sábado, 12 de agosto de 2023

A 90 años de la caída del régimen de Gerardo Machado.

Por Luis Cino.

El régimen de Gerardo Machado se desplomó el 12 de agosto de 1933, cuando el general presidente, con sus adversarios pisándole los talones, se fue de Cuba en un avión que lo conduciría a Nassau (Bahamas).

Presionado por el ejército y por el enviado del presidente Roosevelt, Sumner Welles -quien, más que mediar, conspiraba abiertamente con varios sectores de la oposición-, con la violencia revolucionaria en ascenso y el país paralizado por una huelga general que entraba en su sexto día, a Machado no le quedó otra salida que huir.

A propósito de aquella huelga general, los comunistas, liderados por Rubén Martínez Villena -un poeta comunista, enamorado de la Rusia bolchevique, que clamaba por “una carga para matar bribones, para acabar la obra de las revoluciones” y que alguna vez tuvo en sus planes un ataque aéreo contra el Palacio Presidencial-, luego de haberse opuesto durante años a la dictadura machadista, unos días antes de la caída de esta, en una jugada que resultaría totalmente errada, pactaron secretamente con el régimen y retiraron su apoyo a la huelga a cambio de ser legalizados y reconocidos como partido político.

El 7 de agosto, cuando se corrió el falso rumor de que Machado se había ido (rumor supuestamente propalado por la organización opositora ABC), la policía masacró a los que se lanzaron a la calle a celebrar. Pero cuando el día 12 se supo de la huida del dictador, varias decenas de machadistas, principalmente policías, chivatos y porristas de la Liga Patriótica, fueron linchados y muchas casas de funcionarios gubernamentales fueron saqueadas e incendiadas.

El general presidente.

El gobierno de Gerardo Machado había durado ocho años. Ex General mambí, Machado, como candidato del Partido Liberal, ganó por amplio margen las elecciones presidenciales de 1924. En sus primeros cuatro años, por su exitoso desempeño, contó con el apoyo de gran parte de la población, pero lo que bien empezó terminó convertido en una dictadura que generó mucho odio y derramamiento de sangre.

Machado, quien, según los estándares de hoy, clasificaría como un populista de derecha, cumplió el lema de su campaña electoral: “agua, caminos y escuelas”. Durante su gobierno, se llevó a cabo un ambicioso plan de obras públicas, que incluyó la construcción de la Carretera Central (1926) y el Capitolio (1928). Si su gestión administrativa no obtuvo mejores resultados fue porque sobrevino la crisis económica mundial de 1929.

A diferencia de los gobiernos que lo precedieron (José Miguel Gómez, Mario García Menocal y Alfredo Zayas), el de Gerardo Machado no se caracterizó por la corrupción. Pero Machado tampoco pasaría a la historia por su honradez, sino por su desmedida ambición de poder y su autoritarismo.

Machado perdió el favor popular cuando, aconsejado por sus aduladores y tentado por la experiencia de Mussolini en Italia, se creyó insustituible para la buena gobernanza del país, y mediante la llamada “Prórroga de Poderes” y el Cooperativismo, modificó la Constitución para reelegirse y poder ocupar la presidencia por seis años más, los que necesitaba, según afirmaba, para “completar su obra de gobierno”.

Ante la resistencia que encontró, Machado no vaciló en recurrir a la más cruda represión e incluso la tortura y los asesinatos de opositores, líderes obreros y estudiantiles.

Los grupos que combatían a Machado, tanto de la extrema derecha (el ABC) como de la izquierda radical, no dudaron en recurrir a métodos francamente terroristas. Un ejemplo de ello fue cuando en 1932 los revolucionarios asesinaron en un atentado al senador Clemente Vázquez Bello para volar el previamente dinamitado Cementerio de Colón cuando Machado asistiera al sepelio. Si el plan no tuvo éxito y provocó una masacre en el camposanto fue porque a última hora la familia de Vázquez Bello decidió sepultarlo en Santa Clara, de donde era oriundo, y no en La Habana.

La maldición de Machado.

Dicen que Machado -que murió en 1939, a los 67 años, en Miami -, cuando escapó de Cuba, exclamó: “Después de mí, el caos”. Otros afirman que lo que auguró el General Presidente fue “el diluvio”. Y aseguran muchos santeros que Machado “le echó a Cuba un daño”, una brujería que habrían preparado los más sonados mayomberos y ganguleros que encontraron los secuaces del dictador, y que desde 1928 estaría enterrada bajo una ceiba, en el habanero Parque de La Fraternidad.

Uno pudiera pensar que los malos augurios y la maldición de Machado se han cumplido al pie de la letra. Basta repasar la historia de Cuba en los noventa años transcurridos desde aquel 12 de agosto de 1933.

Para empezar, tras la caída del régimen de Machado, sobrevino efectivamente el caos que predijo el tirano: Cuba tuvo cuatro gobiernos en poco más de un año, entre 1933 y 1934. Y de ese turbulento período emergió un “hombre fuerte” que de sargento taquígrafo pasó a coronel y luego a general y jefe de las fuerzas armadas: Fulgencio Batista.

Raúl Roa, el canciller del castrismo, aseguraba que “la revolución del 30 se fue a bolina”. Pero, lejos de eso, aquel papalote pesaría ominosamente sobre Cuba, y aún la sobrevuela.

No bastaron para escarmentar a los servidores de las tiranías las represalias de agosto de 1933 contra los porristas. Por el contrario, los sicarios de la Liga Patriótica servirían de inspiración para las brigadas de respuesta rápida del castrismo.

Los grupos que combatieron a Machado, como Joven Cuba, al considerar frustrada su lucha e incumplidos sus objetivos, originaron el pandillerismo revolucionario, que no pudo ser combatido eficazmente por los gobiernos democráticos de Grau y Prío, porque ellos, que también fueron revolucionarios, se sentían comprometidos con sus antiguos compañeros de lucha.

A la Revolución del 30 le debemos el mesianismo revolucionario, el antiamericanismo, el desencanto democrático, el culto a la violencia política. Todo ello condujo a la revolución de Fidel Castro, que brotó, cual genio maléfico, de la botella de las frustraciones republicanas.

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