sábado, 26 de agosto de 2023

Putin, un asesino que anda suelto.

Por Alberto Méndez Castelló.

El mundo está en peligro por un ególatra y Cuba todavía se encuentra en más riesgo que otras regiones del universo por sus relaciones con Rusia y su cercanía geográfica con Estados Unidos. El conflicto que (ojalá) puede no suceder u ocurrir inminentemente intempestivo, sin solución, vino a recordármelo el pasado miércoles la explosión en una lujosa aeronave, en vuelo de Moscú a San Petersburgo, y la muerte de sus diez pasajeros, entre los que se encontraba Yevgeny Prigozhin, tristemente recordado porque fuera dueño y líder del grupo Wagner, una de las más célebres agrupaciones mercenarias rusas por su capital, armamento, ramificaciones internacionales, atrocidades cometidas y, sobre todo, por la sublevación protagonizada hace dos meses, cuando marchó con sus blindados y estuvo a 200 kilómetros de Moscú.

Imaginan ustedes… ¿En tiempos de Stalin qué hubiera hecho el dictador con los amotinados? ¿Los hubiera “perdonado” como hizo Putin con Prigozhin y complotados para luego deshacerse de ellos, o los hubiera sometido a una orquestación judicial?

Aunque las analogías no hacen buenas sustancias en asuntos jurídicos de juicio -salvo en casos de precedentes-, sí parece no haber dudas que las aproximaciones en los hechos históricos nos conducen a resultados parecidos, y, todavía más, cuando los individuos involucrados poseen algún rasgo de personalidad semejante. Concordaremos entonces que José Stalin es recordado como un sujeto cruel y vengativo, del mismo modo que hoy vemos resaltar el temperamento del actual gobernante ruso Vladimir Putin.

Pero aunque Stalin es responsable por la muerte de miles de personas y el encarcelamiento, deportación y trabajos forzados de millones de seres humanos, casi siempre con el empleo de procesos judiciales amañados -recuérdese las causas contra los médicos, los generales del Ejército y otros hombres notables- sus procedimientos, como vimos luego hacer a Fidel Castro con el comandante Huber Matos y luego con otros muchos seguidores devenidos adversarios, tenían apariencias de “legalidad”, esto es, un fiscal y una acusación, un tribunal y una sanción.

Pero Putin no. A Putin se le atribuye contra sus enemigos el uso del veneno, del sabotaje, de la acción oculta. Del proceder mafioso. Y amenaza con el uso del arma nuclear. Y no usará las armas estratégicas que destruirían tanto a sus enemigos como a sus seres queridos y así mismo, pero sí las armas tácticas. Y puede esperarse que use armas nucleares tácticas, que son de destrucción selectiva. En Cuba las ¿había?, y el general Pliev, jefe de las tropas soviéticas, en ocasión de la Crisis de los Misiles, podía hacer uso de ellas sin consultar al Kremlin. Y las hubiera empleado contra Key West y contra los portaaviones si Kennedy hubiera dado una orden de ataque apresurada. Y luego la región occidental de Cuba hubiera sido destruida bajo el fuego de las armas nucleares tácticas estadounidense.

Sí, Putin es un peligro. Putin no tiene la mesura maligna que tuvo Stalin ni la parsimonia teatral de Nikita Jrushchov, conocedores de sus limitaciones. Putin es un ególatra convencido de que el mundo debe arrodillarse ante Rusia, que es quien tiene la verdad y la causa justa. Y algo así ha dicho el secretario del Consejo de Seguridad de la Federación de Rusia, Nicolai Patruschev, quien dijo que la humanidad ha alcanzado un alto nivel de desarrollo económico y tecnológico, se enfrenta a perder directrices morales y principios morales estables, por lo que a Rusia se le ha asignado el papel determinante y necesario de “salvar al mundo de la locura promovida por Occidente”.

Y si a la cabeza del mundo occidental lidera Estados Unidos, compréndase que a 90 millas de las costas estadounidenses -y aun dentro de ellas, con cientos de miles de cubanos influyendo en su cultura, de los que muchos son agentes reclutados y entrenados en trabajo operativo secreto- se encuentra Cuba, gobernada por un régimen totalitario aliado de Putin, un riesgo para la humanidad.

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