viernes, 25 de abril de 2014

El beso de la muerte.

Por René Gómez Manzano.

Las últimas decisiones adoptadas por el gobierno de La Habana ponen de manifiesto que las ideas centrales que presidieron durante años la actuación de los poderes castristas en el ámbito económico, siguen manteniendo su vigencia en lo esencial.

El sábado 2 del corriente, el diario oficialista Granma señaló el carácter ilegal de las salitas particulares que exhibían películas en tercera dimensión y ofertaban videojuegos, así como de la venta minorista de confecciones importadas y la reventa de artículos adquiridos en la red comercial estatal.

Existe una diferencia notable entre lo dispuesto con respecto a esas distintas actividades. En el caso de las dos últimas, se concedió con carácter excepcional un plazo para liquidar los inventarios, plazo que vencerá el último día del presente año. Por el contrario, las salitas fueron clausuradas con carácter inmediato.

Estas nuevas medidas se asemejan de manera muy sospechosa a las que durante decenios adoptó el gobierno encabezado por Fidel Castro. Un titular del mencionado número de Granma intentaba tranquilizar a los microempresarios: “Confirmada la validez del trabajo por cuenta propia como fuente de empleo y de producciones y servicios para la población”, afirmaba.

Pero estas seguridades recuerdan demasiado a las de un mafioso que, tras disponer la eliminación física de algún rival, se deshace en protestas de eterna amistad a él, e incluso lo abraza y estampa en sus labios, de manera ostentosa, el famoso “beso de la muerte”.

En el caso de los vendedores de confecciones extranjeras, queda claro que para el Estado existía la posibilidad de recaudar impuestos mayores por esa actividad. Esa opción ha sido desestimada, por una razón muy sencilla. Los precios de las tiendas estatales para los productos de ese tipo están tan inflados, que ni siquiera los elevados tributos fijados a la competencia particular puede impedir que ésta tenga todas las de ganar frente a las grandes tiendas por departamentos, que venden caro, feo y malo.

En el caso de los cuentapropistas que, encorsetados en licencias de “modista o sastre”, se dedicaban a la venta de confecciones, queda siempre la opción de devolver su autorización y refugiarse en las filas amplias y acogedoras de la “bolsa negra”, igual que sucedió durante los decenios del reinado de Castro I. Eso fue lo único que lograron las terminantes prohibiciones imperantes durante aquella era.

El caso de las salitas de exhibición y videojuegos es más complejo. Sus propietarios hicieron grandes desembolsos, así como un verdadero alarde de eficiencia, al adaptar garajes u otros pequeños locales, a los cuales dotaron de la tecnología necesaria, asientos cómodos y aire acondicionado, amén de prestar en ellos servicios gastronómicos.

Por supuesto, nada similar puede ofrecer el todopoderoso aparato estatal, que sólo en La Habana ha permitido el total deterioro de veintenas de salas cinematográficas, la mayoría de las cuales han devenido almacenes o simples criaderos de ratas y todo tipo de otras alimañas.

¿Qué posibilidad queda a los microempresarios de las recién clausuradas salas de exhibición para recuperar su inversión? Ninguna, en la práctica. ¿Qué opción tienen los muchos jóvenes que encontraban en esos sitios una alternativa para entretenerse? La respuesta es la misma.

El régimen totalitario ha invocado, para justificar la medida, razones de “política cultural”. El argumento es insostenible. Atrás han quedado los años sesenta, cuando una intrascendente peliculita de segunda, cuyo único mérito era tratar de música y amor, rompía todos los records de taquilla y de permanencia en pantalla. La cinta checoslovaca “Vals para un millón” arrasó porque los cubanos estaban hartos de los bodrios adoctrinadores e intragables que llegaban a montones de la antigua URSS y de otros países socialistas.

Hace ya decenios que, ante el evidente rechazo de la ciudadanía a los panfletos socialistas, el castrismo optó por dar más amplia difusión a la filmografía de Hollywood. Salvo raras excepciones, la “Película del Sábado” – el más popular espacio del género en la Televisión Cubana – es una muestra de la obra cultural “del enemigo”. Pero —claro está— los encargados de velar por la “pureza ideológica” siempre tienen la opción  de no exhibir los filmes problemáticos, posibilidad que les estaba vedada en el caso de las pequeñas salas particulares.

Las nuevas  medidas del régimen, aunque arbitrarias y mezquinas, nos dejan al menos un consuelo: las filas de quienes abominamos el totalitarismo se verán engrosadas por esas nuevas víctimas del despojo comunista.

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