domingo, 12 de junio de 2016

La mala calidad de la enseñanza genera gastos adicionales y sobornos.

Por Iván García Quintero.

La elección para Yolexis era simple: o estudiaba magisterio o debía estar dos años en el servicio militar. A sus 18 años, nada le desagradaba más que vestirse de verde olivo y marchar bajo un sol de plomo durante varias horas.

Entonces decidió estudiar en un pedagógico al oeste de La Habana. “Ser educador en Cuba es la última carta de la baraja. Mis padres me cuentan que antes del triunfo de la revolución ser maestro era un orgullos para la sociedad. Ahora maestro y mierda es la misma cosa”, expresa Yolexis, que ante la carencia de maestros de enseñanza primaria en la capital, imparte clases sin la debida formación académica.

Para complementar su magro salario de 425 pesos mensuales (unos 19 dólares), Yolexis ofrece repasos en la sala de su casa. “Cobro 20 pesos por cada clase. De esa manera me entran mil y pico de pesos extras, el doble de mi salario como maestro”.

Si alguna vez existió una frontera ética que velaba por el respeto de ciertas normas y compromisos de un pedagogo, desde hace tiempo muchos maestros cubanos se saltan olímpicamente esos preceptos.

Ya es habitual observar a directivos de escuelas primarias, secundarias y preuniversitarias, impartir clases privadas o repasar contenidos que luego salen en los exámenes.

Llamémosle Olga y es subdirectora de una primaria habanera. Pasada las seis de la tarde, ella ofrece repasos a media docena de alumnos de su propio colegio.

Cobra 6 cuc al mes por cada niño y en el barrio tiene fama de repasar contenidos que luego casi exactamente salen en los exámenes finales. “Es una forma camuflada de fraude. ¿Pero qué vamos hacer? Con lo mal que está la educación, la aspiración de cualquier padre es que sus hijos aprueben con notas altas”, comenta resignado Oscar, padre de un alumno que cursa sexto grado.

El fraude académico en la Isla es de vieja data. Se pudieran analizar diversas causas que inciden en ese comportamiento dañino. Pero hablemos francamente. El culpable del fraude en Cuba, en cualquier de sus variantes, es Fidel Castro.

En su afán de fundar un sistema modélico de enseñanza pública, estableció normas aberrantes que propiciaron el fraude escolar como herramienta para promover de grado al mayor porcentaje posible del alumnado.

Dejemos a un lado la educación altamente doctrinaria o subsidiada con el impuesto silencioso a los salarios. La deformación estructural de la enseñanza cubana comenzó justo en el mismo instante que Castro diseñó el sistema como una vitrina para resaltar su obra.

Elsa, maestra jubilada, recuerda aquella etapa de las escuelas en el campo, en la cual “si un profesor no promovía a más del 95% de los alumnos, eras conflictivo y hasta contrarrevolucionario. El día de la prueba, descaradamente, le soplaba el examen a mis alumnos. El retroceso cualitativo en la educación comenzó en ese tiempo”.

Aunque en Cuba hay más de un millón de graduados universitarios, Eugenio, profesor de educación superior, considera que los estándares de calidad dejan mucho desear.

“Se han dado casos de fraudes en la Universidad, pero no son tan graves como en el nivel primario, secundario o preuniversitario. El problema en la educación universitaria es de calidad. Cada vez más, del país se marchan docentes bien preparados. Nuestras universidades no clasifican entre las 300 primeras de América Latina. La materia prima que viene llegando a las universidades presenta lagunas notables en matemática y gramática".

En un artículo publicado el 3 de junio en el periódico Vanguardia de Villa Clara, se reconocía que de 3,300 aspirantes que realizaron pruebas de ingreso para estudiar en la universidad de esa provincia, 1,210 desaprobaron en matemática.

Eugenio reitera: "Se habla bastante de la mala calidad de la enseñanza primaria y secundaria, pero también hay un bajón cualitativo en la educación superior”.

Según estudiantes de bachillerato consultados, algunos profesores venden exámenes a 20 cuc. “Las pruebas finales pueden llegar a costar hasta 40 cuc. O el día del examen el profesor te sopla a la cara las respuestas y luego cobra el dinero afuera de la escuela. Los que se joden son los alumnos de padres que no tienen dinero para pagar los repasos ni las pruebas”, confiesa una alumna de tercer año de preuniversitario.

Caridad paga entre 25 y 30 cuc mensuales a un maestro jubilado que repasa a sus dos hijos. “No es fácil. Después de estar ocho horas en la secundaria, muchos adolescentes están otra hora y media repasando, porque en la escuela, debido a las deficiencias de los maestros, les cuesta asimilar las clases. A eso añádele el dinero de la merienda y almuerzo, que en mi caso es de 50 cuc al mes, sin contar los ‘regalos’ a maestros y directores para que atiendan bien a mis hijos”.

María Elena ya perdió la cuenta del dinero que ha gastado en obsequios y atenciones a los profesores de su hija. “Esos gastos extras comenzaron desde el primer grado. Lo habitual es llevarle almuerzo a la maestra, comprarle ropa o tarjetas para su teléfono móvil. Mientras mejor los padres atiendan a la maestra de sus hijos, mejores notas sacarán”.

René, padre de un alumno de octavo grado, se queja de la cantidad de peticiones que hacen en la escuela. “Es un descaro. Te piden hasta ventiladores para que los muchachos no pasen calor en aula. En la secundaria de mi hijo, los padres hemos resuelto detergente, papel, cortinas, tomacorriente... Después el gobierno dice que la educación es gratuita”.

Ya se acercan los exámenes finales y no pocas familias abren la billetera para pagar repasos extras o sobornar sutilmente a ciertos profesores. Juan Carlos reconoce que quizás no es la mejor manera de motivar en sus hijos el interés por los estudios, “pero de lo que se trata es que pasen de grado con notas elevadas y puedan acceder a una buena carrera en la universidad. Si tengo que pagar, pago”.

Entre regalos a maestros, clases de inglés y repasos, Yolanda gasta 100, de los 200 dólares que todos los meses por la Western Union le envían familiares residentes en Miami. “Lo importante es que mi hija aprenda y estudie inglés en una escuela particular. Si se prepara bien, podría aspirar a una beca en una universidad de Estados Unidos”.

A partir del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, muchas familias han comenzado a valorar la enseñanza en escuelas cubanas como un primer escalón.

El futuro profesional de sus hijos lo ven fuera de la Isla. Y piensan en grande. Universidad de la Florida, Harvard o quizás el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Soñar no cuesta nada.
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