jueves, 30 de junio de 2022

Reciclar, reciclar, ¡Venceremos!

Por Jorge Angel Pérez.

Hace más de sesenta años que en Cuba andamos reciclando y reconsiderando; la comida, las ropas, las ideas, y hasta algunas “grandes decisiones” del poder se “transforman” o se reciclan. Al parecer Díaz-Canel tiene muy pobres iniciativas, lo que lo convierte en un reciclador de ideas, y sobre todo si las ideas “iniciales” fueron de Fidel Castro. Resulta que me contaron ayer que Díaz-Canel ha recomendado convertir las prisiones en escuelas, pero hasta ahora no he podido confirmarlo, aunque creo, como muchos, que cuando el río suena piedras trae.

Y ese runrún me llevó a recordar al Fidel Castro que decidiera convertir los cuarteles en escuelas. Quién no recuerda aún la rimbombancia que acompañó a ese Cuartel Moncada metamorfoseado en la Ciudad escolar 26 de Julio, con la única y más real pretensión de honrarse a sí mismo y de paso al resto de los asaltantes al cuartel. Aquel cuartel que solo hace pensar, aún hoy, en sangre y muertes, se convirtió en escuela. Y ese sería el primero en Cuba. Luego vendrían otros cuarteles que, en pueblos y ciudades, tuvieron el mismo destino.

Columbia, la Columbia de los “jefes”, después del “triunfo” se convirtió también en una escuela a la que dieron el nombre de “Ciudad Libertad”, una gran escuela en la que, con el paso del tiempo, se estableció también la jefatura de las tropas de prevención, esas tropas que dan miedo y también espanto, esas tropas que conocemos como “boinas rojas”, esas “boinas rojas” que “aprietan y dan terror”. Esas tropas también tienen otra pequeña base en “La Cabaña”, en aquella Cabaña regentada alguna vez por un adicto a los fusilamientos.

Y habría que recordar también al muy mencionado “Colegio de Belén”, ese Belén donde se formó el joven Fidel Castro, el mismo que luego asaltaría cuarteles y haría guerras en la Sierra Maestra, en el Escambray, en Angola, y en “media África”, incluso en algunos puntos del centro y el sur de América.

Y mientras todo eso sucedía, y sucede aún, los niños cubanos serían “bendecidos” con una pañoleta y un lema que los hacía chillar que serían como el Che, como aquel barbudo argentino que hizo guerras a tutiplén, y que andaba siempre armado presto a apuntar para apretar luego el gatillo, para que la bala entrara en el mejor punto, ese en el que se consigue la muerte rápida, y desde donde la sangre sale a borbotones.

Fidel Castro convirtió los cuarteles en escuelas, pero luego, olvidadizo él, construyó nuevos cuarteles, y cientos, quizá miles, de unidades policiales en las que a diario se reciben las órdenes de vigilar, reprimir, y hasta de matar. Y resulta que ahora Díaz-Canel propone convertir las prisiones, que son muchas, en escuelas, sin hacer mención al hecho de que todas esas escuelas en el campo fueron construidas por la “revolución”, y en las que estudiamos generaciones y generaciones de cubanos. Esas escuelas se convirtieron en prisiones, y se cambió el lápiz, la cartilla y el manual, por altas alambradas y fusiles, muchos fusiles que laceran, y también matan.

Recuerdo aún esas escuelas en el campo en las que estudiamos varias generaciones de jóvenes cubanos; aquellos feos edificios que se construyeron según el método de construcción Girón, con piezas de hormigón armado. Recuerdo aquellas escuelas con un edificio docente y otro para dormitorios, unidos ambos por un pasillo central. Los albergues repletos de literas, y los baños pestilentes, las duchas siempre rotas, y los mugrosos lavamanos. No consigo olvidar esas escuelas en las que estudiamos en Cuba, a las que ingresamos con once o doce años, aunque debíamos estar al amparo de nuestros padres.

¿Cuántos de los que allí estuvimos podría olvidar aquel grito: “de pie”, ese que nos despertaba cada día? ¿Quién no recuerda las bocinas amplificando las voces del dúo “Los compadres” que cantaban: “amanecer cubano que ha llegado un nuevo día…”? Y el día comenzaba en el surco o en el aula, sin mamá, sin papá, sin sus afectos. De esas escuelas egresamos algunos para ir a la universidad, pero muchos terminaron haciendo guerras en África y regresaron muertos porque para eso estaban preparados, otros se fueron al Norte.

Muchísimas de esas escuelas sufrirán ahora una nueva metamorfosis. Esas instalaciones que fueron escuelas y luego prisiones, volverán a ser escuelas. Y ahí podría armarse un gran rollo, porque algunos nombres persistirán por voluntad popular, sin que importe el nuevo bautizo. Y el padre que llevó a su hijo a una escuela que fue cárcel hasta ayer le dirá, al menos por un tiempo, La Conchita, aunque el nuevo nombre sea Fidel Castro. Y a la escuela que ocupe el espacio de la prisión de mujeres del Guatao la podrían llamar Vilma Espín o Celia Sánchez, pero el Guatao permanecerá por mucho tiempo en el recuerdo. Che Guevara podría llamarse quizá alguna de esas escuelas, aunque antes fuera una prisión connotadísima.

Muchas prisiones en Cuba volverán a ser escuelas preuniversitarias, pero quizá por un tiempo muy breve, quizá un par de años, probablemente menos, porque gran parte de la población cubana quebranta la ley y va a la cárcel. Y luego podría crecer vertiginosamente en medio del caos y la miseria. La miseria es quizá la causa principal de los delitos. En breve aquellas prisiones que se levantaron para enseñar y se usaron luego para reeducar a ladrones, homicidas, proxenetas, prostitutas, abusadores sexuales, volverán a ser escuelas.

Resulta que esos cambios de un día para otro en las esencias de las cosas y quizá hasta en los nombres no son nada espontáneos, no responden a la dinámica de las cosas. Un nombre podría ser también la esencia de “la cosa”, una función podría ser también atributo. La escuela tiene una esencia, como la cárcel. Y es que las cosas son también lo que podemos decir de ellas. Una cárcel es una cárcel y una escuela es una escuela, pero si un jefe de gobierno decide, en un abrir y cerrar de ojos, convertir los cuarteles en escuelas, y luego las escuelas en prisiones, y más tarde son escuelas nuevamente, está cambiando también las esencias de esas cosas, una y otra vez, y nos pone en riesgo, en medio del caos, tanto que nos hace dudar de todo. Una cárcel es una cárcel, aun antes de que la veamos, antes de que tengamos contacto con ella; y con la escuela sucede lo mismo. Los predicados de las cosas son también esenciales.

La estabilidad de la cosa es importante. Una escuela no puede convertirse, de la noche a la mañana, en una prisión o viceversa. Los nombres de las cosas no son un accidente, los nombres de las cosas deberían responder a las esencias. A mí no me gustaría estudiar en lo que antes fue una cárcel, como tampoco me gustaría vivir en un cementerio, aunque se llamara Paraíso.

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Apagones en Cuba: No hay solución definitiva a la vista.

Tomado de CubaNet.

La falta de mantenimiento de las termoeléctricas cubanas ha provocado una nueva oleada de apagones masivos en la Isla.

Carmen, mujer anciana que padece una enfermedad respiratoria crónica y que tiene que estar conectada a un aparato de ventilación durante las crisis, teme morir cuando alguna vez coincidan la oscuridad y los ataques inesperados de su dolencia. Cuando quitan la electricidad, lo cual sucede varias veces en el día y durante horas, Carmen piensa en que esos momentos tan tristes y aburridos, pudieran ser los últimos de su vida.

“Es una ruleta. En cuanto veo que se apaga la luz empiezo a temer lo peor. Hasta ahora he podido superar las crisis pero porque no han sido de las grandes. En cuanto tenga una de esas y no haya luz, sé que me voy”, dice Carmen, a la vez que cierra, como cada una de sus frases, con la misma queja: “En este país no hay quien viva”.

Hace unos meses, cuando la hija le envió desde Estados Unidos el aparato de ventilación, pensó que su calvario había terminado después de varios años de hospitalizaciones que nada resolvieron. 

“Nada que no pudiera hacer yo misma en mi casa”, dice la anciana. “Pasaba más trabajo en llegar al Cuerpo de Guardia y que me dijeran lo mismo, que no había medicamentos, que me ingresaran para tirarme en una cama sin ninguna atención. Pensé que con el ventilador ya se terminaría todo pero en este país es una dificultad tras otra”, concluye la anciana.

Aymara, vecina de Carmen, también vive momentos de tensión durante los apagones. Es joven y no padece de ninguna enfermedad por la que deba depender de un aparato conectado a la corriente, pero es la madre de dos niños pequeños a los que tiene que abanicar toda la noche para que no sufran por el calor y las picaduras de mosquitos. Ella vive en Managua, un poblado en las afueras de la capital cubana, donde hay zonas rurales que reportan interrupciones del servicio eléctrico de más de 10 horas.

“En esta parte de aquí han quitado la luz más de 10 horas seguidas”, afirma Aymara. “Por las noches es infernal porque todo es monte y el mosquito te levanta en peso. Para que los niños se duerman tengo que poner el catre en el portal para que corra algo de aire y, además, abanicarlos (…). Con estos calores si les pongo el mosquitero se me ahogan y si los dejo en el cuarto, igual. Entre mi marido y yo nos turnamos, y aun así amanecen llenitos de ronchas, la carita, las manos, empapados de sudor, y nosotros peor, con unas ojeras que nos llegan al piso”.

Pero aun siendo horrible la situación de los niños, para Aymara lo peor durante la falta de electricidad es la posibilidad de que los alimentos en el refrigerador se echen a perder, después de las dificultades que han debido superar para conseguir la poca comida que guardan, fundamentalmente para los niños.

“Los otros días fueron 17 horas seguidas sin luz; toda la comida que tenía hecha  desde el día anterior se pudrió. Aquí se cocina con electricidad. Mis hijos son chiquitos, yo no les puedo dar comida en mal estado. Aquí hay gente que ha perdido carne, pollo, paquetes de picadillo, con lo caro que vale todo eso, es muy doloroso, y las murumacas que hay que hacer para conseguirlos por ahí, el dineral que cuesta comer y encontrar comida. Ya de por sí a veces (los alimentos) llegan faltos de frío a las tiendas, y de contra meten el apagón como para que te jodas completo. Tal parece que lo hicieran adrede, no sé, porque mira que aquí se bota dinero en banderitas, pulovitos (camisetas), barriguitas llenas y reuniones con aire acondicionado”, denuncia Aymara.

Donde menos los sufren los llaman “apagones”, pero allá donde más se han ensañado, lejos del centro de La Habana, hay quienes les dicen “alumbrones”, recordando aquellas oscuridades casi perpetuas de los años 90, cuando la caída de los regímenes comunistas de Europa del Este causó la peor crisis económica que hemos vivido en Cuba, con efectos nocivos semejantes a los que sufrimos en la actualidad, cuando escasean los alimentos, el combustible, las medicinas y, para muchos, sobre todo jóvenes, las razones para permanecer en un país donde al parecer la miseria, además de generalizada, tiende a ser endémica.

¿A dónde fue a parar el crédito ruso?

“Los cubanos tememos al hambre aunque, a veces, con mejor o peor fortuna, sabemos cómo escapar a eso”, dice Enrique, un joven estudiante universitario que asegura “no aguantar más”.

“Se vive en un constante sofocón, metiendo el cuerpo por los recovecos del mercado negro, que todo el mundo sabe está conectado con la gigantesca corrupción que sostiene a la empresa estatal socialista, y esta al Gobierno que es como un saco sin fondo. Traga y traga dinero y recursos de todos lados y no vemos que se avance en ningún sentido. Solo para peor”, protesta el joven, a la vez que cuestiona el destino de los créditos que alguna vez el régimen cubano recibiera de Rusia para la modernización de varias termoeléctricas.

“A los apagones les tenemos una mezcla de pánico y odio precisamente porque muy poco podemos hacer para escapar a ellos, con todo lo malo que traen consigo y que no se reduce a la oscuridad, el calor, las picaduras de mosquitos o el aburrimiento (…). Nunca vamos a estar libres de los apagones. ¿Desde cuándo están con el cuento de las reparaciones de las termoeléctricas? Yo era un niño cuando ya me hacían ese cuento para dormir. ¿Dónde está el dinero que supuestamente dieron los rusos para construir termoeléctricas? Nadie habla de eso. Dicen que es el bloqueo, que necesitan no sé cuántos miles de dólares. ¿Y el dinero de los rusos qué?”, vuelve a cuestionar Enrique.

De acuerdo con una información de la agencia de prensa rusa RIA Novosti, divulgada incluso en varios medios periodísticos del régimen cubano, en octubre de 2015 el Ministerio de Hacienda ruso otorgó a Cuba un crédito por 1 200 millones de euros, específicamente para la “construcción de los bloques de energía en dos centrales termoeléctricas, para un total de cuatro unidades de generación, cada una con capacidad para 200 MW. 

Además de esa cifra, de acuerdo con la misma fuente informativa, el Consejo de Ministros del país eurasiático aprobó la concesión de otros 100 millones de dólares para la modernización y ampliación de la planta metalúrgica Antillana de Acero, más otras cantidades millonarias igualmente destinadas al desarrollo industrial. No obstante, nada se ha dicho hasta la fecha sobre la concreción de los préstamos y sus resultados, aunque un reciente aplazamiento de la deuda hace pensar que se hicieron efectivos.

De acuerdo con una fuente vinculada al Ministerio de Energía y Minas (MINEM), y que accedió a ofrecer declaraciones a CubaNet bajo condiciones de anonimato, se supo que, además de los 1 200 millones otorgados en aquella ocasión, anterior a esa fecha hubo al menos dos acuerdos más de financiamiento ruso entre los años 2009 y 2015, con montos similares, aunque en ningún momento se tradujeron en mejorías significativas en los sistemas de generación eléctrica, los que, de acuerdo con la pauta informativa reiterada por la prensa oficialista se enfrentan a la obsolescencia, con tecnología que supera los 25 años de explotación.

“Escucho decir que se trata de tecnología muy vieja, eso es cierto, pero no se cuestiona lo que se hizo con el financiamiento ruso, que son más de 3 000 millones de euros, posiblemente el doble de eso, en menos de 15 años (…). Puedo asegurar que no es dinero invertido en los mantenimientos, quien lo diga está mintiendo. Ese dinero aquí (MINEM) nadie lo ha visto. Nada se ha dicho de eso (…), las patanas turcas son parte de otros acuerdos más recientes y con créditos pactados con Turquía”, asegura la fuente consultada.

Según este funcionario del MINEM, son seis las centrales flotantes suministradas por la compañía turca Karen entre mediados de 2021 y abril de 2022, como parte de un acuerdo firmado con una extensión de pagos, con intereses mínimos, hasta el 2028, más la posibilidad de establecer prórrogas hasta 2030. Sin embargo, el arrendamiento de estos equipos supone un gasto sobre los 1 500 millones de dólares al año, a pesar de que la capacidad generadora de estas plantas (15 MW/h) no satisface la actual demanda de energía (sobre los 3 300 a 3 500 MW/h), algo que ha desatado numerosas críticas, la mayoría como reproche a que tanto dinero no se haya invertido en la renovación tecnológica necesaria para acabar de una vez con los apagones.

Cuba cuenta con un potencial industrial de más de 6 500 MW/h, pero su capacidad real de generación es de apenas la mitad (sobre los 2 600 MW/h). Actualmente dispone de ocho termoeléctricas para un total de 20 bloques generadores, la mayoría con tecnología de la era soviética, y de los cuales cerca de una decena se encuentra actualmente fuera de servicio o funcionando al mínimo de la capacidad. A esta crisis se suman las numerosas averías en los sistemas de distribución, principalmente por déficit de transformadores, a pesar de que la mayoría son de producción nacional con componentes importados de China y Rusia.

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El dulce castrismo de Miami.

Por Carlos Manuel Álvarez.

Las caras públicas de la comunidad cubanoamericana de Miami, y también muchos ciudadanos, o residentes que están en vías de serlo, o tarjeteros con órdenes de deportación, se preguntan alarmados cómo llegan a la ciudad, todo el tiempo, tantos periodistas, funcionarios de rango y hasta militares o policías del castrismo. ¿Y adónde se supone que iban a llegar? Acuden al lugar al que pertenecen. Miami, lo que a bote pronto entendemos por tal, es la capital en negativo del castrismo, algo gracioso y trágico y patético a un tiempo, un enclave modulado por los procedimientos elementales de esa doctrina, el enemigo necesario. Gritería, conservadurismo mesiánico y fanatismo express, debilidad por las consignas, vigilancia perezosa y chivatería barata cuyas víctimas, la mayor parte de las veces injustificadas, sufren una especie de acoso y descrédito mediático por unos pocos días, hasta que la legión de influencers chillones y reporteros soñolientos de la provincia Oposición Butaca escoge un nuevo punto de atención. Cabe decir también que muchos de esos periodistas, funcionarios de rango, militares y policías recién llegados van a sumarse, luego de un tiempo prudencial, cuando ya nadie se acuerde de quiénes son, y hasta ellos mismos lo olviden, a las filas de los que saltan alarmados con el arribo de sus semejantes. Se trata de una operación típica del converso, que milita con más ardor que nadie en la obediencia del presente porque intenta borrar con histeria la mancha de su pasado.

Miami está repleta de gente que restriega su vida para blanquearla y que, mientras más la restriegan, más la ensucian. Los que el miércoles iban a Cuba, el jueves dicen que nadie puede ir. Los que migraron, piden que cierren la frontera. Los que jamás enfrentaron siquiera a la logopeda de la primaria, exigen que la gente se tire a la calle de inmediato a coger palos y calabozo, solo para que ellos, desde Kendall o Hialeah, puedan seguir teniendo a quien defender. El otro pone el cuerpo, yo hablo por él. Nadie debe romper ese contrato de lucha a muerte -muerte ajena- contra el comunismo. Hay algo extremadamente irónico en el hecho de que Miami sea considerada un bastión de resistencia contra las ideologías totalitarias y que establezca esa resistencia justo con los métodos que dice detestar. 

La ciudad es una parodia. El batallón de seguidores cubanos de Trump va por ahí husmeando el aroma comunista de los cuerpos, preguntándose alarmado, con el ceño fruncido, fingiendo mano dura, de dónde viene ese mal olor, quién se nos infiltró ahora. ¡Pero ese olor viene de ellos mismos! Recuerdan a un perro mareado y estúpido tratando de morderse su propia cola. Como el castrismo es en realidad una máquina de producir fachas, esta cuadrilla va contra el aborto y los negros, a favor de las armas y la cacería de brujas, y pregona una altura moral que ellos mismos, con honores y redobles de tambor, se han otorgado. Ven el comunismo en todas partes y no lo dejan morir en paz, porque en realidad son los guardianes del comunismo. Representan un poco también esos niños medio retardados que el resto de los muchachos no sabía qué hacer con ellos, y de repente les decían: «Quédate acá en esta esquina y vigila que nadie pase, es de suma importancia tu tarea». Pero la tarea no tenía importancia alguna, esa esquina no le interesaba a nadie, y los muchachos se iban a otra parte a seguir su juego. Así le hizo el hombre blanco gringo a los furibundos cubanos republicanos de Miami cuando los puso a custodiar el cadáver insepulto de la Guerra Fría. Es una ficción que se justifica a sí misma y que va a caerse como un castillo de naipes el día que alguien diga lo que todos piensan. Se trata de una conspiración ilusoria, una deformación del rostro de la ciudad que, sin embargo, sigue generando dinero, poder económico. En cuanto los ciudadanos, la historia o el hartazgo común decidan desmontar la carpa, muchos negocios políticos van a caer. Miami no va a arribar plenamente a la posibilidad moderna del capital hasta que no se sacuda ese fardo y esa bulla sorda.

Sin embargo, hay otro Miami, generoso e inclusivo, que serpentea vibrante por debajo de su caricatura. Me atrevo a decir que es un Miami mayoritario, un Miami que trabaja la condición de exilio desde la memoria imaginativa y la pertenencia a los circuitos de vida posnacionales, entendiendo la cultura como una puerta de entrada a los demás, no como un feudo particular o excluyente. He presentado mis libros dos veces en ese Miami. La última ocasión fue la semana pasada. A pesar de haber presentado libros muchas veces, en muchos lugares, nunca me ha sobrecogido tanto ninguna presentación como las que hice en Coral Gables. Una en una iglesia protestante, otra en la exquisita librería Books & Books. Me pregunto cuándo ese Miami, en el que he percibido tantas tendencias políticas, pero en ningún caso la sombra del castrismo, va a tomar las riendas políticas de la comunidad. ¿Nunca? ¿Pronto? ¿Va a suceder? Ahí ubico desde mi amigo el diseñador Alejandro Barreras hasta el arquitecto Rafael Fornés. Uno vota demócrata, otro apoya a Trump. Creo que nadie sabe más de Miami que ellos dos, y ambos son, simplemente, una fiesta de la curiosidad y las ideas.

Para que entendamos esta relación especular entre Miami y La Habana, ciudad de fondo no mencionada cuyo fantasma ronda incesante el sur de la Florida, podemos tomar el caso de los opositores políticos que llegan al exilio. Son individuos que, lamentablemente, pierden de inmediato su singularidad. Los someten a un proceso de homologación, de homogenización. Lo que una dictadura hace es dictar, ponerte en la boca lo que tienes que decir. En Cuba, el opositor político es alguien que gana su libertad. En Miami, ese mismo opositor suele perderla. En Cuba, el ciudadano que no decide confrontar, en un sentido o en otro, al poder visible, vive con palabras ajenas en la boca. En Miami es al revés, justo el ciudadano que se aparta de la discusión costumbrista sobre el régimen cubano es quien se convierte en un sujeto libre, quien construye su lenguaje particular.

Ese dictado del exilio, ¿en qué consiste? Como todo discurso totalizante, no es un discurso difícil, sino profundamente didáctico. Funciona a través de unas pocas palabras o símbolos claves. La bandera gringa extendida a tus espaldas; el reconocimiento de que eres invariablemente de derecha, sepas o no lo que eso quiere decir; la renuncia a casi cualquier debate o propuesta que amplifique los métodos de denuncia o de participación cívica; la acusación frívola, que cae sobre cualquiera que no nos guste, o que se salga del guion establecido, de agente de la policía castrista, utilizando para ello la misma fantasía deductiva con la que los verdaderos agentes de la policía castrista te acusaban en Cuba de trabajar para la CIA. Por último, el aprendizaje del latiguillo que agradece vivir en tierras de libertad, cuando la libertad nunca está en la tierra, sino en el aire. Hace poco, una joven opositora recién llegada al exilio dijo en un programa de streaming que ella era de centroderecha. Quizá sea verdad, pero, independientemente de que lo sea, me pareció una respuesta muy sintomática, tan triste como risible. Soy lo que ustedes quieren que sea, pero no tanto, déjenme un pedacito de lo que fui. Había alguien ahí que no quería aceptar completamente la palabra que Miami le estaba poniendo en la boca, pero que tampoco iba a rebelarse contra aquel procedimiento. Su breve desvío revelaba toda la operación traumática que descansa tras los convencimientos políticos del exilio aparentemente plural o diverso. Muchos emigrados parecen asombrarse ahora de que artistas como Gente de Zona, o tantas otras figuras pop del momento, no se muestren tan combativos contra la dictadura cubana como ellos suponían o hubiesen querido. Pero ¡qué esperaban!, si consiguieron esas adiciones a golpe de amenazas y chantaje económico, entre buylling y boicots. La simulación a veces se olvida; nadie puede fingir tanto como pretende aquel que te ha reclutado y te ha impuesto sus convicciones sin permitirte entenderlas.

Aun así, la otra Miami, la que yo habito, parece cada vez más pujante. Cualquier día el verdadero territorio emocional de la ciudad va a ocupar sin permiso el mapa que le corresponde.

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martes, 28 de junio de 2022

Muere la poeta y ensayista cubana Fina García Marruz.

Tomado de CubaNet.

Fina García Marruz.

La poeta y ensayista cubana Fina García Marruz falleció en la tarde de este lunes en La Habana, a sus 99 años. 

Al confirmar la noticia, Casas de las Américas se refirió a García Marruz como “una de las más extraordinarias voces poéticas de la literatura latinoamericana”. 

La también investigadora y crítica literaria nació en la capital cubana en 1923. 

Junto a su esposo, el poeta Cintio Vitier, formó parte del Grupo Orígenes y de la revista de igual nombre fundada por José Lezama Lima y José Rodríguez Feo en 1944, que llegó a ser la publicación literaria más importante de la época.

Su amplia obra poética incluye Las miradas perdidas (1951), Visitaciones (1970), Habana del centro (1997), Créditos de Charlot (1990) y Viejas melodías (1993).

Mientras que entre sus textos de análisis literario se encuentran Los versos de Martí (1968), Bécquer o la leve bruma (1971), Hablar de la poesía (1986) y La familia de Orígenes (1997).

En la Isla fue reconocida con el Premio Nacional de Literatura en 1990 y recibió la Orden José Martí, la medalla Alejo Carpentier y la orden Félix Varela.

Mientras que a nivel internacional le fue entregado el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda en 2007, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2011 y el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca también en 2011.

García Marruz y Cintio Vitier estuvieron entre los intelectuales que firmaron el “Mensaje desde La Habana para amigos que están lejos”, documento de apoyo al régimen que justificaba los fusilamientos sumarios, condenados a nivel internacional, contra los tres jóvenes cubanos que intentaron secuestrar la lancha Baraguá, con el objetivo de llegar en ella a Estados Unidos.

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viernes, 24 de junio de 2022

Sin solución el transporte público en Cuba.

Por Iván García.

Cuando la alarma del teléfono móvil empieza a sonar justo a las cuatro y treinta de la madrugada, cuenta Rubén, 41 años, estibador en un almacén de víveres, enciende el horno para tostar dos rebanadas de pan de molde que guarda en la nevera. Luego de afeitarse, desayuna café recalentado y tostadas con pasta de ají elaborada por su esposa.

A la cinco de la mañana camina seis cuadras hasta la parada de ómnibus. Cuando llega, prende un cigarro mientras revisa su muro de Facebook en el móvil. “Antes que se agudizara la crisis del transporte en La Habana, el P-9, que me lleva al trabajo, pasaba a las cinco y media. Pero desde hace un año puede demorar dos o tres horas”, dice Rubén, quien trabaja en el municipio Marianao, al oeste de la ciudad, a más de quince kilómetros de donde reside.

En un ómnibus público el viaje suele demorar cuarenta y cinco minutos. Si va en taxis colectivos treinta minutos. “Donde pincho (trabajo) no tenemos transporte obrero. Cada cual va por su cuenta. Un tiempo atrás cogía taxis particulares. Cuatro en total, dos para ir y dos para regresar. Gastaba 40 pesos diarios. Pero ahora el precio de los taxis se ha disparado. La ida y la vuelta me salen en 200 o 300 pesos. Y cada vez es más difícil alquilar un taxi. En ir de mi casa y regresar del trabajo invierto cuatro o cinco horas diarias. Es una locura”, indica Rubén.

Desde el otoño de 2019, con el inicio de la ‘situación coyuntural’, un eufemismo del régimen para minimizar la feroz crisis económica, el transporte urbano en Cuba es una auténtica pesadilla. Ya sea por déficit de combustible o de divisas para adquirir piezas de repuestos y renovar la envejecida flota de ómnibus y taxis estatales, el transporte público en la Isla siempre fue una asignatura suspensa del gobierno.

Antes de 1959, La Habana, con un millón 200 mil habitantes, y con una dimensión territorial mucho mayor que ahora, pues a ella pertenecían las actuales provincias de Artemisa y Mayabeque, disponía de más de 2.100 ómnibus. En 1953, al transporte capitalino se habían incorporado 630 ómnibus británicos Leyland, importados por la compañía Autobuses Modernos, y más de 1.500 guaguas de diferentes modelos y marcas, entre ellas General Motors, pertenecientes a la Cooperativa de Ómnibus Aliados (COA), las dos empresas encargadas de la transportación pública en la ciudad. Por sus asfaltadas vías circulaban más de 3.500 autos, particulares o utilizados como taxis.

Además, existían numerosas líneas de autobuses interprovinciales como La Flecha de Oro, Ómnibus Menéndez, Ómnibus Libres S.A., Amarillas S.A., La Estrella del Sur, Únicos de Cárdenas, La Cubana y La Ranchuelera, entre otras. En febrero de 1955, la COA inauguraba un servicio interprovincial de lujo conocido como la Ruta 80, con aire acondicionado y ventanillas panorámicas. Cada una de estas líneas tenía varias salidas diarias hacia distintas ciudades de la isla.

Tres años después, en 1958, la capital cubana disponía de 4.500 vehículos para el transporte urbano e interurbano. Esas facilidades de movilidad nacional, se complementaba con una extensa red ferroviaria (Cuba tiene ferrocarril desde 1837, primero que España), con itinerarios a todas las provincias y zonas apartadas del país. No menos importante era la existencia de cien aeropuertos públicos y privados, de los cuales cuatro eran internacionales: La Habana, Varadero, Camagüey y Santiago de Cuba.

“Entonces, viajar de La Habana a Pinar del Río, Matanzas, Las Villas, Camagüey u Oriente, era barato y cómodo. Si tenías licencia de conducir podías rentar un automóvil. Las condiciones de la Carretera Central, la Vía Blanca y otras autopistas eran inmejorables. En las ciudades del interior no era difícil desplazarse”, recuerda Hilario, tabaquero jubilado. Cuando Fidel Castro llegó al poder en enero de 1959, el transporte en la capital funcionaba con la precisión de un reloj suizo. “En horario pico, las rutas con más pasajeros, tenían una frecuencia de dos y tres minutos entre una y otra. Jamás en La Habana se vio a la gente colgando en las puertas de los ómnibus o encima del techo como sucedió en años posteriores”, rememora Hilario.

Néstor, ex jefe de turno en la terminal de ómnibus del Diezmero, en el municipio de San Miguel del Padrón, considera que el “gran error del gobierno fue nacionalizar las dos empresas de ómnibus, la COA y Autobuses Modernos. Lo que funciona bien no se toca, a no ser que sea para mejorar, que no fue el caso. La COA era una cooperativa donde los dueños eran los propios choferes. Se debió reforzar esa modalidad de cooperativa, que incluso es afín al modelo socialista. Pero el gobierno optó por desmantelarlas y crear Ómnibus Metropolitanos de La Habana con un descomunal aparato burocrático que jamás funcionó. Al aumentar el número de habitantes -actualmente en la capital viven más de dos millones y medio de personas-, el esquema de transportación se vio desbordado por la creciente demanda” , afirma y explica:

“En la década de 1950, sin contar La Habana campo, en la capital residían de 700 mil a 800 mil habitantes. Pero en los 80, ya vivían más de dos millones. La flota, de unas 2,500 guaguas, la componían ómnibus japoneses Hino, Ikarus de Hungría y Girón ensamblados en Cuba. De la terminal del Diezmero salía la ruta 10, que junto con las rutas 2 (Párraga) y 4 (Mantilla) eran las de mayor demanda. A pesar de tener una frecuencia cada tres minutos en hora pico, esas tres rutas viajaban atestadas de pasajeros”.

Acerca de la debacle del transporte público en La Habana, Néstor opina que la causa principal fue «la mala planificación por parte de los gestores de transporte y por creer que la capital iba a tener otras alternativas de transportación como trenes suburbanos. El servicio de taxis, que se renovó en los años 70 con automóviles comprados en Argentina, comenzó a debilitarse. La futura construcción de un metro con asistencia de la antigua URSS y Corea del Norte fue un cuento chino del gobierno”.

Con la caída del comunismo soviético en 1991, Cuba dejó de recibir miles de millones de rublos anuales en subsidios. En la década de 1990, coincidiendo con el llamado «Período Especial en Tiempos de Paz», una guerra sin el rugir de los cañones, el transporte público quebró en La Habana y en el resto del país.

Tras la victoria electoral de Hugo Chávez en Venezuela, los hermanos Castro diseñaron una alianza política y económica con el paracaidista de Barinas que les proporcionó más de cien mil barriles diarios de petróleo a cambio de médicos, entrenadores deportivos y asesores militares.

Celso, empleado de la terminal de ómnibus del Calvario, en Arroyo Naranjo, al sur de La Habana, relata que “dejamos de transportar pasajeros en los incómodos y calurosos ‘camellos’ (un remolque acoplado a un camión dónde viajaban más de 300 personas apretujadas como sardinas en lata), porque el Estado diseñó una estrategia de 16 rutas principales, con la letra P, y otras 40 rutas denominadas ‘alimentadoras’, con la letra A. Los ruteros P, en teoría, debían tener una frecuencia entre cuatro y siete minutos en hora pico. Cada una de las 16 rutas contaría con 30 autobuses articulados. Las rutas alimentadoras funcionarían de quince a treinta minutos en horario de máxima demanda y eran las encargadas de transportar a los pasajeros al interior de los barrios. Pero todo quedó en buenas intenciones. En 2006 comenzaron a rodar los primeros ómnibus articulados, pero por el deterioro de las calles, exceso de pasajeros, déficit de piezas de recambio y otros factores, al poco tiempo el esquema de transportación se fue al garete. Desde hace un año, de las 780 a 850 guaguas que deben funcionar para mantener un mínimo de servicio, funcionan alrededor de 440”.

Según un especialista, La Habana necesita un parque de 2.800 ómnibus, como mínimo, para cubrir todas las rutas. Y no menos de 7 mil taxis diariamente circulando. “Lo ideal sería un metro, como el de Santo Domingo, en la República Dominicana, pero es muy costoso. Construir cada kilometro soterrado cuesta millones de dólares. La opción pudiera ser un metrorail parecido al de Miami y complementarlo con una red de trenes suburbanos. Pero esos proyectos necesitarían de una inversión inicial de mil millones de dólares”. Sin solución a corto ni mediano plazo, Rubén, estibador en un almacén habanero, seguirá demorándose varias horas en ir al trabajo y luego regresar a su casa.

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lunes, 20 de junio de 2022

Cuba, con el hambre no se juega.

Por Iván Gaweercía.

La última vez que Lázara y sus hijos comieron carne de res fue hace seis años, cuando compró cinco kilogramos en el mercado negro habanero. “Ahora una libra de carne de puerco está a 300 pesos. Y el que quiera comprar carne de res, sino tiene dólares, tiene que robarse una vaca. Una comida cualquiera no baja de 350 pesos en un negocio particular”, cuenta mientras pela tres plátanos verdes con un cuchillo sin cabo.

Con una pinza,Lázara gira la llave del gas. Busca el mechero encima de la repisa y prende la llama de su vieja cocina. “Hace tiempo que quiero comprarme una cocina nueva. Esta tiene más de 25 años, ya no da más. No tiene ni botones para encenderla. Es un peligro”. Luego en el sartén vierte un chorrito de aceite vegetal. “El litro me costó 600 pesos por la izquierda. Lo tengo que alargar por lo menos un mes. Apenas comemos nada frito. Y no es por cuidar la salud. Es por necesidad”.

Cuando se calienta el aceite, Lázara comienza a freír las mariquitas de plátanos. Su hija prepara una ensalada de aguacate y pepino. “El aguacate me costó 60 pesos, 25 pesos la libra de pepino, 36 pesos tres plátanos, a 12 cada uno. Un paquete de perritos (salchichas), 170 pesos. Puré de tomate me quedaba, no tuve que comprarlo. Para comer arroz blanco, perritos en salsa, mariquitas y ensalada he gastado 300 pesos. Hoy no podemos quejarnos. Casi siempre es arroz, una vianda y frijoles si tengo. Comer en Cuba es un lujo. Este es un país para locos”.

Lázara es madre soltera de dos hijos. “Tengo un osorbo (mala suerte) que pa qué. Mujer, negra y pobre. A recogerse”, dice e intenta sonreír. Prende un cigarro. Mueve la cabeza de un lado a otro. Siente que vive una pesadilla en tiempo real. “No es fácil. El padre de mis hijos nunca me ha girado un centavo. Cuando no está preso lo andan buscando. No me gusta que me cojan lastima. Lo único que quiero es una oportunidad. He trabajado toda mi vida y no tengo nada. Las carencias me superan”, confiesa y añade:

“Mi hija mayor estudia en un tecnológico y le hacen bullying por los zapatos feos y remendados que lleva. Al varón igual en la secundaria. Ninguno de los dos no tiene celulares ni ropas de marca. Y se alimentan poco y mal. La única proteína que comemos es huevo, salchicha, picadillo de soya y el pollo cuando toca por la libreta o me disparo una cola de siete horas. No se ve mejora por ninguna parte. Y yo si no tengo familia que me envíe un puto dólar ni que me saque de este infierno. Díaz-Canel y su gente son unos incompetentes. Tienen a la gente pasando hambre y después quieren que el pueblo los aplauda”.

Lázara devenga un salario de 2,640 pesos limpiando el piso en un policlínico al sur de La Habana. Para buscarse un dinero extra, lava ropa y revende pacotillas en el mercado informal. “No puedo ir al cine, al teatro o un cabaret. Todo el dinero que busco se va en comida”.

Al otro extremo del país, en la provincia de Guantánamo, Arletis, secretaria y madre de tres hijos, explica que “fuera de La Habana la situación es aun peor. Los apagones son de ocho y diez horas diarias y solo quienes parientes en la Yuma pueden comprar en las tiendas en MLC. Muchos hombres y mujeres están enviciados con el alcohol y un montón de muchachitas jóvenes se van pa’ La Habana a prostituirse. En Guantánamo comer arroz, frijoles, un huevo hervido y fufú de plátano es cosa de privilegiados. Y si haces una directa en Facebook quejándote de la situación, la Seguridad del Estado te desaparece”.

Arletis tiene un salario de 3,200 pesos y su esposo de 4,500, entre los dos ganan 7,700 pesos. “Y la estamos pasando negra. Mis hijos hace tiempo que no comen chucherías y ya ni tomar refresco podemos, porque un refresco gaseado cuesta cien pesos».

Miriam, maestra jubilada, recibe 200 dólares mensuales y su familia, además, le compra leche, alimentos y artículos de aseo en sitios online como Supermarket o Katapulk. «Aunque estoy muchísimo mejor que la mayoría, conseguir comida es un dolor de cabeza en Cuba. Tengo que cuidar a mi madre, postrada en un sillón de ruedas, pero gracias a mis familiares en Miami, no le faltan medicinas y pañales desechables, entre otras cosas que necesita una persona en su estado. Todo eso cuesta un montón de dólares y los precios en esos sitios son de infarto. Un verdadero abuso».

El régimen castrista ha montado un auténtico negocio con la emigración cubana. Los ordeñan como si fueran vacas. Empresas militares como GAESA y pequeños negocios de pesos pesados del régimen están enfocadas en captar los dólares que llegan de Estados Unidos. Han creado un holding empresarial que reinvierte los más de tres mil millones de dólares que según analistas económicos entra por concepto de remesas, en la construcción de hoteles de lujo y campos de golf exclusivos para extranjeros.

“Es un negocio sumamente lucrativo”, comenta un ex funcionario de CIMEX, empresa militar que administra cientos de tiendas en divisas en todo el país. “Al igual que Putin sufraga la guerra con Ucrania con el dinero de las exportaciones de petróleo y gas a los países de la UE, el gobierno cubano se financia con los negocios, la mayoría espurios, que han montado alrededor de las divisas, ya sea con la exportación de servicios médicos o el envío de remesas. Con las utilidades, que son en el orden del 240 al 500% en el caso de los artículos que se venden en comercios minoristas, y el sueldo de los profesionales de la salud donde se embolsillan el 70 u 80 por ciento, diseñaron esquemas financieros en paraísos fiscales y han invertido casi 20 mil millones de dólares en la construcción de hoteles en los últimos doce años”.

En opinión del ex funcionario de CIMEX, «todo ese entramado fue creado por Fidel con la apertura de Cubalse y Palco, dos empresas administradas por Abraham Maciques a finales de la década de 1970. Luego su hermano Raúl continuó el mismo esquema. GAESA es un gobierno dentro de un gobierno. No los controla nadie. Se desconocen sus ganancias. Son dueños de la mayoría de los negocios, que incluyen hoteles, gasolineras y la empresa de telecomunicaciones ETECSA”, afirma y añade:

«Las tiendas virtuales son negocios personales de altos funcionarios del gobierno. No cualquier funcionario. Solo los históricos o allegados a Raúl. Ramiro Valdés ha montado su chiringuito con COPEXTEL que tiene una tienda online que vende hasta motos eléctricas. Por un trabajo publicado en CubaNet, se supo que el negocio de flora y fauna de Guillermo García, conocido por la venta de caballos de raza, cuando a los excursionistas los trasladan en ómnibus a Varadero o a los cayos, se detienen en una cafetería de su empresa situada en la Autopista Nacional, a la entrada de Jagüey Grande, Matanzas, para que los turistas merienden. Un caso es el de Hugo Cancio, que al menos en papel es el dueño de Katapulk, sitio que gran parte de su oferta es importada directamente de Estados Unidos. Desonozco cómo él logró escalar hasta la cúpula del régimen».

Hugo Cancio, empresario cubanoamericano, es hijo de Miguel Cancio, ya fallecido, que fuera vocalista del grupo Los Zafiros. Un periodista que laboró en OnCuba News, que pertenece a OnCuba, plataforma de comunicación estadounidense fundada por Cancio en 2012, lo define como un tipo que le gusta alardear de tener mucho dinero y conexiones con altas instancias del poder. “Es pícaro y conoce al detalle cómo funciona el entramado de negocios en Cuba. Financió la película Locura Azul, un homenaje a Los Zafiros. Durante años, su empresa pública Fuego Enterprises Inc se ha dedicado a llevar artistas cubanos a Estados Unidos. El gobierno autorizó a OnCuba News a ejercer el periodismo, pero Cancio comenzó a contratar periodistas oficiales y no gustó. Antes de ser designado presidente, Díaz-Canel en un video que se filtró amenazó con cerrar OnCuba News. Pero de arriba, bien arriba, le soplaron que dejara tranquilo a Cancio. Cuando en 2018 Díaz-Canel estuvo en Nueva York, organizaron una recepción a la cual, entre otros invitados, asistió Hugo Cancio y Díaz-Canel lo saludó efusivamente. OnCuba News es un medio ‘independiente’ que la Seguridad no molesta. Hace un par de años abrió la tienda virtual Katapulk que vende comida y hace recargas telefónicas. Se rumora que está respaldado por la familia de Raúl Castro”, concluye el periodista.

Cierto o no, Katapulk es el único sitio de ventas online donde el propietario no es de la nomenklatura. Hugo Cancio vive a caballo entre La Habana y Miami. Abiertamente oferta productos importados directamente de Estados Unidos. Desde leche en polvo, sacos de arroz, cerdos en púa, compotas, jugos, cajas de pollo hasta jabones Palmolive y crema dental Colgate. A Susana, arquitecta, sus parientes en Madrid le recargan una tarjeta Visa que le permite comprar en Katapulk desde Cuba.

“Estas tiendas virtuales fueron diseñadas para exprimir a los emigrados. Los cubanos que vivimos en la isla no podemos comprar con la tarjeta MLC ni siquiera con dólares en efectivo. Es necesaria una tarjeta extranjera. Los precios son escandalosos. Una bolsa de cinco kilogramos de leche en polvo importada de Estados Unidos en casi 70 dólares; diez litros de helado, elaborado en la localidad habanera de Punta Brava por Lácteos Clamanta Gustó, en 49 dólares, y dos perniles de cerdo de 22 kilogramos en 167 dólares. Es un robo, pero las tiendas MLC están desabastecidas. No tengo otra opción”, admite Susana.

El ex funcionario de CIMEX, asevera que negocios como Katapulk dejan en evidencia la esencia totalitaria del régimen. “Con una crisis económica bestial, inflación galopante y un Estado que no tiene divisas para comprar alimentos al cash en USA, la pregunta es ¿por qué el gobierno no autoriza a emprendedores privados o a firmas extranjeras que importen alimentos desde Estados Unidos y puedan venderlos directamente? Las leyes del embargo no impiden a los particulares importar comida destinada a Cuba. Hugo Cancio, es un buen ejemplo. Supongo que no lo permiten para que sus lucrativos negocios no tengan competencia”.

Lázara, madre soltera de dos hijos, cree que algo debe hacer el gobierno para aliviar la situación económica. “No es solo la comida. Son muchas cosas más. Demasiadas necesidades. Los ratones cuando están acorralados se reviran. Con el hambre no su juega”.

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sábado, 18 de junio de 2022

Silvio, Pablo y el caos.

Por Juan Orlando Pérez.

Dicen las malas lenguas que Silvio Rodríguez y Pablo Milanés no se hablan. Si es verdad, sería una pena, y un síntoma del estado de Cuba, que esos dos hombres se hayan alejado tanto el uno del otro. Silvio y Pablo llegaron a ser tan populares, tan claramente el símbolo más amable e inspirado de una época, que aparecían juntos en las imágenes introductorias del Noticiero Nacional de Televisión junto a otras sublimes cubanerías, el joven Fidel, la Sierra Maestra, los pioneros revolucionarios con sus brillantes pañoletas, Alicia Alonso en Giselle, Alberto Juantorena llegando a la meta de Montreal 76, con el corazón.

Quizás la causa de ese presunto alejamiento es estrictamente personal, y la política, esa entrometida, no ha tenido nada que ver. Silvio y Pablo ya son dos hombres viejos, Silvio va a cumplir 65 en noviembre y Pablo, asombrosamente, cumplió 68 el pasado 24 de febrero. Los recordamos como eran a inicios de los ochenta, cuando parecían tan jóvenes todavía, en tono y disposición, que muchachitos que tenían edad para ser sus hijos, y por esa sola causa podrían haberlos detestado, los aceptaban en cambio graciosamente como capitanes de su generación, líderes más legítimos y sinceros que los sucesivos secretarios de la Juventud Comunista elegidos a dedo por Fidel, y que Fidel mismo, tan lejano, tan alto en la Historia y en el poder. Ambos, Silvio y Pablo, fueron vorazmente amados por quienes tomamos aquellas canciones, «La vida no vale nada» y «Yolanda», «Gaviota» y «Unicornio», «Años» y «El breve espacio en que no estás», «Te doy una canción» y «Oh, Melancolía», «Para vivir» y la «Canción del elegido», como confirmación de una idea que tantas otras cosas en Cuba ya parecían refutar, que ser jóvenes nos daba el derecho de querer más, más felicidad, más libertad, más belleza, de las que nos habían tocado, y que la Revolución, si algo todavía era, era ese mismo impetuoso deseo. Ninguno de los dos parece tan viejo, ni Silvio ni Pablo, pero dentro de poco serán septuagenarios, y los que aprendimos sus canciones de memoria en los setenta y los ochenta seremos viejos también, y quizás se nos enconen, como a ellos, pequeños pero tenaces rencores, y nos alejemos irremediablemente de quienes ahora amamos en totalidad.   

Ojalá sean cuentos de caminos esos rumores de irreparables rencillas, y sea la antigua amistad de Silvio y Pablo más resistente que aquellas ilusiones adolescentes. Sería uno de los tesoros que todavía podríamos rescatar de este naufragio, la comprobación de que hay algunas fundamentales alianzas, algunas asociaciones de amor, ciertas obstinadas amistades, que ni siquiera las más virulentas disputas políticas, si se mantienen en el orden civil, y no llegan al crimen, podrían disolver. Hay algo en las personas que quisimos cuando éramos jóvenes que nunca dejaremos de querer, aunque sea simplemente por nostalgia de lo que nosotros mismos fuimos, y aunque aquello que quisimos en los otros ya no sea visible, ya no exista, se haya corrompido o haya sido extirpado. Lo que esos dos piensan el uno del otro no lo podemos saber, cuánto se admiraron, o quizás, se envidiaron, solo ellos lo saben. Ellos saben también, mejor que cualquier crítico, más que cualquier obsesivo aficionado, cuánto se deben el uno al otro, cómo fueron mejores porque coexistían. Sería una lástima, un desperdicio, que no se hablaran. Picasso, que pasó medio siglo en feroz rivalidad con Matisse, famosamente le dijo a su colega: «Tenemos que hablarnos tanto como nos sea posible. Cuando uno de nosotros muera, habrá cosas que el otro no podrá decir a nadie más». Silvio y Pablo tuvieron la suerte, inconmensurable, de estar juntos, de llegar simultáneamente a nuestra historia, y aunque se marchen de ella por separado, y aborreciéndose, serán recordados en inexpugnable comunidad.

Su época, sin embargo, ya pasó, el ciclo histórico que sus canciones celebraron e iluminaron, ha concluido. Habiendo llegado casi a los setenta, y sin el formidable impulso moral y emocional de la Revolución, que fue su inspiración y su infinito escenario, Silvio y Pablo ya no son parte de un movimiento, de una radical reforma en nuestras artes y en nuestra política, de un cambio solar en nuestra sensibilidad y nuestro vocabulario, no son ya los heraldos de un luminoso futuro socialista y de la inminente liberación latinoamericana, sino, apenas, aunque parezca mucho, artistas eméritos, glorias de Cuba, los restos, magníficos y desoladores, de la desaforada imaginación, de la ambición olímpica (¡el hombre nuevo!, ¡la nueva canción!) de aquella época. Sus canciones seguirán escuchándose por muchos años más, y es incluso probable que los jóvenes del 2011 todavía tengan muchas de ellas como favoritas. Silvio y Pablo son excepcionalmente prolíficos, seguirán componiendo piezas excelentes hasta el final. Pero ya no habrá, casi con seguridad, otro «Ojalá» ni otro «Yo no te pido», ninguna nueva canción de comparable resonancia. Ellos están, como todos nosotros, atrapados en este prolongadísimo fin du régime, en esta lenta conclusión de la era revolucionaria, y tratan, de maneras fieramente distintas, de hallar su sitio, tanto en el pasado, en la procelosa historia cubana de las últimas seis décadas, como en el aún indescifrable futuro. Como todos los cubanos, Silvio y Pablo viajan a la vez en dos direcciones opuestas, se abren camino, casi a ciegas, a través de la presente incertidumbre, y también, como pueden, tropezando y cayendo continuamente, marchan hacia atrás, hacia las regiones capitulares de nuestra memoria, tratan de entender y explicar, hasta donde se puede ahora, todo lo que nos ha ocurrido.

Silvio, en particular, parece decidido a sostener la teleología revolucionaria que le da sentido y organización a su propia obra. «Cuando miro a mi vida», le dijo a El Nuevo Herald en 1997, «con sus altibajos, sus sombras y sus luminosidades, la distingo, casi en su totalidad, envuelta por la Revolución. Cuando miro a mis canciones, y percibo a este hombre imperfecto, asediado por demonios externos e internos —los peores— no puedo dejar de ver una correspondencia entre lo que soy, lo que canto y la Revolución”. En una insólita serie de cartas cruzadas con Carlos Alberto Montaner en la primavera del año pasado, Silvio intentó describirse: «En algunas entrevistas y canciones (…) he señalado lo que he considerado criticable del proceso revolucionario. En otras he apoyado este proceso, sin caer jamás en el servilismo o el panfleto. No hay dualidad en esto. En ambas facetas soy el mismo cubano pretendiendo servir a los suyos». «Mi suerte histórica está echada», dijo hace poco a los estudiantes de periodismo de la Universidad de La Habana. Hace 20 años declaró, atronadoramente, en la muy vilipendiada baladilla «El necio», su amplia indiferencia por el destino, por el Juicio Final de la Revolución. «Allá Dios, que será divino… yo me muero como viví», cantó en el fatídico 1991 en el Teatro Heredia de Santiago de Cuba, frente a los delegados del IV Congreso del Partido, aquel trágico descongreso que desoyó la vigorosa demanda popular en favor de una apertura política, y en cambio decretó un régimen de eterna excepcionalidad del que todavía el país no ha salido. Fue aquella actuación de Silvio un prematuro testamento, la sorprendente admisión de que el ciclo más fértil de su obra, como la Revolución, estaba en lo fundamental terminado, y era necesario, dada la suprema gravedad del momento, prepararse para salir del escenario, con suficiente dignidad, si las cosas llegaban a ese punto. Ya entonces, a inicios de los noventa, otros artistas, Santiago Feliú, Carlos Varela, Polito Ibáñez, más ambiguos, ideológicamente, con una afiliación política más imprecisa y polémica, más mordaces, menos altisonantes, parecían más aptos que Silvio o Pablo para registrar las notas melancólicas, desesperadas o hasta lúgubres de aquella catástrofe nacional, y eran claramente preferidos en algunas secciones del público. Si el gobierno cubano se hubiera derrumbado en el invierno de 1992, en el horrífico 93, o hasta en el verano de 1994, «El necio» hubiera sido la última, dolorosa, obstinada canción de la Revolución, su jovial marcha fúnebre. Pero pasaron el 93, el 94, y muchos más años, y nada, o todo cambió, y «El necio» se convirtió, por el contrario, en el himno de la parálisis, la patética marsellesa de una era de decadencia y dispersión, el hipócrita canto de guerra de la fatalidad.  

En el 98, sin que nadie ya se sorprendiera, Silvio aceptó un título de diputado a la Asamblea Nacional, donde no pintaba nada, y donde nada hizo durante dos tediosas, inútiles legislaturas que tuviera mucha consecuencia, salvo, crucialmente, votar en la sesión del 26 de junio del 2002 a favor de la absurda enmienda constitucional que declaró «irrevocable» el sistema político del socialismo cubano, como si algo hubiera en el mundo, además de la sucesión de los días y las noches, y la muerte, que no se pudiera revocar. Aquel día, quién recuerda dónde estaba Pablo, mal mirado desde que la fundación que había creado con su nombre en 1993, y que en solo dos años creció hasta igualar en número, variedad y valor de proyectos a cualquier otra institución artística cubana, fuera clausurada, zhdanovistamente, por el Ministerio de Cultura. Varado en la Asamblea Nacional, rodeado de esos esperpénticos diputados cubanos cuyas únicas funciones son asentir y aplaudir, Silvio, ignominiosamente, calló durante la gran redada policial de la primavera del 2003, cuando 75 activistas de la oposición ilegal fueron detenidos y arrojados a las cárceles, condenados a penas tan severas que cualquier despistado hubiera creído que aquellos infelices habían intentado prenderle candela al Capitolio o volar Santa Ifigenia con todos sus muertos gloriosos adentro. Junto a otros excepcionales artistas cubanos, Silvio firmó una carta que reprochaba a varios intelectuales extranjeros sus críticas al gobierno de la isla por su cruzada represiva contra la escuálida oposición interna, y por el fusilamiento, sumarísimo, tan rápido que la sentencia no había sido terminada de leer cuando sonaron los disparos, de tres buscavidas que habían secuestrado una lancha para huir del país. La carta, redactada con mucha maña, no aprobaba explícitamente los arrestos y fusilamientos, pero con soberana descortesía achacaba las críticas de antiguos admiradores de la revolución a la distancia y la desinformación, como si José Saramago, el más notable de los destinatarios del mensaje, hubiera vivido en Marte, o estuviera ya senil. Aquella carta fue el acta de disolución de una generación de intelectuales revolucionarios cubanos, la confesión de su irreparable debilidad política y moral, la prueba pesadísima de su incapacidad ya no para demandar una apertura nacional, sino para, al menos, no dejarse utilizar en una rudimentaria y contraproducente maniobra de propaganda justificando la agresión contra la libertad y los derechos de un puñado de ciudadanos. Entre los nombres ilustres que aparecieron al pie de la carta, faltaba el de Pablo. A Montaner, el año pasado, Silvio le confesó que siempre había «reprobado» el hundimiento del remolcador «13 de Marzo» en la Bahía de La Habana en julio de 1994, provocado por la embestida de embarcaciones policiales que trataban de impedir la fuga del país de un grupo de desesperados, y que costó, al final, 41 vidas. También le dijo que no estaba de acuerdo con los «actos de repudio» contra los grupos y activistas opositores, las cargas de la muchedumbre fanática y brutal contra quienes llaman «mercenarios», «gusanos», «traidores», y, ridículamente, «terroristas». Cualesquiera que sean sus opiniones sobre esos incidentes, Silvio se había abstenido de hacerlas públicas hasta que fue provocado por Montaner, y su silencio, como el de otros intelectuales cubanos, equivale a una vergonzante aprobación, a un ponciopilatesco lavado de manos. A Pablo, por el contrario, no hay quien lo calle.

Durante los últimos años, han llegado con cierta recurrencia noticias de lo que Pablo anda diciendo abiertamente por el mundo, aunque en Cuba solo lo diga, si acaso, en privado. Hace unos pocos días, en Uruguay, le dijo a la prensa que Cuba era «un caos» y que Fidel y Raúl Castro sabían que tenían que dejar todo «en su buen término» antes de retirarse o morir. «Estamos en una situación donde tenemos que hacer algo», dijo Pablo, pero notó que no se sabe a dónde las reformas actuales llevarán al país, y si tendrán efectos positivos. Sin morderse la lengua: «El gobierno debe tener una actitud abierta ante quienes piensan distinto, las cosas se discuten». Y más: «Todo ser humano tiene derecho a la libertad, sin tener miedo de quienes están en el poder. Cuando cayó el régimen socialista en la URSS hemos tenido una oportunidad que no supimos aprovechar». En La Habana, cada vez que llegan reportes de una nueva tirada de Pablo, el ministro de Cultura, Abel Prieto, se mesa los cabellos, se pregunta qué hacer con el díscolo artista. El año pasado, cuando Pablo le dijo en una entrevista a El Mundo que los revolucionarios cubanos se habían convertido en «reaccionarios de sus propias ideas» y que «las ideas se discuten y se combaten, no se encarcelan», el diligente Cubadebate le dedicó un dolido reproche. El columnista Carlos Almaguer Rodríguez incluso se negó a admitir la existencia de este Pablo indócil y lenguaraz, y reclamó de vuelta al de los ochenta, como si Pablo tuviera la obligación cívica de ser todavía en el siglo XXI el mismo que era 20 años atrás. «Para mí y para muchos jóvenes cubanos», afirmó Almaguer, «Pablo Milanés no será nunca este que El Mundo dice y que en grande alharaca rebotan los medios masivos de desinformación de las hipócritas democracias occidentales, sino aquel cantor humilde que con su voz prístina e inolvidable nos enseñó Cuánto costó este cielo,/ cuánto la tierra amada,/ cuánto alzar la bandera que inmolarse los vio». Fue Silvio, para su crédito, el que salió a defender a Pablo en el propio Cubadebate: «Si respetan tanto al creador, como dicen, ¿por qué no le respetan que dude y diga lo que piensa? ¿Qué se gana con este cuestionamiento público (…)? No sigamos enredando más la pita, que ya está bastante difícil». El desolado columnista Almaguer probablemente recuerda a un Pablo distinto del que el mismo artista cree haber sido. En el 2003, Pablo le dijo a El País que nunca había estado «en la cabecera del régimen» y que no le gustaban ni los generales ni los ministros. «A mi casa acuden casi siempre marginales, que me gustan más». Algo más recientemente, en una entrevista con Público en 2008, Pablo hizo toda una disertación: «Hay que pasar el testigo a las nuevas generaciones para que hagan otro socialismo, porque este socialismo ya se estancó. Ya dio todo lo que podía dar, momentos de gloria, cosas imperecederas que aún perviven en la memoria y en los hechos cotidianos del cubano, pero tenemos que hacer reformas en muchísimos frentes de la Revolución, porque nuestros dirigentes ya no son capaces. Sus ideas revolucionarias de antaño se han vuelto reaccionarias, y esa reacción no deja continuar, no deja avanzar a la nueva generación que viene implantando un nuevo socialismo, una nueva revolución que hay que hacer en Cuba». Y, sorprendentemente: «Yo no confío ya en ningún dirigente cubano que tenga más de 75 años (…) ya están listos para ser retirados». En su polémica con Montaner, Silvio, por el contrario, declaró rotundamente que no le molestaba «un gobierno de ancianos». «En muchas culturas antiguas, tener edad, por la sensatez inmanente, era un requisito para gobernar». Es una diferencia central, mientras Pablo reclama un urgente cambio político, y señala, con amargura, que «en libertades vamos hacia atrás», Silvio, con exasperante timidez, oscuramente, pide apenas, en «Sea señora», una de sus peores canciones:

A desencanto opóngase deseo,
Superen la erre de revolución,
Restauren lo decrépito que veo.
Pero déjenme el brazo de Maceo
Y para conducirlo, su razón.

Estos dos hombres extraordinarios, de los más notables que Cuba haya tenido, han terminado por representar el shakesperiano dilema de la izquierda cubana posrevolucionaria, aún en fase de constitución, e indecisa entre sus dos feroces alternativas, seguir esperando, en abnegado, militante mutismo, que Fidel y Raúl Castro y su claque de generales y torvos burócratas activen, por propia voluntad, una real reconstrucción democrática de Cuba, una reforma capital de la política y la economía de la isla que devuelva al país todas sus libertades y su extraviada esperanza, o bien comenzar a reclamarlas, a pedirlas a gritos, y denunciar los crímenes y abusos cometidos en nombre de la Revolución, rescatar los frágiles ideales, el sueño, el canto vital de la Revolución de la cárcel, el exilio y la decepción. El desastroso VI Congreso del Partido, cerrado hace unas horas con la reelección rotunda de la misma provecta junta que ha llevado al país al borde del abismo, en la frase aterradora del propio Raúl, lo que ha hecho es volver este dilema aún más evidente, más bruscamente inmediato. Si la izquierda cubana esquiva esa decisión, la evita, o se equivoca al escoger, corre el riesgo de perder cualquier legítima aspiración de poder en el futuro, y de entregar lo más valioso, lo más inmaculadamente puro del legado revolucionario a una implacable, arrasadora revisión de derechas. Raúl Castro terminaría cediendo el poder no a una democracia popular, inclusiva, plural, libre, sino a la reacción, tan autoritaria, o más, que el gobierno al que sucedería. Sería bueno que Silvio y Pablo, si es verdad que no se hablan, borraran todas sus inquinas, se perdonaran sus mutuos agravios y se sentaran en Madrid, en Londres o en La Habana, a conversar, a discutir, o a cantar, si es que lo prefieren. Algo hay que salvar de esta calamidad. No podemos darnos el lujo de perderlo todo.

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La desgracia de los apagones por todas partes.

Por René Gómez Manzano.

Desde la noche de este jueves, el interés de la propaganda comunista cubana se centró en la “comparecencia especial” del presidente y primer secretario Miguel Díaz-Canel Bermúdez. Participaron también el “comandante de la Revolución” Ramiro Valdés, el Ministro de Energía y Minas y otros altos funcionarios del ramo. El tema del evento fue la preocupante situación electroenergética nacional.

Esta intervención extraordinaria fue realizada en el horario más estelar de la Televisión Cubana, justo antes de la telenovela brasileña. Esta circunstancia, unida al hecho de haber eliminado el programa de agitación y propaganda Con filo, demuestra a las claras la honda preocupación que este asunto de los apagones provoca en las altas esferas del régimen castrista.

La peroración diazcanelista tuvo varios aspectos. En una primera fase, el mandamás repasó los “estados de opinión de la población”. Se trata de lo que, en un lenguaje un poco más coloquial, se conoce entre los apapipios del régimen como “la opinión del pueblo”. Estamos hablando de una red de informantes voluntarios que comunican a la dirigencia del partido único las opiniones que pueden escuchar sobre temas de interés público.

En esa actividad, esos señores no llegan a alcanzar la categoría de chivato: no es necesario que expliciten quién expresó la opinión discrepante. Sólo se requiere la transcripción de lo que se dijo y oyó. O sea: que se narra el milagro, pero sin tener que mencionar al santo. Mediante esa táctica, el régimen elude el rechazo que la delación despierta hasta entre sus mismos partidarios.

Es de ese modo primitivo que los mayimbes castristas se enteran más o menos de lo que en verdad piensa el pueblo cubano. Aquí conviene volver sobre la misma idea anterior: esa información está reservada para la alta jefatura. Si en esta oportunidad esa plana mayor tuvo a bien compartir con los simples ciudadanos esa faceta de la realidad, fue sólo por una especial merced que nos hizo el jefe supremo, la cual se explica por el temor que el tema de los apagones provoca en las altas esferas.

En una segunda etapa, Díaz-Canel se puso de pie ante una tabla en la que figuraban dos curvas estadísticas casi paralelas, de colores rojo y verde, respectivamente. Sin molestarse en explicar a los televidentes qué representaba cada una de ambas líneas, el Primer Secretario del único partido brindó a aquellos una explicación general sobre los problemas de la generación eléctrica.

En resumen, el cuadro descrito por el jerarca supremo fue nada halagüeño. Lo anterior incluye un reconocimiento sorprendente: “Hemos tenido que parar actividades importantes de nuestra economía porque el combustible lo hemos puesto en función fundamentalmente de la generación eléctrica y sobre todo para satisfacer las necesidades de la población”.

En otra parte de su perorata, según Cubadebate, Díaz-Canel citó una interrogante popular: “¿Por qué no se han hecho nuevas inversiones en termoeléctricas?, se pregunta la población”. Y respondió: “Una inversión en termoeléctricas es sumamente costosa para el país y demora años”. En definitiva, informó que ahora, en una negociación con un misterioso “país amigo”, sí se está tratando sobre la instalación de tres o hasta cuatro bloques de generación nuevos.

Y aquí me parece que conviene hacer una consideración general sobre el sistema dirigista imperante. Una de dos: o la “planificación socialista” no se acerca ni de lejos a las maravillas que dice de ella la propaganda castrista (en cuyo caso convendría prescindir de ese mecanismo inoperante), o en verdad es excelente (pero entonces los responsables del nuevo fracaso serían los encargados de planificar, que deberían ser removidos en masa).

En resumidas cuentas, el gran afectado seguirá siendo el mismo de siempre: el resignado Liborio Pérez, personificación del pueblo cubano. Él seguirá sufriendo los molestos apagones, que se harán aún más intolerables este verano, cuando los inquilinos de las casas de inquilinato (que a menudo hasta carecen de ventanas) no pueden soportar el calor de sus habitáculos sin un ventilador que al menos les eche un poco de fresco.

Y fue justamente el paciente Liborio uno de los convocados por el Presidente no votado por el pueblo: “En el país hay casi cuatro millones de viviendas, si solo tres millones apagaran un bombillo de 20 watt que puede estar innecesariamente encendido, eso representaría inmediatamente una potencia de 60 megawatt”.

Esa cuenta, que me hizo recordar al Gran Capitán, nos lleva de lleno al papel que a la misma víctima de los apagones le corresponde desempeñar en la solución de ese mal. Esa pretensión, a su vez, me lleva a rememorar una anécdota real que viví en los años ochenta del pasado siglo. No culpo a los que duden de su veracidad: reconozco que yo mismo no la habría creído si no hubiese vivido y padecido aquella inverosímil realidad.

Una noche, me encontraba yo de visita en la casa de un amigo, que.  por entonces residía en la callecita Rodríguez Fuentes, del barrio habanero de Lawton. En el inmueble (y en el conjunto de la cuadra) reinaba total oscuridad, pero los alrededores estaban iluminados. Extrañado, cuestioné a mi amigo. Este, con aire mohíno, me reveló la alucinante explicación: “Es que estamos en un apagón voluntario…”.

Resultaba que todas las casas de la cuadra estaban recibiendo fluido eléctrico. No obstante, al parecer por una decisión tomada a nivel de CDR (Comités de Defensa de Revolución), se había optado por prescindir “voluntariamente” de su disfrute. Y, en efecto, pude ver a dos sujetos que, en medio de la oscuridad, deambulaban por el medio de la calle, mirando con ceño adusto hacia el interior de las viviendas, para ver si algún vecino osaba encender un bombillo o un televisor. “Ese es el Presidente del CDR”, explicó mi amigo.

Aquella alucinante realidad me hace formular una sugerencia -que es también un desafío- a Díaz-Canel, sí, pero también al espía Gerardo Hernández Nordelo, que, emulando con un egiptólogo que pretendiese revivir la momia de Ramsés II, aspira -¡a estas alturas!- a reactivar la moribunda (por no decirle ya muerta) institución cederista que le han confiado.

La sugerencia-desafío consiste en lo siguiente: ¿Qué les parece la idea de aprovechar la “elevada conciencia revolucionaria del pueblo” para convocarlo a un “apagón voluntario”! ¡Pero no a nivel de callecita secundaria de un suburbio habanero, sino a escala nacional! Si la idea (que no es mía, sino de un desconocido presidente cederista de los años ochenta) triunfa, ¡se acabarían de una vez los apagones! ¿O no!

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viernes, 17 de junio de 2022

Pueblo de Cuba, prepárate pa’ lo que viene.

Por Javier Prada.

Miguel Díaz-Canel durante su comparecencia televisiva.

Con su panza compacta y más maquillado que una geisha, el gobernante Miguel Díaz-Canel compareció en televisión para justificar la lluvia de apagones que padecerán los cubanos en los meses más calurosos del año. Su intervención, como la de Liván Arronte (ministro de Energía y Minas) y la de un funcionario de la Unión Eléctrica al que apenas se le entendía lo que hablaba, resultó tan insoportable, que pocos llegaron al final de ese “programa especial” cargado de malas noticias.

No hay generación suficiente, ni la habrá; se está trabajando con el crudo nacional, que contiene demasiado azufre y deja las calderas con incrustaciones que dificultan su adecuado funcionamiento; el “bloqueo”, la crisis global generada por la pandemia y la compleja situación internacional que, al menos para el régimen, nada tiene que ver con la guerra en Ucrania que ha disparado el precio del combustible, son las causas de que los cubanos deban regresar a los apagones del Período Especial.

De la ineficiencia de un régimen que lleva seis décadas hablando de ahorro y pidiendo prestado, nada que decir. La imagen de Díaz-Canel explicando gráficos que a nadie le interesan, sorteando sin éxito la contradicción de asegurar que están haciendo todo lo posible para que en el verano haya menos interrupciones del fluido eléctrico, pero a la vez anunciando trabajos de mantenimiento para los meses de julio y agosto, provocó que los cubanos alcanzáramos un nuevo pico de indignación.

Power Point y teque. Hasta ahí llega la creatividad de Díaz-Canel, para disgusto de Amelia Calzadilla, quien deberá exigirle otra cosa en su próxima directa, porque si de algo carece ese tipo y el Gobierno de Cuba en general, es de inventiva. Un poco antes de la comparecencia televisiva del mandatario, el Canal Habana había transmitido un reportaje sobre la crisis energética que atraviesa esa parte de Cuba que queda fuera de la agenda hotelera de López-Calleja y los muchos negocios manejados por la cúpula, sus descendientes y compinches.

Como si no hubiésemos hecho otra cosa desde que Fidel Castro bajó de la Sierra Maestra, los artífices de la continuidad nos cuentan, a la altura del siglo XXI, que “tenemos que ahorrar por todas partes”. Cualquiera pensaría que ellos también se incluyen en el segmento de consumidores obligado a ahorrar. Cualquiera pensaría que Díaz-Canel sabe de qué está hablando cuando menciona los “incómodos apagones”, mientras trata de recordar, desde su confort actual, los años en que servía a la Revolución, pedaleando Santa Clara sobre una bicicleta china con aires de hippie integrado.

Díaz-Canel quiere que los cubanos creamos que él y la “primera dama” que “trabaja en su trabajo”, tienen “el corazón en modo estropajo” por los cortes de luz, y que deben afrontar largas jornadas de labor después de haber pasado la noche sin dormir, alternándose con el resto de familia para abanicar al pobre nieto Mauro y evitar que los mosquitos se lo comieran vivo. Allá en el intrincado Cubanacán, donde dicen que viven hacinados todos los miembros de la familia Díaz-Canel, no llega el gas manufacturado ni el camión que reparte las balitas de gas licuado, debido a la falta de combustible.

Ya veo a Díaz-Canel aparcando el Mercedes Benz que lo sacó de Regla hace tres años huyendo de los vecinos damnificados por el paso del tornado. Lo veo arrastrando el carrito con la balita del gas para rellenarla en el punto más cercano que le queda a tres kilómetros, escoltado por dos o tres guardaespaldas que de cuando en cuando tienen que aflojar el paso para que el mandatario los alcance, porque el pobre, se fatiga. Es mucho el calor, demasiado abultada su barriga, y brutal la caminata.

Con el severo sistema de ahorro que se impondrá, es de esperar que en las próximas semanas los ministros, primeros secretarios del PCC y lamebotas de todo plumaje aparezcan en televisión visiblemente más delgados, pues tendrán que arreglárselas a pie. Siempre les queda la opción de hacer carpool e ir soltando a cada lacra en su ministerio; pero con lo mal que se llevan entre ellos, es probable que prefieran caminar.

Los cubanos podrán verlos en las calles para gritarles cuanto tienen atorado en el pecho, y hasta hacerles pasar un buen susto; porque llegados a este punto todos los dirigentes cubanos, sin excepción, califican para lapidación pública. Es lo que merecen por corruptos, incompetentes y abusadores.

Solo en el universo paralelo que habitan es posible imaginar que la patrulla “click” irá por todo el barrio tocando puertas para recordarles a los residentes que deben usar sus electrodomésticos lo menos posible, como si la tarifa de la electricidad posterior al “reordenamiento” no fuera disuasión suficiente para ello. Solo alguien que está desconectado de la realidad ciudadana de Cuba puede suponer que los hastiados habitantes de esta isla-mazmorra aceptarán que “los factores de la comunidad” les regulen el uso de los aires acondicionados bajo una solana inclemente, y sabiendo que esos factores son los mismos que se dedican a chivatear y medrar a la sombra de la dictadura, los que durante la pandemia se prestaron para la lucha contra los coleros y todo lo que hicieron fue beneficiarse ellos mismos tanto o más que el “enemigo” que debían combatir.

La crisis actual se parece en casi todo a la de los años 90, pero una de las diferencias fundamentales es esa: no hay utopía que defender, ni gente dispuesta a arriesgar su pellejo con tal de ser el guatacón modelo del barrio. Lo que viene es mucho peor y el régimen lo sabe; de ahí el nuevo Código Penal, que pese a toda su crueldad no será suficiente para contener la explosión social.

Mientras tanto, Cubadebate glorifica a un ingeniero que lleva más de 90 días trabajando en la termoeléctrica de Felton, lejos de su familia que lo espera “para la celebración del 26 de julio”, que tendrá por sede a la ciudad de Cienfuegos. La prensa estatal se hunde bajo el peso de sus falsedades, y el régimen se prepara para evitar la única celebración que cabe en el mes de julio: el 11J glorioso de un pueblo que no quiere saber de justificaciones ni continuidad.

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