jueves, 15 de agosto de 2013

Un superviviente llamado Fidel Castro.

Por Iván García.

Se cuenta que en su infancia le gustaba escuchar en la radio las noticias de la Guerra Civil en España junto al cocinero de la familia. Ya en plena II Guerra Mundial, le envió una carta a Franklin Delano Roosevelt, haciéndole saber que en una región cerca de su casa existían enormes yacimientos de níquel.

Por la información, el precoz niño, le pedía a  Roosevelt una gabela de 10 dólares. No obtuvo respuesta. Su adolescencia y juventud la vivió sin penurias. Le gustaba desandar por la finca del padre y escalar montañas. La madre lo llamaba a almorzar con dos disparos de fusil.

El bachillerato lo realizó en un severo colegio jesuita de La Habana. Ya para entonces tenía manías de líder político. Ante un espejo en su habitación, durante horas ensayaba inflamados discursos. Soñaba con ser presidente.

Cuando entró a estudiar Derecho en la Universidad de La Habana aún no tenía una ideología definida. Leía desordenadamente. Desde Mi Lucha (Mein Kampf), de Adolf Hitler a  textos de José Ingenieros y Maquiavelo.

Se enroló en las pandillas universitarias de la época. Tipos de mecha corta que dirimían los asuntos a balazos. Intentó entrar por la puerta de atrás en la tramoya política republicana. Una mañana de los años 40 se presentó en la oficina del Dr. Eduardo Chibás, un raro espécimen de político honesto, para inscribirse en el Partido Ortodoxo.

Cuando su secretaria Conchita Fernández se lo hizo saber, Chibás reaccionó asustado como un niño ante un fantasma: ‘Conchita, por favor, no me dejes pasar más a ese gánster’, contaba Fernández, fallecida en 1998.

No se apocó por esa descortesía. Para llegar a la cumbre de la política debía buscar otros atajos. Aliados. Padrinos. Billeteras que apostaran por él. Como su suegro, Rafael Díaz-Balart, quien había sido manager político de un sargento y taquígrafo llamado Fulgencio Batista.

Y aunque a Díaz-Balart no le gustaba la jactancia de su yerno, era el padre de su nieto. Algunas personas que conocieron a Fidel Castro en los años 50, lo catalogaban de iluminado, aventurero, loco. Sus ambiciones políticas estaban blindadas a prueba de huracanes. Sabía seducir.

Su próximo paso fue el periodismo. Escribió artículos denunciando la corrupción del gobernante Carlos Prío Socarrás y participó en marchas estudiantiles. En eso andaba cuando el 10 de marzo de 1952 Batista comanda un golpe de Estado. La asonada fue el pretexto perfecto para que Fidel se decantara por la lucha armada.

En la historia hay momentos cruciales. Hitler, de cualquier manera, iba atenazar el poder absoluto en la Alemania de los años 30. El incendio del Reichstag solo adelantó sus planes. Castro hubiese sido Castro aunque no hubiese existido un golpe de Estado en Cuba.

El poder estaba en sus genes. Y la única manera de alcanzarlo era con el uso de la violencia. Tras el golpe, Fidel Castro organizó una agrupación paramilitar, posteriormente conocida como Movimiento Revolucionario 26 de Julio. Mostró dotes de líder. Alistó a personas humildes: obreros, contadores, desempleados.

No reclutó a intelectuales ni políticos. Castro deseaba soldados obedientes. El grupo no era un colegio de debate democrático o la antesala de un programa partidista para llegar al poder mediante el voto popular. Era su ejército particular. Su escudo.

Hace 60 años, con ellos planificó el asalto al cuartel Guillermón Moncada, en Santiago de Cuba, a más de 800 kilómetros al este de La Habana. Aprovechó que la ciudad celebraba sus carnavales. El 26 de julio de 1953 lo atacaron. La operación fue un desastre militar. En pocas horas, 55 atacantes murieron combatiendo o asesinados posteriormente por fuerzas represivas.

Ni siquiera el Partido Socialista Popular, el partido comunista de entonces, aplaudió la descabellada acción. En una nota de prensa condenó el acto, al cual calificó de ‘punch pequeño burgués’.

Si algo ha demostrado posteriormente la historia personal de Fidel Castro, es que resulta un experto en convertir las derrotas en victorias. No se amilana ante los fracasos.

Tras la fallida acción y captura de Fidel por fuerzas del ejército, redactó un documento titulado La Historia me Absolverá, y cuyo origen son las palabras pronunciadas por Fidel Castro durante su autodfensa, en el juicio. Fue condenado a 15 años de cárcel.

La mediación de su suegro Díaz-Balart logró que el régimen de Batista proclamara una amnistía general y Castro, su hermano Raúl y el resto de los asaltantes al cuartel Moncada, fueron liberados apenas dos años después.

Es dentro de la prisión (el Presidio Modelo, en Isla de Pinos) donde perfila su proyecto político. Y desarrolla una capacidad camaleónica que lo distinguiría en el futuro. En una carta a Melba Hernández, una de sus más leales colaboradoras, al escribirle sobre el futuro de otras fuerzas políticas le dice: “Deja que hablen, luego, cuando estemos en el poder, los aplastaremos como cucarachas”. Y así fue.

Antes de su entrada triunfal en La Habana, el 8 de enero de 1959, rodeado de gente que lo vitoreaba, Fidel Castro había liderado una guerra de guerrillas de tres años en las montañas de la Sierra Maestra. Triunfó gracias a su pericia y la ineficacia militar del ejército de Batista.

Ya en el poder, sistemáticamente fue cortando todo vestigio de democracia y libertad de expresión. Ha estado en la cresta de la ola informativa muchas veces. En 1962, su decisión de instalar cabezas nucleares en la isla, puso al mundo al borde de una hecatombe. En una atrevida misiva le señaló a Nikita Kruschov que apretara primero el gatillo atómico.

Bajo la batuta de Castro se puso en marcha un formidable aparato de subversión en América y África. Cuba fue escuela de aprendizaje de guerrilleros, etarras y revolucionarios transformados en terroristas. Convirtió al país en una fortaleza, con un millón de hombres en armas. Más de 3 mil tanques de guerra. Y una flota de 200 aviones cazas.

Por vez primera en la historia, el ejército regular cubano se desplazó fuera de sus fronteras. En los conflictos en Angola y Etiopía, -y antes en Argelia y Siria-, desoyó las orientaciones que llegaban desde el Kremlin, pidiéndole que no interviniera.

En los años 80 creó un puesto de mando en residencia en Nuevo Vedado. Desde allí condujo gran parte del conflicto civil en Angola y el combate de Cuito Cuanavale frente al ejército de Sudáfrica. Apoltronado en una butaca giratoria de cuero negro, puntero en mano, desde La Habana dirigió las batallas principales. Estaba pendiente de todo: la cantidad exacta de raciones a repartir entre las tropas o las infidelidades de las mujeres de los altos oficiales.
En lo económico ha coleccionado fracasos. Tantos que se pudieran recopilar varias antologías. Todo lo hacía por su cuenta. A costa de una deprimida economía.

Fidel Castro ha sobrevivido 54 años. Solo una enfermedad pudo apartarlo. Ha escapado de numerosos atentados y la estacionaria crisis económica que dura ya 22 años no ha logrado pulverizar su revolución.

La eficacia de sus servicios especiales es una de las claves de la permanencia de los hermanos de Birán al frente del gobierno y el partido comunista. A pesar del desgaste del poder, Raúl diseña la sucesión. El clan Castro maneja los hilos de todo lo que se mueve en Cuba.

Se harán los cambios que deban hacerse con tal de que perdure su obra. No importa el nombre y apellido del futuro presidente. Ni la ideología. Fidel Castro siempre fue un camaleón político. Su única vocación es el poder. Y pasar a los libros de historia.
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