viernes, 10 de mayo de 2013

Otra vez el necio.

Por Alejandro Armengol.

Durante un concierto reciente en Lima, el cantautor cubano Silvio Rodríguez dedicó la interpretación de una de sus canciones, El Necio, al presidente impuesto de Venezuela, Nicolás Maduro. Se podría pensar que nunca se ha aplicado a Maduro un mejor título, pero sería hacerse una ilusión vana: desde hace años Silvio desterró la ironía.

Durante la década de los 60 del pasado siglo Silvio Rodríguez representó una pequeña posibilidad contestaria dentro del sistema y lo que es más importante, de individualidad creadora. Más que un rebelde, siempre fue un individualista, y los jóvenes de entonces lo admiraron -y también envidiaron- por ello.

Sin embargo, en el fondo y a flor de piel, siempre ha sido un débil, no sólo de voz. Alfredo Guevara, que fue un malvado inteligente, se dio cuenta de ello. Haydee Santamaría, que era una mujer bruta, insensible y pueblerina, debió encontrar algo atractivo en amparar aquellos muchachos trovadores, quizá una forma de reafirmar sus poderes o un nuevo intento de compensar su incultura.

En ambos casos, más que el interés personal de los funcionarios, lo importante fue la utilización del joven como instrumento de propaganda, sobre todo hacia el exterior. A los dos le debe Silvio parte de su carrera artística. También a los jóvenes de Cuba, y luego de Latinoamérica y España, que admiraron y aún admiran sus canciones. En ambos casos, supo pagar sus cuentas: a los funcionarios,con obediencia; a los otros con un repertorio donde hay para diversos gustos y se encuentran temas valiosos. A todo esto se añade una influencia indiscutible -casi siempre malsana- en los miles de imitadores que lo han seguido hasta hoy.

Existe una terca costumbre en hallar valores personales y éticos en quienes poseen la capacidad de crear obras de arte. No siempre es así. Como ser humano, Silvio ha dado muestras de conducta despreciable. No es el único Pero en este caso no estamos exclusivamente ante un artista, sino ante alguien que desde el inicio ha explotado las circunstancias que le permitieron no solo convertirse en un mito para la juventud cubana, sino en un símbolo internacional.

Al mismo tiempo, en múltiples ocasiones Silvio Rodríguez ha traspasado la infamia y caído en la ignominia, con necedad y empeño. Las dos o tres frases sinceras que también ha pronunciado no lo libran de culpa.

Más allá de su cobardía y acomodamiento, lo peor en Silvio es su falta de pudor. Ya no es un trovador de jeans gastados y guitarra al hombro, sino un empresario y cantante famoso. Paradójicamente, esto lo lleva a aferrarse a un régimen que sabe en ruinas, pero con el que está comprometido moral y materialmente, y al que piensa sobrevivir con dos o tres declaraciones plañideras cuando llegue el caso, y tres o cuatro canciones oportunas que desde hace años deben estar bien resguardadas.
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