viernes, 11 de agosto de 2023

Escenarios para un final.

Por Alberto Méndez Castelló.


La violencia con la que Miguel Díaz-Canel convocó a reprimir las protestas ciudadanas del 11J -que, en realidad, no fue una actitud asumida por sí mismo ni con palabras suyas, sino repitiendo voces de una vieja orden castrense- quizás reverdezcan lo que muchas personas dentro y fuera del archipiélago piensan: que la transición del totalitarismo a la democracia en Cuba es un proceso que guarda más relación con un sismo devastador que con el correr de las aguas serenas de un arroyo bucólico. Pero quienes así imaginan la muda de la dinastía castrocomunista a la genuina república lo hacen en base a ejercicios de historia y no de lógica.

Ciertamente, es el castrista un régimen que ya se prolonga por más de 64 años, apalancado en la violencia, en el fusilamiento y encarcelamiento de sus opositores políticos y en la defenestración (por sospechas de disensos o actos corruptos) de quienes fueron sus más cercanos seguidores. Sin embargo, lo que marca su fin es esa misma prolongación en la historia, sin renuevos de liderazgo carismático de su propia progenie ni en su círculo de allegados. Es el del castrismo un final que puede ocurrir debido a diferentes circunstancias, que, no tienen ni deben ser violentas, sino pacíficas y restauradoras de la constitucionalidad de la nación, atendiendo a los reclamos de todos los cubanos y sin importar sus preferencias políticas ni donde residan ellos, o sus descendientes, que, por ley y opción propia, deben tener el derecho a naturalizarse como ciudadanos cubanos (asunto del que trataremos en otro artículo).


En tanto Miguel Díaz-Canel es un “sobreviviente”, según dijo el propio general Raúl Castro en alusión al grupo de personas seleccionadas y entrenadas por su hermano Fidel Castro para relevarlos a ellos en la dirección de la llamada “revolución cubana” -que es una dictadura de clan, el del PCC (Partido Comunista de Cuba)- Díaz-Canel, al mando del PCC de una provincia, se encontraba en una posición bien alejada para la sucesión del “Máximo Líder”. Así y todo, Fidel Castro ya hace más de un lustro que murió y por ese camino va el que ahora llaman “Líder Histórico de la Revolución”, Raúl Castro, un anciano nonagenario que no se despoja de su uniforme de General de Ejército y que, con cualquier pretexto, ya fuere un acto legislativo en el “Parlamento” o fúnebre al empedrar las cenizas de quienes fueran sus mejores generales (los que manejaban las finanzas), no deja de llevar de la mano al “sobreviviente”, como si quisiera proteger a Díaz-Canel de un tropiezo.

Por consiguiente, hoy y hasta su muerte, Raúl Castro representa una dualidad no sólo para Díaz-Canel, sino para todos los integrantes de la nomenclatura; por un lado, es para ellos un espaldarazo (entiéndase: la aprobación de todo cuanto hacen con apego a la línea histórica de la “revolución”), mientras que por el otro extremo el viejo general significa una talanquera (compréndase: una barrera sobre la que no pueden pasar sin peligro de desaparecer, como ya desaparecieron, o fueron fusilados, o llevados a la cárcel, o sencillamente apartados, tantos otros encumbrados), y esto bien lo sabe Díaz-Canel por ser algo así como un librado.

¿Qué sucederá con Díaz-Canel, o con cualquier otro en su lugar, cuando Raúl Castro ya no esté? ¿Serán los días posteriores a la muerte de Raúl Castro los del sismo que pongan a prueba la fortaleza y continuidad del castrismo o los que rajen sus cimientos haciéndolos polvo por fracturas sociales violentas? ¿Acaso será en las postrimerías de la muerte del longevo dictador cuando se produzca una transición pacífica a la democracia en Cuba?

Antes de acercarnos a la respuesta de esas interrogantes, primero habrá que situar a Cuba en su contexto geográfico-sociopolítico, a los dirigentes del PCC en sus aspiraciones políticas y económicas y, sobre todo, a la determinación de los cubanos de vivir en libertad o de continuar bajo la servidumbre del PCC, erigido así mismo partido “único” y “fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado”.

En el contexto geográfico-sociopolítico, significa -y mucho- que Cuba está a solo noventa millas de las costas de Estados Unidos, a donde algo así como dos millones de cubanos han ido a residir  y donde muchos de ellos hoy ocupan posiciones importantes en la política, la economía, las artes, los deportes, la sociedad toda estadounidense y la familia cubana, y que en esos mismos espacios (político, económico, artístico, deportivo y cívico) pueden -y deben- jugar una importante representación en el proceso de transición a la democracia, del mismo modo que puede hacerlo la Unión Europea, y particularmente España, por los lazos genéticos que a ella nos une.

Aunque mucho se afirma que son los modelos a seguir China, Vietnam y Rusia, pese a ser socios históricos del castrocomunismo, no parecen ser la ruta a seguir por un gobierno post raulista, aun definiéndose como procastrista. Importa en este sentido no el discurso de los líderes del momento transitorio, sino hasta qué punto sus aspiraciones políticas, económicas, sociales, cívicas y humanas son compatibles con la democracia. ¿Qué preferiría alguno de ellos y su familia llegada esa encrucijada: ser un líder democráticamente elegido, y así visto por el mundo, o proseguir siendo un primer secretario del PCC de una isla-cárcel?

Es imprescindible entonces que no sólo los gobiernos de los Estados Unidos y de los países de la Unión Europea, sino también sus ciudadanos mismos, entiendan que Cuba vive una dictadura que puede prolongarse todavía más con su cooperación consciente o inconsciente, porque son sus dineros, como empresarios o turistas, los que allegan capital a los autócratas. Pero con una crisis económica como la que hoy vive el régimen, pocas prebendas tendrán los comisarios comunistas para seguir siendo tales, como tampoco tendrá el generalato con qué amunicionar sus blindados. Triste es decirlo, pero desde hace 64 años todos los cargos de dirección importantes en Cuba deben su nombramiento a sólo dos personas, los hermanos Fidel y Raúl Castro, y retirado por muerte biológica el último (ya que no fuimos capaces de retirarlo por acción cívica)) más ignominia no podía caer sobre los cubanos que proseguir siendo vasallos.

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