miércoles, 1 de abril de 2015

Este tipo de régimen no es salvable: hay que echarlo abajo.

Por León Padrón Azcuy.

El colectivismo forzado, dado que es contrario a la naturaleza humana, suele fracasar dondequiera que se impone.

Cuba es un ejemplo notorio: el país se deshace en retazos por la espeluznante improductividad del sistema y la incapacidad de sus administradores.

La historia del fracaso de Fidel Castro en lograr el desarrollo de Cuba comenzó cuando quiso que los cubanos fueran meros esclavos e hicieran suyas las supuestas ventajas morales de la pobreza, mientras los miembros de su clan mafioso, apegados como piojos al poder, gozan de privilegios y viven sin preocupaciones en las fastuosas residencias que el gobierno comunista les robó a los ricos, conducen buenos autos, viajan al exterior, se alojan en hoteles de lujo, los atienden en clínicas especializadas y están rodeados de tantas prebendas que se podría escribir un libraco sobre el tema.

El castrismo proclamó a bombo y platillo clichés como la cantidad de analfabetos que dejaron de serlo gracias a la revolución, los avances logrados en la salud pública y la educación, desconociendo que Cuba en 1953 ocupaba el lugar 24 en cuanto a desarrollo, entre todas las naciones del planeta.

Tras el derribo del Muro de Berlín, la caída de los regímenes marxistas-leninistas de Europa del Este y la desaparición de la Unión Soviética, los objetivos históricos de la revolución cubana se vendrían abajo, pero de la misma manera que los Castro y su camarilla en los años 60 cambiaron sus objetivos económicos, a partir de los 90 modificaron su programa político para justificarse en el poder omnímodo y eterno.

Bajo el pretexto de evitar un zarpazo del imperialismo yanqui, se modificó la constitución de 1976 y se desempolvó a José Martí, quien había sido sustituido por Marx y Lenin. El nacionalismo martiano y las luchas de los mambises se asumieron como fuente de inspiración revolucionaria, dando paso a otro maquillaje de la dictadura.

El Periodo Especial obligó a los Castro a inventar una nueva variante económica del comunismo: el capitalismo mixto de Estado, que les ha permitido asociarse a empresarios extranjeros para explotar la mano de obra cubana en empresas público-privadas.

Con el mismo espíritu de un estado esclavista, el régimen de los dos Adolfitos caribeños arrienda grandes cantidades de trabajadores cubanos –en especial, profesionales de la salud y entrenadores deportivos- a los países que los puedan pagar.

El eje Cuba-Venezuela, fraguado por Fidel Castro y Hugo Chávez, fue la tabla de salvación a la que se aferró el Comandante hasta su inhabilitación por enfermedad.

Raúl Castro, que heredó una economía en ruinas, promete un proyecto que no hunda más rápidamente al país en el lodo.

El General-Presidente, sin apartarse mucho del guión de su hermano, puso en práctica su propia Perestroika, que no llega a ser ni la troika de Pérez.

El reformismo impulsado por Raúl Castro, bajo los Lineamientos del VI Congreso del Partido Comunista, aferrado al unipartidismo, la planificación económica y el rol hegemónica de la clase dirigente, nada tiene que ver con la Perestroika llevada a cabo por Mijaíl Gorbachov, que contempló la renovación de los cuadros del Partido, la descentralización de la toma de decisiones, el aumento del alcance de las actividades económicas privadas, la introducción de la tecnología del mundo capitalista y el combate a la corrupción y los privilegios de la Nomenclatura.

En la práctica se ha demostrado que el programa de gobierno raulista jamás devolverá el vigor a la agonizante economía cubana.

Sin respeto a los derechos humanos, sin libertades civiles, económicas y políticas, no podrá haber prosperidad.

Está claro que la creación de empresas rentables, generadoras de desarrollo, no está en las intenciones del General-Presidente. Todo lo contrario: su afán económico no va más allá de la autorización del timbirichismo, que no hace avanzar la economía, sino que solo absorbe una parte de la mano de obra improductiva existente en el país.

¿Fracasarán las reformas de Raúl Castro? Claramente que sí.

Raúl Castro, fiel seguidor de las políticas de su hermano, no permite libertades económicas para invertir, innovar o asociarse. Tampoco promulga reglas claras que faciliten la creación de empresas, no elabora una estrategia que obstaculice y permita denunciar la corrupción generalizada y que premie el ahorro y la inversión. Esa es la única manera de generar sistemáticamente la acumulación de capital y riquezas, siempre y cuando exista un ordenamiento jurídico, un poder judicial eficaz, equitativo e independiente que castigue a los culpables, proteja los derechos de los ciudadanos y otorgue seguridad.

Sin transparencia, ni rendición de cuentas de los actos del gobierno, sin que los funcionarios estén bajo la autoridad de la ley, legitimados en elecciones periódicas, entre diferentes opciones, no se alcanzan cuotas decentes de desarrollo.

¿Qué tendría que hacer Raúl Castro? Ponerle fin a la penosa realidad del socialismo cubano, adoptar como suyo lo que han declarado importantes políticos de la Europa del Este: Que ese tipo de régimen no es salvable, hay que echarlo abajo y sustituirlo por un modelo que funcione. Y el más acreditado que se conoce es la democracia.

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