiso con la tía abuela, pero ella le aseguró que eso no era problema. La anciana, en ese momento de 87 años, decía sentirse fuerte y saludable. Cuando Mauricio le propuso mudarse con ella, ella lo rechazó pues decía no soportar vivir con alguien.

Cuando empezaron los problemas de salud como cataratas y caídas, Mauricio se brindó a ocuparse, pero siempre una amistad de la tía abuela se adelantaba a asistirla. La esposa de él comenzó a sospechar que a lo mejor la venerable anciana tenía redactados tantos testamentos como personas conocía. Era interesante que su casa siempre estuviera llena de amistades de otras provincias que venían a quedarse para hacer una gestión o entrañables  amigos que se pasaban temporadas con la veterana.

Cuando cumplió 89 años, a la señora se le fue deteriorando la salud y Mauricio se brindó una vez más a hacerse cargo de lo que necesitara. Pero para ese entonces descubrió que con ella dormía un cincuentón que decía ser su amigo entrañable desde hacía 5 años. “Él no es marido mío ni nada”, aclaró la anciana mientras le contaba la novedad a la familia.

Pasado un tiempo, viendo como se deterioraba aún más su salud, la familia, preocupada, se brindó a ayudar, pero ella aclaró que había decidido que el cincuentón se ocuparía de todo. “Lo conozco hace diez años, es muy buena persona” declaraba contenta.

Ya a punto de cumplir los 90, la tía abuela un día promovió una conversación contando que a una amiga suya un señor la había enamorado y cuando le hizo un testamento a su favor resultó que era casado y le habían metido a la esposa en la casa interfiriendo en tan bello romance. Mauricio, relacionando los diferentes cuentos, le preguntó de dónde conocía al cincuentón que dormía en su cama y la tía dijo: “Él era sobrino de mi difunto esposo”.

Cuando preguntó a otros parientes le aseguraron que esa afirmación era falsa pues en 50 años nunca oyeron hablar del sujeto. Uniendo esto a  las otras versiones anteriores, Mauricio se dio cuenta de que no había más que hacer.  Se apartó de la vida de la tía, solo visitándola como siempre. Al ella morir, se enteraron de que en vida solo había redactado dos testamentos: uno cuando contaba 77 años y otro hacía solo tres  meses, donde declaraba al cincuentón como heredero universal. También se enteró de que ese hombre era casado, y que por ser una pobre anciana sola, toda la familia, amigos y vecinos la ayudaban, proporcionándole un ingreso mensual de unos 300 dólares.

Quejándose de su mala suerte, Mauricio está averiguando el costo actual de los materiales de construcción. Dice que va a tener que inventar otra cosa porque no tiene ninguna otra tía abuela.

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