jueves, 24 de octubre de 2019

Los comunistas de Camajuaní.

Por Tania Díaz Castro.

Cuba comunistas
Los comunistas de Camajuaní, años 40.

Creo que es la segunda vez que escribo sobre aquel puñado de comunistas de origen muy humilde, que vivían en el pueblo de Camajuaní, provincia de Las Villas, según su antiguo nombre, hoy Villa Clara.

Camajuaní era un pueblo próspero, llamado “la tacita de oro”, con numerosas industrias, entre ellas la muy conocida fábrica de refrescos Cuquito, grandes despalillos de tabaco, y una población compuesta por miles de habitantes, entonces con sólo unos veinte y tantos comunistas inscritos en el Partido Socialista Popular.

A todos los recuerdo. Pero lo que más recuerdo es mi casa, no tan humilde, en la calle Fomento 18. Con su amplio portal de lajas, sus dos dormitorios, sus muebles de caoba, y una cocina espaciosa donde con frecuencia había invitados a comer. La casa todavía existe, por su buena construcción.

A muchos de aquellos comunistas bien los recuerdo. A Blas Roca, comiendo harina de maíz con boniato en la casa de mi abuela María, comunista decía ella, desde que estaba en el vientre de su madre, y al Magno Presidente de todos, el doctor Juan Marinello, de visita en el pueblo, a quien sólo veíamos a través de las ventanillas de su auto, saludando a los vecinos, indiferentes ante esos comunistas que jamás ganaban en las elecciones donde se votaba por los políticos para gobernar el país.

Aquí les muestro una foto de los años cuarenta del siglo pasado, donde aparecen todos ellos: mi madre y mi tío Juan Castro, señalados los dos con sus nombres, y mi padre ausente, quien seguramente hizo la foto. Se destacan, claro está, los que venían de La Habana, de traje y con corbata, y el muy conocido entonces Faustino Calcines, con altos cargos ministeriales al triunfo de la Revolución.

Todos, sin excepción, soñaban con no sólo dirigir al país y dejar a un lado a los ricos dueños de los medios de producción, sino con ser los nuevos privilegiados que alcanzaban el poder, como decían que había ocurrido en Moscú.

Por ejemplo, mi madre, líder de las mujeres por aquellos años  ̶ dicen que enardecida ̶ , era maestra en discursos proselitistas, encaramada sobre los bultos de tabaco empaquetados, mientras las despalilladoras aplaudían hasta morir, y que mi tío Juan rompía zapatos en busca de lograr acólitos para engrosar las flácidas filas del Partido Socialista Popular, llamado así para suavizar un poco la palabra comunismo, tan rechazada por todos en general. Tan mal vista era esa ideología extranjera en la población que cuando la mencionaban decían que sólo era “hambre y miseria”.

Por el tiempo que ha transcurrido, todos aquellos comunistas ya están muertos.

Durante los dos primeros años de la Revolución de Fidel y Raúl Castro, parapetados en el escenario cubano, estos jamás se atrevieron a mencionar la palabra comunismo, y sólo se le escapó a Fidel aquel 15 de abril de 1961, cuando vio el momento propicio: en el entierro de las víctimas del bombardeo a una instalación militar, durante el desembarco de Playa Girón, rodeado de hombres con fusiles.

Pero como toda historia, esta también tiene su final, un final bastante aleccionador:

De aquellos infelices comunistas no supe nada más. Sólo que nunca se convirtieron en ricos y sí en carne de cañón o esclavos de migajas, porque los trabajadores dejaron de tener derecho a negociar, a protestar por medio de huelgas, y porque los sindicados dejaron de ser organizaciones independientes que representaban los intereses obreros, para convertirse en gremios, controlados por una dictadura militar comunista.

Todo gracias a un par de picarones que vieron la política como un oficio de improvisados y aventureros, hoy todavía en el poder y enriquecidos.

Y hablé de un final aleccionador porque mi madre murió en 1974, arrepentida de su pasado comunista, cuando sí había libertad de asociación y de expresión, soñando que yo me la llevaría algún día para Japón. Mi padre pudo viajar a Estados Unidos, donde murió senil a los 87 años, casi perdido por las calles de Miami, y yo, a los 51 años de edad, presa y torturada mentalmente en una tapiada de la Seguridad del Estado, por fundar un partido en defensa de los Derechos Humanos, y amenazada con el fusilamiento si perseveraba en mi empeño.
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