jueves, 9 de junio de 2016

Intensas lluvias dejan en evidencia las ‘maravillas’ de La Habana.

Por Iván García.

Intensas lluvias dejan en evidencia las ‘maravillas’ de La HabanaPregúntenle a Luis Carlos Rodríguez, jubilado, su opinión sobre la designación de ciudad maravilla de acuerdo a una encuesta realizada en internet en el invierno de 2014 por la fundación suiza New 7 Wonders, y escuchará una extensa lista de quejas, salpicadas con insultos al gobierno verde olivo que rige los destinos de Cuba desde enero de 1959.

El anciano vive en una cuartería donde las aguas albañales corren por el agrietado pasillo central, a poco más de medio kilómetro del área de La Habana colonial, maquillada para las fotos de turistas deslumbrados.

La temporada de lluvias se ha convertido en un calvario para los habaneros que residen en zonas bajas, viviendas en mal estado o en cualquiera de los 80 barrios insalubres que proliferan en la capital.

En una calurosa habitación sin ventanas, con media docena de cubos plásticos y cachivaches, Luis Carlos intenta atrapar los goterones de agua que se filtran a través de las tejas acanaladas.

“Los días de fuertes aguaceros, rezo al señor para que el cuarto no se me desplome. Dos veces ya impermeabilicé el techo, pero las filtraciones continúan”, dice, y con la ayuda de un sobrino trata de tapar un agujero.

Cuando se producen lluvias continuadas en La Habana, los moradores en casas ruinosas o en calles cercanas a la costa, se transforman en marineros, achicando agua dentro de sus viviendas o escapando en precarios botes hacia lugares seguros.

Pasada las siete y media de la tarde del martes 7 de junio, en la Explanada de La Punta, a tiro de piedra del Malecón, mientras Richard Weber, presidente de la Fundación New 7 Wonders, develaba la placa de Ciudad Maravilla, en una carreta tirada por caballo, la familia de Reinaldo Savón cargaba sus muebles y electrodomésticos con el agua bordeándole la cintura en San Ramón, una barriada que sufre como ninguna los períodos lluviosos, por falta de una adecuada infraestructura de drenajes.

“No sé cuál será la ciudad maravilla que premiaron esos comemierdas. Yo los invito a que en días como éstos vengan a vivir a San Ramón. Después que vean cómo a la gente se le inundan sus hogares y cómo pierden sus cosas, cambian el dictamen. De esta parte de La Habana nadie se acuerda. Hace más de veinte años que el gobierno prometió darnos una solución, pero todo se queda en eso, en promesas”, expresa Reinaldo.

La Oficina del Historiador de la Ciudad, dirigida por Eusebio Leal, un funcionario del régimen que ha logrado salvar del desastre varios inmuebles valiosos en la Habana Vieja, preparó un programa cultural gratuito. Del 7 al 11 de junio podrá disfrutarse, entre otras, de las actuaciones del Teatro Lírico, Ballet Folklórico, Cabaret Tropicana, Ballet Lizt Alfonso, un desfile de comparsas por el Paseo del Prado y un concierto de la Orquesta Aragón en la esquina de Prado y Neptuno.

Pero habaneros como Lourdes Pérez, residente en un barrio marginal colindante con la Universidad Tecnológica José Antonio Echevarría, CUJAE, en el municipio Marianao, no está para fiestas.

Hace cuatro años, Lourdes llegó a la capital desde Santiago de Cuba con sus tres hijos y el esposo en busca de mejor suerte. Lo mismo vende tamales de maíz, ropa traída procedente de Ecuador que cuida ancianos enfermos.

Legalmente, Lourdes y su familia son clandestinos en La Habana. No tienen libreta de racionamiento y en su choza con piso de tierra y techo de aluminio no tienen baño ni agua potable. Viven mal, comen poco y beben aguardiente barato.

“No hay más ná. Cuando conseguimos unos pesos, se nos van en comida y ron. El dinero no nos alcanza para construir una casa decente. A duras penas sobrevivimos con lo que ganamos”, acota el marido de Lourdes, que se dedica a recolectar materias primas en el vertedero de la Calle 100, al oeste de la ciudad.

Después del 17 de diciembre de 2014, tras la fumata blanca con Estados Unidos, el antiguo enemigo de la Guerra Fría, Cuba, y especialmente La Habana, ha recibido un chorro de visitantes famosos, proyectos de inversiones, pasarela de modas de Chanel, rodajes de filmes de Hollywood y hasta un megaconcierto de los Rolling Stones.

Han abundado los cintillos de prensa, pero los beneficios son invisibles para el ciudadano de a pie. La escasez golpea como un latigazo, la infraestructura de la ciudad es del cuarto mundo, la basura se amontona en los barrios, miles de edificaciones amenazan con desplomarse, el transporte público es caótico y comer sigue siendo la primera preocupación, no solo de los habaneros, sino de todos los cubanos.

Orestes Ruiz, ingeniero, no puede creer que La Habana sea una ciudad maravillosa. “Demasiadas carencias. Cualquiera que ha viajado al exterior verá que incluso en ciudades de naciones del Tercer Mundo, con el cual nos debemos comparar, tienen más higiene, mejor conexión internet y servicios públicos más eficientes”.

Nadine López, estudiante universitaria, considera que el exceso de noticias en medios internacionales o es una operación de mercadotecnia o simplemente un chiste de mal gusto.

“Hay que tener mucha imaginación para premiar a La Habana como una ciudad maravilla. No sé por qué tanto agasajo. Para quienes vivimos aquí es más una ofensa que una recompensa”, señala, mientras aguarda que amaine la lluvia en un portal en la Calzada Diez de Octubre.

Aunque los dirigentes prometen un ‘socialismo próspero y sostenible’ y el foco mediático sigue ensalzando a La Habana, un segmento amplio de los que viven en la patria chica de José Martí, esperan por cambios palpables que mejoren su calidad de vida.
Por ahora, todo se queda en una leve música de fondo. Y titulares de prensa.
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