Por Alberto Méndez Castelló.
“La prensa al servicio del régimen, como los soldados del Estado totalitario que son los periodistas oficiales, dice que las protestas populares originadas por falta de comida, de electricidad y en suma por falta de libertad, en el Oriente cubano, en la jurisdicción del Ejército Oriental, son obra del `imperialismo yanqui´. ¡Pobres miopes! Una granada está por estallarle en las manos o una mina está por detonar bajo sus pies”, afirmamos en Cuba: poca harina y mucha pólvora, artículo recién publicado en este sitio.
Y puesto que según dice el refrán “el que mucho abarca poco aprieta”, en aquel texto no entramos en detalles, rigurosamente históricos, de carácter esencialmente sociológicos para contrastar nuestra afirmación sobre la miopía supina del régimen, esa, la de pretender culpar al “imperialismo yanqui” de todas las miserias económicas y morales de los cubanos, como sí haremos ahora, y comencemos por este ejemplo, sólo un ejemplo, de mal recuerdo, sí, de memoria histórica de quienes son tildados como “odiadores” por los voceros castrocomunistas.
Y obsérvese que por ser sólo un ejemplo, no diremos de fusilamientos, encarcelamientos, persecuciones ni “actos de repudio” contra “gusanos”, “escorias” y “contrarrevolucionarios. Sólo mencionaremos una pequeñísima parte de La Historia de Cuba contada por sus casas, esas, donde hoy como antes, residen mujeres prósperas, que no tienen necesidad de vender la “leche de sus hijos”, y son mujeres “educadas y correctas” y no alborotadoras, porque no tienen necesidad de protestar como sí hicieron otras madres cubanas este 17 y 18 de marzo y antes hicieron las del 11J.
Las casas.
Vean, sí, si pueden, y sé que sí podrán, miren detrás de estas palabras. En otro tiempo, no tan lejano, allá por los años 60 y hasta principios de los 80 del pasado siglo, la gente se iba de Cuba y tras de sí dejaban, o más apropiado es decir que eran despojados de muy buenas casas, que, inmediatamente, eran tomadas y selladas por los castrocomunistas, cuando sus dueños aún permanecían en el portal, o, en un puerto, en Camarioca, o en Mariel, o en un aeropuerto, aguardando para salir del país sólo con lo puesto, pues, por “ley” todos los bienes muebles también eran expropiados junto con el inmueble.
Solía ocurrir entonces que luego, al pasar frente a una de esas viviendas desposeídas a sus legítimos dueños, cerradas con sellos oficiales y todavía no “asignadas”, los cubanos se preguntaban: “¿Qué irán a poner ahí?” O… “¿A qué dirigente le darán esa casa?”
Las interrogantes de los cubanos, no importa si en Santa Marta, en Varadero, en Santiago de Cuba o en Bayamo, eran congruentes con un axioma de dos posibles soluciones: La vivienda del cubano emigrado, tachado como “gusano”, que muy bien podía ser una mansión, era “asignada” a un ministerio u otra entidad gubernamental para uso de oficinas, o “casa de visita”, o era “congelada” para otros usos, o, sencillamente, era otorgada cual generosa dádiva a un dirigente comunista y a su familia, que luego podían hacerse de ella como “propietarios”, si el inmueble no era “medio básico” de una institución, o si esa dependencia del Estado enajenaba el bien a favor del dirigente encumbrado.
La sociedad estratificada.
Más o menos así, los dirigentes castrocomunistas “históricos” y los que son su “continuidad”, sus hijos y nietos y las esposas o amantes de ellos, son poseedores de hermosas mansiones, mientras los que protestaron en el Maleconazo, el 11J, el 17M y en las mil y una protestas callejeras acalladas por chivatos y policías, malviven en bajareques, en cuarterías desguazadas por los ciclones, muchos son afrodescendientes, no tienen quien les ponga un parole en Estados Unidos. No tienen nada: ¡Ni a Cristo en Semana Santa!
Óiganme, el conflicto político y social es producto de una sociedad estratificada, decía Carlos Marx, afirmando que la resolución de los conflictos sociopolíticos, esto es, la creación de un consenso verdadero, sólo era posible en la sociedad comunista, pues las instituciones sociales precomunistas existían sólo para apoyar la dominación de una clase sobre otra.
Ya de por sí irreal, la teoría de Marx sobre el consenso verdadero, en Cuba y a la luz de la cotidianidad cae por su propio peso, podrida, corrupta, por falta de aplicación en tanto la supuesta “dictadura del proletariado”, llamada a liberar de la dominación capitalista a las masas trabajadoras, en la práctica, se transformó en la dictadura de la burocracia comunista.
Las desigualdades en Cuba.
Sociológicamente hablando, si la eficacia gubernamental se muestra instrumentalmente, a través de sus políticas públicas, la legitimidad de un sistema político es evaluativa, e implica que los grupos lo consideren legítimo o ilegítimo en la misma manera que sus valores concuerdan con los valores de esas plebes, entiéndase masas, conformadas por personas de muy distintos estratos sociales.
Pero la capacidad política y gubernamental del Estado, de los poderes del Estado para mantener en los gobernados la creencia de que los gobernantes comparten su misma identidad de valores no es infinita, sino extremadamente finita, y se muestra a través de hechos tangibles, palpables no sólo para unos pocos aplaudidores enajenados de su entorno, o para un grupo o grupos de élite premeditadamente aprovechados. Y así ocurre en Cuba.
Y este es el caso de Cuba porque contrario al discurso castrocomunista, el caso cubano es el de un país con desigualdades inhumanas, y, primero que todo y sobre todo porque son desigualdades políticas humillantes, que hacen del asalariado cada día más pobre, menos humano, mientras es la clase dirigente de un país con partido único, comunista, de economía centralizada, la que mantiene un nivel de vida de multimillonarios, como si viviera en una nación con economía de libre mercado.
Sin consenso en Cuba.
Y quien envidia a una persona próspera en un país libre, pudiendo trabajar por su propia prosperidad, es una persona necesitada de tratamiento psiquiátrico. Pero quien en un Estado totalitario como lo es Cuba siente rencor contra la clase dirigente que pregona austeridad mientras vive en la opulencia, es un sujeto de derecho urgido de un acusador. Del acusador del Estado que por connivente, la nación toda carece.
Así no hay consenso en Cuba, ni lo habrá aunque así lo pretendan mostrar los dirigentes comunistas. Y no hay consenso ni puede haberlo mientras el discurso oficial diga una cosa y otra muestre el obrar de las instituciones gubernamentales, que no sólo deben representar a los ciudadanos, sino ser apropiadas para la sociedad toda.
Y es ese estado inapropiado de quienes en lugar de representar ordenan, malversan, cohechan, son despóticos y hacen del nepotismo una práctica diaria, quienes no pueden adaptarse a otro modo que no sea el de la usura, por ser ellos mismos ineptos para el trabajo honesto, es ese estado y no el “imperialismo yanqui” quien provocará un estallido social, o lo que es menos ruidoso pero funciona igual que un pistoletazo en la nuca, aunque con silenciador: un estado de parálisis generalizado que acabará con el castrocomunismo. Y no importa cuán totalitario sea el Estado, porque Cuba ya es sólo eso: un conflicto por estallar aunque el día de la explosión no escuchemos ni el ruido. ¡Ojalá!