viernes, 25 de abril de 2014

Turismo para disparar las últimas balas.

Por estos días he podido conversar amigablemente con turistas que vienen a Cuba a pasarse largas temporadas. Hablan perfectamente el español, y les gusta Cuba por diferentes razones. Me han demostrado que son gente chévere, pero tienen un defecto: critican a los cubanos porque hablamos mucho.

Estos dos turistas franceses que conocí recientemente ya son personas de la tercera edad, y como seres sexuales, en sus países no existen. En cambio, aquí en Cuba, con las necesidades económicas que enfrentamos, son reyes.

Vienen a Cuba a follar este par de viejos: un francés y una francesa. No estoy hablando mal de ellos pues follar no es delito, falta de respeto, ni ofensa contra nuestra nación.

Follar, en Cuba, siempre ha sido un deporte nacional, y sería un egoísmo de mi parte pretender que los turistas vengan a Cuba y no follen con las cubanas y los cubanos. Además, los ingresos que nuestros compatriotas obtienen en este renglón de la economía son estimulantes para la renta nacional. De manera que si no fuera por los cubanos que follan con hombres y mujeres que vienen de otras latitudes, qué jodidos, con esa fuerza más, estarían los recursos de nuestra nación.

No negamos que el francés, a pesar de sus 55 años, físicamente se encuentra en óptimas condiciones, algo que no sucede con ella, quien, quizás por ser madre de varios hijos, está un poquito deteriorada; algo así como que ya se encuentra en la antesala de la ancianidad, pero con la suerte de tener su dinerito para gastárselo en Cuba.

No sabemos exactamente con quién está follando la francesa, pero está follando. En cuanto al francés sí tenemos todo tipo de detalles de un gran amor que lo ha dejado medio turulato. El gran amor en cuestión es una linda santiaguera que lo atrapó cuando le orquestó en una cama la Quinta Sinfonía de Beethoven con Barry White y Los Papines.

Cuba, antes de la revolución del 59, no era una potencia sexual. Existían los prostíbulos, pero las trabajadoras sexuales de aquellos tiempos no tenían tantas necesidades como las "jineteras" de nuestros días, capaces de cabalgar sobre cualquier dimensión con tal de solucionar dificultades alimenticias y agenciarse todo tipo de tecnología de punta únicamente proveniente de los países donde se practica el capitalismo "salvaje y brutal".

El amigo francés quiso explorar, como un conquistador colonialista, dónde estaban los "mangos bajitos" cubanos. Y descubrió que los "mangos bajitos" (frutos del árbol equivocado del totalitarismo) ya están más que descubiertos y dislocados por toda nuestra ínsula caribeña.

De manera que a nuestro francés, que vino a Cuba a follar y continuará follando por los próximos meses y años (porque dinero tiene para vivir en Cuba), se lo follaron, se lo están follando, y se lo follarán, por la sencilla razón nacional de que todos los cubanos sexualmente disponibles quieren y necesitan chocar con la moneda dura.

Nuestras "jineteras mambisas del siglo XXI" no creen ni en la madre de los tomates. Tienen el corazón blindado con un metal más resistente que el acero, y se follarán al mundo entero si es necesario en nombre de la pasta, la guita, el money, la lana, y todos los caminos que conduzcan a Don Dinero.

Así que no nos asombremos de que futuros franceses, ingleses, austríacos, alemanes, gringos o italianos sucumban entre las redes amorosas pero letales de nuestras sandungueras cubanas.

Y ahora el francés, a pesar de que se está follando a todas las lindas mulaticas de La Habana Vieja, y dondequiera que llega le ofrecen la garantía de una amistad, sólo sabe hablar de la santiaguera.

Y este francés es quien dice que los cubanos hablamos mucho.
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