martes, 17 de marzo de 2020

Estamos viviendo el futuro.

Por Alexis Jardines Chacón.

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En la Unión Soviética de la primera mitad de los 80 ya corría un chiste acerca del socialismo que aseguraba que este último hacía ya 6 meses se había caído, solo que no lo habían informado aun por la radio, la prensa y la televisión. Creo que la Cuba de hoy está en ese ambiguo punto y sus dirigentes pronto tendrán -como sucedió en la antigua URSS- que dar la cara al pueblo anunciado una reforma estructural del sistema, una Perestroika.

Ha sido la confluencia de varios factores lo que viene precipitando irreversiblemente el fin del castrismo. La jugada de apertura -sobre el terreno ya allanado por la desmoralización interna de la llamada “Dirección de la Revolución”- fue indudablemente el triunfo de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos y su clarísima visión del tema cubano. Las sanciones económicas han debilitado considerablemente al régimen de La Habana mientras que el pueblo sigue recibiendo alimentos y medicinas del enemigo histórico del castrismo. Quien pone límites a este comercio bilateral es la dictadura castrista, no la administración Trump. Ahora bien, nótese que la primera está obligada a pagar en efectivo, pues, entre otras cosas, nunca cumplen los tratos. Siendo así, las medidas encaminadas desde un inicio a castigar a la clase dominante (políticos y militares) traían aparejadas otras sorpresas: sin liquidez el gobierno cubano se vería obligado a cierta apertura en el sector privado y en el de las comunicaciones (Internet incluida) toda vez que de las solas remesas y el turismo no podría sostenerse. Y si bien no se observó de inmediato una mayor apertura en el sector privado tampoco los gobernantes cubanos pudieron prescindir de dicho sector. Lo mismo puede decirse de la Internet: si en algún momento la dictadura pensó que el acceso a la misma era una medida coyuntural y, por tanto, reversible tuvo que renunciar a esa idea. Si quieren dinero líquido necesitaran en lo adelante fomentar el acceso a las comunicaciones y -a la larga o la corta- al sector privado. Tal era y es la parte explosiva de las medidas de Trump, a saber: te dejo sin dinero y, si quieres conseguirlo, tendrás que buscarlo allí dónde yo te diga. Y este “dónde” será en beneficio del pueblo, no en el de ustedes los dictadores.

Ya con las piernas fracturadas, debido a este golpe inicial, el régimen tuvo que enfrentar el hecho del aislamiento internacional. Aquí hubo de todo, desde la emergencia como rival del chavismo de la figura de Juan Guaidó con el reconocimiento de 60 países y la caída de Evo Morales, hasta el incansable cerco diplomático que Rosa María Payá ha ido tendiendo por cuanta tribuna ha tenido a su alcance. Pero, el punto de inflexión fue sin duda la Caravana por la libertad que tuvo lugar en varias ciudades del mundo, donde se hace sentir la emigración cubana. Miami, la ciudad del exilio, fue el buque insignia. Y pilotado dicho buque por el presentador Alex Otaola, verdadero azote para el castrismo en el ambiente de las redes sociales. La confluencia del acceso cada vez más pujante a la Internet en Cuba con el trabajo de Otaola ha puesto en modo de pánico al régimen al enviarle un mensaje inequívoco: tal como se unieron los cubanos en el exilio con la Caravana por la Libertad -y téngase en cuenta los cuantiosos recursos que el gobierno cubano ha destinado durante décadas para penetrar y dividir Miami- así también pudieran unirse en la isla si el influencer Alexander Otaola sigue ganando espacio entre los cubanos. Ya se sabía por el incidente del reparto Nuevo Vista Alegre en Santiago de Cuba que miedo no había, sino falta de motivación o, tal vez, de incitación. Tan es así que los candongueros de Villa Clara se lanzaron a la calle a reclamar sus derechos y lograron sus propósitos en una acción sin precedentes.

El arresto del artista Luis Manuel Otero Alcántara puso a prueba la capacidad de movilización de la nueva fuerza de resistencia, a saber: las fuerzas combinadas -redes sociales mediante- de los cubanos de dentro y fuera de la isla, encabezados por artistas e intelectuales de ambas orillas. No tengo que decir cuál fue el resultado. Pero, si se tiene en cuenta lo exitoso y cercano en el tiempo de ambas victorias, es decir, la protesta física del cuentapropismo y la ciberprotesta de los activistas por la libertad con intelectuales y artistas al frente, pudiera decirse que llegamos a ese punto, ya irreversible, en que comenzamos a ganar. A partir de ahora, tal y como sucedió en la antigua URSS, lo único que puede salvar al régimen es una Perestroika, es decir, aquello que paradójicamente terminará por destruirlo de forma definitiva. Porque toda Perestroika es eso: la tozuda oxigenación de un cuerpo en fase terminal que pone al descubierto, al propio tiempo, la irreversibilidad del cuadro. Algo así como una aspirina, a falta de todo, para un cáncer metastásico.

Los intelectuales de la isla pudieran estar ya tomando parte de una revisión de la historia. Es un impulso todavía modesto, pero ya puede constatarse, por ejemplo, en la reacción ante una supuesta acusación de traición al Directorio Revolucionario en el programa Mesa Redonda. Ello es parte del paquete fúnebre, no hay Perestroika sin Glasnost. Esa transparencia es necesaria si pretenden rehabilitar el socialismo. Y en el caso cubano con más razón, porque nuestros intelectuales necesitan redimirse de aquél bochornoso agravio de 1961 en la Biblioteca Nacional, cuando al ser despojados de su condición de intelectuales y convertidos en esclavos ideológicos de Fidel Castro, lo más valiente que se escuchó en aquél teatro -como ya tuve ocasión de decir públicamente hace 10 años en la Universidad de la Ciudad de New York- fue el “tengo miedo” de Virgilio Piñera. Cuba no puede seguir confiando en intelectuales de doble moral que callan ante las atrocidades del socialismo. Sin embargo, revisar la historia, poner al descubierto la verdad oculta bajo montañas de manipulaciones y distorsiones es algo que, a los efectos de la salvación del socialismo, oxigena en la misma medida que “ilumina y mata”.

Todos los caminos están cerrados. La dictadura, probablemente, no aguantará cuatro años más de Trump en la Casa Blanca. Pero, el tiempo que sobreviva en estado de coma solo dependerá de la presión de la gente, particularmente en las calles. Cada cubano deberá plantearse a partir de ahora la posibilidad de una salida masiva y sin retorno a las calles. Ya el antecedente existe y de forma radical. Porque lo que triunfó recientemente en Villa Clara no fue simplemente una demanda de candongueros, sino la posibilidad de una Cuba capitalista, la certeza de que el socialismo se ha agotado en la isla. “Queremos comercio”, “queremos mercancías importadas”, gritaban los manifestantes. ¿Qué quiere decir esto sino, a fin de cuentas, mercado libre?
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