martes, 22 de abril de 2014

¿Invertir en Cuba?

Por Roberto Álvarez Quiñones.

Cuando leí  las primeras informaciones sobre la nueva Ley de Inversión Extranjera me acordé de un cuento de Pepito. La maestra  le  pregunta a varios alumnos qué quieren ser cuando sean adultos. "Yo, médico", dice uno. "Ingeniero", dice otro. "A ver, Pepito, ¿y tú qué quieres ser?"; "Extranjero, maestra".

Y es que en la Isla  rinde más beneficios ser extranjero que cubano. Lo peor es cómo el régimen  justifica semejante aberración. Según el Ministerio del Comercio Exterior y la Inversión  Extranjera, los cubanos residentes en la Isla no pueden invertir en el país porque carecen de capital.

Una sequía financiera  que se precipitó sobre la Isla el 13 de octubre de 1960, cuando el actual gobierno marxista-leninista  confiscó y estatizó todas las empresas grandes, las  medianas y  los bancos de la nación, y que se tornó asfixiante desde el 13 de marzo de 1968 con la estatización o desaparición  de los 57.280 pequeños negocios  que aún funcionaban.

Si nos atenemos a la semántica de la lengua española,  la explicación del ministerio citado  significa que ahora con esta nueva  ley si  los cubanos en la Isla tuviesen capital, o lo consiguiesen,  podrían invertirlo.

¿Puede un cubano residente en Marianao  montar una pequeña fábrica de hacer muebles, o de zapatos,  o adquirir camiones para transportar productos agrícolas  si tiene familiares en España, digamos,  que le puedan prestar dinero  o conseguirle un préstamo bancario?

No puede.  Los "Lineamientos" del VI Congreso del Partido Comunista establecen: "No se permitirá la concentración de la propiedad en personas jurídicas (negocios privados) o naturales" (individuos). O sea, en Cuba está prohibido crear capital nacional.  Excluyendo al de Corea del Norte,  no hay en el mundo otro gobierno que  impida a sus ciudadanos crear riquezas, acumular capital y progresar.

Uno de los factores que hizo inviable el experimento social diseñado por Carlos Marx fue que este ignoró  a Adam Smith, el fundador de la economía política moderna.  En La riqueza de las naciones (1776), el economista escocés escribió:  "Es solo por su propio provecho que un hombre emplea su capital en apoyo a la industria (…) En esto está, como en otros muchos casos, guiado por una mano invisible para alcanzar un fin que no formaba parte de su intención (…) Al buscar su propio interés, el hombre a menudo favorece el de la sociedad mejor que cuando realmente desea hacerlo".

O sea, por instinto natural todos los seres humanos buscamos un claro beneficio personal, pero a medida que lo logramos automáticamente se beneficia toda la sociedad.  La riqueza material de una nación no es más que la sumatoria de las riquezas creadas por los individuos. Para decirlo con palabras del sabio griego Arquímedes, el sector privado es la palanca que mueve la economía, al menos en este planeta.

Al prohibir a los cubanos crear riquezas libremente, la revolución tan "cubana como las palmas", como la calificaba Fidel Castro, es lo más anticubano, discriminatorio, y antipatriótico que ha existido nunca en la historia de la República.

El ministro cubano del ramo, Rodrigo Malmierca,  hizo aún más evidente el enfermizo desprecio castrista por el pueblo cubano y su bienestar al declarar: "Cuba no irá a buscar inversión extranjera a Miami. La ley no lo prohíbe, la política no lo promueve".

Lo primero que hicieron China y Vietnam cuando se despojaron de sus dogmas y musarañas ideológicas marxistas e iniciaron reformas económicas de mercado fue, no solo abrir las puertas sin trucos al capital foráneo, sino estimular  la inversión directa de sus ciudadanos residentes en el extranjero y sus descendientes.

Y en ambos países ha mejorado ostensiblemente el nivel de vida de la gente. China es hoy la segunda economía más grande del mundo. Y la de Vietnam se expande a un ritmo superior al del resto de las naciones asiáticas, gracias a que ya no sigue las "enseñanzas de Ho Chi Minh".  En 2013 ese país recibió más de 20.000 millones de dólares en inversiones extranjeras directas (IED).

El régimen cubano ha adelantado que quiere captar entre 2.000 y 2.500 millones de dólares anuales.  Probablemente esa cifra surgió de un vistazo a las estadísticas de la CEPAL sobre la IED en Latinoamérica, sobre todo  los capitales captados por países más pequeños que Cuba en población. Panamá  en 2012 recibió 3.020 millones, Costa Rica, 2.265 millones; y Uruguay, 2.710 millones. El  promedio para esos tres países fue de 2.665 millones, y eso encaja con el deseo de los Castro.

Pero no se fijaron en un "detalle":   Venezuela, con 30 millones de habitantes, recibió 3.216 millones,  para un per cápita de 107 dólares, en vez de los casi 800 dólares per cápita de Panamá. Y Perú, con igual población que la venezolana, captó 12.240 millones, cuatro veces más que Venezuela con su populismo socializante.

Por cierto, Chile  en 2012 obtuvo 30.323 millones de IED, para un per cápita de 1.742 dólares. Y los empresarios chilenos invirtieron en el extranjero 21.090 millones de dólares. O sea, el país más liberal de Latinoamérica ya es gran exportador de capitales.  Y ojo, Cuba y Chile en 1958 tenían economías de igual tamaño y un ingreso per cápita casi idéntico.

No creo que Cuba pueda obtener siquiera la  décima parte de los capitales captados anualmente por Panamá  mientras gobiernen los Castro. El capital no tiene ideología y va a donde se cumplen al menos tres condiciones: garantías legales a la propiedad y la operatividad de la compañía, seguridad de que obtendrá un rápido retorno en ingresos que cubran el monto de la inversión realizada, y la existencia de un mercado, interno o externo,  que prometa buenas ganancias . El régimen no ofrece ninguna de ellas.

Además,  el mayor emisor de IED en Latinoamérica es Estados Unidos y mientras el castrismo continúe pisoteando los derechos humanos y no conceda libertad económica y política a sus ciudadanos, el embargo de EEUU seguirá  vigente. Ni  capitales estadounidenses, ni cubanoamericanos irán a la Isla.

Ante el peligro de perder los subsidios venezolanos, nada hace La Habana con reducir los impuestos al capital extranjero si el país no tiene credibilidad alguna en el mundo financiero y empresarial internacional. No paga ni los intereses de su enorme deuda comercial externa y, encima, periódicamente deja de pagar a los inversionistas en territorio cubano. La credibilidad solo se logra jugando limpio, con leyes que protejan realmente al capital extranjero contra las arbitrariedades de la nomenklatura comunista, a la cual, para colmo, está obligado a  asociarse todo inversionista foráneo.

Por último, Cuba no tiene un mercado interno y encima cuenta con dos monedas. Una de ellas, con la que se pagan los salarios, no vale nada, y la masa circulante de pesos convertibles (CUC) es insuficiente. O sea, si un inversionista extranjero produjese arroz solo obtendría ganancias suficientes si lo exporta, o se lo vende al Estado en moneda extranjera. ¿Qué gana el país con este reciclaje, salvo quizás pagar un precio más bajo que si lo importa de Vietnam o China?

Por eso es bueno recomendarle a la cúpula castrista que no se haga ilusiones. Los capitalistas de verdad no se chupan el dedo.
Share:

0 comments:

Publicar un comentario