miércoles, 21 de julio de 2021

Rebelión en Cuba: los acomodados se asustaron con la chusma.

Por Luis Cino.

Protestas en La Habana el 11 de julio de 2021

Ante la magnitud de las protestas de los días 11 y 12 de julio, el escritor Norberto Fuentes, un exiliado diferente, que no logra vencer su nostalgia por sus tiempos en la corte castrista, está preocupado por la eventualidad de la toma del poder por “una contrarrevolución inculta y mal hablada”.

Y no es el único. Escucho a acomodados y nuevos ricos, los burgueses del socialismo post-fidelista, que no hacen colas, no montan guaguas y no se alejan mucho de Miramar, Siboney y Nuevo Vedado, horrorizados por “el mal aspecto, la indecencia y la chusmería” de muchos de los participantes en las protestas: descamisados, en chancleta, andrajosos, profiriendo insultos y palabrotas. No repararon que entre los manifestantes hubo también artistas, profesionales, personas decentes que protestaron pacíficamente y fueron la mayoría.

Ese horrorizado espanto, en el que hay mucho de elitismo y racismo, es reforzado por la narrativa oficial que, además de presentar las protestas como un golpe blando instigado por el gobierno norteamericano a través de las redes sociales, insiste en reducirlas a los saqueos de las detestadas tiendas en Moneda Libremente Convertible (MLC) y otros hechos vandálicos cometidos por quienes califica como “delincuentes y marginales”.

Al régimen, que pregonaba ser “la revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes”, parece que se les olvidó cómo lucen, cómo hablan y cómo suelen ponerse los humildes cuando ignoran sus quejas, sus necesidades, y los engañan, los desprecian y encima les caen a toletazos.

En realidad, todos los cubanos que no gozamos de los privilegios de la elite y de las fortunas que han logrado amasar unos pocos por medios casi nunca limpios, sabemos que esos que tanto horror causan a los burgueses y acomodados del castrismo son personas desesperadas por el hambre, la miseria y el ninguneo y la opresión a que han sido sometidos. ¿Cómo no vamos a entender su indignación, su ira?

Esos que hoy se horrorizan por las protestas de los pobres, ¿dónde quedó la emoción que parecían sentir  cuando Silvio Rodríguez cantaba: “¡Viva el harapo, señor, y la mesa sin mantel!”

Ahora resulta que hay que esperar que los que nada tienen y nada pueden esperar sean tan cultos como Abel Prieto y Miguel Barnet, tengan modales exquisitos y se vistan correctamente… ¡Que no jodan! Si no son así es debido a la falta de valores, a las fallas de una educación ideologizada, la (de)formación que han tenido bajo este sistema inicuo, al daño antropológico infligido a varias generaciones de cubanos, obligados a fingir y a ocultar sus ideas y emociones.

Los escandalizados tan ocupados estaban en vivir sus lujosas existencias y en sus viajecitos por el mundo en pos de comprar pacotilla que ignoraron como se malvive en los derruidos solares de Centro Habana, El Cerro y Diez de Octubre, y en las villas miseria –no barrios marginales, basta de eufemismos- de Arroyo Naranjo y San Miguel del Padrón.

Tal vez haya sido conveniente el susto que se llevaron los privilegiados y los poquísimos afortunados de esta sociedad, para que no sean tan insensibles y egoístas. Ahora ya saben cómo se sienten los millares de compatriotas suyos que viven peor que las cucarachas, pasando hambre, sin agua ni medicinas y vigilando que el techo no les caiga encima.

Los mandamases no: lo saben, están informados. Pero poco les importa. Lo principal para ellos es mantenerse en el poder. A como dé lugar. Por ello, además de a la policía y las Tropas Especiales con caro equipamiento antimotines, recurren a las turbas de porristas de las brigadas de respuesta rápida, tan chusmas y de tan mala catadura o peor que muchos de los llamados “marginales y delincuentes” a quienes golpean a matar, con el odio reflejado en sus rostros lombrosianos. Y luego, muestran en el NTV las heridas con puntos en las cabezas de los porristas, jamás las heridas de los manifestantes.

Y siguen los mandamases con sus mentiras aterrorizantes para demonizar a los que protestan. Son ridículos y nadie se cree sus cuentos de los hospitales atacados ni de la mujer a quien en las redes sociales encomendaron, a cargo de una recarga telefónica, golpear a niños y retratarlos para culpar a la policía por los hematomas.

Si los mandamases y sus servidores de la prensa oficialista son capaces de inventar esas sandeces, ¿cómo no van a utilizar para su provecho, para espantar a los paniaguados, la marginalidad y el mal aspecto de muchos de los manifestantes, especialmente de las zonas más pobres?

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martes, 20 de julio de 2021

Los que no se echaron a la calle.

Por Juan Orlando Pérez.

La inmensa mayoría de los cubanos no se echaron a las calles de la isla el domingo 11 de julio a protestar contra el gobierno de Miguel Díaz-Canel. La principal razón de esas buenas personas para no unirse a las manifestaciones, quedarse en sus casas, y hasta ponerle una tranca a la puerta, no es afecto por Díaz-Canel, por quien ninguno de ellos votó para hacerlo presidente. No es, ni mucho menos, que se sientan satisfechos con la vida en Cuba, o que crean las explicaciones del gobierno para justificar por qué los cubanos tienen que vivir tan mal como viven. Y tampoco es, no exactamente, el miedo. Por supuesto, hay miedo, ese vicio, esa lepra no se cura tan fácilmente, no en un día. Cualquiera podía imaginarse, cuando comenzaron a llegar noticias de las protestas en San Antonio de los Baños y Palma Soriano, que la policía, las boinas negras y la Seguridad del Estado les iban a dar una tremenda mano de golpes a los que sí se echaron a la calle. Pero no es solo el miedo, a que te partan la cabeza de un porrazo, a que te echen dos años, o veinte, en el Combinado o en Kilo no sé cuánto, a que te boten del trabajo o de la universidad, a que a partir de ahora tu familia se quede marcada como contrarrevolucionaria, y que hasta tus hijos pequeños sean declarados mercenarios pagados por la CIA, lo que paraliza a mucha gente que no es, no realmente, cobarde.

Hay, quizás, una falla colectiva de imaginación. La mayoría de los cubanos no se ven a sí mismos en las calles, demandando libertad, o la renuncia del presidente de la República, enfrentándose a la policía, resistiendo las acometidas de las tropas especiales, acampando de noche en medio de una avenida, o de la Plaza de la Revolución, y volviendo en la mañana a marchar y a gritar y a pelear, y así día tras día, hasta que lleguen noticias de la caída del gobierno; eso es algo que hace la gente en otros países, no en Cuba. El hábito de la obediencia, la mansa aceptación de la autoridad del Estado, la medieval reverencia hacia el poder del monarca, son comunes entre los cubanos, la gran mayoría de los cuales no han vivido un solo día de sus vidas en democracia. Esa tampoco es una razón suficiente; otros pueblos han adquirido muy rápidamente, cuando las circunstancias propiciaron ese cambio, el hábito y el placer de la desobediencia. Mucha gente tiene todavía una indisoluble afiliación moral y sentimental a la historia y la mitología de la Revolución; salir a la calle con «gusanos» y «escoria» a gritar insultos contra Díaz-Canel es algo que nunca van a hacer, una línea que no van a cruzar. Por mala que esté la cosa en Cuba, por inepto que les parezca el gobierno, por inadecuado que les parezca Díaz-Canel, más repugnancia les causa la idea de que Estados Unidos, o peor, Miami, tome el control de la isla e imponga una agresiva restauración capitalista. Han estado muchos años gritando «¡Pa’ lo que sea Fidel!», para de repente empezar a gritar «Díaz-Canel singao». Llevan toda una vida susurrando «Vivo en un país libre…», para ponerse ahora a cantar «Patria y Vida», una canción que les dice que la Revolución en la que creyeron fervientemente, y quizás todavía creen, fue «maligna», un puñado de mentiras. Pero tampoco esa tenaz nostalgia revolucionaria de muchos cubanos, quizás patética, pero no siempre, ni mucho menos, deshonesta, explica por qué, siendo tan catastrófica la situación de Cuba, siendo tan clara la evidencia de que Díaz-Canel no tiene idea de lo que está haciendo, siendo tan palpable la incompetencia, negligencia y crueldad del gobierno cubano, las protestas del 11 de julio atrajeron solo unos pocos miles de personas a lo largo de la isla. Nadie ha contado, pero, ¿cuántos se echaron a la calle? ¿Diez mil, veinte mil en total, cincuenta mil? Eso es mucho para Cuba, nunca tanta gente se había manifestado simultáneamente contra el gobierno en distintos puntos de la isla desde 1959, es lo nunca visto, pero como está el país, uno se habría imaginado que millones de personas estaban listas para unirse a una protesta, aunque fuera solo por el exquisito placer de gritar e insultar a Díaz-Canel a cielo abierto, para que todo el mundo los pudiera oír. La gran mayoría de los cubanos, tranquilitos, siguieron los acontecimientos por Facebook, hasta que les quitaron Internet.

No fue el miedo a contagiarse de coronavirus, los cubanos desafían el coronavirus todos los días en las colas. Quizás la explicación es estupendamente sencilla. Esa gente que se quedó en sus casas sabía perfectamente que al final del 11 de julio, Díaz-Canel iba a ser todavía presidente de Cuba, que no había ninguna posibilidad de que el gobierno cayera, y que la protesta, que comenzó pacíficamente, con los buenos vecinos de San Antonio marchando por las calles de su pueblo con escandinava civilidad, iba muy pronto a atraer guapos de barrio, delincuentes y bárbaros, y una chiquillería temeraria, como en el 94; iba a degenerar en violencia y vandalismo. El horror que inspira a muchos cubanos la posibilidad de una ola de incontenible violencia que provoque cientos o miles de muertos, de prolongados desórdenes en las calles que impidan la continuidad de la vida cotidiana y causen la destrucción de lo poco que no ha sido ya destruido, carros, tiendas, hoteles, hospitales, monumentos públicos; el miedo a ser ellos mismos víctimas de ataques, saqueos y venganzas por parte de sus propios vecinos, y la pesadilla de una guerra civil o una intervención militar extranjera, tienen un poderoso efecto paralizante. La vasta mayoría de los cubanos prefieren buscar su propia salida de ese hoyo que darle candela a la isla.

En los días siguientes a las protestas del 11 de julio, muchos cubanos se han enterado, perplejos, de que hay políticos cubanoamericanos y manifestantes en Washington y Miami pidiendo al gobierno de Estados Unidos que intervenga militarmente en Cuba, una demanda que es, todo a la vez, exagerada, injustificada, inconveniente, ignorante, inútil, estúpida, cobarde y criminal. Los idiotas que piden una intervención militar norteamericana o internacional en Cuba son una ridícula minoría en el exilio y dentro de la isla, sin verdadera influencia o prestigio, pero Díaz-Canel y sus periodistas van a recordarles una y otra vez a los cubanos que no salieron a la calle el 11 de julio que eso, los marines norteamericanos entrando en La Habana y Santiago, como en 1898, es lo que quiere, lo que demanda a gritos, la gente en Miami. Es difícil imaginar que el exilio cubano y sus líderes puedan hacer algo más efectivo para sostener al Partido Comunista de Cuba en el poder que pedir una intervención militar de Estados Unidos, o más sanciones económicas.

Pero tampoco es el terror a la probable destrucción de Cuba y los cubanos en una guerra civil lo que explica por qué las protestas del 11 de julio fueron controladas tan rápidamente y no hubo en ningún momento siquiera una remota posibilidad de que Díaz-Canel cayera. Muchos cubanos que no salieron a las calles el 11 de julio no pueden imaginar siquiera cuál es la alternativa al actual gobierno cubano, quién. Las protestas parecen haber tomado por sorpresa a los grupos de oposición dentro de Cuba, no hubo nadie que les diera orden, dirección, disciplina, tono, y, por supuesto, apenas pusieron un pie en la calle los activistas más conocidos, Luis Manuel Otero Alcántara, José Daniel Ferrer, y otros, fueron arrestados; no llegaron siquiera a arengar a la multitud. Como en el 94, la gente que salió a las calles lo hizo sin líderes, ni programa, ni un claro objetivo político, solo con hambre y furia. A los cubanos que se quedaron en sus casas nadie los convenció de que debían salir a la calle también; nadie les ha ofrecido y explicado una alternativa realista, medianamente creíble, a lo que hay ahora, una hoja de ruta, un plan, un gobierno posible, un cambio alcanzable y deseable. En la noche del 11 de julio, la única alternativa concebible a Díaz-Canel era otra figura de su propio gobierno, quizás alguien marginalmente menos odiado. Si las protestas no hubieran sido controladas y hubieran continuado por varios días más, quizás Díaz-Canel habría sido sacrificado, su cadáver político arrojado a la multitud como premio por su rebeldía, y otro monigote habría tomado su lugar. Puesto que el ejército en Cuba controla el Estado, no era siquiera necesario un golpe militar para imponer el orden, los militares ya tienen todo el poder, tienen carta blanca para hacer lo que crean conveniente sin necesidad de echar a un lado a Díaz-Canel. La autoridad suprema, como se vio al día siguiente, sigue siendo la misma, Raúl Castro, y contra él es difícil imaginar que se alce un general.

Los cubanos que no salieron a las calles parecen entender perfectamente, mucho mejor que algunos analistas y que el gallinero de Facebook, que el gobierno de Cuba no está todavía acorralado, ni en sus últimos días, que, a pesar de su avanzada descomposición moral e intelectual, y su obstinada incapacidad para mejorar la vida de la gente, está todavía organizado y unido, no dividido en facciones y tribus, al menos no visiblemente. Es un gobierno funcional con abundantes recursos políticos, propagandísticos, represivos, diplomáticos y militares, aunque no tenga dinero ni para comprar jeringuillas. No es el Estado fallido que Joe Biden ineptamente describió hace unos días. Tiene frente a sí a una oposición valiente, pero minúscula, débil, fragmentada, intelectualmente estéril, políticamente ingenua, que ha sido hasta ahora incapaz de movilizar a la mayoría del país para forzar un diálogo nacional que termine en la transición hacia una suerte de democracia. El gobierno cubano puede ignorar fácilmente las tímidas llamadas al diálogo de intelectuales y artistas cubanos y políticos extranjeros porque ha dedicado sesenta años a aniquilar a aquellos con los que debería dialogar en un momento como este. No se enfrenta, dentro de Cuba, a nadie que tema o respete. Sus principales enemigos actuales, por su influencia en Washington o en Little Havana, son un senador republicano que no quiere ser presidente de Cuba, sino de Estados Unidos, y el presentador de un programa de cotilleo en Youtube. Con los otros, con la calle, habla a golpes.

La gente que no se echó a las calles quiere lo mismo que los que sí lo hicieron, que no es demasiado, comida, medicinas, electricidad, escuelas y hospitales decentes, una casa que no se caiga con un golpe de viento, libertad para vivir y pensar. Si alguna vez los cubanos recuperan todo eso, los que no salieron a las calles el 11 de julio tendrán mucho que agradecer a los que sí lo hicieron y van ahora a pagar muy caro por ello. De la misma forma que el exilio cubano o la oposición cometen un error pensando que las protestas del 11 de julio indican que la caída del gobierno de Díaz-Canel es inminente, Díaz-Canel se equivocaría trágicamente si creyera que la gente que se quedó ahora en sus casas no se va a echar a la calle la próxima vez. Esa gente está escuchando, mirando, leyendo, todavía recuperándose de lo que vieron el 11 de julio. Están alarmados, ansiosos, incluso confundidos, pero están prestando atención. Con su abstención el 11 de julio, le han dado al gobierno cubano otra oportunidad, la doce mil, para que cambie de rumbo, para que haga algo, urgentemente, para aliviar la vida de la gente. A lo mejor, la doce mil uno no se la dan. O a lo mejor sí, que la paciencia de muchos cubanos no tiene límites.

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Escritores y artistas cubanos, censores y tontos útiles ante las protestas.

Por William Navarrete.

Leonardo Padura junto a Carlos Garaicoa en Coconut Grove, 2018, para la presentación del libro “Island in the Light”.

En mayo de 1943, el pintor Emil Nolde escribe a su esposa que la guerra había sido alentada y financiada por un puñado de judíos […] escabullidos detrás de los gobiernos y las bancas. Dos meses después, la pareja se regocija con el discurso de Joseph Goebbels que prometía “la liquidación total de los judíos de Europa”.

Louis Aragón, figura clave del Surrealismo, autor de varias novelas, pero sobre todo, militante comunista feroz en Francia, dijo en algún momento que prefería a Stalin que a Marcel Proust. El gran André Malraux fue recibido con bombos y platillos en el Gran Palacio del Pueblo (1965), en calidad de ministro de Cultura de Charles de Gaulle, por el infame Mao Zedong (uno de los dictadores más sangrientos al que se le atribuyen unos 78 millones de muertos en China). Gabriele D’Annunzio, sombrío escritor italiano que mucho proveyó al fascismo de símbolos, murió en su siniestra casona a orillas del lago de Garda sin haberse retractado del apoyo que brindó a Benito Mussolini. Eugenio D’Ors, egocéntrico ensayista y agitador cultural catalán que en su época gozó de cierto prestigio, fue también un connotado agente represor al servicio del franquismo.

La lista es larga, y el espacio y el tiempo apremian. Puedo seguir citando nombres de escritores y artistas que, como en las películas del Oeste, en vez de ponerse del lado de los “buenos”, disparan y tiran a mansalva junto a los “malos”. Unos pocos fingen seguirles, otros aplauden y no falta quien echa hasta un par de lagrimones cuando les tiembla la voz, que no el alma, al decir algo para quedar bien con Dios y con el Diablo. Pero los oportunistas de siempre ya no nos engañan. Creen que la Historia nunca les pasará la cuenta, que sus hijos y nietos no se avergonzarán nunca de ellos. Piensan que la gente es desmemoriada y que, en tiempos de emoticones, tik-tokes, Instagram y otras tonterías, todo pasa demasiado rápido como para recordar un día sus fechorías.

Esto es, más o menos y salvando las distancias, lo que ha sucedido ante el admirable levantamiento popular del pasado domingo 11 de julio en Cuba. Por vez primera en la historia (no hay precedentes tan masivos o abarcadores ni siquiera durante los gobiernos de Machado y Batista), en más de 60 ciudades y pueblos de la isla, empezando por San Antonio de los Baños y Palma Soriano y extendiéndose desde Pinar del Río hasta Guantánamo, la gente tomó las calles para reclamar, al unísono, justicia y libertad, pero más que todo, el fin de la obsoleta dictadura de más de seis décadas.

El común denominador de todos estos escritores y artistas ha sido la bajeza. Digo “bajeza” porque ellos sí “saben”. Han leído, han visto mundo, disfrutan a plenitud en sus viajes de las libertades de Occidente en donde acceden a todo lo que el régimen les escamotea, intercambian con cada narración del exilio los relatos de dolor del que perdió al hijo en Angola, al marido en balsa, al padre en un pelotón de fusilamiento, a la madre que no volvió a ver, al amigo que se pegó un tiro, al hermano que vive en Miami o al vecino que se fue y sigue tendiéndole la mano a pesar de que no salió a defenderlo cuando debió hacerlo.

Muchos tienen a sus familias, amigos o hijos exiliados, porque no pudieron seguir conviviendo (que era muriendo) con la trituradora castrista. Suelen salir del país a cada rato, y hablan bajito o susurran todo el tiempo: “Aquello está peor que nunca”. Son los invitados eternos de universidades e instituciones occidentales. Cuentan al que quiera oírlos (siempre en público) lo terrible del embargo. Viven relativamente bien para los estándares nacionales: en un país en donde un secador de pelo de tres velocidades o una cafetera anunciada por George Clooney hace que se diferencien de sus vecinos. Comen en dólares y beben en euros. Resuelven, que es el verbo que les enseñó el cubano de a pie. Son expertos cazadores de premios o contratos en academias del malvado Imperio. Hábiles para colarse en ferias de arte y festivales en donde sea. Y apelan a cualquiera que los saque un rato del estiercolero político en que viven mansitos.

En las redes ya están sus inconsistentes respuestas. La tibieza, el navegar entre dos aguas, entre aplaudo y condeno. La de Nancy Morejón, poeta nacional, invitada ya por la Universidad de Missouri y el Smith College (Massachussetts) es una de ellas. Dice que las manifestaciones son “una vejación a nuestros derechos humanos” (o sea, a los suyos y los del régimen, y no del régimen hacia el pueblo o ella), pidiendo que apoyen al gobierno, es decir, para que este linche sin miramientos a manifestantes pacíficos y desarmados.

También la de Silvio Rodríguez, con rancio olor a armario viejo con bolitas de naftalina, quien sigue llamando “socialismo” al totalitarismo, con la panza y el bolsillo llenos. Escogió no ser “dócil asalariado” del imperialismo, pero vive con dólares en el lujo. O la de una pintora de floripondios que hace honor a su nombre, Flora Fong, y se enreda en galimatías al instar a la ecuanimidad, a vacunarse contra el virus y a prepararse para los ciclones. Todo para no llamar a las cosas por su nombre. La de Virgilio López Lemus, que dice estar del lado justo (el de la “revolución benéfica para el pueblo”) y contra las manifestaciones anexionistas e importadas. López Lemus es nuestro pedagogo contra el anexionismo, y viaja hasta el siglo XIX sin mencionar a los espurios mandatarios de su propia vida. E incluso, la del pintor Nelson Domínguez que afirma que ellos (los manifestantes) van a tener que salir pidiéndoles (el gobierno y él son uno) “un cachito para vivir”. Domínguez es el “Repartidor de Oxígeno Nacional”, y sin ese “cachito de aire” que puede repartir los manifestantes morirían asfixiados. Y hasta la de Nelson Ramírez de Arellano, director del oficialista Centro Wifredo Lam, que compara la situación de Cuba con un corredor de resistencia que se acerca a la victoria, y como al final no sabe que la meta ya está cerca, se desespera. Arellano es entonces nuestro “Atleta Nacional para Tokio 2021”.

El Ministerio de Cultura se apresuró, en medio de los cortes de internet, en subir a la plataforma YouTube varias decenas de declaraciones de agentes y académicos de ese ámbito, bajo las rúbricas “Todo por la patria” o “La razón de mi voz”. Tontos útiles, que no lo son tanto, y sí lamentables censores.

Pero de todos, el más decepcionante ha sido Leonardo Padura, quien, después de machacar con esa palabra “abretesésamo” que es embargo/bloqueo, rechaza la violencia de cualquier parte (muy bien), pero -Padura se ha ido convirtiendo poco a poco en “el hombre que amaba los peros”- le pone pegas a la gesta nacional del 11 de julio minimizándola, es decir, retomando el discurso oficial de que hubo entre los manifestantes “personas pagadas y delincuentes oportunistas” (muy mal). Al parecer, debe conocer a algún que otro revoltoso, aunque se niega a creer que sean tantos los que delincan y si lo fueren (aclara) entonces el proceso educativo social cubano quedaría desvirtuado. Tal vez haya sido Padura otra víctima del apagón digital que condena. Su reacción demoró cuatro días en saltar a la prensa. Es verdad que con los tiempos que corren cualquiera puede ser interpretado, según una cita de Sánchez Albornoz que él entrecomilla, “reaccionario” por unos o “rojo” por otros. Lo curioso (y bochornoso) es que, tras 62 años de engaños y atropellos en Cuba, podamos tildar todavía a alguien, aunque sea por equívoco, de “rojo”.

En 2019, la canciller alemana Angela Merkel ordenó que sacaran de la Cancillería dos lienzos de Emil Nolde que adornaban las paredes de su despacho. El expresionista alemán fue un excelente pintor, pero la Historia terminó haciendo profilaxis. El pueblo cubano también hará la suya y colocará a cada cual en la casilla en la que debe estar. Como Nolde muchos caerán del pedestal. Y poco importará la calidad, porque la calidad vale de poco cuando se trata de moral. Por eso me pregunto qué esperan los voceros de la cultura cubana oficial para descolgar de sus propios muros los Nolde por los que un día se les juzgará.

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Cómo se gestó el plan de huida de Raúl Castro y los principales jerarcas cubanos rumbo a Sudáfrica.

Por Alexis Rodríguez.

El pánico se desató en la cúpula del poder cubano el pasado domingo 11 de julio cuando las protestas estallaron violentamente en La Habana. Las imágenes de los disturbios delante del Capitolio dan la vuelta al mundo y el Gobierno cubano comprueba con impotencia que el corte de internet en la isla no consigue frenar a los manifestantes porque los jóvenes utilizan redes virtuales privadas (VPN) para sortear la censura.

Los militares se reúnen de urgencia en el Consejo de Seguridad con Raúl al frente y sin la participación del presidente Miguel Díaz-Canel, al que se han quitado de en medio mandándolo a las calles de San Antonio de los Baños para calmar los ánimos de la población. El 'puesto a dedo', como le llaman despectivamente los militares al presidente, es abucheado, sus guardaespaldas empujados y el presidente consume en esas jornadas el poco capital que tenía.

En esas reuniones del Consejo de Seguridad se viven escenas de tensión con gritos, discusiones, desavenencias y dimisiones que nunca se habían vivido en las altas esferas del poder cubano. Ante la imposibilidad de ponerse de acuerdo con las medidas a tomar para frenar las protestas, y dado que los generales más jóvenes del Ejército y de la PNR (Policía Nacional Revolucionaria) se niegan a usar la fuerza contra la población civil, los militares más allegados a Raúl y los servicios secretos ponen en marcha el plan de fuga que tienen siempre preparado para situaciones altamente peligrosas que afectan a la seguridad de Raúl Castro. El viejo líder, que tiene 90 años y recibe tratamiento para su cáncer de esófago y recto, padece además una cirrosis hepática crónica por su vieja adicción al alcohol.

Sudáfrica, la opción más factible.

Los servicios secretos, creados por un viejo grupo de gallegos y canarios entrenados por la Stasi y el KGB, tienen listo el Ilyushin Il-96 en el pequeño aeropuerto civil de Baracoa. El destino más lógico sería Venezuela, pero quizás por ello mismo y por otros aspectos considerados en un análisis de urgencia, deciden que la opción más factible es Sudáfrica.

El Il-96 de largo alcance y fuselaje ancho puede llegar allí sin problema. Sudáfrica no tiene tratado de extradición con Cuba, los jerarcas del régimen tienen negocios por valor de cientos de millones de dólares en ese país: de hecho, López Calleja, el amo y señor de Gaesa, el conglomerado de empresas propiedad del Estado, estuvo en Sudáfrica hace poco más de mes y medio. Además, allí tienen viejos amigos que le deben favores desde los tiempos de la guerra de Angola. Pocas horas después, en cuanto el Gobierno recuperó el control de internet usando sus ciberclavias y los militares el de las calles con el rápido despliegue de los tres ejércitos y la brutal represión con material militar, el plan de huida se desactivó.

La revuelta por la libertad en Cuba ha dejado de momento cientos de detenidos y un número indeterminado de muertos y heridos. Y eso que los militares no llegaron a sacar a las calles los carros de combate que tenían listos en el Bosque de La Habana, un precioso parque metropolitano de 700 hectáreas de la capital.

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Cuba será libre.

Por Julio M. Shiling.

Es sólo cuestión de tiempo. Los actuales militares cubanos y la seguridad del Estado han sido puestos sobre aviso.

El Levantamiento Cubano de 2021, un movimiento popular y nacional de masas que comenzó el 11 de julio de 2021, inició un proceso de liberación que es irreversible. El propósito es claro. El pueblo de Cuba está harto del régimen tiránico comunista y exige y lucha por la libertad. Hay cinco cosas que los militares cubanos y la Seguridad del Estado deben saber.

1. Se ejercerá la justicia transicional.

Cuba no repetirá los errores de Rusia, Nicaragua y muchos de los países del antiguo bloque socialista que no iniciaron procesos de descomunización y justicia transicional. Entendiendo que al colapsar el comunismo cubano, la liberación, se inicia una nueva etapa: el proceso de democratización. Su mayor reto es lidiar con el pasado criminal castrocomunista del que algunos o muchos de ustedes son responsables. La justicia transicional tiene tres tareas fundamentales: (1) identificar el crimen; (2) procesar al criminal; y (3) indemnizar a la víctima. Como no puede haber un Estado de Derecho, base de un sistema republicano de autogobierno libre, la aplicación de la justicia transicional será obligatoria. 

2. La era electrónica facilita la identificación.

El aparato de un régimen totalitario ofrece un gran amparo para la consumación de crímenes de lesa humanidad impulsados por el régimen. La era electrónica, con sus instrumentos de medios sociales, Internet, teléfonos móviles y otros dispositivos digitales, ha empoderado a todo el estrato de la sociedad cubana con la capacidad de documentar con precisión los delitos punibles. Dado que el régimen castrista, con su sistema socialista patético, ha sido incapaz de satisfacer las necesidades básicas y cubrir su enorme coste sistémico de represión, se ha visto obligado a permitir estos aparatos y servicios electrónicos a cambio de las desesperadas divisas que necesita para su supervivencia. En otras palabras, Cuba comunista no puede escapar a la necesidad de tolerar los dispositivos electrónicos. En consecuencia, el pueblo cubano continuará poseyendo los medios para acumular adecuadamente las pruebas necesarias para identificarte como participante en una actividad criminal y el Estado cubano libre te procesará.

3. La Fórmula Radbruch y el precedente de los Juicios de Nuremberg.

La Fórmula Radbruch, una teoría del derecho formulada en 1946 por el jurista y político alemán Gustav Radbruch, estableció una correlación moral y judicial con los Juicios de Nuremberg y el principio de las leyes injustas y su inmoralidad. El régimen nazi, al igual que el castrocomunismo, opera bajo el disfraz de la santidad legal. “Legaliza” la actividad criminal utilizando el legalismo basado en el régimen. El holocausto nazi, por ejemplo, fue “legal” bajo el régimen nazi.

Esencialmente, la Fórmula Radruch sostenía que una “ley” se anula a sí misma una vez que lo que autoriza traspasa los límites de la barbarie. Esto es lo que Radbruck llamó “injusticia extrema”. El derecho positivo (derecho convencional) no puede sobrepasar el derecho natural. Otra consecuencia importante de los juicios de Nuremberg fue la anulación de la excusa de “cumplir órdenes”. Cumplir órdenes que hacen que uno viole los códigos elementales de la decencia humana, hace que la responsabilidad recaiga en el ejecutor real del crimen, no sólo el que dio las órdenes. Para que quede claro, no se podrá culpar a otros de sus crímenes.

4. La desechabilidad del liderazgo comunista.

Como los méritos basados en el talento, la competencia y la responsabilidad no son inherentes a las dictaduras comunistas, una vez que el régimen castrista siente que no eres útil, te abandona. ¿Recuerdan al general del Ejército Arnaldo Ochoa y al Ministro del Interior José Abrantes? Si tienes alguna relevancia en el régimen marxista-leninista de Cuba, puedes ser el próximo chivo expiatorio. La repentina y misteriosa muerte del General de División del Ejército de Oriente Agustín Peña Porres, este sábado 17 de julio, es un indicio previsible de que las disensiones en la dictadura comunista son reales. La cúpula militar y el aparato de seguridad del Estado viven en un entorno seguro. No tienen que ir a mezclarse con la población cubana como la mayoría de ustedes. Esos vecinos hoy, serán tus acusadores mañana en un tribunal cubano libre.  

5. Expurga tus pecados.

Si crees o tienes una inclinación potencial a aceptar la existencia de un orden trascendente, expurga tus pecados ahora. El precio de una conducta crasa contra tus hermanos será mucho más alto en la otra vida. Lustra tu pasado indigno por el método más glorioso posible: combatir el mal al que serviste. Para los no creyentes, tened la seguridad de que la ira de una nación sedienta de justicia que ha sido saqueada, apaleada y mantenida cautiva por un sistema sociopolítico tiránico al que servisteis y ayudasteis a mantenerse en el poder, no quedará sin castigo aquí en la Tierra. Los crímenes que usted cometió y puede estar cometiendo recibirán justicia, tanto en la existencia temporal como en la eterna.

Cuba será libre. Es sólo cuestión de tiempo. Los actuales militares cubanos y la seguridad del Estado han sido puestos sobre aviso. El papel que juegan o han jugado en la dictadura más larga, brutal, subversiva e imperialista de la historia del hemisferio occidental no será ignorado. Las acciones que realices hoy, determinarán tu destino en la Cuba libre que se está gestando. No digan después que no fueron alertados.    

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jueves, 15 de julio de 2021

¿Y ahora qué?

Por Rolando Morelli.

Manifestantes en La Habana el pasado 11 de julio.

¿Y ahora, qué? Esta es la pregunta de los 64.000 pesos -perdón, dólares, que son los únicos que caminan-. Comienzan las bolas, probablemente echadas a rodar por la dictadura para desacreditar a los “medios enemigos”. Según el diario español ABC, renuncia el viceministro del Interior, dizque por desacuerdos con “los métodos empleados” contra los manifestantes pacíficos en toda Cuba. Información que ha sido ya desmentida por Cubadebate. Pero, ¿qué otras “dimisiones” reales o “medidas punitivas” de limpieza cautelar, seguirán a la falsa renuncia del viceministro?

¿Sacrificarán al hombre de paja que responde al nombre de Díaz-Canel, para poner a otro? Al parecer, ha cumplido ya la misión para la que optó en las antecámaras de palacio, y para la que fue escogido y puesto a dedo por su mentor, Raúl Castro. Ahora quizás le toque un castigo peor que un plan piyama. No dudaría que además de apartarlo, lo juzguen por crímenes contra la Revolución y “otros excesos”, incluidos el enriquecimiento ilícito y el abuso de autoridad. ¿Lo fusilarán como a Ochoa? ¿Con o sin juicio? ¿Confesará sus culpas? O tal vez, este escenario se complique aún más, con peticiones de asilo político, de parte de otros dirigentes que temen por su pellejo.

Los comprometidos con el régimen puede que sean muchos todavía. Hablamos, claro, de los represores de boinas rojas o negras, (los “Tonton macoute” de Cuba, copiados al antiguo régimen de los Duvalier en Haití), los generales, beneficiarios de bienes de fortuna incautados al pueblo, y otras fuerzas represivas. No hay más que ver lo bien alimentados y vestidos que van estos “ttmacoute” y las flotillas de camiones habilitados de que disponen para desplegarse y apresar en sus casas o en plena calle a quien se les antoje hacerlo. ¿No comprendía acaso el ministro del Interior -nada menos- que la violencia, siendo absolutamente innecesaria frente a gente inerme, cumplía sobre todo la función de aterrorizar con su salvaje despliegue a una población que no le teme al virus tanto como a morirse de hambre, por decisión arbitraria del régimen nominalmente presidido por Díaz-Canel?

Las protestas en Cuba han sido, desde el comienzo, absoluta y generalmente pacíficas, y la respuesta violenta ha partido de la soberbia e impunidad del régimen, ejercida -habría que reiterarlo- contra gente indefensa, incluidos mujeres y niños. Esto lo ha visto todo el mundo, salvo los cubanos de la Isla que no tienen ahora acceso a internet y, en consecuencia, se ven obligados a buscar en la televisión secuestrada por el régimen las imágenes que este limpia para ofrecerle “al pueblo” (incluido un abominable desfile de figuras de cartón piedra entre las que destaca por su sumisión e hipocresía la poetiesa Nancy Morejón, adicta y adepta del régimen que la avala, y al que ella defiende a capa y espada con su verborrea).

Aconseja la laureada Morejusa, nada menos que a los jóvenes (no a los reprimidos por el régimen, naturalmente, de los que no habla en absoluto) repasar la historia de la Enmienda Platt, que al parecer duró hasta la llegada del castrismo en 1959. Esto hace la señora, entre invocaciones al oportunista Nicolás Guillén y hasta al ínclito Juan Gualberto Gómez, a quienes mete en el mismo saco sin hacer ascos. Estos quedan para quienes la escuchen o lean.

En este contexto, se comenta que renuncia el general, puesto a dedo también él, viceministro del Ministerio del Interior. Y, según vemos en un video, al temible Ramiro Valdés, que intenta decir algo a un grupo de manifestantes, le llaman asesino y le impiden justificar lo injustificable, poniendo parches cuando ya ha reventado el grano, a los gritos de “libertad, libertad, libertad” y “no más golpes”, gritos que son más bien exigencias, todavía de pueblo soliviantado, pero dispuesto a negociar.

¿Qué pasará pues, luego de lo que ha pasado y de lo que está pasando en Cuba? Porque el hambre no se resolverá, la arbitrariedad y el abuso no cesarán por arte de birlibirloque, y las vacunas, si es que el régimen decide aceptar la ayuda ofrecida por el exilio y otras fuentes, no procederán de los laboratorios cubanos, chinos o rusos, sino de los laboratorios occidentales de Europa o de los Estados Unidos. ¿Y después qué?

La represión ha sido, es y seguirá siendo sangrienta. Gordos como sanguijuelas los boinas rojas y negras seguirán haciendo su labor de Gestapo tropical hasta que se les canse el brazo o hasta que se les acaben las víctimas. ¿Y entonces qué? ¿Los desmovilizarán también a ellos para que el pueblo sobreviviente se vengue y sobreviva a “la Revolución”? ¿O irán estos parásitos del pueblo contra quienes los han alimentado? Los escenarios posibles son múltiples e inimaginables. Así pues, la pregunta de los 64 000 mil pesos, -perdón, dólares- sigue siendo: ¿Y ahora qué?

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miércoles, 14 de julio de 2021

Las cosas por su nombre.

Por Carlos Manuel Álvarez.

Una patrulla volcada en mitad de la calle, dos jóvenes negros encima. Parecen gritar algo que llevan susurrando toda la vida. La garganta convierte al individuo en ciudadano, es el lugar en que confluyen la idea y el cuerpo, el músculo sonoro. La palabra de la protesta explota en la garganta, no llega a la boca ni a la lengua y convierte a la eufonía en la principal categoría ideológica del discurso cívico.

En la foto, el joven de la izquierda extiende una bandera cubana, manchada de rojo en una de sus franjas blancas. Hay destrucción alrededor, fachadas cubiertas de hollín, ladrillos, objetos y gente pobre en la calle. El semáforo está en verde, lo que acaso explica por qué la imagen sigue en movimiento conciencia abajo, atravesando las carreteras del asombro y la furia nacional, convirtiéndose en el emblema de las manifestaciones multitudinarias que el domingo 11 julio se sucedieron en toda Cuba, casi en cada municipio y ciudad, o al menos en más municipios y ciudades que las que puede recordar cualquiera que haya vivido y fenecido bajo la larga sombra del castrismo.

Esa intervención en el espacio público ubica al lenguaje en su lugar. “El pueblo unido jamás será vencido”, gritaban muchos que no tenían tiempo para lanzar un nuevo lema, y que operaban así sobre el pasado, el único territorio de la invención. “La calle es de los revolucionarios”, decían los funcionarios del oficialismo, pero la palabra en el aire no tiene dueño. No es de quien la dice, sino de quien la merece, y una idea históricamente excluyente, de consecuencias fascistas, encontró por primera vez a esa criatura en tantas ocasiones invocada y pocas veces vista, el pueblo.

El presidente Miguel Díaz-Canel, en transmisión nacional, llamó a la guerra civil. “La orden de combate está dada. A la calle los revolucionarios”, y dio un golpe pusilánime en la mesa, sin mucha convicción.

¿Qué ha provocado todo esto? Hay catalizadores que actúan sobre una estructura de administración de la vida social ampliamente deformada: la ausencia de liderazgo político, la crisis sanitaria y el aumento de muertes por el coronavirus, la escasez galopante, la represión, el encarcelamiento y la vigilancia constante a disidentes y artistas cada vez más conocidos fuera de sus círculos laborales o afectivos, pero, sobre todo, la presencia de un Estado que actúa como una corporación y la pérdida de valor del salario en un país dolarizado, donde el trabajo se paga en una moneda que no sirve para nada.

En Sobre el gobierno privado indirecto, el filósofo camerunés Achille Mbembe dice: “El fin del salario en tanto que modalidad por excelencia de la clientelización de la sociedad y su reemplazo por ‘pagos ocasionales’ transforma, en efecto, las bases sobre las cuales se convertían hasta el presente los derechos, los traspasos y las obligaciones y, por tanto, las definiciones mismas de la ciudadanía postcolonial. Ciudadano es ahora aquel o aquella que pueda tener acceso a las redes de la economía sumergida y subsistir a través de esta economía”.

Ese es el punto ciego del conflicto cubano, lo que nos permite subvertir la lógica mediática de los rejuegos políticos gubernamentales. La propaganda estatal acusa a los manifestantes de mercenarios, una tropa de élite equipada con piedras y palos, vestida con ropas raídas, y en la cara la expresión seca y rabiosa del hambre. Mientras, el alcalde de Miami, Francis Suárez, pide estúpidamente una intervención militar en Cuba. Finge preocupación por quienes protestan, hace política interna y le regala al régimen de La Habana un argumento lo suficientemente jugoso para sostener un poco más el castillo de naipes de la Guerra Fría. Esa intervención inexistente, y la baza del embargo económico —estrategia que mucho condenamos no solo por ilegítima, sino también por ineficiente— son las piedras de toque de la retórica oficial.

Díaz-Canel, el lunes 12 en la mañana, pareció por momentos presa del miedo. Volvió a pedir el fin del embargo, y el vocabulario típico del funcionariado burócrata no le alcanzó para nombrar sin remilgos ni solemnidades a Mia Khalifa, la exestrella del porno que en días anteriores había tuiteado sobre la situación sanitaria en la isla. “Y hay que ver aquí cómo, en toda esta campaña, acudieron a todos los youtubers y a todos los influencers que pudieron en redes sociales, incluyendo una determinada artista con determinadas características que empezó apoyando el bloqueo y parece que después la presionaron, y terminó… ehhh… diciendo que yo soy un tirano y algunas de esas… ehhh… ehhh… algunos de esos epítetos”, dijo el presidente, trastabillando, su moral comunista mancillada.

Sabiendo, además, que la gente que se tiró a la calle es la misma que ve el televisor, y que no puede seguir acusando de mercenarios y financiados a quienes tienen los bolsillos vacíos (algo que todo el mundo en Cuba cree del otro, hasta que te acusan a ti), Díaz-Canel rebajó el tono: “En ningún momento hemos querido molestarlos, querido pueblo”, dijo. Si así fuera, lo han disimulado bastante. Las protestas no solo se abalanzaron contra el cuerpo policial del castrismo y sedes del Partido Comunista o el Poder Popular, sino que también saquearon esas parroquias capitalistas diseminadas por cada pueblo: las tiendas en divisas a la que pueden acceder quienes reciben remesas del extranjero y que fijan muy claramente quién es quién en Cuba, y a qué clase pertenece.

Los batallones del orden se disfrazaron de civil y salieron a dar palos. Esta estrategia, una copia de los métodos paracos utilizados en Colombia para sofocar o manipular protestas populares como las que hubo recientemente contra la reforma tributaria del gobierno de Iván Duque, bastaría por sí sola para revelar cuál es el verdadero signo político de la casta militar cubana. En el socialismo real, la aristocracia se rige a partir de contratos ideológicos que esconden la desigualdad estructural y disfrazan la vigencia de las leyes del capital bajo un manto épico-mesiánico que muchos, en otras partes, están dispuestos todavía a comprar.

La información ahora es poca y confusa, llena de especulaciones. Internet ha sido cortado. Necesitamos, ciertamente, que Cuba no esté contada solo por los cubanos. Que las experiencias afectivas que los extranjeros han tenido con la historia de la isla se sometan a juicio crítico, y que también sometan a escrutinio nuestra falsa excepcionalidad. Sin embargo, ningún altar personal ni sueño utópico íntimo vale más que cualquiera de los cuerpos que a esta hora han desaparecido, están presos o, incluso, baleados.

La reacción no es más que la insistencia en una idea abandonada por los hechos. Brecht decía que la política es el arte de pensar en la cabeza de los otros, pero yo creo que es más bien el oficio de sentir en el corazón ajeno.


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lunes, 12 de julio de 2021

Mipymes en Cuba: otro fracaso del modelo castrista.

Por Elías Amor.

Cooperativas no agropecuarias: Agromercado de la intersección 26 y 41, en La Habana.

Que nadie se llame a engaño: el principal problema de las Mipymes en Cuba se llama capital, y la forma de conectar este con el modelo social comunista que rige la economía, y que impide la generación de beneficio y la acumulación de riqueza privada. Tanto que algunos creen que, o se cambia lo dispuesto en esta materia en los fundamentos económicos de la Constitución de 2019, o no hay mucho que hacer.

Porque puede estar muy bien que varios trabajadores por cuenta propia se unan para explotar un negocio y que lleguen a producir bienes o prestar servicios al ámbito estatal y el privado, incluyendo los grandes conglomerados empresariales vinculados al ejército y la Seguridad del Estado. Pero el problema subsiste en cuanto se habla del capital, el gran enemigo ideológico del régimen comunista cubano.

Sin capital no hay empresas. Así de fácil. Precisamente, gracias al capital una empresa adquiere personalidad jurídica y puede responder de sus deudas frente a terceros, sin comprometer el patrimonio de los socios que se unen para crear la empresa. En Cuba surgen varias cuestiones: ¿Dónde está el patrimonio de los socios? ¿De que depende que en un país comunista alguien pueda tener riqueza y patrimonio? ¿Cómo se construye, y a partir de qué, el capital patrimonial de una empresa privada, cuando la constitución lo prohíbe? Estos son algunos de los interrogantes que nos llevan a ser muy cautos con los avances que el régimen declara estar dando para crear una regulación de las Mipymes en Cuba, la primera en 63 años.

En Cuba, desde 1968, cuando tuvo lugar la denominada “ofensiva revolucionaria”, todo el patrimonio privado que había escapado de las expropiaciones que comenzaron en 1959 pasó a manos del Estado comunista. Hasta el carricoche del vendedor de durofríos en Habana Vieja, o el cajón del limpiabotas de la plaza de la Catedral, pasaron a manos del Estado. La Constitución de 2019 lo declara de forma explícita: los medios de producción son propiedad del pueblo. La propiedad privada se limita a una serie de artilugios convencionales y poco más. No existe el patrimonio personal, no hay fondos de inversión, planes de pensiones o fórmulas de ahorro a plazo para capitalizar rentas en el sistema financiero. ¿A dónde van a ir, entonces, las Mipymes?

Si bien es cierto que nadie cuestiona el emprendimiento natural del pueblo cubano, la capacidad para crear cosas nuevas, que se abre camino a pesar de las trabas del modelo social comunista, y desarrolla actividades en numerosos sectores de la economía, la solvencia y capitalización de estas empresas, cuando no se permite la propiedad privada de los medios de producción, es un cuento chino.

Hay que tener en cuenta que las Mipymes exigen mucho más que emprendimiento y creatividad. Puede ser el primer paso necesario, pero luego hay que generar negocio, ganar dinero y crear capital y patrimonio. Cualquiera que haya puesto en marcha una startup sabe de qué estamos hablando. Y esto en Cuba, al menos de momento, es inconstitucional. De modo que las futuras microempresas privadas van a nacer en un entorno en que las leyes existentes condicionarán su vida misma. Y por ello, su futuro no dependerá de sus capacidades de producción, gestión, administración, o del acceso a financiación y materias primas, sino de la voluntad política del dirigente comunista local para facilitar el camino a las empresas.

E incluso, cuando se trate de alianzas entre empresas, se tendrá que contar con el beneplácito ministerial, que estarán supervisando cualquier operación que no caiga dentro de sus esquemas de funcionamiento. El régimen declara su intención de aprovechar las potencialidades de la economía que se pueden esperar de las Mipymes, a partir de un sector no estatal en ascenso en que operan actualmente más de 600 000 trabajadores por cuenta propia. Sin embargo, no está dispuesto a autorizar un modelo de Mipyme similar al que funciona en otros países, sino que, una vez más, se quiere apostar por una particularidad cubana que acaba logrando que las cosas salgan mal.

Está bien que la norma exija a las Mipymes poseer cuenta bancaria, elaborar balances financieros, cumplir con el régimen laboral establecido, pagar sus tributos y, dentro de lo legislado, tener la autonomía que requieren. Pero ¿y qué ocurrirá con los beneficios generados? ¿Y con el patrimonio y la riqueza? ¿Y con el capital, que obviamente tiene que crecer?

Cualquier intento de dirigir, controlar o intervenir este sector de actividad en el que la libertad de los propietarios/socios es clave del éxito, acaba en fracaso. Los países que han tenido mejores resultados en la definición de sus marcos de actuación de las Mipymes son los que otorgan la mayor libertad para desarrollar sus funciones y garantizan una rápida acumulación de capital que consolide los proyectos en el menor tiempo posible.

Por el contrario, los comunistas cubanos andan pensando en qué sectores o actividades se deben promocionar y cuáles no, qué tipo de recursos humanos se podrán contratar, qué tipo de procesos de alianzas público-privado se deberán generar, y cuál debe ser la relación de las Mipymes privadas con las empresas estatales, que, por obra y gracia de la Constitución de 2019, seguirán siendo el eje de la economía. Y todo eso, antes de contar con una sola Mipyme. El cántaro antes que la vaca.

En consecuencia, con estas trabas que se van estableciendo, las Mipymes estarán muy lejos de ser los agentes de prosperidad y desarrollo que son en otros países, en buena medida porque las políticas e incentivos que se están pensando por el régimen, no van dirigidas a facilitar su consolidación y despegue, sino a mantenerlas bajo control absoluto del estado centralista e intervencionista.

Es por ello que las medidas que está pensando el régimen para las Mipymes no van a dar los resultados deseados, y es bueno anticipar esta cuestión para ver si el gobierno reacciona a tiempo y apuesta por la libertad y no el control. Las Mipymes necesitan contar con un marco jurídico que les permita ser flexibles para adaptarse rápido a los cambios del entorno, satisfacer todo tipo de demandas, cuanto más especializadas mejor, generar empleo y producir bienes y servicios de calidad a precios competitivos. Y luego viene lo importante.

Todo esto es muy necesario. Pero lo fundamental es que ganen dinero, acumulen beneficios, riqueza, patrimonio y capital, para poder crecer y, a continuación, volver a ganar dinero y todo lo que viene después. Si el modelo comunista de la Constitución de 2019 no permite la continuidad efectiva de ese ciclo virtuoso en la economía cubana, habrá que ir pensando en una eventual y necesaria reforma constitucional.

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sábado, 10 de julio de 2021

Cómo enfrentarse al totalitarismo en América Latina.

Por Carlos Alberto Montaner.

Franklin Delano Roosevelt en 1915 era una especie de viceministro de la marina americana durante la administración demócrata de Woodrow Wilson. En ese momento, en medio de graves desórdenes, asesinaron al presidente haitiano Jean Vilbrun Gillaume Sam. Poco después comenzó la ocupación de Haití mediante el desembarco de algo menos de 400 marines estadounidenses. Wilson no quería que los europeos intervinieran en los asuntos de su traspatio. FDR aprovechó para poner a prueba sus conocimientos de Derecho. Había estudiado “leyes” en la prestigiosa Universidad de Columbia en NY y redactó una Constitución para los haitianos.

No era cuestión de Constituciones. El país ha tenido 28 y alguna, como la de 1918, precisamente la redactada por FDR, es magnífica. Haití es el “hombre enfermo” de América Latina. (Así le llamaban a Turquía con relación a Europa). El caso haitiano ha servido, sin embargo, para educar a los presidentes estadounidenses en lo que no se puede hacer. FDR en 1934 ya era presidente de EE.UU. y decretó la política de “los buenos vecinos”. Algo así como un panamericanismo que renunciaba a imponer sus valores y principios al sur del Río Grande. En ese año FDR decretó la salida de Haití y de Nicaragua y el fin de la Enmienda Platt, que convertía a Cuba en una suerte de protectorado norteamericano.

Pero esa política tenía una severa contradicción. Estados Unidos no podía sustraerse a su condición de “cabeza del mundo libre”, especialmente durante la Guerra Fría, de manera que Lyndon B. Johnson en 1965 utilizó a la OEA para evitar que se estableciera una segunda Cuba en República Dominicana.

Dejemos apuntados el ejemplo exitoso de República Dominicana, vecina de Haití, con una historia también muy turbulenta, que ya lleva casi 60 años de democracia y prosperidad creciente. ¿Por qué? ¿Acaso porque en RD se dieron cita varios hombres de Estado, muy diferentes entre ellos, con diferentes ideologías, pero un común amor a la patria, como Joaquín Balaguer, Juan Bosch, Ángel Miolán o José Francisco Peña Gómez? Tal vez, pero hay un elemento vertebrador en la fuerza utilizada desde el exterior. Esa fue una lección aprendida por los dominicanos.

El New York Times y Nicaragua.

Gioconda Belli, la excelente escritora nicaragüense, ha publicado un gran artículo en el NYT. Se titula Daniel Ortega and the Crushing of the Nicaraguan Dream (Daniel Ortega y el aplastamiento del sueño nicaragüense). Primero establece sus credenciales sandinistas. Tenía apenas 20 años cuando se enfrentó a la dinastía de los Somoza. De los diez miembros de su célula clandestina sólo sobreviven dos personas: ella y otro más. Pero jamás confió en Daniel Ortega. Le parecía un tipo mediocre y capaz de traicionar. Lo hizo. Se convirtió en tirano. Sustituyó una dictadura por otra. Tenía, sí, astucia callejera, pero eso no lo hacía inteligente. Lo tornaba peligroso.

Humberto Belli, hermano de Gioconda, también había sido sandinista, pero rompió con ese grupo político tan pronto se hizo profundamente cristiano. Un día antes de que lo detuvieran alguien le avisó y escapó rumbo a Costa Rica. Los esbirros de Ortega revolvieron la casa y amenazaron a su esposa y a su hija de 16 años con violarlas antes de matarlas. Humberto fue un muy eficaz Ministro de Educación durante el gobierno de Violeta Chamorro. La señora, contra todo pronóstico, derrotó por diez puntos a Daniel Ortega en la década de los años noventa del siglo pasado. Hoy doña Violeta padece de Alzheimer. Quizás es mejor que nunca sepa que su hija Cristiana vive bajo arresto domiciliario; que a su hijo Pedro Joaquín –diputado, exembajador, Ministro, siempre periodista–, se lo llevaron preso y descalzo del hogar que compartía con su esposa de siempre, Martha Lucía; mientras su hijo Carlos Chamorro, también periodista, tuvo que exiliarse, otra vez, en Costa Rica. Por cierto, D. Oscar Arias, el expresidente costarricense, llamó al dictador nica por teléfono y Rosario Murillo impidió que se comunicaran.

La estrategia (si esa cosa burda se puede llamar así) de Daniel Ortega y de su “excéntrica” mujer y vicepresidente, Rosario Murillo, hoy odiados por el setenta y cinco por ciento de los nicas, es apresar a todos los posibles candidatos a la presidencia. Cristiana, Arturo Cruz, y así hasta una docena de posibles contendientes están en el punto de mira. Salvo Cristiana, que está detenida en su casa, el resto de los prisioneros siguen desaparecidos. La pareja de dictadores nicas (me atrevo a predecir lo que le hubiera dicho D. Oscar Arias a Ortega)) encontrará que celebrar elecciones en esas circunstancias eliminaría cualquier vestigio de legitimidad que conservaran.

Revivir la Legión del Caribe, pero a una escala continental.

En los años 40 del siglo XX los guatemaltecos eligieron a Juan José Arévalo, los cubanos a Ramón Grau y a Carlos Prío, los ticos a José Figueres, los venezolanos a Rómulo Betancourt y los boricuas a Luis Muñoz Marín. Entre todos ellos se fue forjando la “Legión del Caribe” para luchar a favor de la democracia y contra los espadones. Esa voluntad de lucha se estrelló contra los gobiernos de Estados Unidos que preferían mantener en el poder a sus “son of a bitch” porque estábamos en tiempos de la Guerra Fría.

Hoy la situación es otra. La ola antidemocrática proviene del desamparado comunismo cubano, del populismo de Maduro y del galimatías de Bolivia. Afortunadamente, Biden entiende lo que es trabajar colegiadamente. La OEA y Almagro deberían ser el punto de partida. A la democracia hay que defenderla no sólo con palabras. Como en la Europa de la OTAN, es perfectamente legítimo sacar a cañonazos a Gadafi de Libia o mantener a Kosovo libre de los serbios. Es cuestión de forjar el instrumento. Como sabemos, contrario a la intuición, el órgano determina las funciones.

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Lo que Díaz-Canel no acaba de entender.

Por Orlando Freire Santana.

Miguel Díaz-Canel en acto por el 26 de julio de 2019 en Granma.

Todo parece indicar que el gobernante Miguel Díaz-Canel Bermúdez se halla decepcionado con el desempeño que hasta el momento exhiben las empresas estatales. Un sentimiento que debe agobiarlo en extremo debido a que, paradójicamente, no se cansa de repetir que esas entidades precisan ser el baluarte principal de la economía cubana.

Y no es menos cierto que, al menos a su manera, la cúpula del poder ha maniobrado con el objetivo de materializar la aspiración del mandatario. Por ejemplo, en octubre de 2020 el Consejo de Ministros anunciaba 15 medidas para fortalecer la empresa estatal socialista. Después se implementaron otras 43 medidas para conceder mayores facultades a esas empresas, y por último en mayo del actual 2021 se adoptaron 63 medidas para estimular la producción de alimentos y su comercialización.

En lo fundamental se trata de medidas que, en el plano teórico, apuntan a otorgar mayor autonomía a las empresas, flexibilizar la distribución de utilidades entre los trabajadores, así como la eliminación de algunas trabas que complican la comercialización de los productos agropecuarios.

Mas, a pesar de todo eso, en la más reciente reunión del Consejo de Ministros el señor Díaz-Canel expresó que “buena parte del sistema empresarial aún está detenido, no termina de ser proactivo, innovador; no propone casi ningún cambio para hacer las cosas de modo distinto, y está esperando orientaciones desde arriba” (“Díaz-Canel: De este difícil momento también vamos a salir”, en periódico Granma, edición del 3 de julio).

A estas palabras del benjamín del poder nos gustaría agregar que es lógico que los empresarios estatales siempre miren hacia arriba. ¡Es que tienen tantos funcionarios por encima que pueden controlar u orientar su trabajo! Veamos.

El director de una unidad empresarial de base -el eslabón primario del sistema empresarial- se subordina al director de la empresa, al presidente de la Organización Superior de Dirección Empresarial (OSDE), al Ministro del ramo, al vice Primer Ministro que atiende el sector por el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, y ahora también al miembro del Secretariado del Partido que orienta a ese sector.

Por otra parte, el señor Díaz-Canel parece ignorar una máxima muy recurrente entre nosotros: “El ojo del amo engorda el caballo”. Es decir, que una empresa o negocio marchan bien cuando hay sentido de pertenencia en su colectivo. Algo que, por lo general, se alcanza cuando se sienten dueños de verdad. Una sensación que, lamentablemente, no experimentan los empresarios estatales cubanos a pesar de todas las medidas anunciadas por las autoridades.

Y no tendría que ir muy lejos el mandatario para comprobarlo. Basta con comparar la pujanza, contra viento y marea, de buena parte de las cafeterías y restaurantes de los trabajadores por cuenta propia, y el raquitismo de la mayoría de los establecimientos administrados por el Estado.

¿Y qué impulsa a los cuentapropistas a trabajar de esa manera? Pues el interés individual. Ese que el economista británico Adam Smith exaltó hace más de doscientos años como el motor que genera la riqueza de las naciones.

En la citada reunión del Consejo de Ministros también se habló de incrementar las ofertas a la población en pesos cubanos, con vistas al cumplimiento del plan de circulación mercantil minorista, lo cual, según el oficialismo, “resulta imprescindible para el control de la inflación”.

Si las autoridades se refieren a una inflación provocada por el exceso de circulante monetario sin una contrapartida en bienes y servicios, no tendrían por qué preocuparse tanto. Los bienes y servicios que no generen las ineficientes empresas estatales, es muy probable que sean suplidos por el ágil sector privado de la economía. Claro, si el Estado los deja trabajar con libertad.

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viernes, 9 de julio de 2021

El señor “presidente” en su laberinto.

Por Tania Díaz Castro.

Estaba claro el pueblo cubano, cuando por los años 30, 40 y 50 del siglo pasado, miraba con plena indiferencia a los poquísimos grupos de comunistas que hablaban en contra del capitalismo y a favor de una ideología extranjerizante que prometía una vida mejor a los pobres.

Durante largos años, aquellos grupúsculos no pasaron de unos pocos en una población de más de seis millones de habitantes. 

Estaba más que claro el pueblo cubano. Y ahora más que nunca, después de lo dicho por el presidente del grupo azucarero Azcuba, señor Julio García Pérez, quien informó a los miembros del Consejo de Ministros los resultados de la zafra azucarera 2020-2021, definida por él mismo como “una de las peores que se han realizado en la historia del país”.

Pero los comunistas, tercos como mulos, o por conveniencias, respondieron que “se adoptarán las medidas que correspondan para garantizar en un futuro la vitalidad de estas actividades que tanto han significado en lo económico y en la historia de Cuba”.

¿Y qué ha respondido el pueblo ante esta situación, que se veía venir desde 1959?

Para sorpresa de todos, la respuesta del “presidente de la República”, señor Miguel Díaz-Canel, fue que “es imprescindible cambiar la manera en que se ha hecho la zafra hasta el momento e incorporarle otra forma de pensamiento para lograr los resultados que necesitamos”.

¿Por qué los dirigentes más sabiondos del régimen castrista, José Ramón Machado Ventura y Ramiro Valdés Menéndez, enviados especiales de Raúl Castro para supervisar el desarrollo de la zafra durante estos últimos años, no vaticinaron que sería la peor de la historia? 

¿Podremos imaginar cuál será entonces esa otra forma de pensamiento que dice el “presidente” para cambiar la manera en que se ha hecho la zafra desde la época de la Colonia, cuando Cuba era uno de los mejores productores de azúcar a nivel mundial?

El señor “presidente”, sin más ni más, así de pronto y por obra y gracia del espíritu santo, va a descubrir otra forma de pensamiento para la zafra del pueblo, a pesar de haber vivido toda su vida desvinculado de la producción de azúcar.

Dice que si la zafra fracasó es por “la estrategia de subversión  político-ideológica que existe contra Cuba, con sus campañas de difamación, de descrédito”. Pero, ¿antes no había dicho que había que combatir la burocracia, el acomodamiento, desechar todo lo que fuera ineficiente?

Las razones para que este fracaso ocurriera se conocen bien. Mucho más después de 60 años de historia y el fracaso de la Zafra de los 10 millones, tras el cual Fidel y Raúl tuvieron que meter sus cabezas en tierra, como el avestruz. 

En fin, que además de descubrir otra forma de pensamiento para la zafra, se hace necesario capacitar a la fuerza de trabajo que, al parecer, no estaba capacitada. 

En vez de responder a estos por qué, los máximos dirigentes se fueron por las ramas y solo les quedó justificarse con dificultades financieras, problemas acumulados en la infraestructura de los centrales, indisciplina de los trabajadores y otras excusas. 

Conclusión: el primer ministro, Manuel Marrero Cruz, propuso la creación de un grupo de trabajo para evaluar, una vez más, la situación de la zafra.

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jueves, 8 de julio de 2021

Cubanos están al límite de sus fuerzas.

Por Iván García.

Anciano vendedor de periódicos en Holguín, provincia a unos 700 kilómetros al este de La Habana.

Ya en la madrugada del domingo 4 de julio, llovía a intervalos y ráfagas de viento aisladas se sentían en Baracoa, municipio de la provincia Guantánamo ,a más de mil kilómetros al este de La Habana. Eran las dos de la mañana cuando en el destartalado bohío de Delio, campesino que cultiva plátanos, junto a sus dos hijos terminaba de reforzar el precario techo de tejas colocándole encima sacos de piedras, para que la tormenta tropical Elsa, con rachas de viento de hasta 100 kilómetros por hora, no destrozara las tejas del techo.

Cuenta Camilo, hijo del campesino, que la gente en la zona reza para que el fenómeno meteorológico sea moderado. “Hace cinco años, en 2016, el huracán Matthew despedazó todo lo que encontró en su paso. Hasta con el puente que une a Baracoa con Holguín. Todavía hay decenas de familias que no han podido recuperar sus casas. La cosa está que arde. No pudimos comprar pan o galleta en ningún sitio. Tampoco clavos ni planchas de madera para reforzar el techo del rancho de mi padre. Los agromercados, tiendas y comercios de Guantánamo están pelaos. Solo los que tienen divisas pueden comprar latas de conserva y otros alimentos. Para campear el temporal, matamos dos gallinas del viejo y estamos preparando una caldosa y salcochando fongo (plátano burro). Quiera Dios que la tormenta no sea intensa”, dice en un chat por WhatsApp.

Jennifer, dependienta de una tienda en Guantánamo, dice que desde hace una semana, a la terrible escasez se han sumado apagones de cinco y siete horas diarias. “Muchos guantanameros matan el hambre tomando agua con azúcar. Los que tienen dinero y en la nevera tienen carne, la salaron o hirvieron para que no se les eche a perder si se va la luz. Pero la llegada de la tormenta Elsa cogió a muchos sin provisiones. El fin de semana las personas caminaban de un lado a otro buscando víveres. No había nada. Y se sabe que lo peor de un huracán en Cuba es el día después, porque los apagones duran cinco o seis días, no hay agua potable y poco que comer”.

Los funcionarios provinciales están desbordados. Apenas tienen dinero y recursos para casos de emergencia. La pandemia del Covid-19, que según una fuente del Ministerio de Salud Pública ha obligado a desembolsar casi de dos mil millones de pesos y cientos de millones de dólares que no estaban planificados, ha dejado las arcas del Estado en números rojos.

“El poco dinero que entra se gasta en la pandemia, en importar un poco de pollo y asegurar los servicios básicos. Si la tormenta causa demasiados estragos y la temporada ciclónica es muy activa, las autoridades cubanas tendrán que pedir ayuda internacional. El coronavirus, junto al bloqueo -embargo económico de Estados Unidos- y las medidas implementadas por Trump han provocado más daños que una guerra. La situación del país es peor que la del Período Especial en la década de 1990. En aquella etapa, cuando el PIB cayó un 35% por ciento, las reservas estatales estaban mejor abastecidas y había un líder como Fidel Castro que todavía una parte importante del pueblo respetaba. Los que hay ahora dan la sensación que están improvisando todo el tiempo. La población no los respeta”, afirma un funcionario.

Guantánamo y Granma, han sido las primeras provincias en recibir los embates de la tormenta Elsa. En bodegas, mercados y placitas lo único que se ofertaba eran mangos y plátanos verdes. Las autoridades locales apenas cuentan con reservas de harina para elaborar pan en venta libre. El combustible está en mínimos. En Guantánamo se han habilitado 171 centros de evacuación para albergar a los damnificados. También se prevén utilizar cuevas, varas en tierra y 56 mil viviendas de cubierta rígidas para guarecer a los ciudadanos más vulnerable. Según la prensa oficial lo más importante es cumplir con las medidas higiénicas para evitar una mayor propagación del SARS-COV-2.

Al respecto, la dependienta Jennifer no es optimista. “Va ser muy difícil mantener la higiene en un país donde muchas personas no pueden comprar detergente ni jabón de lavar, por las tremendas colas o porque no tienen divisas. En la zona donde vivo en Guantánamo el agua potable viene cada cinco días. Entonces, me pregunto, cómo carajo la gente va a lavar su ropa, mantener la higiene de su casa, si no tiene jabón ni detergente. Después que se vaya Elsa, seguro los casos de coronavirus se van a multiplicar”.

Mirta, empleada del sector turístico residente en Matanzas, a cien kilómetros al este de La Habana, le asombra la “desfachatez y el descaro de los gobernantes exigiendo que se cumplan las medidas de seguridad para enfrentar el coronavirus cuando el Estado no vende mascarillas, gel desinfectante, caretas de protección ni guantes. Ni siquiera hay medicinas para tratar una gripe común. Los centros de aislamientos y hospitales están colapsados. El personal de salud agotado. A veces falta el oxigeno y la gente está hacinada en las salas de los hospitales. Solo los casos más graves los ingresan”, explica y añade:

“En la ciudad de Matanzas y en el municipio Cárdenas se han disparado las cifras de contagiados por irresponsabilidad del gobierno. Abrieron el turismo y ya se están pagando las consecuencias. Laboro en un hotel en Varadero y los empleados tenemos pánico cada vez que vamos a trabajar. Son cientos los casos de compañeros que se han contagiado con el coronavirus. Los más indolentes son los turistas rusos que andan sin mascarillas y un alto por ciento son asintomáticos. Ahora, con la llegada de la tormenta tropical Elsa, le piden más sacrificios al pueblo. A una población que vive con mala alimentación, haciendo interminables colas en medio de una pandemia y constantes apagones”.

Algunas cifras. Al cierre del sábado 3 de julio, en Cuba se reportaron 3,519 personas contagiadas del Covid-19, un nuevo récord para el país. Lo preocupante es que en los últimos tres días, con más de tres mil casos diarios, se bate un récord tras otro en apenas 24 horas. De los 197 contagiados procedentes del extranjero, 183 eran turistas rusos o cubanos que regresaban de Rusia. A pesar de ser los pioneros en las vacunas para enfrentar el coronavirus, con la vacuna Sputnik V, según datos de las autoridades sanitarias rusas, poco más del 12 por ciento de la población ha recibido las dos dosis.

Un especialista en epidemiología, aseveró que la variante Delta y Delta plus llegaron a través de los viajeros rusos y los obreros indios que construyen hoteles de lujos en La Habana y Varadero. Aunque se han vacunado a más de dos millones 600 mil personas con al menos una dosis, y a pesar del triunfalismo del régimen que asegura que la efectividad de los dos candidatos vacunales fluctúa entre el 62% y el 92%, en el mundo académico existen dudas razonables debido a la falta de información científica que permita corroborar esos parámetros.

En los últimos cinco días, los casos de coronavirus en Cuba oscilan entre 2,952 y 3,519 y el porcentaje de contagiados , 0,031%, es superior al de Rusia que en los últimos cuatro días fluctuó entre 0,010% y 0,016%. Incluso el porciento de infectados con Covid-19 en la Isla supera a la India, que en la última semana tuvo 0,0027% y 0.0035%. En América Latina, epicentro de la pandemia, Cuba ocupa el quinto puesto por contagiados percápita detrás de Brasil, Colombia, Argentina y Uruguay.

El contexto en Cuba es sumamente complejo. Crisis económica sistémica, amplio descontento social, desabastecimiento generalizado, deuda descomunal con el Club de París, rebrote intenso de la pandemia, y por si fuera poco, el mes de julio comenzó con un huracán que por suerte se debilitó y convirtió en tormenta tropical.

La sensación que se percibe cuando usted conversa con los cubanos, es que están al límite de sus fuerzas. El estrés y el desgaste cotidiano para llevar un plato de comida a la mesa son considerables. No se vislumbra la luz al final del túnel. Todo lo contrario. Según expertos locales, la cifra de contagiados por la pandemia pudiera alcanzar los 5 mil casos diarios, la crisis económica pudiera agravarse y la temporada ciclónica recién comienza.

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viernes, 2 de julio de 2021

“Palabras a los intelectuales”: la historia no contada.

Por Roberto Jesús Quiñones.

Fidel Castro y Virgilio Piñera.

Este 30 de junio se cumplen 60 años de la clausura del encuentro que Fidel Castro Ruz realizó durante tres sesiones de trabajo en la Biblioteca Nacional José Martí con un grupo de artistas y escritores.

De ese discurso, devenido piedra angular de la política cultural de la dictadura, suele citarse casi únicamente su famosa frase “Dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”, fórmula inherente al espíritu totalitario que se impondría en todos los ámbitos de la sociedad cubana. Sin embargo, en él hay otras ideas que reflejan la violencia intelectual, el rencor,  la intolerancia y la demagogia de quien había prometido restablecer la democracia en Cuba.

Suele desconocerse que en ese momento había divisiones profundas en la cultura cubana. Existía una enconada lucha sectorial por el poder, donde quienes no habían luchado contra Batista para hacer una revolución socialista veían con mucho recelo a los comunistas por el peligro que representaban para las ideas democráticas.

Entonces ocurrió que Alfredo Guevara -íntimo amigo de Fidel Castro- prohibió la difusión del documental PM, de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez. Esa fue la chispa que estremeció los cimientos del mundo cultural cubano, dividido en tres grandes grupos. De una parte estaban los militantes del Partido Socialista Popular (PSP), agrupados en torno a Hoy Domingo, suplemento cultural del periódico Hoy, órgano oficial del PSP; del otro estaban los intelectuales agrupados en Lunes de Revolución, suplemento cultural del periódico Revolución, dirigido por Carlos Franqui; y, por último, había un grupo heterogéneo de intelectuales que pudiéramos calificar como indefinidos políticamente, con escaso o ningún poder.

Consumada la traición a los ideales democráticos que dieron origen a su revolución, Fidel Castro tenía ante sí la ardua tarea de impedir la continuidad de la fragmentación de las fuerzas que lo apoyaban y  lograr la captación de la inteligencia todavía políticamente indefinida. En el éxito de esa misión tuvieron importancia decisiva su carisma y su capacidad para convertir su doblez en una ilusión creíble de sinceridad.

Otras aristas de “Palabras a los intelectuales”.

En los primeros momentos de su discurso, Fidel Castro mostró su enojo al referirse a algunas de las intervenciones realizadas allí y que -según él- recelaban de la revolución y revelaban pesimismo al mostrar preocupación sobre la posibilidad de que se coartara la libertad creativa. Se asegura que Virgilio Piñera confesó sentir miedo.

Y aunque el líder reiteró  que la revolución potenciaría la más alta libertad creativa, su famosa frase de ese discurso y la práctica impuesta durante esa década, cuyo colofón fue el Primer Congreso de Educación y Cultura en 1971, se encargarían de desmentirlo.

Otro aspecto que llama la atención de ese discurso es el uso de los conceptos “pueblo” y “revolución”. El primero fue usado de forma sutil en contraposición a los intereses mostrados allí por algunos intelectuales, “honestos, pero no revolucionarios”, y por tanto, excluidos del concepto. Por su parte, el término “revolución” fue usado sugiriendo que las decisiones correspondían siempre a sus principales hacedores. Pero, en ese momento, ¿cuál concepto de revolución debería ser respetado? ¿El que había sido plasmado en La historia me absolverá y en los Pactos de México, La Sierra y Caracas o el que se elaboraba diariamente, impreciso y voluntarista, incongruente con el que fue plasmado en los documentos mencionados? ¿Quién definía, y con qué poder legítimo y moral, lo que era revolucionario y lo que no? ¿Cómo podía ser  democrática una revolución que era un proceso verticalista que se realizaba a base de ucases? ¿Por qué alguien que había luchado contra Batista, sólo por disentir del curso estalinista que tomaba la revolución, pasaba automáticamente al bando de los contrarrevolucionarios y traidores? Todas esas preguntas son provocadas por la lectura del discurso y los sucesos de la época.

Hubo también momentos de enconado rencor: “Yo tengo derecho a quejarme; alguien habló de que fue formado por la sociedad burguesa, y yo puedo decir que fui formado por algo peor todavía; que fui formado por lo peor de esa reacción y que una buena parte de los años de mi vida se perdieron en el oscurantismo, en la superstición, y en la mentira”. Sin embargo, no dijo que fueron dos representantes de esa “reacción”, el oficial Sarría y Monseñor Pérez Serantes, quienes le salvaron la vida luego de haber ido a matar a otros cubanos en el cuartel Moncada.

Dijo también Fidel Castro que en aquella época de estudiante a él no lo enseñaron a pensar, sino que lo obligaron a creer. Aunque existen evidencias suficientes para desmontar esa frase, baste decir que esa imposición, en su caso, se circunscribió al ámbito escolar. Cuando él se hizo del poder la extendió a toda la sociedad cubana.

En una de esas elucubraciones tan propias de su romanticismo político aseguró: “Calculen lo que significará cuando tengamos instructores de teatro, de la música, de danza en cada cooperativa y en cada granja del pueblo”, idea que demuestra la tendencia a introducir en el mundo de la cultura métodos de reproducción material inaplicables al desarrollo de la espiritualidad humana. Esa tendencia a masificarlo todo sin tener en cuenta las aptitudes y capacidades de las personas fue también el origen de muchos tropiezos cuyos efectos aún se constatan.

Y, por último, aseguró: “A lo que hay que temerle no es a ese supuesto juez autoritario, verdugo de la cultura, imaginario, que hemos elaborado aquí. ¡Teman a otros jueces mucho más temibles, teman a los jueces de la posteridad, teman a las generaciones futuras que serán, al fin y al cabo, las encargadas de decir la última palabra”.

Sentencia profética. Sesenta años después muchos de esos escritores nos legaron una obra donde ni por asomo aparecen sugeridos los traumáticos acontecimientos de la década de los sesenta del pasado siglo, ni reflejan crítica alguna a las posteriores etapas de la revolución. La novela Las iniciales de la tierra, de Jesús Díaz -considerada la obra que mejor refleja la revolución en su conjunto-, tuvo que esperar más de diez años para que se autorizara su publicación. Otras obras jamás han sido publicadas en Cuba. ¿De qué libertad de creación habló entonces Fidel Castro?

Por eso Castro no solo ha sido condenado por la historia, sino por sucesivas generaciones de cubanos cuya vida se ha constreñido al interés por emigrar o a simular para sobrevivir. De esa forma, expresan lo que piensan de él, de su dictadura y sus discursos, entre ellos Palabras a los intelectuales.

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