Por Iván García.
El 16 de enero de 1928, el acorazado USS Texas arribaba al Puerto de La Habana. Miles de cubanos se subieron al Castillo del Morro y a los tejados de los edificios, para ver el enorme navío donde viajaba el presidente de Estados Unidos Calvin Coodlige, invitado de honor a la VI Conferencia Panamericana celebrada en la capital cubana.
Ochenta y ocho años después, el domingo 20 de marzo de 2016, a pesar de las nubes que presagiaban lluvia, el calor era pegajoso en La Habana.
Tres horas antes de aterrizar el Air Force One en el Aeropuerto José Martí, en las inmediaciones de la iglesia Santa Rita, en Miramar, al oeste de la ciudad, más de un centenar de vecinos movilizados por represores de la policía política, organizaban su habitual lapidación verbal, con gruesas ofensas y abundantes golpes a unas ochenta Damas de Blanco.
De fondo, banderas cubanas y reguetón para atenuar los gritos de ‘mercenarias’, ‘gusanas’ y algunos coros fascistas diciendo ‘apunten, preparen, fuego’ o ‘al machete, que son pocas’.
Mientras las mujeres opositoras eran conducidas a hediondos calabozos de un centro de detención en Tarará, al este de la capital, un aguacero primaveral rompió justo en el momento que el presidente Barack Obama, su esposa Michelle, las dos hijas y su suegra descendían por la escalerilla del avión presidencial.
Para Daniel Llorente, un mestizo pasado de peso, amante a la música country y el frenético jazz de Louis Armstrong, la visita del mandatario estadounidense a la Isla era un buen pretexto para demostrarle su apoyo tras el restablecimiento de relaciones entre los dos países el 17 de diciembre de 2014.
Con la bandera de la barras y las estrellas al cuello, Llorente vio pasar por la Avenida 31 al Cadillac One y la caravana de vehículos negros que acompañaba la comitiva. Estuvo por los alrededores del Gran Teatro de La Habana, la Embajada de Estados Unidos y el viejo Estadio del Cerro para vitorear a Barack Obama.
Odalys Rodríguez y Omar Figueroa, también de manera espontánea, en la tarde que el presidente Obama fue a cenar con su familia a la paladar privada San Cristóbal, activaron las cámaras de video de sus teléfonos móviles de segunda generación y grabaron la llegada de La Bestia, rodando por la estrecha calle San Rafael, en el corazón de La Habana.
“La simpatía de un segmento amplio de cubanos a Obama no viene dado por sus políticas después del 17 de diciembre. Desde que llegó a la Casa Blanca en enero de 2009, por empatía racial, formidable oratoria y sus promesas de cambio, provocó un chorro de devoción popular en Cuba. Todo lo contrario por parte del gobierno, que por prepotencia desaprovechó ese gran momento para encarrilar al país por el camino de la concertación y la democracia”, comenta Odalys, graduada en lenguas extranjeras.
Un año después de la visita de Obama, los habaneros aún recuerdan su memorable discurso en el Gran Teatro de La Habana. Joan Sierra, estudiante universitario, conserva el video de la alocución del presidente de Estados Unidos.
“Algunas noches, cuando estoy frustrado por la cerrazón y falta de visión de nuestro gobierno, y lo primero que pienso es en emigrar, me pongo a ver el video. Cuando Obama concluye sus palabras, junto con una oleada de optimismo, me embarga la esperanza de que más tarde o temprano, a Cuba llegará la democracia”, confiesa Joan.
Mejores recuerdos tiene Gilberto Valladares, alias Papito, mencionado por Obama en su discurso: “Miren a Papito, un peluquero cuyo éxito le permitió mejorar las condiciones en su vecindario”, en una barriada de la Habana Vieja.
En una entrevista que el estadounidense Ted Henken, escritor y profesor de sociología, le hiciera a Papito para Cuba Counter Points y reproducida en el periódico digital 14yMedio, al preguntarle cómo su trabajo ha impactado en el proceso de normalización de relaciones entre Estados Unidos y Cuba y su opinión acerca de las nuevas oportunidades y los nuevos desafíos dentro del contexto del cambiante liderazgo gubernamental en los dos países, éste respondió:
“Creemos en los múltiples beneficios de relaciones posibles entre los dos gobiernos, pero anticipar oportunidades y retos es muy difícil en el contexto cubano, que siempre ha sido muy cambiante e impredecible”.
En las sociedades autoritarias, acosadas por el miedo y la desinformación, las personas que se preocupan por el futuro de su patria y la política doméstica suelen ser las menos. Las acuciantes penurias cotidianas, en el caso de la Isla, empujan a la gente a volcar sus cinco sentidos en lidiar con la subsistencia diaria, hacer cola para comprar papas, cargar cubos de agua y sacar cuentas, a ver si el dinero alcanza para empezar a reparar el techo de la casa que se viene abajo.
La popularidad de Obama fue un hecho. Si Barack se hubiera postulado en unas hipotéticas elecciones libres en Cuba hubiera barrido. En el mayor momento de su apogeo, doblaba en reputación a Fidel y Raúl Castro.
Existe un sector intelectual donde Obama era y es muy bien ponderado. El fuego cruzado contra el primer presidente estadounidense que tuvo una estrategia de mano extendida hacia el pueblo y aprobó un conjunto de medidas que fueron un balón de oxígeno político para el régimen militar viene, increíblemente, de parte de los amanuenses del gobierno.
Y es que la política de Obama hacia Cuba descolocó las gastadas tácticas antiimperialistas de la autocracia verde olivo. Sus estrategias fueron un parteaguas. Tanto dentro de las alcantarillas del poder como en la disidencia, los estados de opinión se polarizaron.
Un ala de la disidencia moderada, encabezada por Manuel Cuesta Morúa y periodistas libres como Miriam Leiva y Miriam Celaya, aprueban el nuevo escenario. Berta Soler, al frente de las Damas de Blanco, Antonio Rodiles y Antúnez, entre otros, se oponen pues alegan que apuntala al neo castrismo.
El régimen cubano es una dictadura pura y dura. Ni la distensión de Obama ni las políticas de contención del impredecible Donald Trump van a detener la represión a la disidencia. Los números hablan por sí solos. Cada mes se rompen los récords de detenciones breves, palizas y acoso a opositores y periodistas sin mordaza.
Para el ciudadano que desayuna café sin leche, Obama pasó de lo sublime a lo ridículo. El 12 de enero, ocho días antes de entregar el sillón presidencial, la derogación de la política de ‘pies secos-pies mojado’ cio al traste con su apabullante popularidad.
“Lo tenía todo cuadrado para pirarme vía Guyana hacia la ‘yuma’. Pero el cambio de palo pa’rumba de Obama me tiene varado en tierra firme. Ahora no tengo pa’donde coger. El negro partió el bate. Eliminar esa medida no le tocaba a él”, dice Calixto, sentado en un parque habanero.
Un año después de la histórica visita a La Habana, el sentimiento popular se ha dividido. A unos, como al estudiante universitario Joan Sierra, el discurso de Obama les insufla esperanza y optimismo. A otros, como a Calixto, el mandatario nacido Hawai pasó de héroe a villano.
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