jueves, 3 de agosto de 2023

Mi primo Vladimiro Roca Antúnez.

Por Tania Quintero.

Buscando en mi archivo de Gmail las fotos que el hoy preso político Lázaro Yuri Valle Roca le hiciera al periodista independiente Iván García Quintero, para la entrevista que por sus 70 años Iván le hizo a mi primo Pepe, como la familia le decíamos a Vladimiro Roca Antúnez, quien acaba de fallecer en La Habana, encontré un video que en diciembre de 2014, le grabara Yuri, el primer sobrino que tuvo Pepe, a raíz de un evento en el cual Pepe participó en México junto con otros disidentes cubanos y que según comentarios habaneros «dejó a todo el mundo con la boca abierta, de las cosas que dijo».

Encontré otro video, de la entrevista titulada ‘El cambio que viene’, que Martí Noticias le hizo a Vladimiro durante un viaje a Miami en abril de 2015. También encontré este correo que a un amigo envié en septiembre de 2018: «Ayer vi en CubaNet la entrevista de Palenque Visión a mi primo Pepe, publicada con el título ‘Soy consecuente con lo que creo’. Como sabía que hacía tiempo habían conversado con él, indagué y me enteré que inicialmente el video fue enviado a Martí Noticias, pero después de varias semanas, a los realizadores les notificaron que rechazaban el material. La persona que me lo dijo, lo consideró un insulto, por tratarse del testimonio de un opositor que forma parte de la historia de la lucha contra el castrismo».

Decidí iniciar así este recordatorio a mi primo Pepe, porque él, como yo, formamos parte de una misma raíz materna, la de los Antúnez, donde sus miembros siempre hemos dicho lo que hemos pensado. Pepe y yo nacimos en 1942 (él el 21 de diciembre, yo el 10 de noviembre). Tanto sus padres, Blas Roca Calderío y Dulce Antúnez Aragón, como los míos, José Manuel Quintero Suárez y Carmen Antúnez Aragón, no nos educaron para que un día fuéramos simpatizantes o militantes del Partido Socialista Popular (PSP), si no para que pensáramos con nuestras cabezas, no temiéramos a las opiniones discrepantes y nos sintiéramos ciudadanos libres e independientes, al margen de nuestras creencias ideológicas, políticas o religiosas.

Las hermanas Dulce y Carmen salieron embarazadas en la misma época, en la década de 1940. Entonces no se sabía el sexo de los bebés. Mi tía Dulce le dijo a mi mamá que si era hembra le pusiera Tania, nombre ruso muy popular que ‘cuadraba’ con las simpatías que los viejos comunistas del PSP le tenían a la Unión Soviética, en esos momentos en guerra contra Hitler y el nazismo alemán. Un mes y pico después, cuando mi tía dio a luz a su tercer hijo, quiso ponerle Vladimir, en honor a Lenin, pero en el registro civil se negaron. Ante la insistencia, aceptaron ‘cubanizarlo’ y le añadieron una o. Desde esa fecha, su nombre fue Vladimiro Roca Antúnez. Lo que nunca llegué a entender por qué, si no se llamaba José, desde niño le apodaron Pepe.

Con la muerte de Pepe, de los cuatro primos con los que me crié, hijos de Dulce y Blas, solo me queda Francisco, Paquito, que sigue viviendo en La Habana y ya tiene cerca de 90 años. Mi prima Lydia falleció en 2017 y de Joaquín no puedo precisar, solo sé que murió en Estados Unidos. En la edad adulta estuve muy vinculada a Lydia, pero en mi infancia, con quien más jugué fue con Pepe, a pesar de que yo era una niña tranquila y él muy travieso, en particular en la etapa en la que Blas y Dulce, sus cuatro hijos, la abuela Pancha y la prima Sonia Ramos vivieron en Estrada Palma 107, Santos Suárez.

Una hermosa casona, de planta baja, con jardín, portal, sala, saleta, comedor, cocina amplia, cuatro habitaciones, dos baños, sótano, un patio grande con dos matas de mango macho y un pasillo lateral por el que podías llegar al patio y entrar por la puerta trasera de una vivienda ideal para jugar los niños. A Estada Palma 107 iba una o dos veces a la semana con mi madre, quien ayudaba a su hermana Dulce en las faenas domésticas, antes y después de la clandestinidad del PSP (26 de julio de 1953-1 de enero de 1959). Desde El Cerro, donde vivíamos, hasta Santos Suárez íbamos y veníamos en la ruta 14.

Como yo le tenía miedo a los animales, desde que llegaba, Pepe se las arreglaba para buscar una lagartija, una rana o un pajarito para asustarme. Pero cuando se encaramaba en la mata de mangos, me regalaba alguno que estuviera maduro. El ‘taller’ de Pepe radicaba en el sótano, al cual no no me gustaba ir por sus contínuos ‘inventos’, ya fuera una trampa-caza ratones o preparar una ‘sopa’ con una paloma que algún muchacho del vecindario había matado con un tirapiedra. Una vez, mi madre y yo nos pasamos unos días en la casa que Dulce y Blas alquilaban en verano en Guanabo. Y a Pepe se le ocurrió enseñarme a montar bicicleta, pero la calle que escogió era bastante elevada. Terminé cayéndome y raspándome rodillas y piernas.

Casi todas las familias tienen problemas, desavenencias, encontronazos… La de los Roca-Antúnez no es una excepción. En determinado momento, mi primo Pepe se alejó de su familia materna. Pero cuando mi tía Dulce Antúnez se enfermó y mi prima Lydia se la llevó a vivir con ella a su casa en Nuevo Vedado, Pepe habló con su hermana Lydia y le pidió que le dijera a su madre que quería pedirle perdón, que si podía ir personalmente a pedírselo. Mi tía Dulce respondió que ya ella lo había perdonado, que ella quería por igual a sus cuatro hijos, al margen de su forma de pensar y sus comportamientos. A partir de ese día, ella no desayunaba hasta que Pepe, que vivía a dos cuadras, no llegara y le diera el café con leche, con pan o galletas.

Mi tía Dulce murió a los 86 años, el 25 de abril de 1995. La velaron en la funeraria de Zapata, no faltaron sus cuatro hijos (Lydia, Francisco, Vladimiro y Joaquín), sus nietos (Yuri, Ernesto, Alejandro y Vivian, entre otros), sus hermanos residentes en La Habana (María, Cándida, Carmen y Luis) y sus sobrinos (Orlando, Moisés, Sonia y yo). Un velorio y un entierro tomado por la Seguridad del Estado.

Tanto Iván como yo le hemos dedicado posts a Vladimiro Roca y a Yuri Valle Roca en nuestros tres blogs.

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