Por Jorge Luis González Suárez.
El tema de los mercados agropecuarios está en el tapete. El asunto de la distribución de productos y precios en estos lugares es comentario diario de la población, extendido también a la prensa oficial, la radio y hasta el segmento Cuba Dice del Noticiero de la Televisión Cubana.
Recordar algunos de los antiguos mercados de nuestra ciudad puede llevarnos a comprender mejor la realidad actual de estos puntos indispensables para la alimentación del pueblo.
El primer mercado, según recoge en su obra “La Habana, apuntes históricos” el historiador Emilio Roig de Leuchsering, estuvo ubicado en la Plaza de San Francisco. A petición de los frailes se trasladó para la llamada entonces Plaza Nueva, hoy Plaza Vieja, que comprende las calles Muralla, Mercaderes, San Ignacio y Teniente Rey, en el actual municipio Habana Vieja.
La información que nos ofrece el libro nos dice que este espacio era “un conjunto de tarimas de madera, cubiertas o descubiertas, para uso de los expendedores”. Esta descripción concuerda bastante con muchos de los puntos de ventas que encontramos dispersos ahora por la capital.
El eminente analista señala como a partir de 1836 se construyeron sólidas edificaciones de mampostería en el lugar mencionado y en otras zonas de la ciudad para la venta de estas mercancías. Entre estos se hallaban los de Cristina y el del Cristo.
El siglo antes mencionado se destacó por dos construcciones de gran magnitud e importancia dedicadas a estos fines. El primero fue el Mercado de Tacón, el cual sería identificado por la población como la Plaza del Vapor, por tener una fonda donde estaba pintado en una pared el vapor Neptuno, barco que iniciara los viajes entre La Habana y Matanzas. Este lugar patrimonial fue demolido en los inicios de la Revolución, producto de una de las tantas barbaridades hechas por nuestras autoridades.
El segundo punto de trascendencia fue el Mercado de Colón, arquitectura considerada como una obra maestra ubicado en la manzana que ahora ocupa el Museo de Bellas Artes. Allí estuvo hasta 1947 en que fue clausurado. Su destrucción es otro acto vandálico perpetrado contra objetos que debieron ser conservados para nuestra historia.
La llegada de la república trajo la creación de nuevos establecimientos de este tipo. En 1914 empezó a funcionar el Mercado de la Purísima Concepción, muy cercano a las calles de Concha y Cristina. Este dejó de prestar sus servicios a los pocos años y sus dependencias fueron utilizadas en otros desempeños.
El más conocido en el siglo XX fue el Mercado General de Abasto y Consumo o Mercado Único, aunque la población lo identificó como el Mercado de Cuatro Caminos por su cercanía a este lugar. El mismo abrió sus puertas en 1920 y el costo oficial de este edificio fue $ 1 175 000 pesos, suma bien elevada en su momento.
La concesión para su explotación por treinta años, prorrogada posteriormente, estuvo en manos del senador Alfredo Hornedo, y la característica distintiva que mantuvo fue carecer de viviendas, algo que tenían sus grandes antecesores.
Recuerdo que iba con mi madre a dicho lugar donde ella adquiría los productos frescos y muy baratos. Es cierto que allí reinaba la suciedad y el mal olor pero había de todo al alcance de la mayoría de la población.
Con la llegada de la Revolución se produjo una limpieza del sitio pero con la consiguiente escasez de mercaderías. El pueblo, ante la falta de productos, en son de burla, lo bautizó con las siglas LPV, que no significaban el lema “Listos para vencer, sino “Limpio pero vacío”. Hoy se encuentra tapiado y lo único que queda de él son las paredes y parte del techo, en espera de que lo conviertan en una gigantesca shopping.
La última edificación fue la Plaza de Carlos III, convertida en estos instantes en múltiples tiendas y boutiques que comercializan en divisa. Fue concebida como un centro moderno con los adelantos de su tiempo. Tuvo una corta duración al cerrarse con la llegada del gobierno revolucionario, por considerarse “un lugar hecho para la burguesía”.
Los múltiples agro-mercados estatales o de cuentapropistas desabastecidos de hoy son una mala caricatura de estos enormes lugares eliminados, en los cuales se podía adquirir todo lo necesario en materia de productos agrícolas. Al que opine lo contrario le digo: amigo; a otro con ese cuento.
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