Por Luis Cino.
La invasión rusa a Ucrania asombró a pocos en el mundo. Desde hacía semanas, los Estados Unidos y la Unión Europea habían advertido sobre ella. Y nadie creyó en los desmentidos del Kremlin, que solo retrasó unos días la fecha en que se produciría el ataque. Lo que sí asombró es la decimonónica desfachatez imperial de Vladímir Putin y su descarado desafío a las normas del derecho internacional.
Lo que Putin calificó como “operación especial para la defensa del Donbass” fue una blitzkrieg que irrumpió por el norte, el sur y el oriente del territorio ucraniano y que, pese a la resistencia encontrada, en menos de 48 horas llegó a las puertas de Kiev, la capital, y comenzó a masacrar a sus habitantes.
Putin sobrepasó por mucho su declarado objetivo de proteger a los rusos de las autodenominadas “Repúblicas Populares de Donetsk y Lungask”, cuyas milicias secesionistas, armadas por Rusia, se enfrentan desde hace ocho años al ejército ucraniano
No disimula Putin que su principal interés es sustituir al gobierno de Volodímir Zelenski, democráticamente elegido por la mayoría de los ucranianos, por un gobernante títere del Kremlin, como Víktor Yanukóvich, derrocado por un levantamiento popular en el año 2014, o como Aleksandr Lukashenko, el dictador bielorruso que está pagando los favores de Moscú participando con sus tropas en el flanco norte de la invasión a Ucrania.
Dijo Vladímir Putin que aspira a desmilitarizar y “desnazificar” a Ucrania. ¡Si tendrá la cara dura! No debería osar el mandatario ruso hablar de los nazis para referirse a los nacionalistas ucranianos. Si alguien guarda semejanza con Hitler y los nazis en esta invasión a Ucrania es el ultranacionalista Putin, que parece haber utilizado el mismo manual empleado por Hitler en 1938.
Los nazis invadieron Danzig y se apoderaron de los Sudetes, supuestamente para proteger a los alemanes que residían en esos territorios. Putin —que antes se anexó a Crimea, como Hitler a Austria mediante el Anschluss— alega que la invasión es para defender de los ucranianos a los rusos del Dombás.
A Putin será difícil pararlo: tiene misiles hipersónicos (que viajan a cinco veces la velocidad del sonido) y chantajea con un holocausto nuclear a quienes se le enfrenten —léase los Estados Unidos y los países que integran la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Putin, que ya amenaza a Finlandia y a Suecia para que no entren en la OTAN, cuando se apodere de Ucrania, le bastará ir atravesando fronteras para ir en pos de Polonia, Moldova, las repúblicas del Báltico, etc. Y qué decir de las ex repúblicas soviéticas del Asia Central, con las que aspira a recomponer y ampliar lo que fue el gran imperio de los zares y luego la Unión Soviética, esa gigantesca cárcel de naciones.
¡Si eso no es imperialismo, que vengan Dios o el Diablo y lo digan!
Pero el régimen castrista, que se precia de antiimperialista, posa de pacifista y se llena la boca para hablar constantemente de soberanía y autodeterminación, está del lado ruso en esta cruenta y peligrosísima aventura de Putin en Ucrania, un país con el que Cuba tiene relaciones diplomáticas.
También estuvo del lado de los rusos cuando en 1968 invadieron Checoslovaquia o en 1979 cuando invadieron Afganistán. Solo que entonces Fidel Castro pudo alegar motivos políticos e ideológicos para apoyar el intervencionismo soviético. Ahora, con Putin, se trata de geopolítica pura y dura. Solo eso.
El régimen de la continuidad fidelista aun no ha reconocido a las repúblicas de Donetsk y Lugansk, e hipócritamente se pronuncia por la paz y el respeto a la seguridad internacional, pero en vez de a Rusia, culpa a los Estados Unidos y la OTAN de la actual situación en Ucrania, y justifica como un acto defensivo la llamada “operación especial para la protección del Dombás”.
El régimen castrista, que atraviesa su peor momento y no se caracteriza por ser demasiado responsable cuando está en aprietos, necesita que Rusia lo siga teniendo, junto a Venezuela, como aliado. Lo cual puede ser muy peligroso. Hace unos meses, un alto funcionario del Kremlin esbozó —sin que fuese confirmado ni desmentido por La Habana y Caracas— la posibilidad de un despliegue militar ruso en Cuba y Venezuela. Y pueden imaginar ustedes cual sería la reacción del gobierno norteamericano si eso ocurriera.
De seguir Putin en este rumbo belicista, el demasiado estrecho comprometimiento del régimen castrista con Rusia tendrá consecuencias catastróficas para Cuba.
Además de alejar aún más un eventual mejoramiento de las relaciones con los Estados Unidos y aumentar el descrédito por su alianza con un paria internacional, se agudizará la ya muy crítica situación de la economía cubana con el aumento de los precios del trigo y del petróleo.
Debido a las sanciones norteamericanas y europeas, la economía de Rusia, que es uno de los principales socios comerciales de Cuba, se verá seriamente afectada y no será mucho lo que pueda hacer el Kremlin por los tovariches de La Habana, tan malos como son a la hora de pagar sus millonarias deudas.
Es previsible que vendrán menos turistas rusos, Moscú concederá menos créditos a Cuba y habrá afectaciones en la industria, el transporte y la tecnología.
En los años 90, cuando se desintegró la Unión Soviética, la excesiva dependencia de Moscú, ser unos mantenidos suyos, tuvo terribles consecuencias para Cuba.
Por muy dependientes que sean de Rusia en lo económico, por grande que sea la deuda, por mucho que se la condone Moscú, los mandamases castristas deberían pensarlo bien antes de seguir comprometiéndose en su alianza estratégica con Putin.