domingo, 2 de julio de 2023

Moscú tiembla y se siente en La Habana.

Por Ernesto Pérez Chang.


Días de grandes tensiones en Moscú y por supuesto que de mucho nerviosismo en La Habana donde la noticia del avance del Grupo Wagner en rebelión contra Vladímir Putin, las negociaciones para una retirada hacia Bielorrusia donde aún nadie sabe lo que está por ocurrir, mostraron los puntos débiles y la poca solidez de una alianza con Rusia, a pocas horas de la visita del primer ministro Manuel Marrero al cuartel general de nuestro nuevo “benefactor”.

El silencio de los medios de prensa del régimen durante los acontecimientos fueron la clara señal de que algunos entusiastas continuistas de la “rusificación 2.0” se comían las uñas bajo la cama mientras escuchaban las amenazas de Yevgueni Prigozhin, y solo faltó un nuevo apagón de internet para completar el “protocolo” de toda crisis en estallido en la Isla, pero la retirada de los rebeldes no lo hizo necesario.

Moscú, por el momento, pudo controlar la situación pero al precio de la humillación sufrida por Putin, el “tipo duro del barrio” tras el cual intentan escudarse los comunistas cubanos. Todo ese discurso que hemos escuchado durante estos meses, donde una economía sale a flote por obra y gracia de los millones de rublos que fluirán desde el Kremlin hasta la Plaza de la Revolución, comienza a hacer aguas mucho más pronto de lo que cualquiera pudo imaginar.

No ha llegado ni siquiera el primer barco decombustible prometido en el acuerdo pactado a inicios de junio, ni se ha sembrado la primera caballería de tierra de las cedidas en usufructo por 30 años cuando las enormes grietas del “poderío ruso” han salido a la superficie avizorando un “desmerengamiento” peor que el de los años 90, en tanto aquel del “Período Especial” no alcanzó -gracias a las inversiones extranjeras en turismo- a arrastrar consigo al castrismo, solo a herirlo de gravedad, pero el de ahora, con todos los indicadores económicos, políticos y sociales en negativo, sí pudiera ser la estocada final, aun cuando Putin logre retener unos años más el poder en tanto mantener contento al líder del Grupo Wagner o desaparecerlo, aun con la ayuda de su aliado Lukashenko, habrá de costarle mucho más que mantener a flote al régimen cubano.

Entre el complejo camino que ha tomado la invasión a Ucrania, la impopularidad evidente en el desenfado con que fueron recibidas las tropas de Prigozhin en los territorios por donde avanzaron y las otras amenazas internas aún en desarrollo (y alentadas por los acontecimientos), que se deducen de lo ocurrido, los recursos que demandará Putin para sostenerse en el poder no serán suficientes para dedicarse a honrar compromisos con Cuba, una jugada de puro alarde frente a Washington, y que incluso pudiera agravar los problemas de seguridad.

Y este “final del juego” lo identifican muy bien los militares cubanos, mucho más los que han sido formados en las academias soviéticas y rusas, de modo que la avalancha de informes sobre “posibles escenarios en el futuro inmediato”, nada alentadores, quizás ha comenzado a formar una montaña de desilusión en las oficinas del Consejo de Estado y el Comité Central del Partido.

Se ha armado el zafarrancho cuando ni siquiera cuentan con un plan B que les permita hacer variaciones a ese “cuento ruso” que, aunque parezca que no, ha logrado embelesar a unos cuantos (más por aquí abajo que por allá arriba) con eso de los supermercados de productos rusos y la carne rusa “a la patada”.

No por otra cosa las primeras expresiones populares que se escucharon en redes sociales y hasta en las calles de la Isla, a raíz de la rebelión del Grupo Wagner, se referían al hambre y los apagones que se avecinaban aun cuando estos ni siquiera son asuntos resueltos en la actualidad.

De hecho, cuando habían prometido un “verano sin apagones”, confiados en el petróleo que “palabrearían” en Moscú, van saliendo ahora, a punto de entrar en julio, con las advertencias de lo que pudiera pasar en breve si “la demanda de energía se mantiene tan alta como está”, un modo “sagaz” de ir “poniendo el parche” antes de que el hueco, sin dudas abierto, comience a hacerse visible para esos pobres hombres y mujeres de a pie que no conviene que vean demasiado.

Rusia comenzó a hundirse desde mucho antes de avanzar contra Ucrania, es cierto, y esa inseguridad, desespero y debilidades internas condujeron a ese arrebato de violencia, a esa jugada demencial, pero durante este fin de semana se hizo evidente que Putin es mucho más vulnerable y “derrotable” que hace unos meses atrás, e igual mucho más peligroso como toda fiera acorralada.

Ojalá que, previendo el desastre que se avecina, los bien entrenados oportunistas de por acá entiendan que es hora de soltarle la mano a quien se ahogará irremediablemente, porque no les queda otro plan B que no sea el de nadar con todas las fuerzas hacia la orilla más cercana.

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