La Habana ha sido oficialmente designada por la organización New7Wonders como una de las siete maravillas del mundo moderno, debido a su “atractivo mítico, lo cálido y acogedor de su ambiente y el carisma y jovialidad de sus habitantes”.
Elevada a equivalente contemporáneo del Mausoleo de Halicarnaso, el Coloso de Rodas o los Jardines Colgantes de Babilonia, aunque el régimen haya reconocido que la mayor parte de las edificaciones de la ciudad está en regular o mal estado.
Según el director de New7Wonders la selección se realizó mediante un “proceso democrático global”. Lo que demuestra cómo la tiranía de las mayorías, lo políticamente correcto, y la manipulación de información en un régimen totalitario, pueden viciar cualquier análisis de cualquier cosa y en cualquier momento.
No hay que sorprenderse cuando en las comisiones de derechos humanos de organismos internacionales participan “democracias” como Belarús, China o Zimbabwe, por aquello de representatividad continental, o se lo otorga la sede del mundial de fútbol a un país más pequeño que el estado de Connecticut con dos millones y medio de habitantes, pero con dinero suficiente para comprar cuanto directivo de instituciones deportivas haga falta para realizar allí lo mismo un escándalo que un homenaje.
Entonces, no hay que pasmarse con la noticia de que se develó en el Castillo de San Salvador de La Punta, en la capital de la isla-finca, una placa acreditándola como Ciudad Maravilla, y donde el inefable historiador de la ciudad dijo tranquilamente que “Por suerte, (…) la ciudad está intacta, venida a menos a veces, pero cuando se rasga el velo de esa aparente decadencia, aparece su esplendor en cualquier edificio, en cualquier sitio. Lo que hay que tener es ojos para ver la maravilla y un corazón que nunca desmaye”.
“Venida a menos a veces”, dice el historiador de la ciudad con su colosal desvergüenza, que supera con creces su amplio conocimiento profesional de la urbe. Porque después de 57 años olvidada, abandonada, destruida y despreciada por los mayorales de Birán con complejos de guajiritos orientales envidiosos de la capital, pretenden ahora que el mundo crea que es una “Ciudad Maravilla”.
Pero las verdaderas maravillas de La Habana no pueden limitarse a calles adoquinadas en La Habana Vieja, la Plaza de la Catedral, restos de murallas, el cañonazo de las nueve de la noche en El Morro, La Bodeguita del Medio y la afabilidad de sus habitantes. ¿Y del resto de la ciudad, qué?
La verdadera maravilla es que en la capital no se hayan derrumbado miles y miles de edificaciones en Centro Habana, El Cerro, Arroyo Naranjo, Arroyo Apolo, Diez de Octubre, La Lisa, Marianao, Habana del Este, San Miguel del Padrón, Guanabacoa, Regla, Lawton, El Cotorro, o cualquiera de las otras zonas por donde no pasean los turistas ni viven los dirigentes, y que se mantienen en equilibrio milagroso desafiando leyes de la física y la lógica.
No es “aparente” la decadencia en esa Habana donde se suministra agua a la población cada dos, tres, cuatro, cinco o más días, o con “pipas” (camiones cisternas) quién sabe cada cuánto tiempo, porque hace más de medio siglo no han habido verdaderas inversiones para reparación y mantenimiento de acueductos y alcantarillados, y si todavía funcionan los existentes es por las obras públicas acometidas en aquella “república neocolonial” que tanto desprecia y denigra la llamada “revolución”.
No es “aparente” la decadencia en esa Habana donde calles y aceras están repletas de huecos y aguas estancadas por falta de reparaciones, y donde caminar a cualquier hora se convierte prácticamente en un acto de equilibrismo, con excepción de las zonas donde el régimen tienen intereses específicos o residen los “dirigentes”.
No es “aparente” la decadencia en esa Habana donde la recogida de basura es esporádica y solamente Dios sabe cuándo se realizará, donde los pocos depósitos de desperdicios al servicio de la población se desbordan continuamente, y donde insalubridad, aguas albañales, epidemias, vectores infecciosos y malos olores campean por sus respetos.
No es “aparente” la decadencia en esa Habana donde pasan los decenios y las viviendas de los cubanos de a pie no reciben ni un poco de pintura ni una mínima reparación de techos, puertas y ventanas, ni pueden instalar duchas, lavamanos o inodoros, o sustituir puertas y ventanas en mal estado, mientras “zonas congeladas” y barrios donde la nomenklatura disfruta la vida no conocen limitaciones ni escasez.
No es “aparente” la decadencia en esa Habana si el servicio eléctrico sin interrupciones es privilegio lejos del alcance de trabajadores humildes, pero nunca falta donde residen miembros del buró político o del comité central, o altos oficiales de las fuerzas armadas y los aparatos de seguridad.
No es “aparente” la decadencia en esa Habana donde para comprar boniato, calabaza o quimbombó es necesario pasar horas en colas bajo el sol, y donde desayunar, almorzar y cenar es lujo de sectores muy reducidos de la población o privilegiados del régimen.
¿Habana, ciudad maravilla? ¿Venida a menos a veces? ¿Aparente decadencia?
No me gusta ser innecesariamente grosero cuando escribo, pero ante inmoralidad tan colosal solamente se me ocurre una expresión muy cubana:
¡No jodan!
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