domingo, 31 de marzo de 2024

Félix Chapotín, el Armstrong del son cubano.

Por CubaNet.

Este 31 de marzo se celebra el nacimiento de uno de los más grandes exponentes del son cubano: Félix Chapotín. Con su destreza técnica y su profundo entendimiento de la música, Chapotín dejó una marca en la escena musical cubana, y contribuyó significativamente a dar forma y difundir este género.

Nacido en La Habana en 1907, Chapotín se destacó como uno de los más prominentes trompetistas de la época. Desde temprana edad demostró un talento innato para la música; aprendió a tocar la trompeta durante su juventud y destacó rápidamente por su habilidad y estilo distintivo. Inmerso en el vibrante ambiente musical de La Habana, donde se gestaban nuevas formas de expresión sonora fusionando ritmos africanos con melodías españolas, encontró su vocación y pasión.

A los 20 años, en 1927, ingresó al Septeto Habanero como sustituto del trompetista Rafael “Piche” Hernández, y se convirtió en uno de los pioneros en ejecutar el son cubano, un género que ya comenzaba a cautivar al público desde Santiago de Cuba. A lo largo de su carrera pasó por varias agrupaciones musicales, incluyendo el Boloña, el Conjunto América y la orquesta Anacaona. Sin embargo, fue su colaboración con el legendario músico y compositor Arsenio Rodríguez lo que marcó un punto crucial en su trayectoria. En 1951, Chapotín asumió el liderazgo del conjunto tras la partida de Arsenio a Nueva York.

Bajo su dirección, el conjunto se transformó en el renombrado Conjunto Chapotín (o Chapotín y sus estrellas), donde su talento se fusionó con la extraordinaria voz de Miguel Cuní. Esta asociación resultó en composiciones como “La Guarapachanga”, “El Carbonero”, “Sazonando”, “Mi son, mi son, mi son”, que capturaron la esencia y la energía de estos auténticos músicos.

Apodado el “Armstrong del son cubano”, Félix Chapotín lideró su conjunto hasta su fallecimiento el 21 de diciembre de 1983 en La Habana, a la edad de 76 años.


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Los políticos que no quieren ver y los que sí.

Por Roberto Jesús Quiñones Haces.

Desde 1959 comenzó la intervención militar cubana en el continente americano, aunque los ejemplos más conocidos sean los de la guerrilla del Che Guevara en Bolivia, el apoyo al Movimiento Tupamaro, al Movimiento de Izquierda Revolucionaria en Chile y a las guerrillas centroamericanas.

En todos esos escenarios los revolucionarios debían convertirse en “una fría máquina para matar”, según palabras textuales del sanguinario argentino.

Hay quien afirma que ese apoyo castrista llegó incluso a movimientos subversivos estadounidenses como las Panteras Negras o el Ejército Simbionés de Liberación Nacional.

Esa política violenta cambió posteriormente para dar paso a otra dirigida a minar la democracia desde sus propias bases, una idea proclamada por Gramsci, cuyos frutos son harto evidentes.

Hoy también se conoce la influencia del castrismo en los triunfos electorales de Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa y Luiz Inácio Lula da Silva. El apoyo a esos gobiernos, ha aportado a la dictadura cubana significativos réditos políticos y económicos que han servido para refrendar en los foros internacionales su presunta legitimidad y enriquecer aún más al clan de la familia Castro.

Con respecto a la calamitosa situación en que hoy vive nuestro pueblo, esos políticos que defienden al castrismo ―como los tres monos sabios― no ven, no oyen ni hablan absolutamente nada.

Unidos a ellos hay una larga lista de “tontos útiles” que nunca faltan y que, ya sea por ingenuidad, ignorancia ―o vaya usted a saber por qué― continúan haciéndole el juego al régimen. En él tampoco faltan renombrados académicos e intelectuales, defensores de la trepa antidemocrática internacional.

Apartándonos de la fidelidad canina de Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Luis Arce, ya no asombra la postura de Andrés Manuel López Obrador en defensa de la continuidad canelista.

Hay congresistas estadounidenses que se han atrevido a contradecir a sus iguales cubanoamericanos, quienes conocen de cerca nuestra historia mucho mejor que ellos. Como si nos les bastara más de seis décadas de confrontación, durante las cuales la dictadura ha tenido a este país como su enemigo principal, algunos de esos políticos han llegado a solicitar que la administración de Joe Biden saque a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo y el fin unilateral del embargo.

Recientemente la congresista Ilhan Omar, representante demócrata por el estado de Minnesota, encabezó una discreta visita a la Isla. El viaje no fue reflejado en la prensa oficial cubana y habría pasado inadvertido si El Nuevo Herald no lo hubiera informado.

Esos políticos son los mismos que también piden a Joe Biden que envíe dinero a las medianas y pequeñas empresas cubanas, en su mayoría verdaderos engendros estatales. Son los mismos que pretenden desconocer ―a pesar de la reciente detención del exagente Manuel Rocha― que la dictadura continúa siendo un enemigo de EE.UU. 

Llegado a este punto concluyo que la labor de dichos políticos en modo alguno refleja que estén actuando en bien de los ciudadanos estadounidenses. Me atrevo a afirmar que a esos ciudadanos les interesaría que en Cuba hubiera libertad y democracia, estabilidad, prosperidad económica y que el régimen de La Habana dejara de ser una muy cercana amenaza política y militar para Estados Unidos. Y eso no se logra tratando de favorecer a la dictadura.

Gracias a Dios que también existen en el Senado y el Congreso otros políticos  que sí saben cuál es la posición que debe adoptarse en bien de las relaciones entre ambos pueblos. Y no me refiero solo a los cubanoamericanos. 

El senador republicano Rick Scott ha sido una de las voces que desde esas altas estructuras de gobierno ha denunciado reiteradamente los abusos de las dictaduras implantadas en Nicaragua, Venezuela y Cuba. Él no ha cejado en su reclamo de libertad para todos los presos políticos en esos países. Con respecto a Cuba ha expuesto claramente su reclamo de respeto a todos los derechos humanos y el restablecimiento de la democracia.

En el continente ha aparecido el presidente argentino Javier Milei, quien desde que asumió el poder ha manifestado su rechazo a la dictadura y recientemente apoyó públicamente las protestas de los cubanos.

Hace pocos días la vicepresidente interina de Uruguay, Graciela Bianchi, ofreció una breve, pero muy contundente respuesta, a una declaración de la Convención Nacional de Trabajadores de ese país, la cual trató de deslegitimar esas protestas. Graciela dejó claro que en Cuba hay una dictadura y desmintió la existencia de un “bloqueo económico” contra la Isla, otro de los pilares esenciales del discurso justificativo del castrismo.

En el Parlamento Europeo Dita Charanzová, Herman Terstch, José Ramón Bauzá y Francisco Millán Mon han expresado reiteradamente su apoyo al reclamo de los cubanos por el respeto a los derechos humanos, la implantación de un sistema democrático y la inmediata libertad de todos los presos políticos.

Me he referido únicamente a los casos que ―calamo currente― he recordado. Ellos son algunos de los políticos que no se han dejado engatusar por el falaz discurso demagógico de quienes desgobiernan nuestro país, aunque hay muchos más.

Lo ocurrido durante la sesión del Consejo de Derechos Humanos realizada el pasado mes de noviembre, donde el castrismo fue emplazado y se mostró incapaz de defenderse eficazmente; la reacción de importantes políticos, instituciones y hasta gobiernos ante la realidad existente detrás de las misiones médicas cubanas y sobre la falta de libertad religiosa en la Isla, problemas que han suscitado preocupación hasta en la ONU, demuestran que el discurso político de los continuadores del castrismo se desmorona rápidamente.

Como reza un proverbio africano: “Lo que la mentira recorre en un siglo la verdad lo hace en un segundo”.

La credibilidad del régimen ya está hecha añicos en Cuba. Hace falta que lo mismo ocurra en el extranjero y que cada vez sean menos los políticos miembros del club de los monos sabios, aunque ya está escrito en el Nuevo Testamento: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”.

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viernes, 29 de marzo de 2024

El conflicto por estallar.

Por Alberto Méndez Castelló.

“La prensa al servicio del régimen, como los soldados del Estado totalitario que son los periodistas oficiales, dice que las protestas populares originadas por falta de comida, de electricidad y en suma por falta de libertad, en el Oriente cubano, en la jurisdicción del Ejército Oriental, son obra del `imperialismo yanqui´. ¡Pobres miopes! Una granada está por estallarle en las manos o una mina está por detonar bajo sus pies”, afirmamos en Cuba: poca harina y mucha pólvora, artículo recién publicado en este sitio.

Y puesto que según dice el refrán “el que mucho abarca poco aprieta”, en aquel texto no entramos en detalles, rigurosamente históricos, de carácter esencialmente sociológicos para contrastar nuestra afirmación sobre la miopía supina del régimen, esa, la de pretender culpar al “imperialismo yanqui” de todas las miserias económicas y morales de los cubanos, como sí haremos ahora, y comencemos por este ejemplo, sólo un ejemplo, de mal recuerdo, sí, de memoria histórica de quienes son tildados como “odiadores” por los voceros castrocomunistas.

Y obsérvese que por ser sólo un ejemplo, no diremos de fusilamientos, encarcelamientos, persecuciones ni “actos de repudio” contra “gusanos”, “escorias” y “contrarrevolucionarios. Sólo mencionaremos una pequeñísima parte de La Historia de Cuba contada por sus casas, esas, donde hoy como antes, residen mujeres prósperas, que no tienen necesidad de vender la “leche de sus hijos”, y son mujeres “educadas y correctas” y no alborotadoras, porque no tienen necesidad de protestar como sí hicieron otras madres cubanas este 17 y 18 de marzo y antes hicieron las del 11J.

Las casas.

Vean, sí, si pueden, y sé que sí podrán, miren detrás de estas palabras. En otro tiempo, no tan lejano, allá por los años 60 y hasta principios de los 80 del pasado siglo, la gente se iba de Cuba y tras de sí dejaban, o más apropiado es decir que eran despojados de muy buenas casas, que, inmediatamente, eran tomadas y selladas por los castrocomunistas, cuando sus dueños aún permanecían en el portal, o, en un puerto, en Camarioca, o en Mariel, o en un aeropuerto, aguardando para salir del país sólo con lo puesto, pues, por “ley” todos los bienes muebles también eran expropiados junto con el inmueble.

Solía ocurrir entonces que luego, al pasar frente a una de esas viviendas desposeídas a sus legítimos dueños, cerradas con sellos oficiales y todavía no “asignadas”, los cubanos se preguntaban: “¿Qué irán a poner ahí?” O… “¿A qué dirigente le darán esa casa?”

Las interrogantes de los cubanos, no importa si en Santa Marta, en Varadero, en Santiago de Cuba o en Bayamo, eran congruentes con un axioma de dos posibles soluciones: La vivienda del cubano emigrado, tachado como “gusano”, que muy bien podía ser una mansión, era “asignada” a un ministerio u otra entidad gubernamental para uso de oficinas, o “casa de visita”, o era “congelada” para otros usos, o, sencillamente, era otorgada cual generosa dádiva a un dirigente comunista y a su familia, que luego podían hacerse de ella como “propietarios”, si el inmueble no era “medio básico” de una institución, o si esa dependencia del Estado enajenaba el bien a favor del dirigente encumbrado.

La sociedad estratificada.

Más o menos así, los dirigentes castrocomunistas “históricos” y los que son su “continuidad”, sus hijos y nietos y las esposas o amantes de ellos, son poseedores de hermosas mansiones, mientras los que protestaron en el Maleconazo, el 11J, el 17M y en las mil y una protestas callejeras acalladas por chivatos y policías, malviven en bajareques, en cuarterías desguazadas por los ciclones, muchos son afrodescendientes, no tienen quien les ponga un parole en Estados Unidos. No tienen nada: ¡Ni a Cristo en Semana Santa!

Óiganme, el conflicto político y social es producto de una sociedad estratificada, decía Carlos Marx, afirmando que la resolución de los conflictos sociopolíticos, esto es, la creación de un consenso verdadero, sólo era posible en la sociedad comunista, pues las instituciones sociales precomunistas existían sólo para apoyar la dominación de una clase sobre otra.

Ya de por sí irreal, la teoría de Marx sobre el consenso verdadero, en Cuba y a la luz de la cotidianidad cae por su propio peso, podrida, corrupta, por falta de aplicación en tanto la supuesta “dictadura del proletariado”, llamada a liberar de la dominación capitalista a las masas trabajadoras, en la práctica, se transformó en la dictadura de la burocracia comunista.

Las desigualdades en Cuba.

Sociológicamente hablando, si la eficacia gubernamental se muestra instrumentalmente, a través de sus políticas públicas, la legitimidad de un sistema político es evaluativa, e implica que los grupos lo consideren legítimo o ilegítimo en la misma manera que sus valores concuerdan con los valores de esas plebes, entiéndase masas, conformadas por personas de muy distintos estratos sociales.

Pero la capacidad política y gubernamental del Estado, de los poderes del Estado para mantener en los gobernados la creencia de que los gobernantes comparten su misma identidad de valores no es infinita, sino extremadamente finita, y se muestra a través de hechos tangibles, palpables no sólo para unos pocos aplaudidores enajenados de su entorno, o para un grupo o grupos de élite premeditadamente aprovechados. Y así ocurre en Cuba.

Y este es el caso de Cuba porque contrario al discurso castrocomunista, el caso cubano es el de un país con desigualdades inhumanas, y, primero que todo y sobre todo porque son desigualdades políticas humillantes, que hacen del asalariado cada día más pobre, menos humano, mientras es la clase dirigente de un país con partido único, comunista, de economía centralizada, la que mantiene un nivel de vida de multimillonarios, como si viviera en una nación con economía de libre mercado.

Sin consenso en Cuba.

Y quien envidia a una persona próspera en un país libre, pudiendo trabajar por su propia prosperidad, es una persona necesitada de tratamiento psiquiátrico. Pero quien en un Estado totalitario como lo es Cuba siente rencor contra la clase dirigente que pregona austeridad mientras vive en la opulencia, es un sujeto de derecho urgido de un acusador. Del acusador del Estado que por connivente, la nación toda carece.

Así no hay consenso en Cuba, ni lo habrá aunque así lo pretendan mostrar los dirigentes comunistas. Y no hay consenso ni puede haberlo mientras el discurso oficial diga una cosa y otra muestre el obrar de las instituciones gubernamentales, que no sólo deben representar a los ciudadanos, sino ser apropiadas para la sociedad toda.

Y es ese estado inapropiado de quienes en lugar de representar ordenan, malversan, cohechan, son despóticos y hacen del nepotismo una práctica diaria, quienes no pueden adaptarse a otro modo que no sea el de la usura, por ser ellos mismos ineptos para el trabajo honesto, es ese estado y no el “imperialismo yanqui” quien provocará un estallido social, o lo que es menos ruidoso pero funciona igual que un pistoletazo en la nuca, aunque con silenciador: un estado de parálisis generalizado que acabará con el castrocomunismo. Y no importa cuán totalitario sea el Estado, porque Cuba ya es sólo eso: un conflicto por estallar aunque el día de la explosión no escuchemos ni el ruido. ¡Ojalá!

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Caso Gil Fernández: Silencio político y cohechos.

Por Alberto Méndez Castelló.

Veinte días de silencio político -y no precisamente de silencio administrativo que, por su contexto jurídico, entraña una respuesta- han trascurrido desde que el pasado jueves 7 de marzo, en Nota oficial del primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC), Miguel Díaz-Canel Bermúdez, se dijo a la opinión pública nacional e internacional de “los graves errores cometidos por el ex vice primer ministro y ministro de Economía y Planificación, Alejandro Gil Fernández, que conllevaron a un proceso penal, donde “el implicado ha reconocido graves imputaciones”.

A esta cota del tiempo y de tales “graves imputaciones” cabe preguntar… ¿Qué delitos implican y cuál es la participación del ex vice primer ministro y ministro de Economía y Planificación Gil Fernández? ¿Es autor o es cómplice, de cuál o cuáles delitos? No lo sabemos. Los poderes del Estado que Gil Fernández integró permanecen en silencio.

Y como el silencio político es como la inflación monetaria cuando se destapa, que suele entrar en espiral, en un tornado indetenible, que arrasa con todo y con todos, es útil preguntar: ¿El régimen tiene miedo? ¿Miedo a qué hechos, a qué consecuencias? ¿Por qué incurre en silencio político teniendo incriminado en un proceso penal nada menos que a al ex vice primer ministro y ministro de Economía y Planificación? ¿Hay otros “peces gordos” metidos en la red?

El caso Gil Fernández.

El caso Gil Fernández como “lobo solitario”, o asociado a un “mipymero”, o a una “mula” con alforjas de dólares, me recuerda el delito imposible. Técnicamente, el delito imposible es el que manifiestamente no pudo haberse cometido, porque los actos realizados, el medio empleado o el objeto del delito, no cuajan cual acción u omisión penal.

Y en este caso resulta importante a la hora de calificar un delito, distinguir entre la objetividad jurídica de la transgresión penal y la objetividad ideológica o el fin propuesto, pues, si la primera concierne al bien o interés lesionado, la segunda encaja en el fin que se propuso el implicado al ejecutar el hecho delictivo, cuestiones estas por las que reitero la interrogante: ¿Qué delitos implican y cuál es la participación del ex vice primer ministro y ministro de Economía y Planificación Gil Fernández?

La nota del 7 de marzo dice: “la dirección de nuestro Partido y Gobierno nunca han permitido, ni permitirán jamás, la proliferación de la corrupción”. Esa afirmación es discutible y hoy más que nunca está en entredicho, pero aceptémosla, aunque “la corrupción” es un saco abierto y de boca ancha.

Los hechos de corrupción.

Pero aunque son muchos los hechos vinculados a la corrupción administrativa, por su objetividad jurídica e ideológica, difieren, algunos se encuentran tipificados para proteger la administración y la jurisdicción, como los que sancionan el enriquecimiento ilícito, el tráfico de influencias o el cohecho; mientras que otros velan por la economía nacional, penando infracciones conceptuadas como tráfico de moneda nacional, divisas, u otros bienes; así como también existen delitos contra los derechos patrimoniales cuando se comete malversación o extorsión; o cuando se delinque contra la hacienda pública mediante, por ejemplo, evasión fiscal o lavado de activos.

Pero resulta que por sus objetividades, no en cualquiera de esos delitos que a modo de ejemplo hemos mencionado, pudo incurrir el ex ministro Gil Fernández, que pudo hacerse de dineros ilícitos, ¡claro que sí!, como cualquier otro funcionario de la nomenclatura. Pero resulta que por sus funciones, Gil Fernández no manejó dineros, capitales, o bienes, sino que sus funciones -las de ese ministerio- son tareas de diseño e implementación de políticas públicas, macroeconómicas, que son las del país y no las de una mera empresa.

Y, como Cuba es reglamentada por un régimen totalitario, militarista, bien se sabe que, en esos diseños e implementaciones del Ministerio de Economía y Planificación, intervienen no sólo el ministro y su equipo asesor, sino todos los ministros del área de las finanzas, el comercio, la producción, los servicios y la economía toda, supervisados todos ellos por el ojo avizor del PCC, y siempre bajo la lupa de la inteligencia y la contrainteligencia del Ministerio del Interior, y de la contrainteligencia militar del Ministerio de las Fuerzas Armadas, a través de sus ministros, que son, en el Consejo de Ministros, los observadores constantes, personalmente subordinados al general Raúl Castro, jefe real del régimen, aunque ahora, sin nombramientos formales, sea llamado “líder histórico de la revolución”.

¿Un solo ministro?

Luego… Difícil resulta creer que en Cuba un ministro haga y deshaga sin que los sabuesos del “líder histórico de la revolución” no perciban el “olor” del rastro del dinero, y más, si son billetes verdes y grandes.

Verbigracia. El delito de cohecho en el sector público implica al funcionario de cualquier nivel que reciba directamente, o por persona intermediaria, para sí, o para otro, dádiva, presente, o cualquier otra ventaja o beneficio, con el fin de ejecutar u omitir un acto relativo a sus funciones. Según el vigente Código Penal, en Cuba este delito está penado con privación de libertad de cuatro a diez años, sanción que puede elevarse de ocho a veinte años si, en lugar de solamente aceptar digamos que “regalos”, a cambio de su intervención en un asunto el funcionario exige o solicita presentes, dadivas, ventajas o beneficios. Y no debemos olvidar que quien soborne a un funcionario público, también incurre en delito de cohecho.

Entonces es conveniente preguntar: ¿Pudo incurrir en delito de cohecho Gil Fernández? Ciertamente, el ex ministro pudo haber cometer ese delito, pero si así fuera, de esta respuesta se desprende otra interrogante que es: ¿Quiénes cohecharon a Gil Fernández, simples “mipymeros” o también en ese caso se encuentran involucrados importantes hombres de negocios internacionales que al régimen no le conviene involucrar…?

Todo es posible. Y el uso del silencio, en este caso silencio político, quizás vinculado a un cohecho de tan alto vuelo que no alcanzamos a distinguir a simple vista, en no pocas ocasiones equivale a una técnica, que, adentrándose muy profundamente en el campo de la psicología operativa para diseñar una estrategia, unas veces de defensa y otras de ataque, va mucho más allá, muchísimo más allá de las teorías del silencio que hemos estudiado en la literatura sociológica, esa, la de callar porque podemos quedar marginados, y que puede sintetizarse en este refrán que muchas veces oí decir a mi padre: “Se está haciendo el muerto para ver qué velorio le hacen”.

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Los días sin luz.

Por Carla Gloria Colomé.

En la sala de mi casa de La Loma, los días aquellos sin luz, mi papá gastaba el tiempo con los cuentos de Angola. Los repetía todas las noches de apagón, pero yo igual los escuchaba con sorpresa. Sus cuentos tenían en mí el mismo efecto que los apagones, siempre sucedían por primera vez. Por más que nos quitaran la corriente, la rabia del primer apagón era la rabia del tercero, y nadie se acostumbraba, ni tenía por qué acostumbrarse, a aquella desolación.

Mi papá recordaba el día en que cumplió 19 años en un barco del Caribe a África, y también mencionaba las medallas recibidas, su guarida bajo la tierra, el sonido de balas, o el día que regresó a Cuba y los casi 300 pesos con los que lo recompensaron por dos años en la guerra. A veces, con fortuna, la luz volvía rápido y el cuento de Angola solo alcanzaba hasta su partida en el barco, a veces se alargaba el apagón y el cuento llegaba hasta los sonidos de disparos, y otras veces se agotaba el relato sin signos de que volviera la corriente. 

Era raro, los días sin luz también traían a mi familia una intimidad singular. Probablemente se tratara del único momento en que nos juntábamos a escucharnos. Nunca comimos sentados a la mesa, no fuimos una familia con horarios que cumplir, con normas estrictas a seguir, algo que podía parecer desestructurado, pero que nos hizo menos presa de nosotros mismos. Yo era una niña de los noventa, y sabía que había algo particular en el tiempo que transcurre desde que se va la luz hasta que llega. Me gustaban las maneras de adaptación del cuerpo: el ojo viendo en la oscuridad, el oído sintonizando los sonidos de las cigarras, de los grillos, y del viento que viene del mar. Me gustaba poner la planta de los pies en las paredes frías de la casa. Recuerdo pegar mi cuerpo a las paredes y recibir un frío que me salvaba del calor agobiante hasta que me quedaba dormida. 

Afuera, el barrio también funcionaba distinto en los días sin luz. Parecía una gran casa con muchas habitaciones dentro. Los huéspedes de esa gran casa, los vecinos, gritaban de una puerta a la otra y se preguntaban hasta cuándo. Los niños hacíamos linternas con pomos plásticos repletos de cocuyos y jugábamos en la calle hasta que llegara la luz o nos rindiéramos del cansancio. Bajo el silencio que viene con el apagón, se oían los pedos de Pupo, el vecino del frente, al que le faltaban tres dedos. La gente se entretenía averiguando en cuántas horas venía la luz, yo me las juego que en tres, yo me las juego que en una, yo apuesto a que en seis, decían. Una vez yo conté hasta las veinte y justo vino la luz en ese momento y no me lo podía ni creer. Otras veces, cansada de esperar la luz, le preguntaba a mi papá cuándo iba finalmente a llegar, y mi papá, medio en broma, decía la luz ya casi viene, está por la bodega, está abajo del puente, está subiendo la loma. Si hacía demasiado calor y no estaba lloviendo, mi papá sacaba los colchones al portal y amanecíamos en la humedad del rocío. Luego nos dolía la garganta. 

Había una frase que mi papá repetía si de pronto se iba la luz: «Ahora sí se puso bueno esto». Si el apagón duraba varias horas, se cagaba en la madre de todos los santos. Si de repente se alumbraba la casa, mi papá celebraba con un chiflido. Nunca nadie, en el barrio, hizo más que quedarse tranquilo a esperar la luz, nunca nadie salió a buscarla, siempre fuimos disciplinados, hasta que nos las trajeran de vuelta y, como en una orquesta musical, empezaran a funcionar el refrigerador, el ventilador, la televisión y la grabadora, todos despertando del letargo en que la falta de luz los había dejado. Alguna que otra vez, se escuchó a alguien aislado gritar: «Partía de comunistas». O muy esporádicamente otro se cagaba en Fidel y en la madre de Fidel. Eran contadas veces y solo sucedía en las noches de apagones, porque el peso de la noche te vuelve un anónimo, porque en la oscuridad de un apagón yo puedo ser tú, porque el calor a la hora de dormir te despierta la consciencia, y porque si te quitan la energía, te devuelven la fuerza. 

Lo ha demostrado la historia de los cubanos de las últimas décadas. El set de una protesta cubana se compone de un plato vacío y una sala oscura. Hay otros móviles, propios de una sociedad al límite, pero son estos dos los que disparan la rabia popular, que luego toma otros rostros, como la falta de libertad. El hambre y la luz, entre otras cosas, se contienen en sí mismos y contienen todo lo demás.

Los cubanos que protestaron en agosto de 1994, lo hicieron hastiados de la falta de luz y comida. La ausencia de apoyo económico que llegaba al país tras la desintegración de la URSS, hizo que cientos de habaneros se lanzaran a las calles en el histórico Maleconazo que Fidel Castro en persona tuvo que aplacar. Los apagones no dejaron de suceder y la comida nunca llegó a ser abundante, pero pasaron 27 años para que, por las mismas razones, otra protesta multitudinaria tomara las calles de Cuba. La situación del país, agravada por la pandemia de coronavirus y la caída del turismo como sector fundamental de la economía, se volvió insostenible. Si algo diferencia al tiempo que va del Maleconazo al 11 de julio de 2021, del que va del 11 de julio de 2021 a la protesta del pasado 17 de marzo, es el tiempo en sí mismo, el tiempo en que se acumula el descontento y el tiempo de la memoria. Si en 27 años los cubanos del 11 de julio pudieron haber olvidado el saldo del Maleconazo -donde hubo tres muertos, varios heridos y cientos de detenidos-, en casi tres años los cubanos del 17 de marzo sí tienen presente el saldo del 11 de julio, que se cobró una vida a causa del disparo de un policía y miles de detenidos, algunos de los cuales cumplen hoy condenas de hasta 20 años de prisión. Aun así, cientos de cubanos volvieron a salir a las calles. ¿Cuánto tiempo falta para la siguiente protesta? ¿Para la protesta del futuro? ¿Para la protesta definitiva?

A Cuba le ha costado protestar en grande, pero eso no quiere decir que Cuba no haya protestado. Son las protestas menores las que alimentan la protesta mayor. Se ha protestado por la falta de agua, por la ausencia de una Ley de Protección Animal, una madre ha salido al paso por la situación de la vivienda, por la leche del niño que no llega, o por la cirugía a la que no se sometió por falta de médicos e insumos. También ha habido otras protestas menores por los cortes de electricidad, pero las calderas han sonado en medio de la oscuridad del apagón.

Hay una grabación específica de las últimas protestas. No se ve el rostro de nadie, pero se escuchan cientos de voces que recorren el distrito José Martí, en Santiago de Cuba, coreando: «Oye, yo me erizo», «No hay comida, no hay corriente, Pinga pal presidente». En un sentido, no parece una protesta, sino una conga. No parece un reclamo, sino un canto. Aprendimos a quitarle la solemnidad a las causas. Es mentira que una protesta es un luto, una protesta es la gente en una acción cívica. Una protesta en Cuba es el pueblo ejerciendo el derecho que por años le han dicho que no tiene. Un disfrute. Me he imaginado en el centro de una protesta similar: ¿Cómo empieza? ¿Quién se atreve? ¿Quién se suma? ¿Qué se siente? En la protesta no parece que se fue la luz, sino que llegó. Como si Cuba hubiese cambiado tanto que ya no celebra cuando llega la luz, sino cuando se va. Porque la gente sabe que si llega, se va a volver a ir. Lo definitivo no es que llegue, sino que siempre se vaya, y ya nadie se conforma con tan poco.

Luego de que se aplacaran las protestas de este mes, que entre otras cosas la desató los cortes de electricidad de hasta 18 horas, principalmente en el oriente de la isla, supimos que en algunos lugares ha mejorado la situación con los apagones. La termoeléctrica Antonio Guiteras echó a andar y también el gobierno ha hablado del cargamento de 650 mil barriles de crudo enviados por su homólogo ruso, o de la posible perforación gaso-petrolífera horizontal en la costa noroeste del país, como parte del proyecto Canasí para la extracción de gas natural.

Hace poco conversaba con Helen García Calvo, una socióloga de Cienfuegos, quien me comentaba que durante los cortes de electricidad del Periodo Especial los cienfuegueros iban a sentarse al malecón, y que ahora ni siquiera eso hacen. La inseguridad en las calles del país, que muchos aseguran va en aumento, ha hecho que la gente se recluya incluso hasta en los días de veinte horas de apagón. Y no solo eso. Helen, como cualquiera, sabe que nada funciona cuando no hay corriente: ha estado dos días lavando para adelantarse a los cortes de electricidad y que no se le acumule la ropa, no puede hacer ningún tipo de trámite cuando no hay servicio eléctrico, las panaderías no echan a andar, la gente ha tenido que volver a sacar las cocinas inventadas de los noventa, los fogones improvisados, el carbón y la luz brillante. Helen sabe que no hay solución.

«El sistema comunista en Cuba se agotó», me dice. Tiene 52 años y una vida. «El organismo del cuerpo social del comunismo en Cuba ya se paralizó, ya esto está muerto, este muerto tiene peste, y todo el mundo lo sabe, lo que no sabemos es dónde se va a enterrar». Ahora que escribo esto, debe haber gente sin luz, alguien seguro queriendo estallar. 

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jueves, 28 de marzo de 2024

El castrismo quiere más dólares.

Por René Gómez Manzano.

Ha sido noticia en Cuba la emisión de “nuevas” tarjetas prepagadas en divisas por parte de varios bancos comerciales que han sido autorizados al efecto. Los medios de agitación y propaganda del castrocomunismo no han tardado en difundir la noticia. Lo mismo plantean sus portales en internet y las redes sociales.

El Banco de Crédito y Comercio (BANDEC), una de las entidades involucradas en esta nueva jugarreta del castrismo, ha emitido una información oficial sobre el tema. Leemos allí: “La tarjeta prepago Bandec (…) es recargable mediante depósitos en efectivo (…) y por transferencias desde el exterior (…). Posibilita la compra de bienes y servicios en la red minorista y mayorista, así como la compra de combustible en los servicentros que se habilitarán en USD”.

En puridad, no puede decirse que haya mucho de “nuevo” en el contenido de ese párrafo. Si acaso, pudiera señalarse el tema de la comercialización de carburantes mencionado al final. Como queda bien claro al leer el texto, esto último es un proyecto de futuro; se habla de manera insistente sobre que esos servicentros en divisas “se habilitarán”. Hasta ahora no se ha precisado cuándo, pero es razonable suponer que no haya que esperar demasiado. Se sospecha que, en lo adelante, para los dueños de vehículos esa será la única forma de conseguir combustible.

Los medios oficialistas de la Isla han guardado silencio sobre este tema que se ha convertido en la comidilla de los cubanos de a pie. Pero la verdadera prensa -la independiente- sí se ha hecho eco de la nueva situación surgida en las últimas horas. El pasado miércoles, Glenda Boza, en El Toque, abordó el tema de las “viejas” tarjetas en MLC (moneda libremente convertible) en un trabajo periodístico cuyo titular pone el dedo en la llaga: “Nuevas tarjetas en USD en Cuba confirman que la MLC no tiene respaldo”.

En su texto, la colega destaca que esas “nuevas tarjetas” servirán no sólo para comprar combustibles en divisas; también para adquirir productos “en tiendas que se habilitarán en un futuro solo para ellas” (esto último, según respuesta brindada por el gestor de redes del BANDEC). En el artículo se expresa preocupación por las “viejas cuentas” en MLC.

También por casos como el del cirujano Ricardo Batista, antiguo “cooperante internacionalista”. El régimen castrista, después de embolsillarse el 85 % poco más o menos de los honorarios abonados por los países extranjeros en los que trabajan esos facultativos, les recarga a estos sus respectivas cuentas en MLC con el 15 % restante. Así lo acredita un flamante “certificado de depósito” que les entregan… pero los médicos nada pueden hacer con el dinero… “por falta de disponibilidad”, según les dicen.

Por su parte, Ernesto Pérez Chang, en estas mismas páginas de CubaNet, argumenta: “La trampa ‘atrapa dólares’ la han extendido y perfeccionado para asegurarse de que todo billete que traspase los límites (…) de la Isla se quede atrapado en el ‘sistema’. Así las tarjetas prepago llegarían para intentar cubrir esos flancos desprotegidos por donde escapaban los dólares frescos para la calle”.

Pero, en definitiva, ¿qué de “nuevo” -si es que algo- podemos encontrar en las flamantes tarjetas prepagadas que ahora han ideado los sesudos del castrocomunismo! Según lo que se ha anunciado hasta el momento, ¿qué diferencias sustanciales presentan ellas con las tarjetas en MLC que podemos calificar de “viejas” por haber estado en uso desde hace años?

Una divergencia no despreciable es que los “nuevos” medios de pago ya no son gratuitos; por el contrario, el régimen ha anunciado una gabela de cuatro dólares por la expedición de cada uno. Creo que no resulta una arbitrariedad afirmar que esta realidad refleja a qué grado de desfachatez ha llegado el régimen castrocomunista. Porque el hecho cierto es que no estamos hablando de tarjetas de crédito, sino de débito: primero hay que depositar las divisas y sólo después se pagan bienes y servicios con cargo a su saldo.

Lo anterior quiere decir que el dinero, para empezar, ¡está ya en las arcas del banco! En cualquier país normal y civilizado, esa realidad aconsejaría que, en vez de cobrar al usuario por la realización de trámites burocráticos, ¡fuese el banco el que pagara intereses a los depositantes! ¡Pero claro que Cuba, tras más de 65 años de castrocomunismo, no merece ser calificada con tales adjetivos, y la ruinosa economía nacional no tiene capacidad para pagar dividendos o intereses!

Una segunda diferencia nada despreciable con las “viejas” cuentas en MLC es que estas podían ser abiertas sin necesidad de pagar un centavo. Se realizaban los trámites oficinescos, se iniciaba la cuenta y se entregaba al interesado la correspondiente tarjeta, y para todo esto no hacía falta desprenderse de un solo dólar o euro. Todos -usuarios y banqueros comunistas- confiaban en que, en algún momento futuro, un pariente o amigo recargase la cuenta desde el exterior. Una vez más, este importante cambio pone de manifiesto hasta qué extremos llega el hambre de divisas de los mayimbes de La Habana.

Es profundísima la crisis terminal en la que los comunistas han metido a la desdichada Cuba; es enorme el grado de postración en que ellos han sumido la economía; son irrisorios los ingresos que pueden percibirse por los poquísimos bienes y servicios que es capaz de exportar este país, que ya no produce ni azúcar. En ese contexto lúgubre, la posibilidad de ingresar 50 dólares por cada nuevo cliente (cifra mínima que se ha anunciado por cada tarjeta), ¡se presenta ante los ojos miopes de los mayimbes como una promesa deslumbrante!

Y otra cosa “nueva” -y esta sí vital- en la actual trapisonda castrocomunista son los dólares (o euros, o la divisa que sea) que habrá que desembolsar para poder comprar los combustibles y los productos que se podrán adquirir con las tarjetas prepagadas en las flamantes “tiendas que se habilitarán en un futuro solo para ellas”. Lo que (de nuevo es razonable suponer) debe implicar un surtido mejor que el de las desabastecidas tiendas actuales en MLC.

Las divisas que hace años o algunos meses desembolsaron los poseedores de las “viejas” tarjetas en MLC ya no cuentan. Como comenta de modo sarcástico el usuario Ángel Baullosa en Facebook: “Ya los MLC no sirven; fueron en alguna ocasión divisas, se pusieron verdes y se lo comieron los chivos”…

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martes, 19 de marzo de 2024

Parque El Curita: un mercadillo de la indigencia.

Por Ana León.

Un vendedor de artículos usados en el parque El Curita.

Hace cinco años, cuando La Habana se preparaba para celebrar -con más penas que glorias- su aniversario 500, algunos edificios y espacios urbanos fueron retocados con pintura, labores de saneamiento y electrificación, asfaltado de calles principales y, en menor medida, reparaciones capitales.

Entre los objetivos a “embellecer” figuraban la calle Galiano y el parque El Curita, uno de los más céntricos y transitados de la capital. Todavía los habaneros recuerdan aquellas constelaciones que convirtieron la otrora elegante avenida en un “Planetario” nocturno, una ilusión de modernidad, vida y luz en una ciudad detenida en el tiempo, moribunda y semioscura, pero que vivía con cierta dignidad sus últimos días de normalidad tercermundista previos a la pandemia de COVID-19.

Parque El curita.

Algunos habaneros que estuvieron presentes recuerdan la emoción triunfal del primer secretario del Partido en La Habana, Luis Antonio Torres Iríbar, cuando reinauguró la fuente del parque El Curita luego de una intervención que hizo funcionar el antiguo surtidor y añadió un sistema de iluminación para devolverle al parque su principal atributo. También las farolas y la glorieta fueron reparadas. Esta última, inspirada en la abstracción geométrica y única de su tipo en la Isla, recobró los colores.

El parque volvía a ser parque después de tantos años y la fuente, con su peculiar diseño, acariciaba las fibras de la nostalgia, remitiendo a los cubanos a tiempos en que La Habana, a pesar de las sucesivas crisis, no renunciaba a la belleza, por modesta que fuera.

Poco después de la fecha esperada, el churre y la desidia comenzaron a recuperar el terreno perdido durante la fiebre de aparentar. El agua de la fuente se secó, las luces se fundieron y el silencio de la cuarentena se extendió sobre uno de los núcleos urbanos más concurridos.

Transcurrieron la pandemia y con ella el Ordenamiento Monetario, que modificó sustancialmente el mapa de la pobreza en Cuba. La Habana, pese a la importancia que reviste en tanto ciudad capital, no escapó al desastre. Mientras el régimen, con tal de mantenerse a flote, se apresuraba en autorizar más actividades económicas para las formas no estatales de gestión, el hambre y la precariedad material golpeaban con dureza a los cubanos sin importar su nivel profesional. Especialistas, técnicos, obreros y hasta negociantes vieron reducirse drásticamente sus ingresos.

Venta de artículos usados en el parque El curita.

Dentro de la masa de nuevos pobres, los indigentes comenzaron a mostrar una presencia mucho más numerosa. Si antes de la pandemia era posible contabilizarlos y ubicarlos en determinados sitios, pronto se multiplicaron, invadiendo los soportales de la avenida Galiano principalmente, aunque también se expandieron hacia las calles Reina, Monte, Belascoaín e Infanta, por solo citar las de mayor tráfico en el centro de la ciudad.

No se trata de mendigos ni alcohólicos cotidianos. Son huestes compuestas por hombres y mujeres que viven de la basura, que pasan sus días acechando los depósitos para recuperar todo lo que, con algo de ingenio, pueda ser salvado. Son la expresión más retadora y desesperada de la “resistencia creativa” que exige Miguel Díaz-Canel.

Un grupo considerable de menesterosos ha invadido el parque El Curita, transformando su fisonomía a pocos metros de la sede del Gobierno Municipal. Galiano toda se ha convertido en un corredor de la indigencia que ha establecido su mercadillo en El Curita. Entrando al parque desde la calle Reina, sarapes a diestra y siniestra, con objetos de toda clase, se ofrecen a los caminantes.

Entre aquella miscelánea es difícil hallar algo en estado regular. Todo está marcado por el desgaste, artículos inutilizables que traen consigo la esperanza del hombre que los rescató de un tiradero, los remendó y limpió como pudo para luego ponerlos a consideración de quienes, tal vez, los necesiten.

Pares de tenis que fueron usados hasta la rendición total por sus dueños originales, prometen resistir algunas caminatas más gracias a manos muy laboriosas que dedicaron horas a mantener tela, goma y ojetes en una unidad funcional. Atomizadores desechables para asmáticos, muñecas rotas, figuritas de biscuit, pomos de perfume vacíos, jeringuillas de cristal, coladores con huecos, casetes, un salvavidas e infinidad de trastos irreconocibles que, en su conjunto, representan una economía más que precaria.

La paciencia de los vendedores es premiada, al menos, con el interés de algún transeúnte que se acerca a observar y preguntar. Algunos toman piezas de ropa, las miran a contraluz para ver qué tan “pasada” está la tela y entablan una amigable negociación, casi siempre favorable para ambas partes. Hay solidaridad en el mercadillo de la indigencia, por extraño que parezca, pues ambos, vendedor y comprador, son presa de la misma necesidad.

Así transcurren los días de El Curita, un parque muy metropolitano, hermoso y sombreado que, hace años, recibía a los escolares de la primaria “Manuel Ascunce” en el turno de Educación Física. Hoy muy pocos niños corretean allí, montan bicicleta o escalan hasta las plataformas redondas de la glorieta. La única algarabía proviene de las colas de ómnibus, o del área que da hacia la calle Águila, donde a veces los jóvenes juegan fútbol.

En las noches varios bancos son ocupados por los indigentes, que duermen allí utilizando como almohada el jolongo lleno de “tesoros” que no pudieron vender. Mañana será otro día en ese parque del que no los pueden sacar, por muy deprimente que sea la imagen que proyectan. La Revolución ha creado tantos de su tipo que ya no puede disimularlos ni ocultarlos; mucho menos deshacerse de ellos.



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Otra Feria del Libro sin La Moderna Poesía.

Por José Luis González Suárez.

Se acerca la Feria Internacional del Libro de La Habana, que se desarrollará entre los días 15 y 25 de febrero, pero La Moderna Poesía, una de las librerías más emblemáticas de Cuba, permanecerá cerrada, en espera de una nueva reconstrucción.

Este gran establecimiento para la venta de libros fue creado a finales del siglo XIX por el inmigrante gallego José López Rodríguez.  

Pobre, analfabeto y sin familia, López Rodríguez tenía solo 18 años cuando llegó a La Habana. Muchas personas lo conocían con el seudónimo de Pote, debido a la denominación que recibía un plato oriundo de su tierra, el potaje gallego, y el cual era de su preferencia. 

Pote logró alfabetizarse, consiguió trabajo en una librería, y de manera algo misteriosa, hizo una enorme fortuna. Tal vez como recuerdo de sus inicios laborales, fundó en 1890 La Moderna Poesía, establecimiento que situó en el número 135 de la céntrica calle Obispo # 135 esquina Bernaza, en La Habana Vieja.

Luego creó sucursales en Morón y Camagüey, amplió sus operaciones, y construyó, a continuación de la librería, un edificio donde  estableció la primera fábrica para la impresión de grabados en acero, y para hacer documentos oficiales, entre ellos, los sellos del timbre y los billetes de la lotería, concesión exclusiva que le otorgó el Presidente de la República José Miguel Gómez.

Pote tuvo también otros negocios en los sectores industriales, agrícolas, constructivos, inmobiliarios, azucareros y bancarios.

Durante el crac de 1920 perdió todas sus propiedades, excepto su mansión de tres plantas en El Vedado, la librería, y poco más de un millón de pesos. Pero se consideró arruinado, y muy deprimido, optó por ahorcarse en su vivienda, el 28 de marzo de 1921.        

Su hijo, José Antonio López Serrano y la viuda, con la herencia, recuperaron y ampliaron las operaciones comerciales, y mantuvieron la librería. En 1926 fundaron la más grande e importante impresora y editora de libros de esa época, Cultural S.A., en sociedad con el librero Ricardo Veloso, propietario de la librería Cervantes, sita en Galiano #304.

Los talleres estaban ubicados en la calle Agua Dulce 111 y 113, en El Cerro, en un edificio de tres pisos, el cual contaba con tecnología actualizada en su momento (hoy, el  inmueble, dividido, se destina a viviendas). Existía además otra enorme planta en Melones, Luyanó, también actualmente desactivada.

Dirigida por el gran intelectual Don Fernando Ortiz, considerado el tercer descubridor de Cuba, Cultural S.A logró publicar una importantísima colección de libros de autores cubanos, con sus obras clásicas o con temas relacionados con el país.  

Entre los títulos editados estuvo la traducción al español de la obra Cuba a Pluma y Lápiz, del norteamericano Samuel Hazard, de 1868, donde el autor reflejaba su visión de la Isla, desde La Habana hasta Santiago de Cuba, con grabados y descripciones de los lugares visitados.

El amplio salón de ventas de la librería contaba con originales estanterías en sus columnas octogonales, hechas con maderas preciosas, donde se exhibían una gran cantidad de títulos. Se hallaba rodeado además de vitrinas exhibidoras, con infinidad de efectos de escritorio y oficina.

Un enorme almacén al fondo llegaba hasta la calle posterior, Obrapía. Al construirse una nueva edificación en la década de 1930, se añadió una segunda planta dedicada a las oficinas del negocio.

Entre los servicios brindados por La Moderna Poesía se encontraba el pedido de títulos a editoriales extranjeras por solicitud de los clientes; demoraba unos 15 días en su entrega, con aviso al comprador, o llevado hasta su domicilio por solamente 10 pesos.

Un antiguo trabajador de la sucursal de Camagüey que conocí me comentó cómo el dueño orientaba pedir a la capital la demanda insatisfecha en las sucursales, porque, expresaba: “Se puede perder dinero en una venta, pero lo que no se puede es perder el cliente”.

Yo entré a esta librería varias veces antes de su segunda clausura, y visité las dos sucursales del interior del país.  

La primera vez que cerró La Moderna Poesía, en los años 60, se trasladó para enfrente, a un pequeño local. Abrió de nuevo, restaurada, a mediados de los 70, pero el mobiliario, hecho con madera de bagazo, se deterioró rápidamente.

Estuve presente cuando se desmanteló una vez más, pues era entonces trabajador del Centro Provincial del Libro. Vi cómo los muebles que quedaban se distribuyeron por otras librerías. El negocio pasó a las manos de la corporación Habaguanex, con venta de libros en divisa. El alto costo de los ejemplares los hacía invendibles; eso, más el daño constructivo, daba pérdidas y se clausuró otra vez.

Es lastimoso pasar hoy por allí y ver su interior completamente en ruinas. Queda solo el edificio y sus vidrieras exteriores, pues hasta el techo del almacén desapareció.

Se especula que La Moderna Poesía pasará al Instituto Cubano del Libro cuando se repare. Se supone que esté en marcha la reparación. Hay algunos materiales en el piso, pero no se ven trabajadores. Su reinauguración es incierta.

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lunes, 18 de marzo de 2024

Cuba se levanta en su hora final.

Por Ana León.

El pueblo de Santiago de Cuba ha tomado las calles para exigir comida y electricidad. Los inclementes cortes del servicio eléctrico, sumados a la grave situación alimentaria, desbordaron la paciencia de la gente que ocupó la Carretera del Morro en una masiva y pacífica protesta. Carros de policía y agentes de la Seguridad del Estado merodeaban entre la multitud, que expresó su descontento ante la mala gestión de quienes dicen dirigir el país, aunque solo estén retardando su agonía y el precio lo paguen los más humildes.

De poco sirvió la presencia de Beatriz Johnson Urrutia –Primera Secretaria del Partido en la provincia– y otros funcionarios que quisieron ensayar el discurso de cada día, ribeteado de prepotencia, con un pueblo que ya no cree ni espera nada de ellos. El rechazo popular se expresó tan claramente como el hambre y el agotamiento que ha convertido a millones de cubanos en despojos humanos.

“¡Eso es mentira!”, “¡Patria y Vida!”, “¡No hay corriente!”, fueron frases que gritaron a los dirigentes cuando estos trataron de aplacar la situación reiterando que hay problemas con el combustible. La arenga fue de manual, así como la llegada al lugar de dos camiones cargados de alimentos y la nota publicada por el diario estatal Cubadebate, en la cual admitió el suceso, destacando con toda intención el “diálogo” entre las autoridades provinciales y los manifestantes.

Simultáneamente, periodistas alineados con el discurso oficial subían imágenes de atardeceres calurosos y plácidos en diversas provincias del país, para demostrar que no se produjo un levantamiento nacional, como el ocurrido los días 11 y 12 de julio de 2021.

La farsa, sin embargo, no da para más. El país se encuentra en tal estado de desgaste que lo sucedido en Santiago podría repetirse en cualquier momento y en cualquiera de las regiones de la isla donde solo hay tres o cuatro horas de corriente eléctrica al día para gente que duerme y come mal, que tiene hijos en edad escolar, ancianos postrados y responsabilidades laborales que cumplir. No hay suficientes arengas ni camiones de comida para calmar las demandas de un pueblo harto de las soluciones precarias y temporales.

Bayamo también salió a las calles para exigir una vida digna, resumida en el grito de “¡Libertad!”. No hubo violencia por parte del pueblo, pero según fuentes presenciales las fuerzas especiales acordonaron la zona del gobierno, los paramilitares fueron convocados a enfrentar a los manifestantes y la conexión a Internet fue interrumpida.  

Por toda respuesta, el gobernante Miguel Díaz-Canel ha publicado una escueta nota en la que reduce las protestas a “expresiones de inconformidad” y recurre, como es habitual, al mito del enemigo que aprovecha el descontento popular con fines desestabilizadores.

A cinco años de anunciada una “coyuntura” que no ha hecho más que empeorar, y a pocos días de haberse descubierto que el ministro de Economía estaba robando a manos llenas el dinero del pueblo, intentan hacerles creer a los cubanos que la desestabilización viene de fuera.

Habría que preguntarles de dónde viene la desestabilización a esas madres y abuelas desesperadas que encararon a los dirigentes en Santiago, a las bravas bayamesas que denunciaron cortes eléctricos de más de 24 horas, describiendo un cuadro penoso de ancianos en sillas de rueda durmiendo en los portales para huir de un calor omnipresente, de jarros de leche cortada y niños berreando de hambre, de mujeres al borde de un colapso nervioso porque no les alcanzan una o dos horas de electricidad para cocinar lo poco que tienen, y evitar que se les pudra en el congelador.

El régimen cubano ha ido demasiado lejos en sus experimentos. Si no es hoy, será mañana, dentro de un mes o dos; pero el estallido viene porque es una pelea entre la vida y la muerte. Es el pueblo cubano el que no tiene qué comer. Son sus hijos los que no duermen entre el bochorno y los mosquitos, y sus viejos los que sobrellevan en silencio los dolores y las fatigas sin medicamentos, mientras aquellos que toda una vida han pedido confianza y sacrificio ponen a salvo a sus propios hijos bajo otras ciudadanías, y se enriquecen en sus cargos hasta que llega el momento de “pasar a ocupar otras funciones”.

Aunque la partida podría decidirse un poco antes, este verano será decisivo. Desde que estalló la guerra de 1868, cada tres décadas aproximadamente ha habido un brote de insurgencia nacional para restaurar la dignidad. El 11J fue el preludio de un futuro cada vez más cercano, y el venidero cinco de agosto marcará el treinta aniversario del Maleconazo. Ya estamos en tiempo de saldar la deuda con la Patria.

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domingo, 17 de marzo de 2024

La Ofensiva Revolucionaria de 1968: El año en que Castro asfixió la economía y la cultura cubana.

Por Jorge Luis González Suárez.

Cuando luego de tres años terminé el Servicio Militar Obligatorio, en 1970, me encontré una Habana desolada, muy distinta de la que conocía, debido al cierre de todos los pequeños negocios privados como resultado de la llamada Ofensiva Revolucionaria de marzo de 1968.

El 13 de marzo de 1968, Fidel Castro, en el discurso en la Universidad de La Habana que dio inicio a la Ofensiva Revolucionaria, había anunciado: “No tendrán porvenir en este país ni el comercio ni el trabajo por cuenta propia ni nada”. O sea, había que ser obligatoriamente un asalariado del Estado, como preconizaba el comunismo recalcitrante.

En cumplimiento de las órdenes del Máximo Líder, alrededor de 77.000 establecimientos y negocios fueron intervenidos por el Estado y clausurados.  

Aún están en mi memoria los lugares a los que, en mi niñez y adolescencia, acudían las personas de bajo poder adquisitivo para resolver un sinfín de problemas de todo tipo y que desaparecieron de la noche a la mañana.

Muy cerca de mi casa, en la esquina de las calles la Rosa y Ayestarán, había una piquera de autos de alquiler que tenía más de 50 carros que uno podía abordar allí o solicitar por teléfono.

Recuerdo que en los portales de las avenidas había comercios menores donde ofertaban todo tipo de alimentos e infinidad de productos. Entre otros, estaban los puestos de fritas, que hacían con carne de res y papas fritas a la juliana bien finas, dentro de un pan, y que costaban 10 centavos. En los llamados “timbiriches” vendían pan con bistec de res o con lechón asado, que costaban entre 15 y 30 centavos, según su calidad. Los puestos de chinos se especializaban en las “mariquitas de plátano” y las frituras de bacalao, además de rositas de maíz, chibiricos, otras golosinas similares, y los helados de frutas naturales.

En la Plaza de los Cuatro Caminos había muchísimas tarimas con productos agrícolas siempre muy frescos. Dentro de ella o cerca, estaban las concurridas fondas de chinos. Allí, las personas de bajos ingresos podían comer a cualquier hora, de día o de noche, las llamadas “completas”, consistentes en un plato abundante de arroz con frijoles y un pedazo de carne por 10 centavos.

Dos tipos de negocios tradicionales que desaparecieron en 1968, a causa de las disposiciones absurdas del régimen, fueron los puestos que vendían la taza de café a tres centavos, y las guaraperas donde vendían vasos de exquisito guarapo a tres y cinco centavos.        

Muchas tiendas fueron cerradas por falta de mercancías como ropa y zapatos. Limpiabotas, zapateros, barberos, peluqueras, albañiles, carpinteros, electricistas, técnicos de reparación de equipos electrodomésticos y muchos oficios más se esfumaron. Encontrar esos servicios tan necesarios para las personas se convirtió en una odisea.

Los bares, posadas, cabarets y otros sitios de esparcimiento público, también cerraron sus puertas, pues fueron considerados incongruentes con la moral socialista.

Las personas que quedaron desempleadas como consecuencia de la Ofensiva Revolucionaria se calculan en unos 300.000. La mayoría pasaron a ser trabajadores estatales. Muchos fueron enviados a realizar labores agrícolas, y los que no quisieron someterse, fueron presos y forzados a trabajar en granjas estatales. Cientos de familias, al perder sus bienes, emigraron a los Estados Unidos.

La Ofensiva Revolucionaria fue el preludio de la Zafra de los Diez Millones en 1970, en la cual, como recluta de las FAR, tuve que participar de forma obligatoria.

En el año 1968 también fue afectada la cultura. Los premios de la UNEAC otorgados a Heberto Padilla por su cuaderno de poesía Fuera del juego y a Antón Arrufat el de teatro por Los siete contra tebas, fueron cuestionados por ser considerados “contrarios a la Revolución”. Los libros fueron publicados con un preámbulo-coletilla acusatorio y retirados de la venta.

El régimen también cuestionó y censuró el premio Casa de las Américas de aquel año concedido a Los niños se despiden de Pablo Armando Fernández, y Condenados de Condado de Norberto Fuentes, así como las menciones a Los pasos en la hierba de Eduardo Heras León y Después de la gaviota de José Lorenzo Fuentes.

El extremismo fue tal que después de impresa, recogieron y convirtieron en pulpa la novela de José Cid titulada La casa, que era totalmente apolítica. Un amigo suyo que trabajaba en la imprenta rescató un ejemplar que entregó a su autor, el cual no sabía después cómo pagarle dicho gesto.

En la década de 1990, luego del derrumbe del socialismo en Europa Oriental y la desintegración de la Unión Soviética, Fidel Castro comenzó de forma limitada y gradual a permitir el trabajo por cuenta propia. Pero tanto él como sus sucesores han seguido insistiendo en la primacía de la obsoleta e irrentable empresa estatal socialista.  

Las actuales mipymes y los muchos negocios informales que pululan por doquier y que cobran precios astronómicos, no llegan a la mitad de los que fueron cerrados en 1968, durante la nefasta Ofensiva Revolucionaria.   

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martes, 12 de marzo de 2024

Jorge Junior: un reguetonero en su laberinto.

Por Luis Cino.

El reguetonero Jorge Junior, director del grupo Los Cuatro, residente desde hace años en Miami, se enredó en una maraña de ambigüedad cuando el youtuber Papel Encara le preguntó si en Cuba hay una dictadura.

Nervioso, con una voz entrecortada que en nada recuerda a la que emplea para sus tiraderas, Jorge Junior intentó definir qué es una dictadura, pero como parece que las características que alegó no le resultaron suficientemente malas, terminó con una conclusión que pudo haber sido dictada por Salomón y mal traducida por Tres Patines: “Yo no hablo de lo que no sé. Lo que sí sé es que hay muchos errores, hay muchas cosas que no están bien hechas ni bien pensadas por el gobierno y que están afectando al pueblo”.

Vamos, Jorge Junior, te pasaste de prudente: eso casi que lo pueden decir Michel Torres y sus adláteres del programa Con filo, o algún periodista atrevido de un periódico provincial o hasta del mismísimo Granma.

¿Sería, ya que se metió en definiciones, que a Jorge Junior decir “dictadura” le pareció insuficiente, por el sentido provisional y para situaciones de emergencia que se le daba al término en Roma antes del tiempo de los César, y hubiera preferido darle al castrismo el calificativo de “tiranía”?

No, eso sería esperar demasiado de las neuronas de un reguetonero para el que dictadura fue la de Hitler, si es que sabe quién fue Hitler. Y ni hablar de su valentía. ¿Cómo va a enojar Jorge Junior a los mandamases que lo pueden castigar impidiéndole venir a Cuba, a recholatear y presumir de su dinero y la pacotilla, como ha hecho su coleguita El Micha? 

Quienes se fueron de su país por motivos que siempre, de un modo u otro, van a parar a la política, bien valdría la pena que, si viene al caso, hablen claro y dejen los subterfugios.

De tan frecuentes, ya no deberían asombrar las evasivas, zorrerías, circunloquios y pendejadas de los artistas cubanos que, en el exterior, en lo que respecta al régimen castrista dicen ser apolíticos, pero que se prestan gustosos a participar en cuanto guateque y pachanga oficialista son convocados cuando están en Cuba.

No es que uno apruebe y aspire a que los artistas cubanos tengan que pasarse la vida haciendo declaraciones políticas, ni que en cuanto pongan un pie fuera de Cuba, precisados por youtubers e influencers en plan de inquisidores que cual cederistas de signo contrario exigen combatividad, tengan que aceptar convertirse en activistas del agit-prop anticastrista. Nada de eso. Los que estamos en pro de la libertad artística no podemos de ningún modo aprobar que los artistas sean acorralados e interrogados con propósitos políticos. Pero sí podemos esperar de ellos que se comporten con dignidad y que se den a respetar.

Los artistas están en su derecho a no hablar de política. Es más, se les agradece que no hablen si lo que van a hablar es mierda. Y peor aún, si luego van a rectificar y pedir perdón, aquí en La Habana o allá en Miami, por lo que dijeron.

Jorge Junior es mejor que desista de ser politólogo. Puede seguir en su tiradera contra sus colegas, sin molestar al régimen, recaudando dólares de los aseres recién llegados a Miami que de su pasado solo dejaron atrás la libreta de abastecimiento y el carnet de identidad.    

Reguetoneros y reparteros, ya hay bastantes en la tiradera contra la dictadura. Tantos, que, parafraseando aquella vieja consigna castrista referida al Movimiento de la Nueva Trova, se pudiera afirmar hoy que “el reguetón es un arma de la contrarrevolución”.

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domingo, 3 de marzo de 2024

Hotel Plaza: cómo surgió y algunos de sus huéspedes más famosos.

Por Damián Fernández.

El Hotel Plaza, con 115 años de historia, combina la elegancia colonial con el confort moderno en el corazón de La Habana. Desde antaño, su ubicación privilegiada ha ofrecido impresionantes vistas desde balcones y terrazas.

Todavía hoy, el lugar conserva antiguos detalles arquitectónicos, como pisos de mosaicos franceses, techos casetonados y lámparas de cristal y bronce. Aunque actualmente mantiene su estilo histórico, el hotel ha incorporado comodidades modernas.

El origen del hotel se remonta a la demolición de las Murallas habaneras en 1863, propiciando el surgimiento de un nuevo reparto residencial donde la acaudalada familia Pedroso construyó su casa.

Estaba en los planes de un empresario norteamericano llamado Fletcher Smith convertir la residencia en un hotel, pero surgió un conflicto con otro personaje relevante de la época, Carlos Miguel de Céspedes, quien junto a sus asociados intentaron comprar las propiedades de Smith en el reparto Playa de Marianao.

La negativa del estadounidense a vender por una suma elevada resultó en amenazas por parte de Céspedes. No obstante, eventualmente terminó vendiendo su edificio al marqués de Pinar del Río. Fue este último quien dio origen al Hotel Plaza en 1909.

La apertura del hotel se celebró con un baile de caridad y se destacaron sus modernidades, como ascensores y música. Mientras, su cocina era alabada y la cafetería El Tívoli ofrecía una propuesta peculiar: café con buñuelos.

El Hotel Plaza ha sido testigo de la estancia de destacados personajes, como las bailarinas Ana Pavlova e Isadora Duncan, el ajedrecista José Raúl Capablanca y el mafioso Meyer Lansky.

También se hospedaron los aviadores españoles Mariano Barberán y Joaquín Collar, quienes realizaron el histórico vuelo Sevilla-Camagüey. Babe Ruth, famoso jugador de béisbol, estuvo además en la habitación 216 durante su visita a Cuba en 1920.

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viernes, 1 de marzo de 2024

El castrismo pide ayuda al Programa Mundial de Alimentos.

Por René Gómez Manzano.

Bodega en Batabanó.

En medio del increíble despeñamiento que sufre Cuba desde hace años, no asombra que se vean como normales situaciones que en realidad son excepcionales y deberían catalogarse como tales. Se trata de que sufrimos lo que creo que pudiéramos denominar “cotidianidad de la miseria”.

Es lo que sucede, por ejemplo, con los pormenorizados informes diarios sobre la situación electroenergética. En cualquier país medianamente racional, es normal que haya fluido eléctrico; el tema se convierte en noticia cuando, de manera excepcional, se produce un apagón. En Cuba, la propaganda castrocomunista pretende hacer lo contrario: convertir en noticia el simple suministro (aunque sea malo e intermitente) de corriente.

Esta consideración viene al caso porque hace unas horas trascendió una noticia que debería provocar asombro y aun indignación en el seno de la ciudadanía, pero que, en medio de la situación calamitosa imperante, algunos tienden a ver como un necesario y justo apoyo. Me refiero a la solicitud dirigida por el régimen cubano al Programa Mundial de Alimentos de la ONU (PMA) para poder satisfacer las esmirriadas cuoticas de leche racionada que, según las normas establecidas, deberían de ser entregadas para los niños.

El PMA.

Una somera búsqueda en el sitio-web del PMA (wfp.org), nos informa que sus miembros se jactan de catalogarla como “la organización humanitaria más grande del mundo”. También señalan su razón de ser y el sentido de su labor: “Llevamos alimentos que salvan vidas a las personas desplazadas por los conflictos y empobrecidas por los desastres”.

Una sección concreta del portal nos dirige hacia países específicos que confrontan emergencias alimentarias. Figuran allí territorios que han sufrido largas guerras internas, como Afganistán, el nordeste de Nigeria, Siria, Sudán o Yemen. También otros que bordean con el desierto, como el Sahel africano. O que han padecido agresiones externas, como Ucrania, la cual, como resultado de la brutal embestida putinesca, ha dejado de ser “el Granero de Europa” para convertirse en un país necesitado de ayuda alimentaria. Entre los de América, en esa sección sólo figuraba la hambreada Haití.

¿Corresponderá ahora a nuestra Cuba -antaño conocida como “la Perla de las Antillas”- sumar su nombre a ese catálogo de la indigencia y el bochorno! Si prestamos atención a los objetivos declarados del PMA que he citado arriba, tendríamos que preguntarnos: ¿qué “desastre” ha habido en nuestro país!; ¿de qué “conflicto” hemos sido escenario!…

El prolongado desastre.

No obstante, resulta inapropiado que menospreciemos las calamidades sufridas por esta Gran Antilla de la mano del castrocomunismo. Creo que, pensándolo bien, no sería una exageración decir que sí, que nuestra Cubita bella ha padecido, durante ya casi dos tercios de siglo, un verdadero y prolongadísimo desastre: El entronizado, mantenido a ultranza y profundizado cada vez más por el calamitoso socialismo dirigista y burocrático.

Aunque la noticia se conoció este 28 de febrero, se supo también que, según EFE, la solicitud formal fue enviada “a finales del año pasado”. Pese al par de meses decursados desde entonces, el régimen de La Habana ha considerado pertinente guardar silencio sobre el particular: ni ha informado al respecto a sus ciudadanos ni ha emitido la “aclaración oficial” solicitada por la agencia informativa española.

Entonces, nuestra islita, de la mano de los personeros de “la Continuidad”, proseguirá su andadura como pordiosera internacional. Esta faceta de su actividad la ha llevado ya a recibir ayuda de países como Vietnam. Se trata de una realidad cuyo solo enunciado representa una enormidad, que debería llenar de vergüenza a los ventrudos mayimbes de La Habana.

Afirmo lo anterior porque, más allá de las causas que condujeron a la guerra en ese país asiático, es un hecho cierto que este sufrió un conflicto severísimo, que le ocasionó daños gigantescos y millones de muertos. ¡Y que ahora sean los vietnamitas quienes presten ayuda a sus “camaradas cubanos” que han pasado estos 65 años en santa paz, representa la más elocuente demostración de la índole desastrosa del sistema inoperante implantado por los castrocomunistas en nuestro país!

La inseguridad alimentaria.

Un trabajo periodístico publicado este jueves, en estas mismas páginas, por Miriam Leiva, intenta dar respuesta a una pregunta que me atrevo a calificar como algo capciosa: ¿“Con qué se alimentan los niños de la ‘continuidad’”? El bajante pone, como suele decirse, el dedo en la llaga: “Los padres cubanos sufren la inseguridad alimentaria de sus hijos desde recién nacidos”.

La colega, en una apretada síntesis, trata de enumerar todas las dificultades que confrontan los progenitores de la Isla en ese sentido. Menciona los sucedáneos que se emplean para reemplazar el suministro de leche fresca (virtualmente desaparecida), la harina de trigo, las ínfimas cuotas de productos cárnicos, huevos y compotas… Una de las conclusiones, aunque piadosa, es atinada: “El futuro es realmente incierto por la insuficiente producción nacional y la ruina de Cuba”.

Es de ese modo que nuestra Patria, de la mano de “la Continuidad diazcanelista”, prosigue su andadura constante y cada vez más rápida hacia el colapso definitivo. Mientras tanto, los personeros y cotorrones del régimen parecen querer emular a Nerón cantando a la Roma incendiada. Se desgañitan afirmando que “nadie quedará desamparado” y, contra toda evidencia razonable, aseguran que “sí se puede”. ¡Cualquier cosa, menos reconocer que el sistema implantado y mantenido por ellos durante decenios es inviable!

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La Habana, cada vez más decadente.

Por Iván García.

En el portal del ruinoso cine Actualidades, situado en la calle Monserrate entre Neptuno y Ánimas, Habana Vieja, un tipo orina detrás de una columna, mientras dos perros callejeros pelean por las sobras de un trozo de pizza. El Actualidades fue el primer edificio que se construyó en Cuba con el objetivo de que funcionara exclusivamente como cine. Con capacidad para 1,700 espectadores, se inauguró el 18 de abril de 1906.

En la acera de enfrente, a la entrada del antaño Edificio Bacardí, un custodio escucha la radio con la silla inclinada y apoyada a una pared de mármol rojizo. Por la calle O’Reilly suben dos jóvenes colgadas del brazo de un turista pasado de tragos que puede ser su abuelo. Un mendigo registra los latones de basura en la parte posterior de la tienda por divisas Harry Brothers. En el Museo de los CDR, en la calle Obispo, una funcionaria aburrida juega al Tetris con su teléfono móvil.

A pesar de ser sábado, por Obispo, reconvertida en boulevard, no transita mucha gente. La librería La Moderna Poesía, cerrada hace demasiado tiempo, ahora es ‘custodiada’ por tres indigentes: dos duermen y uno pide dinero a las personas que pasan por la acera. Muy cerca, el afamado bar-restaurant El Floridita se encuentra desierto. El portero, con un menú en la mano, mira el reloj y bosteza.

Cuando cae la noche, la calle Monserrate parece una boca de lobo. Solo los tramos donde está enclavado un hotel o un bar privado están iluminados. El administrador de un policlínico en la barriada, lleva tres horas esperando una pipa de agua para llenar la cisterna. “Si no viene, voy a tener que cerrar el centro”, le dice a un paciente que espera ser atendido.

Después de dos horas en la parada de la ruta 400, Marta, empleada bancaria, está a punto de perder la paciencia. “Hoy nada más está funcionado una guagua. Vivo en Guanabo (a unos 25 kilómetros al este de La Habana) y todos los días es una odisea ir a trabajar. No puedo pagar los 400 pesos que cobran por un almendrón hasta Guanabo”, dice y se refugia de la llovizna en el pórtico de una cafetería.

A falta de transporte público, los habaneros tienen tres opciones: quedarse en casa, pagar de 200 a 500 pesos por viajar en un taxi colectivo o caminar decenas de kilómetros. Hay una cuarta opción, comenta Agustín, un ingeniero industrial que ahora se dedica a la mensajería: “Comprarse una moto eléctrica, como yo hice, ahorrando del dinero que mi familia me envía de Miami. Con la moto hago encargos a domicilio. He tenido días de ganar 4 mil pesos, que es el equivalente a mi salario mensual. La única preocupación es la ola de violencia existente en el país. Te pueden matar para quitarte una moto. Aunque siempre ando ensillado (con un machete) por si las moscas”.

Ramsés, licenciado en historia del arte, mantiene a su familia alquilando el viejo Lada de la era soviética de su padre. “Es una versión de Uber a la cubana. Estoy registrado en varias agencias que ofertan sus servicios por WhatsApp y Telegram. En cada carrera ganó el 80 o 90 por ciento del dinero que cobro. En una jornada puede ganar de 7 mil a 8 mil pesos. No ando sobrado de dinero, pero al menos me da para comer. Y eso en Cuba es bastante”. Desayunar, almorzar y cenar es un lujo para la inmensa mayoría en la Isla.

Un informe de la ONU publicado en 2023 confirma que los cubanos de 14 a 60 años sufren malnutrición. El Programa Mundial de Alimentos lamenta que la diversidad dietética sea tan limitada. “La dieta del hogar cubano promedio es pobre en micronutrientes y no es suficientemente sana ni diversa debido a la limitada e inestable disponibilidad de alimentos nutritivos, factores socioeconómicos y malos hábitos alimentarios”, apuntó el demoledor informe del Programa Mundial de Alimentos, adscripto a la ONU.

Denise, socióloga, asevera que “la pobreza y el hambre en Cuba van en camino de ser endémicos. El gobierno habla de proteger a los que ellos llaman ‘vulnerables’. ¿Pero cuándo una persona es vulnerable? Si nos guiamos por el salario promedio, equivalente a 13 dólares mensuales al cambio en el mercado informal y 5 dólares los de una pensión estándar, entonces la estadística de pobreza extrema y personas que pasan hambre y penurias materiales supera ampliamente el 50 por ciento. En ese segmento están incluidos los cuatro millones de empleados estatales y un porciento de los trabajadores por cuenta propia, como los que cuidan baños, limpian pisos o son custodios, quienes con sus salarios tampoco pueden cubrir sus necesidades básicas. Se puede afirmar que 8 de cada 10 cubanos viven en el umbral de la indigencia”.

El déficit de alimentos promete prolongarse en el tiempo. El gobierno de Miguel Díaz-Canel, elegido a dedo por Raúl Castro, ha agudizado la crisis económica y sistémica que atraviesa el país. No se ve solución a la vista. Todo lo contrario.

El sábado 24 de febrero, Emerio González Lorenzo, presidente del grupo empresarial del Ministerio de la Industria Alimentaria, y Zaily Pérez Hernández, directora comercial de la Empresa Cubana de Molinería, explicaron a la prensa oficial que en los próximos días se enfrentarán “severas afectaciones en la producción de pan de la canasta básica en cada territorio”, debido a la escasez de materias primas.

De las 700 toneladas diarias de harina que se necesitan para garantizar la producción de un pan per cápita por la libreta de racionamiento, las autoridades solo cuentan con 250 toneladas. El gobierno, como es habitual, culpó del déficit de harina al embargo de Estados Unidos y a restricciones financieras y logísticas, sin hacer mención a la falta de liquidez y los impagos que según un funcionario de Comercio Interior dijo a Diario Las Américas, “son los causantes de que no haya harina y se tenga que comprar por buchitos, pues el gobierno le debe dinero a las veinte mil vírgenes. Ahora quieren que las MIPYMES entreguen una parte de la harina que importan o se encadenen con establecimientos del Estado para aliviar la situación. El panorama pinta feo”.

La escasez de alimentos empeora cada vez más en Cuba. Las producciones cañeras, porcinas, ganaderas y agropecuarias han descendido entre un 50 y 80 por ciento en los últimos cinco años. Emilio, maestro jubilado, reconoce que pasa hambre. «A veces no tengo ni para tomar un vaso con agua de azúcar prieta. Cuando falta el pan, ya puedes imaginarte la que está cayendo”.

Lucía, enfermera, se pregunta hasta cuándo se va a poder seguir viviendo así. “Es que son muchas cosas. Los alimentos, el agua y los medicamentos son necesarios en el ser humano. A eso añade hay que añadir apagones de diez a doce horas por falta de combustible en todas las provincias excepto en La Habana. Quisiera saber qué hace el gobierno con el dinero”.

Fernando, desempleado, tiene opiniones más radicales. “Cuba es un Estado fallido. Lo único que funciona es la represión”. Dunia, estudiante universitaria, considera que la crisis económica “es transversal, no hay opciones recreativas a precios módicos, casi todos los cines y teatros están cerrados y las personas viven encerradas en sus casas. Como si nunca hubiera terminado la pandemia, vivimos en un reclusorio a cielo abierto”.

Al filo de las once de la noche del último sábado de febrero, el Paseo del Prado y las otroras concurridas arterias de Obispo y Egido estaban desoladas. Solo la paladar Chachachá en Monserrate entre Tejadillo y Chacón tenía sus mesas llenas de clientes. Un matrimonio que quería comer y beber unas copas, al ver los precios, se marchan espantados del lugar: 15 mil pesos una comida para dos personas, 900 pesos una cerveza y casi 6 mil pesos un trago de ron Havana Club 15 Años.

La desigualdad en Cuba se acrecienta por día. Mientras un 90 por ciento de la población come poco y mal y su mejor opción recreativa es ver la televisión en casa, una minoría anda en autos modernos y pueden gastar 200 dólares en una noche.

Por suerte, a los habaneros les queda el muro del Malecón, que todavía es gratis.

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