Por Aleaga Pesant.
Grandes sortijas de oro en los dedos de las manos, más un sinfín de collares del mismo metal que pudieran degollarla o electrocutarla, según el caso, contrastaban con su negra piel. Con su bello rostro, topado por el pelo lacio a fuerza de keratina y su short, de donde despuntaban los cachetes de las nalgas con cierto tatuaje, dirigía, con acento rural en la voz, la cuadrilla de operarios que desmontaban de un camión los muebles que vestirían su nuevo apartamento de planta horizontal, en uno de los altos edificios con vista al mar de la Calle Primera.
No es una excepción. Los nuevos ricos, al calor de las reformas económicas de la dictadura militar comunista, compran apartamentos en El Vedado, definido como el barrio más importante del país. Es como la capital de la capital.
El Vedado se caracterizó por ser un modelo de desarrollo urbano durante la Republica (1902-1958), por la combinación armoniosa de calles y avenidas pobladas de árboles, portales y casa señoriales de los más variados estilos donde predomina el eclecticismo. Su evolución durante los años 40 y 50 del siglo XX, lo llevó a combinar edificios, restaurantes, cines, escuelas, instituciones públicas y hospitalarias que completaron su trama urbana, y al que agregaron el encanto de paseos, parques y calles arboladas con hermosos monumentos a patriotas y personalidades, y monumentales residencias.
La primera regla del restaurador es no tocar nada, pues cambiaría la esencia y visión de la época, según la Doctora en Artes, Concepción Otero Naranjo.
Pero parafraseando el título de la pieza de Moliére, casi nunca el burgués es gentilhombre. Eso sucede con los nuevos ricos, compuestos por jineteras, pingueros, choferes o porteros de embajada, que invaden El Vedado. Lo primero que hace la horda de recién llegados, es desmantelar paredes y pisos destruyendo obras que durante medio siglo mantuvieron la belleza y el confort, a pesar del abandono.
Los remodelamientos que sufren ahora mismo los edificios del Vedado están cargados del mismo mal gusto e inseguridad que trasmiten los excesos de cadenas y prendas de oro de quienes las portan.
Esas joyas y nuevas propiedades que dejaron de ser lo que eran para convertirse en símbolo de pobreza ética y estética, comenzaron a preocupar a los vecinos.
Ante el esfuerzo constructivo del Contingente Tío Rico McPato (Scrooge McDuck), de nuevos ricos que invade la zona, las autoridades no pueden hacer nada, pues como dice el refrán, “con dinero, baila el mono”. Y de la corrupción no hablaremos en este artículo, pues no es el tema.
Hace cincuenta y tantos años la media burguesía alta republicana vio intervenidas sus propiedades y los revolucionarios se apoderaron por la fuerza de los apartamentos y residencias del Vedado. Los antiguos rebeldes de verdeolivos se fueron reciclando en funcionarios…, y funcionarios…, y funcionarios, beneficiados por su participación en las estructuras del poder.
En el reaburguesamiento del Vedado ganan espacios los restaurantes, cafeterías, clubes y bares, peluquerías y spas. Dan una nueva y revitalizada imagen al barrio, lo que no implica que se componga la urbanística (calles, aceras, sistemas de aguas, electricidad, telefonía o gas), o el sistema de transporte mejore o diversifique. Aunque en honor a la verdad, el transporte en el Vedado es más fluido y con mejores y más modernos autos que en el resto de la ciudad, por ser sitio de paso entre el este y el oeste, y porque también los hijos de “Monsieur Jourdain” compran los mejores almendrones que circulan por la ciudad, a precios más altos que un moderno Masserati.
Lo llamativo de este proceso es que si bien la población original es desplazada por otra de mayor nivel adquisitivo, eso no implica que se esté dando un proceso de transformación urbana, que enriquezca el territorio con nuevos edificios, casas, escuelas, clínicas, avenidas o soluciones urbanas. La invasión no tiene ni la capacidad ni el interés de desarrollar un hábitat más sólido, por lo que solo piensa en sus casas dormitorios como ridículos bunkers de paso.
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