jueves, 15 de agosto de 2013

En caída libre Venezuela y sus acólitos.

Por Darsi Ferret.

Resulta increíble lo que es capaz de hacer unas simples células malignas. La corriente populista de América Latina, el parásito castrismo habanero y los chavistas con su socialismo del siglo que estamos viviendo, andan barranco abajo y con pronóstico crítico.

La causa de esta deriva no es otra que la muerte repentina del caudillo venezolano, Hugo Chávez, vencido por su penosa enfermedad. La cuenta es muy simple; sin Chávez no hay chavismo. De hecho, el madurismo ha logrado ir sorteando estos meses a duras penas gracias a las incongruencias y pésimo liderazgo opositor de Capriles, que en vez de encabezar el malestar y los reclamos de la mayoría venezolana, se lanzó equívocamente a desestimular las reacciones populares luego del fraude electoral oficialista.

Sin embargo, y a pesar de esos incovenientes, se aprecia la precariedad en el poder de Nicolás Maduro, a quien su ilegitimidad y falta de liderazgo y carisma personal, lo enfrenta a una grave crisis económica, política y social. La falta de billete para soltarlo a la ligera hace que cada día disminuya también el interés de los países de la región por corresponderle a la cúpula venezolana.

La actual situación de la hasta hace poco preminencia regional de la tierra de Bolivar puede sintetizarse con algo así como la frase conocida por los cubanos antes de 1959: "sin azucar no hay país", u otra más pedestre: "Tin tiene Tin vale; Tin no tiene, Tin no vale". Y por dejar de poseer, en Venezuela escasea desde la comida hasta el papel sanitario. ¿Y los petrodólares? Bien, ¿y tú?

En el plano interno, el modelo chavista es un monstruo indomable e incorregible. Se basa en un diseño estatista que combate y cercena la libre empresa, las leyes del mercado, las iniciativas privadas e irrespeta el derecho de propiedad, además de apabullar las libertades individuales. Con sus prácticas populistas regidas por las nacionalizaciones de empresas y la confiscación arbitraria de propiedades privadas, ahuyenta la imprescindible inversión extranjera y elimina la vigorosa y productiva clase empresarial.

Lo peor es que la planificación central, basada en criterios políticos, genera una corrupción galopante, en medio de una ineficiencia e improductividad acelerada. El poco dinero que producen lo tienen que invertir en sostener los incosteables programas sociales heredados de su anterior gobernante, que constituyen los lazos con su menguada base de apoyo popular. Sin las "Misiones", que constituyen un agujero sin fondo para la economía, no hay afinidad ni identificación ideológica con los "rojos rojitos".

Y se sabe que la petrolera PDVSA, el motor de la nación, que produce el 95% de las divisas del país, la han llevado a un gasto que casi duplica sus exiguas producciones.

Así que se puede asegurar que el ceboruco de Maduro, con los integrantes de la Mara Salvatrucha que le acompañan en el poder, están en la cuerda floja pendiendo de un hilito. Y se observa que es pésimo malabarista.

A su alarde cazuelero de que le daría asilo político al ex analista de inteligencia filtrador de documentos, Eduard Snowden, ya EEUU salió y le respondió con firmeza de que tomaría serias medidas contra esa acción, como la retirada a los funcionarios de su gobierno de visas de entrada al territorio norteamericano, así como el cese de la venta de gasolina y otros productos. Esa declaración basta para que Snowden busque otro lugar donde refugiarse, pues en Venezuela no se atreverán a recibirlo, más allá de los dicursillos bravucones.

A los Castro y demás gobernantes populistas del patio, sin los petrodólares también se les acaba la existencia. El entierro será colectivo.
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