jueves, 19 de septiembre de 2013

Cosas que pasan y gentes que pasaron.

Por Juan González Febles.

Lo conocí hace años. Era una época en que él vivía satisfecho en la burbuja heroica que se fabricó y solía confundir el miedo que infundía con admiración por su condición. Era el seguroso de la cuadra y todos los vecinos le miraban con esa mezcla de miedo, desconocimiento, misterio y fabulación que aun suele aureolar a esta especie. El tipo criaba pecesitos y escuchaba tangos de Gardel. Yo vivía en la otra burbuja. Esa que me inventé con el rock and roll y el convencimiento de que era diferente y mejor que el resto.

Era una noche en que había conseguido una botella de cognac español y un CD de Captain and Tennille. Pero también era noche de discusión de leyes en la Asamblea de Rendición de Cuentas de la cuadra con el delegado. Discutían el Código de la Familia y ciertamente, a mí no me interesaba discutir cosa alguna. Me bastaba con mi cognac y con la música de Captain & Tennille. Pero mi esposa del momento disponía de un empleo de lujo y el mantenimiento de este, requería concesiones. Una de ellas era por supuesto, no estar casada con un tipo apático al proceso. No podía eludir la asamblea y allá fui.

Las asambleas de rendición de cuentas fueron y aun son el espacio perfecto para la doble moral. Es decir fueron y son una lección práctica de cinismo ciudadano. A pocos les importa lo que se dice o discute en ellas, pero se asiste para evitar males mayores. Ahí estaba yo y aunque podía bostezar con discreción, ciertamente no podía quedarme dormido. Tenía que soportar la incontinencia oratoria de algunos entre mis vecinos y hasta aparentar que la cosa me interesaba.

Como se trataba de la familia en el paraíso socialista en que se alcanza la verdadera igualdad entre sexos, comentaban la superioridad del matrimonio y la relación conyugal en el socialismo en que como desapareció la explotación del hombre por el hombre, las relaciones estaban fundamentadas “en el amor” sin estar contaminadas por diferencias clasistas propias de sistemas en que la explotación del hombre por el hombre, “lo contaminaba todo” y este “todo” incluía la relación armónica de pareja, que solo alcanzaría su máxima expresión en el socialismo.

Como ya mi noche se había estropeado, decidí divertirme un poco a costas de los emocionados revolucionarios que me rodeaban y como además conocía la talla cerebral de la mayoría, no vi riesgo alguno en ello. Levanté la mano y propuse que el nuevo código aceptara la poligamia y puse como ejemplo la obra de Federico Engels “El origen de la familia, la propiedad privada y el estado”. Argumenté que Engels había desnudado la institución matrimonial de la burguesía, en que la hipocresía jugaba el rol fundamental y que en el socialismo no tenía que ocurrir que ningún compañero viviera la relación equívoca de mantener una querida. Un compañero estaría casado con dos o quizás tres compañeras y sería maravilloso. No habría engaño. Las esposas se repartirían de forma equitativa las tareas domésticas entre sí y además, con el compañero común elegido voluntariamente. Los turnos conyugales de cohabitación serían distribuidos en armonía y ¡llegó la felicidad!

Mi proposición llegó a la Asamblea Provincial. No recuerdo haberme divertido más con personas de este tipo que esa noche. El caso es que a quien único no convencí fue al seguroso. Días más tarde me abordó y me dijo muy serio que, me divertía a costa de los compañeros. Protesté mi inocencia y me dijo que no creía en mí y que tendría muchos problemas en el futuro si no tomaba en serio a “la revolución” y a su “ideología triunfante”.  Desde ese momento, me tuvo atravesado y debo reconocer que no le faltó razón. Sólo que no tuvo oportunidad de comprobarlo porque terminó ante la boca de su pistola en 1989.

Se suicidó porque no concebía mirar la vida sino desde el balcón reservado a los héroes que se inventaron entonces y que quizás no sean tan diferentes a los que se inventan hoy día. Vivía anestesiado en su mentira y no resistió despertar, o al menos hacerlo como lo hizo aquel año 1989, en que aún no había pingueros ni jineteras y el futuro pertenecía por entero al socialismo. Espero que pueda criar peces en el nicho del infierno desde donde de seguro contempla su utopía y hasta se adorna con cintas amarillas. Quizás hasta ya haya conseguido disfrutar el rock decadente que felizmente ya no debilita su ideología. ¡Que la tierra le sea leve!
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