sábado, 26 de enero de 2019

La zanahoria y el palo.

Por Alfredo M. Cepero.

Donald Trump multiplicó varias veces la fortuna heredada de su padre utilizando la estrategia ancestral de la Zanahoria y el Palo (The carrot and the stick) como medio de negociación en el mundo de los negocios. Su fascinante libro "The Art of the Deal" contiene la fórmula para triunfar en el mundo de los negocios. Pero los mundos de los negocios y de la política son no sólo totalmente distintos sino diametralmente opuestos.

Mientras en los negocios se discuten los intereses económicos de los participantes en la negociación, en la política las élites discuten el poder omnímodo sobre multitudes que no participan en dicha negociación. Mientras en los negocios predomina la razón, en la política se impone la pasión. Mientras la mayoría de los negociantes tienden a ser pragmáticos, la mayoría de los políticos tienden a ser fanáticos.

Su éxito en el mundo de los negocios y sus credenciales de experto negociador pusieron a Donald Trump en la Casa Blanca. Una ciudadanía cansada de ser engañada y traicionada por las élites políticas decidió participar en la negociación de elegir presidente. El flamante nuevo presidente estaba convencido de que su estrategia negociadora de la "Zanahoria y el Palo" lo conduciría al éxito en el mundo de la política. Pero los hechos han demostrado que se equivocó de medio a medio.

Sus adversarios en la izquierda vitriólica del Partido Demócrata no quieren la zanahoria parcial que se reparte tradicionalmente en los negocios sino la zanahoria total que se arrebata constantemente en el poder político. Un poder político absoluto que les ha permitido medrar sin necesidad de trabajar. Según están las cosas, Donald Trump se ha quedado sin otra opción que esgrimir el palo y pegar duro a unos enemigos que no le perdonan haberlos desenmascarado y que han demostrado que no le darán cuartel.

La prueba más elocuente y reciente la tenemos en la actitud obstruccionista y vengativa de Nancy Pelosi y una Cámara de Representantes que se niega a darle ni siquiera un dólar para que cumpla su promesa de campaña de construir un muro en la frontera sur. Los demócratas no esperaron siquiera a que el presidente formulara su oferta para expresar su oposición a cualquier negociación. Pero Trump la hizo de todas maneras como parte de su plan para demostrarle a la opinión pública que el cierre del gobierno no ha sido motivado por él sino por la renuencia de los demócratas a negociar de buena fe.

La oferta del presidente ha sido tan generosa que ha llegado al punto de que la derecha republicana lo haya acusado de estar regalándole una amnistía a quienes violaron las leyes de los Estados Unidos. En su mesurada alocución al país, Trump les concedió a los demócratas peticiones que han hecho y no han logrado materializar durante varios años. Por ejemplo, tres años de garantía a los miembros de DACA (Acción Diferida para Menores no Acompañados) de que no serán deportados y podrán obtener permisos de trabajo y números de seguro social. Tres años de extensión a millares de inmigrantes bajo Estatus de Protección Temporal (TPS) para que legalicen su presencia en el país.

Al mismo tiempo, ofreció 800 millones de dólares para asistencia humanitaria, 805 millones para interdicción de drogas, 2,750 plazas de nuevos agentes fronterizos y 75 nuevos equipos de jueces de inmigración. A cambio de todas estas concesiones, pidió únicamente que le concedieran 5.700 millones de dólares "para el desarrollo estratégico de barreras físicas, o el muro". Y en tono conciliador agregó: "Esto no es una estructura de hormigón de 2.000 millas (unos 3.220 kilómetros) de mar a mar. Son barreras de acero en ubicaciones de alta prioridad".

Los demócratas, por su parte, repiten sus lemas demagógicos, hipócritas y obstruccionistas. Todo esto demuestra que, en este momento, Trump quiere una negociación pero la Pelosi quiere una humillación. Una derrota clara y convincente de un presidente que ella y sus apandillados se proponen sacar de la Casa Blanca en las elecciones de 2020.

Pero Trump no es un adversario fácil de vencer. Ha puesto en marcha una maniobra envolvente para entrar en el Capitolio por la puerta del Senado, donde los republicanos controlan una mayoría de 53 curules. Los republicanos sólo necesitan 7 votos del partido del burro para lograr los 60 que impedirían un "filibuster" (discurso de obstrucción) por parte de los demócratas. El Presidente del Senado, Mitch McConnell, ha dicho que el próximo jueves dicho cuerpo legislativo considerará la propuesta del Presidente Trump. Una aprobación por parte del Senado sería una derrota aplastante para la Pelosi y los demócratas de la Cámara de Representantes.

Pero yo no me hago ilusiones de que algún senador demócrata se atreva a contradecir las consignas de su partido. Los republicanos somos individualistas y nos damos el lujo de pensar y actuar con independencia de las consignas del partido. Los demócratas son colectivistas y, como un rebaño de ovejas, siguen las órdenes de sus líderes sin atreverse a actuar por sí mismos. A la hora de mantener su línea y seguir sus consignas, son lo más parecido que he visto a los comunistas de Cuba y Venezuela. Estoy convencido de que McConnell está perdiendo su tiempo.

Creo, por mi parte, que Donald Trump no tiene otra alternativa que jugarse el todo por el todo. Las elecciones de 2020 serán determinadas por su éxito o su fracaso en esta confrontación. Al igual que durante su campaña por la presidencia, tiene que ignorar las advertencias de los moderados y leguleyos que lo rodean y poner en marcha su amenaza de declarar una emergencia nacional. Según la Ley de Emergencia Nacional aprobada en 1976, el presidente tiene la autoridad legal para declarar el estado de emergencia.

En este punto, contamos con la opinión favorable de Gene Healy, Vicepresidente del prestigioso Instituto Cato, quién afirma que :"Aún cuando la constitución limita la autoridad del presidente para declarar una emergencia nacional, el Congreso le ha concedido tradicionalmente al primer mandatario amplios poderes para invocarla simplemente con declarar que tal emergencia existe". De hecho, entre 1979 y el momento en que escribo estas líneas, se han producido 58 declaraciones de emergencia nacional en los Estados Unidos.

Por otra parte, es altamente probablemente que cualquier reto al presidente por sus adversarios demócratas termine con un fallo adverso al primer mandatario en los tribunales. Pero una pérdida no sería jamás tan devastadora como una rendición. Habrá caído combatiendo y con la botas puestas. Con esto, conservaría el respaldo de una base política sin el cual no tendría la menor esperanza de ser reelecto en 2020. Además, Trump sabe mejor que nadie que, en política, la percepción tiene la cualidad de convertirse en realidad.
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