jueves, 17 de junio de 2010

Cuba, la Ilustración y el socialismo.

Por Arnaldo M. Fernández.

La editorial Ciencias Sociales (La Habana) tuvo la ocurrencia de publicar Cuba, la Ilustración y el socialismo (2005), que los filósofos marxistas Carlos Fernández Liria (Zaragoza, 1959) y Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) no encontraban cómo sacarlo ni siquiera por la casa editora vascongada Hiru Argitaletxea (Hondarribia).

Ellos engarzaron la santísima trinidad de título con el significado de Cuba para el proyecto inacabado de la modernidad: en esa Isla pintoresca proseguiría germinando "una nueva exégesis de la libertad", sobre la base de "la idea socialista de la política como criterio de instauración de lo social [y] la idea ilustrada de la individualidad como fuente del poder".

Desde luego que le zumba el merequetén concebir semejante exégesis bajo un Estado que siempre subordina al individuo y encuadra su libertad dentro de estrechos límites de disenso, es decir: que se muestra sumamente intolerante. Así y todo, Carlos y Santiago concluyen que Cuba es la última frontera de realización de:
  • La necesaria centralidad de la política sobre la economía
  • La conciliación práctica entre capital y trabajo, así como entre trabajo y dignidad
  • La conciliación democrática entre individualidad plena y justicia social
  • La vida alegre y ascética
  • El impulso revolucionario a las nuevas generaciones
Este descaro incita a espulgar hasta los viejos libros que criticaban la arrogancia ilustrada y sentaron las bases de la contra-ilustración, para dejar claro que la Ilustración se vale de las personas de carne y hueso como herramientas de construcción del futuro. Así, ningún individuo tiene valor intrínseco, salvo el arquitecto en jefe. A este respecto parece mantener su vigor intelectual aquella apostilla de Renan al poder del pueblo: que se gobierne a sí mismo, pero solo si sabe bien qué le conviene. De este modo resumió la lección histórica de la Segunda República en Francia, luego de que "las masas" empezaran por elegir a un sobrino de Napoleón como presidente y terminaran vitoreándolo como emperador. Ni qué decir de la vigencia de esta otra idea contra-ilustrada de Herder: "Nadie tiene derecho a creer que existe por el bien de los demás ni por el bien de la posteridad".
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