jueves, 30 de abril de 2020

Cuba, casi 60 años haciendo colas.

Por Iván García.



Hacer cola en Cuba es una especie de catarsis. Las personas charlan durante horas de su familia, de política o problemas conyugales. Mientras en una parroquia un cura espera en silencio la confesión de nuestros pecados, en una cola el interlocutor es cualquier persona. Ni siquiera hace falta conocerse.

A veces las colas duran un par de horas. Otras se extienden por una semana. O quince días. Leticia, ama de casa, recuerda que a finales de la década de 1980, estuvo diez días en una cola para comprar alimentos y confituras en la antigua tienda Sears, a un costado del Parque de la Fraternidad, en el corazón de La Habana.

Antonio, un anciano cascarrabias, padre de cinco hijos y abuelo de ocho nietos, asegura que aprendió a jugar ajedrez en una cola de seis noches, esperando que abastecieran de carne de cerdo para celebrar el año nuevo.

Para Teresa, enfermera jubilada, las colas le traen buenos recuerdos. En los años 70 en una cola en la carnicería de su barrio donde iban a vender hígado de res, conoció a su actual esposo y padre de sus dos hijos.

Es difícil que un cubano nunca haya hecho una cola. Por cualquier cosa: un trámite burocrático, comprar papas o una camisa de cuadros Made in China. Entre un calor húmedo y pegajoso, a pesar de ser las cuatro de la madrugada, y un enjambre de mosquitos que la gente intenta espantarlos a manotazos, Rubén, amante de la pesca costera, afirma que en una “cola hay que tener la paciencia de un buen pescador y la voluntad de un maratonista olímpico”.

“A veces picas y consigues lo que buscas. O te pones fatal y haces la cola por gusto. No siempre las colas son directas. Hay casos que primero se hace una cola para que te den un turno. Entonces con ese turno es que aseguras un puesto en la siguiente cola, porque últimamente llegan pocos productos a los mercados. Hace dos semanas hice una cola de tres horas para coger un turno que me permitiera comprar un paquete de galletas. El turno era paga comprar al día siguiente. Pero solo vendieron hasta el número 50 y yo tenía el 93. Dos semanas después vendieron de nuevo galletas y fue cuando pude comprarlas”, cuenta Rubén.

Hace tres días, en una cola para comprar módulos de viandas en el mercado agropecuario del Mónaco, en La Víbora, Anselmo, ex tabaquero jubildo, junto a varios conocidos del barrio, repasaban la historia de las colas y las crisis económicas en Cuba. “Que yo recuerde, y tengo ochenta y dos años, después de triunfar la revolución, hasta octubre de 1960, todavía en tu casa podías tomarte una malta con leche condesada y en cualquier cafetería, almorzar un pan con bistec de res, ruedas finas de cebolla y papas fritas. Tomarte una tacita de café de verdad, no ese café mezclado con chícharos que venden ahora. Con leche de vaca que vendían en litros, preparar una champola de guanábana o chirimoya o un batido de mamey. En el antiguo mercado de Cuatro Caminos, por dos pesos podías comprar un pargo grande y fresco, y por diez pesos, un puerco mamón para asar”, rememora Anselmo y añade:

“Con la reforma agraria comenzaron a escasear los productos agrícolas, sobre todo las frutas cubanas. Fidel decía que la culpa era de los transportistas privados que eran contrarrevolucionrios y dejaban pudrir las cosechas. Luego nacionalizó el flete de carga, creó ese desastre llamado Acopio, y las viandas y hortalizas se perdían por temporadas. En 1962 se agudizó el bloqueo y gradualmente empezar a desaparecer las cosas, desde un cepillo de diente hasta las manzanas de California. En marzo del 62, Fidel implementó la libreta y dijo era provisional, que desaparecía antes de diez años, por las reformas emprendidas en la agricultura, avicultura, ganadería bovina, caprina y la pesca. Y aseguraba que tendríamos tanta malanga, leche y carne de res que nos convertiríamos en una potencia exportadora de alimentos. Pero se equivocó. La prensa a cada recuerda al comandante, pero no dice que prometió todas esas cosas».

Caridad, ama de casa, asegura que ya a fines de 1960 comenzó la primera crisis económica. «Fue en 1968, cuando Fidel nacionalizó los timbiriches de fritas y los pequeños negocios. No había nada. Para comer en un restaurante tenías que tener un turno que te daban en el trabajo por méritos laborales. Los 70 también fueron durísimos tras el fracaso de la zafra de los diez millones. Una caja de cigarros llegó a costar más de veinte pesos. Comer caliente dos veces al día era un lujo, igual que ahora, y hasta los juguetes se vendían regulados, por la libreta”.

Carlos, sociólogo, considera que las crisis económicas en Cuba son estacionarias. “Hubo un pequeño oasis, a mediados de los años 80. Entonces, un trabajador con su salario podía alimentar a su familia. En esa época funcionó el llamado Mercado Paralelo, donde en venta libre se ofertaba jugos embotellados de Bulgaria y otros productos provenientes de los ex países socialistas de Europa, y nacionales, a precios accesibles, jamón viking, embutidos de calidad, helados, yogurt, mantequilla, queso crema, confituras y dulces en conserva, entre otros. Al existir una flota pesquera (que luego Fidel desguazó y vendió como chatarra), vendían calamares y diferentes tipos de pescados. Eso duró un par de años. Ha sido la única etapa donde el salario tuvo un valor real”.

Según el sociólogo, con la llegada del Período Especial y hasta la fecha, el salario perdió todo su valor. «Se pagaba en una moneda devaluada. Y para comprar alimentos y otras mercancías había que tener divisas. Esa distorsión provocó que se perdiera la motivación por el trabajo. La doble moneda propició un espejismo productivo en muchas empresas estatales, con canjes monetarios arbitrarios que provocaron que producir alimentos en Cuba resultara más caro que importarlos”.

Por una razón u otra, ya sea de carácter financiero o político, la economía en la Isla nunca ha carburado. Los expertos señalan diversas causas. La principal es la planificación y estatización de esferas económicas que debieran funcionar según la oferta y demanda. Yoel, economista, considera que China y Vietnam son el mejor ejemplo de que un país con gobierno marxista puede tener un loable crecimiento económico si apuesta por la economía de mercado.

“Mientras la antigua URSS giraba millones de rublos a Cuba, según algunos expertos casi dos veces más que el Plan Marshall de Estados Unidos a naciones de Europa después de la Segunda Guerra Mundial, Fidel Castro se burlaba del bloqueo y ni siquiera lo mencionaba. A pesar de esa inyección de capitales, la industria cubana no creció, tampoco la agricultura y las estructuras económicas tenían cimientos endebles. Cuando desapareció el campo socialista, Cuba debió apostar por la experiencia china, pero el régimen siguió apostando al voluntarismo y la economía de comando».

En opinión de Yoel, solo aplicaron algunos parches y limitadamente permitieron inversiones extranjeras. «En eso Chávez llegó al Palacio de Miraflores y alargó la respiración artificial del inoperante modelo económico cubano. Entonces Venezuela tenía recursos y el petróleo tenía altos precios. Cuba incluso reexportaba un 30 por ciento del combustible que Venezuela le entregaba. Pero es tan ineficiente el modelo cubano, que ni en época de vacas gordas supo equilibrar la balanza comercial, aumentar el consumo interno, mejorar calidad de vida e incrementar salario de los trabajadores. Gran parte de ese dinero lo administraron empresas militares en la construcción de hoteles, construcciones que en los últimos diez años han gastado casi veinte mil millones de dólares”.

Diario Las Américas le preguntó a diez personas que habitualmente hacen colas para comprar alimentos, medicinas y artículos de aseo cuál es la etapa económica más compleja que ha vivido. Las diez personas consultadas nacieron a partir de 1970. Por lo tanto, sus épocas a comparar son dos: el Período Especial de los 90 y la ‘situación coyuntural’ .

Todos coincidieron en que el panorama actual es más complejo que el de los 90. Margot, profesora, explica por qué: “El Período Especial fue durísimo, con apagones de doce horas diarias. Pero por la libreta de racionamiento te otorgaban más alimentos. Cuando se despenalizó el dólar en 1993, el que tenía divisas, podía comprar alimentos variados y de calidad en las tiendas por divisas. Ahora ni por divisas encuentras comida y mucho menos variedad”.

Los cubanos tienen el inusual récord de llevar casi 60 años haciendo colas.
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miércoles, 29 de abril de 2020

¿Al borde una crisis humanitaria?

Por Jorge Olivera Castillo.

Un hombre lee el periódico Juventud Rebelde.

La sucesión de protestas en diversos puntos del territorio nacional, especialmente en La Habana, muestran las posibilidades de un estallido social que termine derribando los erosionados muros de contención, formados por policías, directivos de las llamadas organizaciones de masas, exmilitares, deportistas de alto rendimiento y un sinnúmero de personas, que serían obligadas a formar parte de esa ofensiva progubernamental.

Y es que la paciencia popular ante los embates de la escasez, en vías de ampliar su impacto en toda la Isla, parece estar a las puertas de su definitiva extinción, y no es para menos. El coronavirus ha puesto de relieve los graves problemas estructurales de la economía de Cuba, cuya trayectoria puede ser descrita en dos palabras: estancamiento e involución. Muy poco que ver con el embargo estadounidense y mucho con las políticas económicas impulsadas por el alto mando, que continúa exaltando las supuestas bondades del centralismo y el rechazo a la economía de mercado, dos realidades de un largo inventario de insensateces.

A la acelerada disminución de las ofertas de artículos básicos en los centros comerciales se suman las severas limitaciones en el acceso a agua potable y los cortes del fluido eléctrico. El reciente escándalo de los vecinos de una barriada del municipio capitalino de Diez de Octubre por la prolongada ausencia de agua pudiera tomarse como un botón de muestra de lo que se está articulando en la sociedad cubana, más allá de los habituales discursos triunfalistas de los funcionarios y las complacientes coberturas de la prensa oficial. La gente está harta de esperar por ese futuro mejor que la historia devela como una gran tomadura de pelo.

Las peores noticias para los cubanos no se limitan al crecimiento de los contagiados con el mortal virus ni tampoco los decesos que se reportan cada semana. A la retahíla de desgracias, hay que agregar el enfrentamiento a un nuevo ciclo de penurias y las nulas probabilidades de enfrentarlas con cierto éxito.

Con la pérdida total o parcial de las fuentes de ingresos, el régimen de Cuba está obligado a arreciar las medidas de racionamiento y multiplicar la efectividad de su sistema represivo. Es improbable que una apertura a fondo pueda llevarse a cabo en el actual contexto de una crisis sanitaria sin precedentes a nivel mundial.

Esa absurda reticencia a eliminar el bloqueo interno nos acerca ahora a una situación con todas las credenciales para que derive en una profunda crisis humanitaria. Con el sector turístico completamente paralizado, la contracción de las remesas, enviadas fundamentalmente desde Estados Unidos y los envíos de petróleo desde Venezuela también a la baja, la realidad no puede ser más sombría.

Por otro lado, las muy funcionales redes de la economía subterránea, de la cual dependen miles de familias, no escapan de los efectos de la COVID-19. El menor trasiego de productos a causa de la recesión, aún no decretada, pero imposible de ocultar, significa más miseria con todo lo que eso trae aparejado. Aunque en los medios de prensa no aparezcan detalles sobre la violencia social y el alcoholismo, se intuye que, frente a la confluencia de penurias, sin solución a la vista y en vías de profundizarse, tales fenómenos ocurran de manera rutinaria, en decenas de localidades y no solo de La Habana.

Antes de concluir, pienso en la conveniencia de ponerle fin a esa bronca bizantina con el país más poderoso del mundo. ¿Vale la pena continuar en esa guerra fría, hace tiempo perdida y que nos ha quitado la oportunidad de aprovechar innumerables ventajas en el plano de las macro inversiones, fomento de las pequeñas empresas, desarrollo tecnológico, etc.?

Apelar a la dignidad y a la soberanía como coartada para el sostenimiento de esa postura es una falacia. A fin de cuentas, el estilo de vida desarrollado bajo las banderas del socialismo es una vergüenza. Las consignas patrióticas no han servido para garantizar una existencia decorosa ni las marchas combatientes, ni ningunos de los inventos de control social, tras los que se esconde la malsana intención de evitar fisuras al monopolio estatal administrado por el partido único.

Vivir con miedo a expresarse libremente, con salarios mediocres y obligado a recurrir al mercado negro para paliar gran parte de las necesidades más perentorias nada tiene de gloria y honorabilidad. Ojalá y está crisis epidemiológica motive a alguien con suficiente poder dentro de la nomenclatura de Cuba a cambiar las perspectivas de la política, tanto al interior como la que tiene que ver con el poderoso vecino.  Al final habrá que sentarse a negociar. No hay otra opción viable.

Comparativamente, los cubanos son muchísimo más pobres que hace seis décadas, la mayoría viven como indigentes. El alivio a este cruce de infortunios, llega mediante el robo, la especulación o el dinero que envían los familiares del exterior. ¿Tiene sentido batir palmas por la continuidad de una Revolución tan inútil?
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El comunismo y el hambre que deja a su paso.

Por Tania Díaz Castro.

Hambre en Cuba: cubanos buscan en la basura.

Es tan conocida el hambre en el comunismo que no sorprende a nadie. Aun así, los periodistas del régimen castrista culpan al bloqueo de Estados Unidos cuando se refieren a la crisis social, política y económica que sufre Cuba por el impacto de la COVID-19.

Al parecer no conocen la historia de la gran hambre que azotó a la URSS en 1932 y que causó más de seis millones de muertos, la de 1921 y otras, negadas por el régimen soviético y descubiertas en los años ochenta, cuando se pudo conocer que la culpa era del Kremlin, con su colectivización forzosa de los campos, medidas represivas fracasadas que quería ganar contra los campesinos.

Basta leer aquella historia soviética para comprender que algo está fallando en la “Revolución” comunista de Raúl Castro, esta vez contra los dueños de productos alimenticios que se niegan a vender a bajos precios y que el gobierno quiere manipular a su antojo, porque con producción estatal no cuenta.

¿Será esto lo que está ocasionando la hambruna actual de los cubanos, consecuencias tal vez graves que se verán más tarde en personas enfermas, de la tercera edad, en niños y embarazadas? Estoy de acuerdo cuando hablan de repartir equitativamente la producción nacional en estos momentos, pero, ¿de qué producción nacional se habla?, si no existe, si en el dichoso socialismo ocurre lo de siempre: se carece de todo o de casi todo y el gobierno sólo da limosnas, como ahora: ¿cuatro huevos por anciano?

¿No comenzó esta odisea con el racionamiento de la grasa en 1962 y con la Libreta de Abastecimiento al año siguiente, que abastece de muy poco y cada vez menos a los cubanos?

¿Será verdad aquello que mi padre decía —estudioso de la historia del comunismo de la URSS— que el comunismo siempre es hambre y miseria?

Los titulares de los periódicos Granma y Juventud Rebelde, ambos propiedad del régimen, me dan mala espina. Callan en estos momentos el hambre por el que están pasando los cubanos en la Isla, y dicen que En Cuba existe experiencia para enfrentar cualquier tipo de epidemia.

Pero, ¿y el dengue? ¿No recuerdan la portada de Granma de marzo de 2002, cuando Fidel Castro dio como erradicada esta epidemia, que aún continúa vigente en Cuba? ¿No recuerdan que Fidel Castro, el 2 de junio de 1964, en la portada del periódico Revolución, denunciaba por primera vez el empleo de la guerra bacteriológica de la CIA contra Cuba?, porque, así dijo: “Una gran cantidad de objetos brillantes descendía por el aire, alarmando a los pobladores de Sancti Spíritus, entre ellos miembros de las Fuerzas Armadas, quienes probaron que se trataba de globos de diversos tamaños…, los cuales se disolvían al contacto de la tierra…”



También achacó a la CIA otras epidemias posteriores, como la fiebre porcina, la bovina, la del ganado, el carbón y la roya de la caña, el moho azul del tabaco, la roya del café, la bronquitis de las aves, la conjuntivitis hemorrágica, la disentería y el dengue.

El dengue, que se sepa, fue la más mortal. Dejó más de 344 mil afectados, de los cuales fallecieron 158.

En la actualidad, hay periodistas que heredaron la xenofobia que Fidel Castro padeció contra los extranjeros, principalmente contra Estados Unidos, y han llegado a decir que el coronavirus fue fabricado en nuestro vecino del norte, como Elson Concepción Pérez y un tal Capote. Por su lado, un portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, dijo que son inaceptables las acusaciones de algunos medios que declaran un supuesto origen artificial de la COVID-19, o esas otras declaraciones, por supuesto que de Granma, sobre el éxito de vacunas aún sin resultados contra el dengue y ahora contra la pandemia actual.

Tengamos presente que cualquiera de los accidentes de los ómnibus chinos Yutong ha ocasionado más muertos en los últimos dos años que los 56 actuales de la COVID-19.

El tiempo se encargará de decir quien o quienes son los culpables de esta situación a la que se enfrenta la población cubana, no sólo por la falta de higiene comunal, sino también por una mala administración estatal desde hace 61 años: falta de leche y otros muchos alimentos que un régimen comunista no produce.

Pero no, menos mal, ahora se acusa a Estados Unidos de ser el culpable de “una crisis ética”, no de inventar el “dichoso virus” en la CIA, porque Donald Trump quiere rendir a los cubanos. ¿A los cubanos o a un gobierno ineficaz, con más de medio siglo de fracasos económicos, al único culpable que ha empobrecido a Cuba, a nuestros centrales azucareros, nuestra agricultura, el café cubano y todo lo demás?

Ese, ese es el culpable, pero, ¿cómo lo atrapamos?
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domingo, 26 de abril de 2020

Los pobres cubanos.

Por Carlos Alberto Montaner.


Primero el “disclosure”: Paola Ramos es la mayor de mis nietas. Ha hecho un excelente documental para Showtime. (Es, además de brillante y audaz, absolutamente bilingüe y bicultural, dado que se crió en España). Trata de los cubanos en la mexicana Ciudad Juárez que intentan entrar en Estados Unidos. Son miles y viven acosados por el “Cártel de Juárez” y, en menor medida, por las autoridades mexicanas. Me conmovió especialmente una mujer que prefiere ser asesinada enA Juárez antes que regresar a Cuba.

Les llaman “Cajeros (ATM) vivientes”, como recordó Pedro Sevsec en TV América cuando entrevistaba a Paola. Los secuestran y maltratan severamente hasta que los familiares, casi todos avecindados en Miami, muchos de ellos ciudadanos estadounidenses, y supuestamente solventes, pagan el rescate y les permiten seguir vivos.

Pese al inminente peligro que corren, los jueces americanos, en vez de fallar conforme a Derecho,  una  vez capturados, los envían a México violando todos los acuerdos internacionales firmados por Estados Unidos que supuestamente protegen a los refugiados. Una vez en manos del “Cártel de Juárez”, si los familiares de los cubanos no pagan, los asesinan sin compasión. Se lo explicó a Paola un matarife frente a las cámaras de la televisión americana:

-¿Ha secuestrado a algún cubano?
-Sí, por supuesto.
-¿Tiene alguno secuestrado en este momento?
-Sí.
-¿Qué les sucede cuando los familiares no pagan?
-Van directos a la fosa común.

Tras ver la pieza le pregunté a Paola por qué el criminal se autoacusaba sin temor. Los extorsionadores también  requieren “relaciones públicas”, me dijo. Hasta los cárteles necesitaban ese tipo de propaganda para vender su mercancía. La mercancía era la supresión del dolor causado por ellos mismos y evitar el balazo en la cabeza mediante un pago. ¿De cuánto hablamos? De diez, quince o veinte mil dólares, me respondió. Además, en Ciudad Juárez ellos son la autoridad. Se sienten fuertes. La policía les pasa información.

Los delincuentes, como la materia, no desaparecen, sino se transforman en otra cosa. Como el tráfico de drogas está muy vigilado en la frontera americana, se dedican a la extorsión, al chantaje, a la prostitución, y a cualquiera de las conductas penadas por la ley que requiera a una persona sin empatía y capaz de hacer mucho daño. En Ciudad Juárez es fácil secuestrar cubanos. Repito: son miles. El resto de los indocumentados o no tienen parientes en Estados Unidos o carecen de recursos.

Los pobres cubanos han sido víctimas de múltiples engaños. Primero, les tomó el pelo Barack Obama cuando dijo y reiteró hasta el cansancio que no le haría ninguna concesión al régimen cubano hasta que la Isla diera señales de cambio hacia la libertad. Era mentira. Negociaba con el régimen cubano tras bambalinas hasta que, en diciembre de 2014, anunció súbitamente la apertura de relaciones diplomáticas normales.

Poco antes de abandonar la presidencia, dio un sensacional discurso en la Isla que puso a temblar a los carceleros y se negó a reunirse con Fidel, pero liberó a  unos espías cubanos, responsables, entre otros delitos, del asesinato de los pilotos cubanoamericanos de “Hermanos al Rescate” mientras realizaban misiones de salvamento sobre aguas internacionales.

El pretexto utilizado por Obama fue un “canje” de espías. No era verdad. El régimen cubano, interesado en la devolución de sus espías, le proporcionó a Obama un supuesto agente norteamericano llamado Rolando (Roly) Sarraff Trujillo, preso desde hacía veinte años, al que le fabricaron una biografía de Rambo secretamente vinculado a la CIA. Todo era una fabricación para plantear como un “canje” lo que era otra concesión.

Simultáneamente, a pedido de La Habana,  Obama eliminó la disposición de “pies secos y pies mojados”, firmada por su correligionario Bill Clinton, que les permitía a los refugiados cubanos permanecer legalmente en suelo americano. Mientras la “Ley de ajuste”, promulgada por Lyndon Johnson en los sesentas, otro demócrata, les daba acceso a la residencia y, eventualmente, a la ciudadanía.

Todas esas excepciones demostraban el mejor camino para conseguir la incorporación de una minoría, en este caso hispana, al “sueño americano”. No había que esconderse de la “Migra”, se trabajaba dentro de la ley y se pagaban impuestos inmediatamente. Y funcionó muy bien: a los diez o quince años de trasladados al suelo americano, los cubanos eran estadísticamente indistinguibles de la media blanca de Estados Unidos. Pero la segunda generación cubanoamericana tenía un desempeño aún mejor que los estadounidenses de cualquier origen, menos los hindúes que nos superaban en casi todo.

Luego vino el engaño de Donald Trump, especialmente doloroso porque los cubanos habían sido los latinos que más lo habían apoyado en las urnas (un 50%), pese al tufo castrista de su liderazgo de macho alfa que sabía de todo y en todo se metía. Quien había prometido liquidar inmediatamente todos los decretos presidenciales de su predecesor Barack Obama, se cuidó mucho de mantener vigente la cancelación de “pies secos, pies mojados”.

Era mayor el desprecio a los inmigrantes que el rechazo a las concesiones de Obama a Castro. No es verdad que a Trump le preocupe el daño que sufren los ciudadanos norteamericanos. Depende del origen de esos ciudadanos. Si son cubanos (o puertorriqueños, pero esa historia merece otra crónica) no los apoya. Los cubanamericans son más cubanos que “americanos” a los ojos prejuiciados de un Trump que carece de la sofisticación intelectual para entender lo que es el “patriotismo constitucional”, el único al que están obligados los inmigrantes.

En Miami son cientos las familias que tienen que pagarles a los asesinos del Cártel de Juárez. Al presidente de USA parece no importarle. Lo suyo es impedir, a cualquier costo, que entren en el país los perseguidos por el hambre, por la ideología, o incluso por ambas, más aún si se trata de hispanos. Y especialmente si tienen la piel oscura.
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sábado, 25 de abril de 2020

La plaga de los ingenieros de almas.

Por Rafael Rojas.

Hay un punto de máximo riesgo en una democracia y es fácil identificarlo: cuando aparecen los ingenieros de almas. Recuerda Robert Darnton en Censores trabajando (2014) que esa noción pasó del zhdanovismo stalinista a la política cultural de los socialismos reales de toda Europa del Este, incluyendo la Alemania oriental hasta bien entrados los años 80 del pasado siglo.

Como bien apuntaba Darnton en aquel libro, la idea de que un grupo de burócratas puede administrar la cultura, limitando la autonomía del campo intelectual, no es exclusivamente comunista. Existió en la Francia borbónica del siglo XVIII y en la Gran Bretaña whig del siglo XIX, en los Estados Unidos bajo el anticomunismo macartista y en el México del PRI.

La pretensión de gobernar las artes y la literatura, las humanidades y las ciencias sociales, desde una casta de funcionarios, está ligada a un concepto maleable de ideología de Estado. Cuando ese funcionariado piensa que la ideología debe regir la cultura, para evitar desvíos críticos que, por lo general, se asocian con fallas éticas, estamos en presencia de un tipo de política cultural autoritaria.

Stalin entendía por ingeniero de almas al típico intelectual orgánico. A su juicio, que ese intelectual fuera un escritor o un artista respetado era una ventaja. Pero reconocía que era poco probable que alguien como Máximo Gorki o Ilya Ehrenburg se convirtiera en un cabal comisario de la cultura. Era preciso echar mano de los Lunacharski, los Zhdanov y los Yakovlev, que con apoyo del Buró Político establecían un criterio de autoridad que subordinaba a la intelectualidad soviética.

La democratización de los años 80 quebró ese modelo en los socialismos reales. Pero nuevas formas de ideología de Estado y, con ellas, nuevas castas de ingenieros de almas han aparecido, en las últimas décadas, en la izquierda global. Lo vimos en América Latina, bajo los regímenes bolivarianos, donde la autonomía del campo intelectual fue objeto de un acotamiento pertinaz que, en algunos casos, como Venezuela, destruyó instituciones académicas y culturales del mayor prestigio como la Universidad Central, la Biblioteca Ayacucho o el Premio Rómulo Gallegos.

Los ingenieros de almas ahora forman un ejército mediático que dinamita la independencia de la cultura. Dado que para ellos la cultura no es otra cosa que la ideología misma, el blanco de su ataque es la jerarquía intelectual que se produce al margen del poder, sea por el mérito, la virtud o el reconocimiento. La ingeniería de almas esgrime su propia jerarquía, su propio canon, que responde a la ideología oficial.

Académicos y artistas, escritores y científicos, que deben su autoridad al criterio de sus comunidades, son siempre un objetivo prioritario de los ingenieros de almas. Como una función central de éstos es fabricar enemigos del pueblo, quienes no deben su legitimidad al Estado, aunque dependan del erario, se vuelven más vulnerables.
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Santiago, barrendero.

Por El estornudo.


Santiago Martínez tiene 83 años. Es el barrendero del parque Lennon, en 17 y 6, Vedado, uno de los parques más emblemáticos. Hemos de suponer que hay momentos del día en que en el parque solo están las estatuas de Lennon y Santiago.


Pero Santiago se mueve constantemente, desde que llega temprano en la mañana. En medio del confinamiento por la pandemia de coronavirus, Santiago sigue haciendo trabajo. Entra en zona de riesgo, pero dice: «Yo no puedo estar en la casa. En la casa me da mucho sueño». Tiene una voz suave y la gente lo celebra porque barre bien.
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viernes, 24 de abril de 2020

Centro Habana: el municipio capitalino de mayor riesgo epidemiológico.

Por CubaNet.

Calle Salud, Centro Habana.

El municipio de mayor riego epidemiológico en la capital cubana es Centro Habana, con una tasa de incidencia de 38,94 casos de coronavirus por 100.000 habitantes, informó este jueves el director provincial de Salud, Carlos Alberto Martínez Blanco, según el periódico Tribuna de La Habana.

Así mismo, reza el texto del diario capitalino, La Habana presenta una tasa de incidencia de 22,81 casos por cada 100.000 habitantes, y siete municipios se encuentran por encima de la media provincial: Plaza de la Revolución, Centro Habana, Regla, La Habana Vieja, La Habana del Este, Cerro y Cotorro.

Al respecto, las autoridades del municipio Regla aprobaron un incremento de las medidas de aislamiento, específicamente en el Consejo Popular Guaicanamar, y está previsto un incremento del distanciamiento social en Centro Habana -dijeron también las autoridades a Tribuna-, sobre todo en los barrios aun sin casos positivos reportados. La calle Monte podría ser cerrada al público, y las ventas en esa área estarían limitadas, fue una de las propuestas en la reunión del Consejo de Defensa de La Habana.

“Al cierre del 22 de abril hubo 17 nuevos casos confirmados de COVID-19 en la capital cubana, y los territorios con mayor reporte en esta jornada fueron: Guanabacoa (6), donde todas sus áreas reportan dos casos cada una; y Centro Habana y La Habana del Este con tres cada uno, definiendo estos municipios el 70.5% de los casos confirmados del día”.

Por su parte, las autoridades cubanas informaron también de 102 trabajadores sanitarios infectados en instituciones de Salud, hasta el momento, cifra que ha aumentado un diez por ciento en apenas dos días.

En el texto de Tribuna de La Habana se informa que el hospital habanero con el mayor riesgo epidemiológico es el Calixto García y los más afectados son el personal de enfermería (45) y médicos (37) de las Unidades de Terapia Intensiva.

El procesamiento de pruebas PCR y test rápidos continúa realizándose en grupos vulnerables y en lugares donde se tienen abierto eventos epidemiológicos. “Al cierre del día 22 de abril, se habían autopesquisado más de 3.000 personas, de las cuales 126 refieren haber tenido contacto con casos positivos, y 668 dicen haber sentido algún tipo de síntoma”, reza el texto.

Entretanto, por orientación del Consejo de Defensa de La Habana quedan prohibidas las colas nocturnas. “El gobierno anunció recientemente medidas contra colas y aglomeraciones pues muchas personas dormían en las calles o frente a los establecimientos para marcar en las colas para el día después, lo cual viola el aislamiento social y provoca la reventa de productos y/o de los tiquets del turno”.
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Purgas económicas y ‘daños colaterales’.

Por Miriam Celaya.

Manuel Marrero y Díaz-Canel en reunión sobre COVID-19.

En el transcurso de las últimas semanas los cubanos hemos estado asistiendo a una inusual ofensiva gubernamental contra los delitos económicos. Con tal arremetida, que se inserta en medio de la “batalla” contra la COVID-19, las autoridades intentan llevar a vías de hecho la promesa de castigar de manera ejemplar a todo el que en este momento aciago pretenda lucrar a costa de las necesidades del pueblo, medrando con los escasos recursos con que cuenta el país.

Esta vez la purificación está siendo tan intensa y la divulgación de los frecuentes operativos sobre hechos de malversación de recursos estatales, robos en almacenes y reventa de alimentos en el mercado negro ha sido tan amplificada a través del monopolio de prensa castrista que algunos medios no oficiales han concluido, quizás de manera muy aventurada, que estamos ante un “alza” de estos delitos.

La realidad, sin embargo, tiende a negar dicho aserto, puesto que los referidos delitos en el ámbito económico nacional son de larga data. Más aún, no solo han estado presentes durante décadas en el día a día del cubano sino que se puede afirmar que han constituido a lo largo de ese de tiempo una fuente proveedora de alimentos más constante, eficiente y competitiva que el propio Estado. La diferencia estriba en que en las actuales circunstancias hay una evidente voluntad política de hacerlos visibles, ya sea como escarmiento, como mensaje intimidante a toda la sociedad acerca de quién tiene el control absoluto o como una anticipada demostración de poder frente a los tiempos peores que se nos avecinan.

Sea como fuere, lo incuestionable es que allí donde existen carencias, racionamiento y escaseces siempre florecen el delito económico y el contrabando, lo cual no disminuye el carácter punible de cualquier infracción de esta naturaleza ni la agravante que implica su comisión en tiempos de pandemia.

Dicho esto, habría que añadir otras aristas del asunto que los medios oficiales prefieren omitir. Una de ellas es el contraste entre la “justicia” que aplica todo el rigor de la ley contra los transgresores solo “a nivel de base” y los privilegiados que gozan de la más rampante impunidad.

Porque resulta que mientras todo un ejército de policías, inspectores y militares reprimen por igual a administradores de establecimientos que comercian con alimentos, carretilleros, transportistas -privados o estatales- y merolicos habituales que merodean en torno a los mercados, el Estado se permite mantener altísimos precios (“no subsidiados”, es la frase oficial) sobre los productos de primera necesidad, incluyendo los ya célebres y magros “módulos” que se han estado distribuyendo por toda las redes de comercio destinadas al uso de la cartilla de racionamiento. Todo esto, pese a los bajos ingresos de la población y a la circunstancia de que la mayoría de los cubanos actualmente están “disponibles” -eufemismo que sustituye a los términos “desempleado” o “en paro”- o perciben solo un 60% de sus ya de por sí insuficientes salarios debido a las medidas de aislamiento social impuestas.

Al parecer, tampoco clasifica como “especulación” la venta de canastas a domicilio desde varios hoteles de la capital cubana realizada durante unos días, con precios de entre 25 y 35 CUC, que solo podrían adquirir sectores algunos sociales, no solo por su elevado costo, sino por la incapacidad de los gestores de mantener esta oferta.

Y estos son solo botones de muestra del altruismo gubernamental cubano en tiempos de pandemia.

Así, en el infinito absurdo del modelo económico-social cubano y su sistema de justicia sobreviven mundos paralelos donde se contraponen, por un lado, las detenciones y arrestos de “sospechosos” de delito económico -tratados en principio como culpables sin que se hayan realizado las investigaciones y juicios correspondientes- y por otro, la distribución de abundantes alimentos a domicilio en vehículos estatales -frecuentemente documentada en las redes sociales- para la clase dirigente y sus acólitos de alto rango. Lo cual explica meridianamente por qué estos privilegiados nunca han sido vistos en las interminables colas para alimentos, detergentes y otros productos imprescindibles.

Otra arista que envuelve en un halo de misterio los afanes justicieros del gobierno es el destino de los productos decomisados en los numerosos operativos policiales. Hasta el momento ningún reportaje de la prensa oficial ha dado seguimiento a las mercancías incautadas hasta las tarimas de venta o hasta los centros de elaboración de alimentos para las familias de más bajos ingresos, conocidas en Cuba bajo el peyorativo rubro de “casos sociales”. Diríase que hay una suerte de Triángulo de las Bermudas entre las neveras clandestinas, los productos del agro no autorizados que se transportan en camiones, bicitaxis o carretillas y las mesas de los cubanos.

Y, por último, queda pendiente la divulgación oficial del tema esencial en toda esta saga: ¿existe algún plan gubernamental para sustituir la invaluable labor de proveedores de las familias cubanas que por tanto tiempo ha recaído sobre los contrabandistas y trapicheros? ¿Tienen noción los mandantes del país de la magnitud de lo que podemos llamar “daños colaterales”? ¿Acaso nos tiene preparado un batallón de “administradores puros” (o “emergentes”) capaces de gestionar almacenes y comercios sin corromperse?

Porque es justo reconocer que esta cruzada por la pureza económica (de los otros) que están librando las autoridades se va a reflejar con todo rigor en las mesas y en los bolsillos de los millones de personas que no gozan del privilegio de la clase en el Poder o que no cuentan con los ingresos derivados de las remesas enviadas desde los emigrados, razón por la cual se ven forzadas a apelar al mercado subterráneo para obtener lo necesario, casi siempre a precios ligeramente inferiores a los del mercado oficial.

Todo lo cual nos coloca ante otras interrogantes imprescindibles. ¿Dónde está el plan maestro que finalmente destrabará la cadena productiva, descentralizará el ineficiente modelo económico y permitirá paliar -al menos- las carencias alimentarias? O para enfocarlo mejor, ¿hay algún plan?

Hasta el momento no hay respuestas, y una vez más queda demostrado que lo único eficaz en el modelo cubano es la multiplicación de la represión. De hecho, en la actualidad podría afirmarse que es la actividad represiva lo que ha aumentado y no precisamente los delitos económicos. Lo paradójico es que ambos -la represión y los mencionados delitos- son partes inherentes del mismo sistema: le son inmanentes. Por tanto, la supuesta lucha entre contrarios no es sino el equilibrio propio de un sistema fallido que cifra su supervivencia en la galopante y permanente corrupción y en las cíclicas razias represivas.

Con la torpeza a que nos tienen tan acostumbrados, las autoridades vuelven a atacar las consecuencias en lugar de eliminar las causas que las originan. Lo cual es perfectamente lógico: ningún sistema podría sobrevivir si suprime los pilares sobre los que se funda. Así vamos.
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Una chivata llamada Ana Lasalle.

Por Luis Cino.


Ana Lasalle tiene una triste particularidad: en Cuba, donde desarrolló la mayor parte de su carrera (más de 30 años), más que como la excelente artista que fue, es recordada -y detestada por muchos- como represora y chivata.

Pudiéramos recordarla por sus convincentes actuaciones en obras teatrales televisadas de García Lorca como Bodas de sangre o La casa de Bernarda Alba, o como la refunfuñona Tecla La Gata, junto a Marta del Río, José Antonio Rivero y su viejo amigo argentino Coqui García en el programa humorístico televisivo Casos y cosas de Casa que, con guión de Enrique Núñez Rodríguez, estuvo en pantalla cada jueves a las 8 y 30 de la noche durante catorce años.

Pero Ana Lasalle es más recordada como la arpía vestida de miliciana que en los años 60, capitaneaba, tijera en mano, a los grupos de choque del Partido Comunista y la UJC que en Coppelia, La Rampa y sus alrededores, perseguían y pelaban, en plena calle, a los melenudos.

No dejó buenos recuerdos entre sus colegas del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT). Cuentan que siempre estaba vigilante de lo que hacían y hablaban, presta a delatarlos. Y lo mismo, como presidenta del Comité de Defensa de la Revolución, era con sus vecinos del Vedado, quienes estaban a merced de sus informes para conseguir trabajo, estudiar en la universidad, o que no los sancionaran por ser  “lacras sociales y desafectos a la revolución.”

Muchos de mi generación que sufrimos sus desmanes nunca hemos podido entender, dejando sus simpatías por el comunismo a un lado, el por qué del frenético encarnizamiento de Ana Lasalle contra los melenudos. ¿Qué motivos tendría la actriz para tomarse tan a pecho, como una cuestión personal, la cruzada contra el diversionismo ideológico y “los enfermitos y elvispreslianos” que decía Fidel Castro?

Ana Lasalle, francesa de nacimiento, se inició en el arte en España como cantante y bailarina. Cuando tuvo que dejar el baile debido a las quemaduras que sufrió en las piernas durante un accidente, se dedicó a la actuación. Tras el triunfo de Franco, en 1939, se fue de España y se radicó en Argentina, donde creó su propia compañía teatral y desarrolló una exitosa carrera en las tablas y el cine durante 17 años.  En 1957 se fue a Cuba.  Aquí triunfó en la TV y vivió hasta su muerte, el 13 de agosto de 1989.

¡Que triste que haya dejado una estela tan negativa a su paso por la que consideraba su patria adoptiva!
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jueves, 23 de abril de 2020

Las incongruencias de Silvio Rodríguez.

Por Jorge Olivera Castillo.


No voy a decir que el famoso cantautor cubano, Silvio Rodríguez, miente al aseverar que su firma en el aquel documento, redactado y publicado en abril de 2003, por algún amanuense en cumplimiento de una orden de la máxima dirección del país, no lo compromete con el fusilamiento de tres jóvenes, tras el intento fallido de secuestrar una lancha en el puerto de La Habana con el objetivo de llegar a Estados Unidos y el encarcelamiento de 75 opositores y miembros de la sociedad civil independiente, condenados a largas penas de cárcel.

Solo voy a remitirme a los hechos para llegar a la conclusión, que sí hubo complicidad en el momento de decidirse a apoyar el tristemente célebre “Mensaje desde La Habana para los amigos que están lejos”, con el que el régimen buscaba el respaldo interno de figuras representativas del ámbito cultural con la finalidad de minimizar el costo político de tales acciones.

Hasta el momento ninguno de los artistas, escritores e intelectuales que firmaron se ha retractado, ni creo que lo hagan. Tanto los que ya han muerto como la mayoría de los que aún viven han preferido el silencio.

Salvo las posturas de los cantautores Silvio Rodríguez y Amaury Pérez que han optado por el malabarismo retórico y una ingenuidad que da grima en sus intervenciones, el resto también se justifica, pero haciendo mutis.

El documento de marras salió a la palestra pública, pocos días después del fusilamiento y la oleada represiva. Había plena conciencia de lo que estaba sucediendo. Nadie, con un mínimo de responsabilidad, estampa su firma sin conocer a fondo las razones ni los efectos resultantes de ese compromiso.

No estamos ante una representación de infantes despistados. Se trata de personas que han demostrado tener cualidades excepcionales en la realización de su trabajo en el arte, la literatura y el pensamiento. Por tanto, no valen las coartadas insulsas para justificar lo injustificable.

Es oportuno recordar que los jóvenes condenados a la pena capital no contaron con un debido proceso. Fueron ejecutados sin la posibilidad de una defensa real y efectiva.

En principio, su acción delictiva no produjo muertes ni heridos. Llevarlos al paredón fue un exceso que pasará a la historia como un crimen de Estado.

En aquellas circunstancias históricas, no existía una declaración de guerra formal por parte del presidente, George W. Bush, que propiciara reacciones de tal naturaleza.

Los apologistas de la invasión con marines, barcos de guerra y aviones de última generación, entre los que se encuentra Silvio, de acuerdo a lo que publicó en su blog, han quedado a la espera de algo que no pasa del alboroto mediático y de ser una mera justificación para reforzar los pilares del control social a través del sometimiento a los dictados del partido único.

La exaltación del enemigo externo ha servido para ocultar las grietas del modelo que supuestamente sería mejor que el capitalismo, además de servir de tapadera en la comisión deliberada de actos que atentan contra la dignidad humana.

Al pasar revista por el largo desempeño de la llamada revolución socialista, hay muy poco, casi nada, que celebrar y mucho que lamentar, en términos materiales y espirituales.

Recuerdo la lectura de la infame declaración, en una celda de aislamiento en la prisión de Guantánamo. Era uno de los del Grupo de los 75, sancionado a 18 años tras las rejas por ejercer el periodismo independiente.

A Silvio no le importó ni le importa la trágica experiencia de un juicio sin garantías procesales ni el traslado a una cárcel ubicada a más de 900 km de La Habana, donde resido. Todo por el hecho de escribir sin pedirle permiso a nadie.

Una postura muy natural en este artista que no vacila en aprobar, en este caso tratando de “hacerse el sueco”, hasta el fusilamiento de tres personas que no merecían ese destino.

Prisiones y campos de trabajo es lo que no falta ni faltará en Cuba. Hay muchísimos más de los necesarios. ¿Se habrá enterado Silvio?
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miércoles, 22 de abril de 2020

Titanic.

Por Juan Orlando Pérez.

Una de las reuniones diarias que realizan los dirigentes cubanos con motivo del coronavirus.

A inicios de febrero, Ricardo Cabrisas, viceprimer ministro de Cuba, se sentó a escribir una carta que había estado posponiendo durante semanas, en espera quizás de un milagro. La carta iba dirigida a Odile Renaud-Basso, director general del Tesoro de Francia y presidente del Club de París. El propósito de la carta era confirmar oficialmente algo que Cabrisas ya le había confesado a Renaud-Basso cuando se encontraron en París el mes anterior, y que el representante de Miguel Díaz-Canel le había dicho también, sin sonrojarse, sin parpadear, al primer ministro francés, Édouard Phillipe, que Cuba no tenía 32 millones de euros para pagar los compromisos de su deuda con seis acreedores, Austria, Bélgica, Reino Unido, Japón, Francia y España, y estaba, a todos los efectos prácticos, en quiebra. Cabrisas, que lleva toda una vida dando la cara a los furiosos acreedores de Cuba, y es un maestro en el arte de hacer falsas promesas en nombre de su país, juró que su gobierno pagaría en mayo. Faltaban en ese momento 35 días para que la pandemia de coronavirus matara la primera persona en Cuba.

El 4 de marzo, cuando el número de muertos por coronavirus en Italia pasó de cien, Granma dedicó gran parte de su primera página al 60 aniversario del ataque terrorista contra el barco La Coubre, y toda su página final a un fragmento del discurso de Fidel Castro en el entierro de las víctimas de aquella atrocidad. Una columna en la primera página reproducía la lista de recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud a los individuos que creyeran tener síntomas de coronavirus, pero no reportaba ninguna de las advertencias y consejos que las autoridades sanitarias internacionales habían ofrecido a los gobiernos. En las páginas internacionales, dedicadas como de costumbre a destacar los problemas, errores y crímenes de los gobiernos y figuras políticas a los que Cuba considera enemigos, no había ni una sola mención del coronavirus. Incluso una nota de Telesur, que a eso ha llegado Granma, sobre el rifirrafe entre Estados Unidos y China por un titular supuestamente racista de The Wall Street Journal, se las ingeniaba para no mencionar la pandemia, o, de hecho, el titular de marras.

La noticia más importante reportada por Granma aquel día ocupaba toda la tercera página: «Tienden a la recuperación los productos de aseo». La ministra de Comercio Interior de Cuba, Betsy Díaz Velázquez, había anunciado que «a partir de mayo y junio la situación del aseo debería ser estable en el país». La ministra reconoció que no era posible distribuir jabón, detergente o pasta dental a través de la libreta de racionamiento, porque el Estado cubano no podía garantizar que cada persona recibiera, por ejemplo, un jabón. «El aseo no puede incluirse en la canasta básica familiar pues pasaría a ser un producto controlado, y por tanto (un) derecho adquirido», dijo. Habiendo admitido que los cubanos no tenían un derecho intrínseco, constitucional, a lavarse las manos o bañarse con jabón, Díaz Velázquez prometió que al menos productos como los jabones Lis y Nácar, y el detergente líquido Limtel, sólo serían vendidos en tiendas del Mincín, no en dólares, la gente podía estar tranquila.

El 11 de marzo, la Organización Mundial de la Salud declaró que el coronavirus se había extendido tanto que ya el mundo se enfrentaba a una pandemia. Esa noche, Rafael Serrano y Yisel Filiú Téllez presentaron el Noticiero Nacional de Televisión con la misma elocuente ecuanimidad con que hubieran leído las noticias de un día normal. El primer titular fue probablemente copiado del noticiero de la misma fecha del año anterior, que a su vez habría sido copiado del noticiero del 11 de marzo de 2018, y así sucesivamente, hacia atrás, con sólo algunas imprescindibles variaciones: «Envían Raúl y Díaz-Canel ofrendas florales por el aniversario 62 de la Fundación del Segundo Frente Oriental Frank País García». El segundo titular fue mínimamente más interesante: «Chequea Presidente de la República programas de gobierno para lograr la soberanía alimentaria del país». El periodista Boris Fuentes reportaba una reunión en la que Díaz-Canel había escuchado la presentación de un plan de la doctora Elizabeth Peña, jefa de algo llamado Grupo Nacional de Agricultura Urbana, Suburbana y Familiar, para dar «acceso a toda la población a una alimentación suficiente, diversa, balanceada, nutritiva, inocua y saludable, reduciendo la dependencia de medios e insumos externos, con respeto a la diversidad cultural, y responsabilidad ambiental». De acuerdo con Fuentes, el representante en Cuba de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, Marcelo Resende, sentado a la derecha de Díaz-Canel en la presidencia de la reunión, había tomado la palabra para recalcar que, de acuerdo con los datos que él tenía, «en Cuba no hay hambrientos, no hay hambruna como tal… los indicadores en Cuba son muy buenos».

Por alguna extraña razón, también estaba en esa reunión Frei Betto, presentado por el periodista Fuentes como «defensor de una cultura nutricional y de una alimentación balanceada» pero que al parecer, sin que nadie lo advirtiera, había sido nombrado ministro de Agricultura de Cuba. El padre Betto advirtió a los presentes que el plan de la doctora Peña no podía ser visto por los cubanos como un plan «solamente de arriba», sino «sobre todo un plan de abajo». «Tenemos que lograr una pedagogía política para que el pueblo cubano no se sienta beneficiado con este plan, sino que se sienta protagonista», dijo. Ese mismo día, quizás en el mismo momento en que la doctora Peña presentaba su plan de alimentación nutritiva, balanceada y respetuosa de la diversidad cultural, una multitud saqueó una tienda de la provincia de Guantánamo a la que había llegado pollo. Decenas de personas se lanzaron contra una única nevera, algunos lograron llevarse dos bolsas, otros, más lentos, sólo una, hasta que un hombre metió el cuerpo entero dentro de la nevera y se llevó la última caja. «Orfilio, esto hay que grabarlo y tirarlo para allá», se oye una voz de mujer en el video. «Mira, cuando tú lo grabes, me lo pasas».

La pandemia de coronavirus, quizás el más importante acontecimiento mundial desde el fin de la Guerra Fría, fue la cuarta noticia de aquella noche, encajada en el segmento internacional, detrás de un reporte sobre un acto dedicado a celebrar el aniversario 60 del Ministerio de Economía. «Son tiempos de cambio», dijo el Ministro de Economía, Alejandro Gil, en aquel acto, de acuerdo con Serrano, «pero hacia más socialismo y más revolución». La edición del Noticiero también incluyó un reporte sobre «audiencias sanitarias» conducidas por la Central de Trabajadores de Cuba en fábricas y talleres para recomendar una serie de medidas para frenar la expansión del virus en la isla, principalmente lavarse las manos con jabón durante al menos 20 segundos. En las imágenes del Noticiero se ve a médicos, funcionarios de la CTC y trabajadores sentados unos al lado de otros, en salones atestados, y ninguno, ni los médicos, con máscara. Sólo nueve días después, el 20 de marzo, Díaz-Canel iría a la Mesa Redonda de la Televisión a conminar a los cubanos a enfrentar la crisis con «serenidad, realismo y objetividad», y recomendar «prácticas de distanciamiento social».

El Presidente de la República anunció en esa comparecencia que a partir del martes 23 sólo los residentes en Cuba podrían entrar al país, la isla no admitiría más turistas ni visitantes. En ese momento quedaban en Cuba todavía 60 mil turistas, muchos de los cuales, o quizás la mayoría, presumiblemente, habían llegado a la isla después de la declaración de la crisis como pandemia por la Organización Mundial de la Salud. El 14 de marzo, tres días después de la declaración de la OMS, la directora de Mercadotecnia del Ministerio de Turismo, Bárbara Cruz, había afirmado que Cuba era un país «seguro» y que los turistas que viajaran a la isla serían «bien recibidos» y podrían acceder a todos los servicios habituales. En el momento en que Cruz ofrecía al mundo el sol, las playas y el «sistema de salud fuerte» de Cuba, ya en la isla había cincuenta turistas ingresados con síntomas similares al coronavirus, entre ellos 23 italianos y seis españoles. Los tres primeros casos confirmados de coronavirus habían sido anunciados por Rafael Serrano casi al final de aquel Noticiero del 11 de marzo, alguien había traído una nota del Ministerio de Salud Pública con el programa ya en el aire. Los tres primeros casos eran turistas italianos, de Lombardía. Habían llegado a La Habana el lunes 9 de marzo, es decir, veinticuatro horas después de que el Primer Ministro italiano, Giuseppe Conte, declarara el confinamiento de la región de Lombardía y otras 16 provincias del norte de su país. En ese momento, las autoridades sanitarias italianas habían descubierto 5800 personas infectadas con el virus, de las cuales 233 habían muerto.

Angela Merkel, la Canciller de Alemania, apareció en la televisión de su país en la noche del 19 de marzo y declaró que el coronavirus era el más grave desafío que había enfrentado su país desde la Segunda Guerra Mundial. Pero las fronteras de Cuba no serían cerradas completamente hasta dos semanas después, el 2 de abril, 48 horas después de que el primer ministro, Manuel Marrero, dijera que los vuelos procedentes del extranjero representaban un «peligro para los cubanos». El cierre de la industria turística cubana, ocho días antes, había sido la decisión más difícil que el gobierno cubano había tomado desde la suspensión de pagos al Club de París. En enero, el Ministerio de Turismo había reportado una reducción de 9.3% en el número de turistas que llegaron a la isla en 2019, en comparación con el año anterior. El principio de 2020 fue aún peor, con una caída en enero del 20% en el número de turistas en comparación con enero del 2019. Menos de 20 mil turistas norteamericanos llegaron a la isla ese mes, casi 70% menos que en enero de 2019, como resultado, al menos en parte, de las acciones de la Administración Trump contra la industria turística cubana, incluyendo la reducción de los vuelos entre ambos países y la prohibición a los cruceros para atracar en puertos de la isla.

El colapso de la compañía de viajes Thomas Cook en septiembre había provocado ya la reducción a la mitad del número de turistas británicos que llegaron a Cuba en la temporada alta. Pero otros mercados europeos del turismo cubano también se habían desplomado en enero, antes de que se reportaran las primeras víctimas del coronavirus fuera de Asia, 6.1% España, 20.5% Italia, 24.5% Francia y 29.7% Alemania. Grupos de oposición como las Damas de Blanco y la Unión Patriótica de Cuba, y miles de ordinarios cubanos reclamaron en las redes sociales el cierre de las fronteras del país, pero el gobierno se resistió a hacerlo hasta que el confinamiento de gran parte del mundo hizo inevitable que Cuba se encerrara también. Bolivia había cerrado sus fronteras el 17 de marzo. Chile y Colombia, el 16. Ecuador, el 14. Incluso Venezuela había prohibido todos los vuelos desde Europa el 12 de marzo, un día antes de que se confirmaran los dos primeros casos oficiales de coronavirus en ese país.

A la vez que el gobierno cubano se preparaba para cerrar la industria turística, aparecía, en medio de la catástrofe mundial, una única oportunidad para la economía de la isla. El domingo 22 llegaba a Milán una brigada de 53 médicos y enfermeros cubanos, que serían destinados a Bérgamo, el epicentro de la pandemia en Italia. A su llegada al aeropuerto de Malpensa, fueron recibidos con aplausos, una escena que los medios de comunicación de la isla se aseguraron de que fuera vista por todos los cubanos. Una semana después, partía hacia Andorra otro grupo de 11 médicos y 27 enfermeros. Algunos de estos últimos tendrían que ser reubicados más tarde en tareas de menos urgencia, después de que las autoridades médicas de aquel país decidieran que su formación profesional era inadecuada. En el espacio de tres semanas, el gobierno cubano despacharía brigadas médicas de distinto tamaño y composición a unos veinte países, desde Honduras hasta Catar. El 13 de abril llegaría otra brigada de médicos y enfermeros cubanos a Italia, destinados esta vez a Turín. El gobierno de Cuba no ha confirmado lo que cobra por esos servicios, pero el dinero que pagan otros países por los servicios de los médicos cubanos es, tras el cierre del turismo, una de las últimas fuentes de ingreso de moneda libremente convertible que tiene todavía la isla, junto con lo que todavía puedan mandar a sus familias los cubanos residentes en el extranjero. Interrogado por el Diari de Andorra, el doctor René Díaz dijo que no sabía cuánto le pagarían. «Nuestro salario lo recibe de manera íntegra nuestra familia en Cuba. Y aquí recibiré lo que me den, pero no le puedo decir nada porque apenas hace unos días que he empezado a trabajar y todavía no me han pagado».

En la isla, mientras tanto, el número de casos confirmados de coronavirus, y de muertos, ha ido creciendo inexorablemente. El gobierno cubano ha dado abundante información, bordeando en indiscreción y violación de la privacidad, sobre cada uno de los casos reportados, pero se ha abstenido de revelar los recursos con los que contaría para atender simultáneamente a cientos o miles de enfermos en estado crítico. El 9 de marzo, el ministro de Salud Pública, Jorge Ángel Portal Miranda, dijo en la Mesa Redonda que en la «primera etapa» del plan de enfrentamiento a la pandemia, el país dispondría de 3 100 camas, y más de cien de terapia intensiva. Tres semanas más tarde, en la conferencia de prensa del 30 de marzo, Portal Miranda dijo que en fases sucesivas de la crisis Cuba podría llegar a disponer de 700 camas de terapia intensiva. Si esas cifras son reales, al inicio de la crisis, Cuba tenía 0.9 camas de terapia intensiva por cada cien mil habitantes, menos de la mitad que la India, pero se proponía llegar en unas pocas semanas, si la forzaran las circunstancias, a tener casi tantas como Gran Bretaña, 6.3. Los sistemas sanitarios de España, donde había 9.7 camas de terapia intensiva por cada cien mil habitantes al inicio de la pandemia, y de Italia, donde había 12.5, estuvieron muy cerca de colapsar en los días más oscuros de finales de marzo y principios de abril.

El ministro Portal Miranda no ha confirmado cuántos ventiladores Cuba tiene para mantener vivas a las personas que no puedan respirar por sí mismas, ni se ha referido a planes para adquirir más en el mercado mundial, lo cual sería casi imposible para un país que no tiene un centavo, cuando el precio de un ventilador se ha disparado de 25 mil dólares a 45 mil. CiberCuba logró calcular, usando distintas fuentes, que la isla tendría alrededor de dos mil ventiladores, y que los contratos con otros países para el envío de médicos cubanos disponían que una parte del pago de esos servicios fuera hecho con equipos y material sanitario. A todas luces, las autoridades cubanas saben que el número de ventiladores disponibles podría ser dramáticamente insuficiente, por lo que han encomendado al comandante Ramiro Valdés, un anciano de 87 años con amplia experiencia en la persecución y encarcelamiento de disidentes y ninguna en la industria de productos médicos, que se ponga al frente de un equipo de ingenieros de la CUJAE para diseñar un ventilador cubano. No era necesario que Valdés interrumpiera su cuarentena y se pusiera él mismo en peligro de contraer el virus. Estudiantes del Massachussets Institute of Technology publicaron el diseño de un ventilador que puede ser construido con partes que cuestan, en total, no más de cien dólares. Cualquiera puede copiar ese diseño libremente, está disponible con un clic en Internet.

Puesto que no puede proporcionar mascarillas sanitarias a la gente, el gobierno cubano ha recomendado que cada cual se haga las suyas con materiales caseros. Granma, diligentemente, ha publicado instrucciones para lavar y reusar esas máscaras de tela. «Póngalo a remojar en agua jabonosa durante 15 minutos… restriegue con energía… enjuague con abundante agua corriente… proceder al lavado de manos con agua y jabón… póngalo a secar al sol y al aire». El Centro Europeo para el Control y la Prevención de Enfermedades considera que las máscaras de tela pueden ser contraproducentes, debido a que el virus las puede penetrar con relativa facilidad, y que sólo deben ser usadas como último recurso por personas enfermas y personal médico a falta de máscaras reales. Un estudio conducido en Vietnam en 2015 y publicado en el British Medical Journal, concluyó que un virus tiene entre 40 y 90 por ciento de probabilidades de penetrar y permanecer en una máscara de tela. Mientras las autoridades sanitarias mundiales discuten la necesidad y conveniencia de las máscaras sanitarias, en Cuba continúan los cortes al suministro de agua, producto doble de la sequía y del catastrófico estado de los acueductos. El 10 de marzo, un día antes de la primera muerte por coronavirus en Cuba, Aguas de La Habana anunció que algunas de los barrios más populosos de la ciudad, incluyendo La Víbora, Luyanó y el Cerro, recibirían agua sólo cada tres días. «Trabajan por aliviar compleja situación con el abasto de agua a la capital», reportaba Tribuna de La Habana el 13 de marzo. «Afectado el servicio de bombeo de agua en algunas zonas de la ciudad», decía el mismo periódico el 2 de abril. «Anuncian afectaciones en suministro de agua en el centro-oeste de la ciudad», el día 13. Y el día 19: «Llaman a incrementar el ahorro de electricidad y agua en La Habana».

El 20 de marzo, 14 personas asistieron a una comida en una casa de Florencia, Ciego de Ávila. Entre los presentes había una muchacha de 18 años, ya infectada con el virus. Se lo había pasado un hombre cubano residente en Estados Unidos que había llegado a la isla «en la segunda quincena de marzo». La muchacha, inocentemente, pasó el virus a otras cinco personas, y luego a seis más, en su pueblo de Limpios Grandes. Miguel Díaz-Canel, al reportar el incidente, se mostró fieramente indignado. «Todavía tenemos que criticar a aquellos que siguen renuentes a acatar la disciplina imprescindible para mantener la curva de la enfermedad lo más plana posible», bufó. Sin embargo, el periódico Invasor, en un rarísimo momento de honestidad, se permitió corregir al Presidente de la República, y notó que la reunión familiar de Florencia se había celebrado horas antes de que Díaz-Canel finalmente apareciera en televisión para advertir de la gravedad de la situación sanitaria en Cuba y recomendar el distanciamiento entre las personas. «El día de la ‘fiesta’», notó la periodista Saily Sosa, «lamentablemente en Ciego de Ávila no se tenía la percepción de riesgo que hoy nos obliga a usar nasobucos, oler a cloro, estar alertas y pedir radicalidad en las medidas». El 20 de marzo fue el día que España pasó de 20 mil casos confirmados de coronavirus, y mil muertos. Estados Unidos tenía más de 17 mil casos y 230 muertos.

El 14 de marzo, la soprano cubana Diana Rosa Cárdenas salió al balcón de su casa en Mantua, en la Lombardía devastada por el virus, y cantó para sus vecinos la «Salida de Cecilia Valdés». «Llevo en mi alma cubana la alegría de vivir… Soy cascabel, son campana… Yo no sé lo que es sufrir…»  Sus vecinos la aplaudieron, merecidamente, como si hubiera triunfado en La Scala. Un mes después, el 14 de abril, CiberCuba mostró el video de una fiesta familiar en Santiago de Cuba, en el que se ve a un grupo de diez personas bailando, bebiendo cerveza y conversando. Todos tenían máscaras de tela, aunque varios se la habían bajado para hablar o beber. «Quieren morirse rumbiando (sic)», comentó alguien en Facebook, un raro comentario benévolo entre centenares de invectivas y acusaciones. El pasado fin de semana, Cuba reportó que había pasado los mil casos confirmados de coronavirus.
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Gratis, palabra prohibida en la Cuba de hoy.

Por Ernesto Pérez Chang.



El 11 de marzo se reportaron los primeros casos de COVID-19 en Cuba. Fueron unos italianos quienes abrieron el episodio cubano de la actual pandemia, no obstante las agencias estatales de turismo continuaron promoviendo el destino Cuba de manera irresponsable hasta casi finales de ese mes cuando se hizo evidente que serían mayores las pérdidas económicas y las consecuencias políticas si los contagios aumentaban.

Un sistema de salud deteriorado, los comercios desabastecidos y un alto por ciento de la población viviendo en la pobreza poco importaron en los planes del Ministerio del Turismo de sacar provecho al desastre mundial cuando la reacción de algunos ingenuos en Europa fue aventurarse a escapar del epicentro de la enfermedad y vacacionar en destinos de sol y playa, al creer en el mito de que las altas temperaturas del trópico serían una barrera para el nuevo coronavirus.

El régimen comunista, que se jacta ante la comunidad internacional de exportar salud y cuidar de la humanidad en materia de sanidad, desatendió los reclamos de cierre de fronteras solo por “raspar” hasta el último centavo a los extranjeros, y viendo que el negocio del turismo no le ha cuadrado como imaginó, ensaya algunos paliativos para al menos obtener “del lobo un pelo”.

¿De qué otro modo entender que, mientras en algunos restaurantes privados se ofrece comida gratis para personas pobres o con dificultades para salir de sus casas a buscar alimentos, empresas estatales como Cubanacán, Palco, Palmares e incluso negocios extranjeros como Meliá e Iberostar no hayan tenido tales iniciativas e incluso con gran insistencia promocionen desde sus páginas en internet, y hasta en reportajes en la televisión dirigida por el Partido Comunista, servicios de “comida para llevar” a precios altísimos, sin tener en cuenta los bajos salarios que perciben los trabajadores cubanos?

¿Cómo es posible que siendo la llamada “empresa estatal socialista” ese modelo de “justicia social” que el gobierno cubano insiste en rescatar y dar prioridad no sea capaz de renunciar a la mentalidad expoliadora de mercado y que sea el sector privado, acorralado por el régimen e impedido de prosperar y competir de igual a igual en la economía nacional, quien ofrezca lecciones de solidaridad y humanismo?

¿Quién ha sido más despiadado con sus ciudadanos? ¿Ese “enemigo” capitalista que lleva alimentos gratis hasta las puertas de las casas de los ancianos y envía cheques a quienes no ganan lo suficiente para enfrentar una cuarentena o este socialismo que dice no dejar desamparados a los más pobres, es decir, a cerca del ochenta por ciento de los cubanos, pero se resiste ante la idea de gratuidades en medio de una situación de emergencia que las requiere?

“Se acabaron las gratuidades”, fue el lema que acuñó Raúl Castro hace ya algunos años cuando se les metió en la cabeza a los militares convertirse en empresarios, y todo indica que los dirigentes comunistas se lo han tomado bien a pecho. Incluso con aquello de “cambiar mentalidades” -que no es más que un disparo de arrancada de un sálvese el que pueda-, muchos se han resguardado convenientemente bajo una burbuja de irrealidad donde la carestía y la miseria parecieran mitos urbanos.

Solo bajo la idea de un país imaginario donde todo marcha bien es que una empresa estatal como Caracol S.A., en la sucursal de Santiago de Cuba, puede publicar en su página web un anuncio donde hace un llamado a “evitar las compras de pánico” o “acaparamiento” e invita a “solo adquirir lo necesario”, como si los cubanos y cubanas contaran con establecimientos repletos de productos y como si el pánico fuera un asunto “coyuntural” y no un sentimiento constante, tan perpetuo y torturador como la incertidumbre, la desesperanza y el agotamiento físico y mental, lo que en buen criollo la gente conoce como “el obstine”, la “obstinadera”.
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martes, 21 de abril de 2020

La libertad no es superflua, y el socialismo …

Por Tania Díaz Castro.



Tras la reciente publicación en CubaNet de una crónica donde se explica breve pero claramente los crímenes del comunismo en 34 países del mundo, aparece el periódico Granma con una andanada de artículos que defienden a rajatabla el socialismo, cuya etapa superior es una quimera de los trasnochados y viejos miembros de los partidos defensores de esas anacrónicas dictaduras (por suerte unas pocas, como China, Corea del Norte, Laos, Cuba y además Venezuela y Nicaragua).

El resto, más de 200 países, prefiere los regímenes libres, sin tufo a comunismo de ningún tipo.

Pero aun así, el periódico Granma, fiel a su dueño único, el primer secretario del Comité Central del Partido, general de ejército Raúl Castro Ruz -para ser breve: el dictador sucesor cubano-, apeló a varios escritores con el fin de convencer, no sé a quién, de las bondades del socialismo en general y sobre todo al cubano, luego de más de 60 años en el poder a punta de escopeta.

Y dicen que “Solo el socialismo salva”, que el problema es el capitalismo, porque “suministra lo superfluo” y “el socialismo da lo necesario”, y apelan al desmerengado Foro de Sao Paulo para que defienda a Cuba y a sus dos socios en desgracia: Venezuela y Nicaragua.

Pero a mí lo que más me llama la atención es lo que dicen los viejos comunistas italianos: que el capitalismo suministra lo superfluo y el socialismo lo necesario.

¿No saben que a los más altos líderes comunistas les apasiona lo superfluo, que se hacen ricos al poco tiempo de llegar al poder y viven como millonarios? ¿No conocen la fortuna de Fidel Castro y de su parentela? ¿No saben dónde reside Raúl, el hermano, en una gigantesca y sofisticada parcela, hoy amurallada para que los ojos del pueblo no lleguen a su privacidad? ¿Saben de qué se trata Punto Cero y La Rinconada, una zona que perteneciera a la alta burguesía allá por los años 50 del siglo pasado?

Además, ¿llaman superficiales a esos millones de cubanos que se fueron de la Isla en busca de libertad, puesto que, también la libertad es algo superfluo?

Pero esos que se fueron de Cuba y que regresan solo durante unos pocos días traen dólares: los dólares que necesita el socialismo porque es incapaz de producirlos y que acepta muy contento al dar la bienvenida a los “apátridas, los mercenarios, los gusanos”, como los llamó cientos de veces Fidel Castro.

¿Estos viejos comunistas no saben que si Cuba es una Isla estrangulada, no se debe a ningún “bloqueo”, sino a los hermanos Castro, que acabaron con la economía cubana en los primeros años de su dictadura y nunca más pudieron levantarla porque la destruyeron totalmente?

El pueblo cubano, en su gran mayoría, está enfermo. Padece de un sopor indescriptible que no le permite actuar, ni pensar; tal vez por pesimismo, falta de costumbre o el peor de los casos, por un prolongado estado represivo. Quiere pedir auxilio y no puede.

El pueblo cubano, en su gran mayoría, está enfermo, grave. Esperemos pues a que se cure, se despierte, se ponga de pie y actúe.
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El Mariel, la historia no contada.

Por Rolando Morelli.

Cubanos llegan a Estados Unidos en el éxodo del Mariel.

Entre las innumerables conmemoraciones y eventos, bien descarrilados o forzados a la posposición por causa de la pandemia del virus de Wuhan, cuyos estragos enfrentamos, ha debido aplazarse la celebración de numerosos programas relacionados con la conmemoración del cuarenta aniversario del “fenómeno” Mariel.

Entre las actividades previstas podríamos citar el lanzamiento del Dossier Carlos Victoria, a cargo de las Ediciones La gota de agua, que será presentado en fecha aún no determinada durante “Los viernes de tertulia” que conduce el escritor, poeta y periodista Luis de la Paz en la sede del ballet de Miami; la puesta en escena de la obra “¡Sin quejas ni lamentaciones!” de Rolando Morelli, autor de estas líneas, en el “American Museum of the Cuban Diaspora”, también en Miami, y varias lecturas de poemas y relatos en el mismo escenario miamense.

Es natural que todas estas celebraciones coincidan en un mismo ámbito, puesto que en él residen el mayor número de cubanos del exilio, entre ellos, muchos de los llamados “marielitos” de ayer. Por iguales o parecidas causas, me parece, cuando se habla de los sucesos del Mariel en su origen, las referencias a lo ocurrido se constriñen a la capital de Cuba, donde concurren como en un embudo todos los puntos de la geografía nacional. Afirmar esto es reconocer un hecho no demasiado nuevo, pero “ignorado” en su significación.

Ya en mi temprana juventud decíamos sin reparar mientes en la implicación del fenómeno: “todo lo que no es La Habana es césped” a lo que algunos agregaban “sin recortar”. Posiblemente hubiera otras variantes de esta declaración. En fin, que nuestra capital terminaría por “no aguantar más” y reventar por las costuras. En realidad, mucho antes de que Juan Formell se hiciera eco del fenómeno, ya la ciudad de La Habana había llegado a un tope de superpoblación en el que mucha gente no tenía donde vivir, y se las arreglaba peor que otros a quienes la categoría de estar mal les quedaba corta. Los orientales no eran todavía “los palestinos” que llegarían a ser menos de  una década después, pero eran ya los pre-apestados “invasores” que “se querían coger la Habana para ellos solos”, expresión ésta que circulaba entonces, como se afianzó decir después y ha sido moneda de cambio de las autoridades para justificar el decreto por el cual a los no nacidos en La Habana, salvo excepciones conocidas y otras toleradas por los mismos, no se les permite residir en la capital.

Observo que, en mi condición de “provinciano”, nunca conseguí establecerme en La Habana por más gestiones que hice, y debí conformarme con verdaderas escapadas de fines de semana y durante períodos vacacionales en los que, generalmente, me hospedaba con parientes, amigos cercanos nacidos y residentes en la capital, o en hoteluchos de mala muerte, como el desaparecido San Carlos, que no estaban en capacidad de alojar viajeros internacionales. Aun así, era preciso disponer de alguna “justificación” que se estimara legítima para ocupar una habitación de esta categoría ínfima, y las visitas a las casas de parientes o amigos, eran fiscalizadas abierta o encubiertamente por los Comités de Defensa de la Revolución”.

¿Quiénes éramos? ¿Qué buscábamos o hacíamos en la capital? ¿Qué relación nos unía a nuestros anfitriones? Las interrogantes lo mismo se dirigían a quienes nos alojaban como a nosotros mismos. Vivíamos la asfixia, pero creíamos respirar. Algunos de estos procedimientos se nos antojaban incluso algo “normal”. ¡La Habana era después de todo La Habana! El interior del país era aún peor. La camisa de fuerza menos disimulada. Sí, Cuba era dos repúblicas o muchas a la vez. Y no es lo mismo la capital que el interior. En esencia esto no ha cambiado.

Es mucho más fácil represaliar y oprimir con absoluta impunidad a la población que no cuenta con la atención de posibles ojos y oídos de cuerpos diplomáticos e incluso de algún visitante extranjero. La capital es la cabeza del país (algo más parecido a una cabeza olmeca que a una cabeza de tamaño natural) sostenida sobre un cuerpecito de alfeñique al que se le propinan toda suerte de palizas. Un cuerpo lleno de mataduras, al que se azota para que no se eche al suelo.

Muchos de quienes salieron por el Mariel, procedían del interior del país, bien porque se hubiesen asentado antes del Decreto-Ley que vino después, bien porque se arriesgaron a hacer antes que la del Mariel-Cayo Hueso, la travesía terrible que en muchos casos fue llegar de sus respectivas provincias a La Habana. Poco se ha hablado, creo, de esos desplazamientos y de la suerte corrida en muchos casos por quienes se jugaron todo al albur de la suerte para llegar, antes a La Habana, y después, al exilio.

Durante una visita que hice a mis padres, dieciséis años después de haber salido (cuando me lo permitió el estado cubano apremiado por la necesidad de divisas) se me acercó una señora a quien conocía, a preguntarme ansiosamente por el destino de su hijo -dando por sentado que yo podría saberlo- que había sido detenido en mayo de 1980 antes de llegar a La Habana por las autoridades castristas, devuelto a su residencia donde lo esperaban ya hordas de supuestos vecinos y otros indignados pobladores para propinarle un acto de repudio, el cual había desaparecido finalmente sin dejar rastro, luego de un segundo intento de “deserción” de su parte. El “delito” cometido por esta persona, que había merecido el primer acto de repudio sufrido por él y su familia, se resumía en haberse “marchado subrepticiamente” en dirección a la capital para escapar de Cuba, cuando ninguno lo esperaría de él “un muerto de hambre” según decían, que “debería estarle agradecido a la Revolución y a Fidel por haberlo hecho persona”. Luego del primer “acto de repudio”, (siempre orquestados por el estado cubano) otros le sucedieron contra la residencia del individuo que vivía con su familia, de manera que una madrugada éste se arriesgó a salir a escondidas e intentar nuevamente llegar a La Habana, donde con mejor suerte se presentaría en uno de los lugares conocidos de “recogida de la escoria”. Lo que ocurrió durante este segundo intento, nadie lo sabe, o tal vez lo sepan algunos que no lo han declarado nunca a la señora, que vivía aún hace unos años, y aún procuraba saberlo.

Esta anécdota es sólo una muestra de lo que ocurría al interior de Cuba por esos días del año 1980.

Algún que otro recuento del Mariel corresponde a personas al interior de Cuba, como el que procede de Guillermo Hernández, en su libro Memorias de un joven que nació en enero (Editorial Persona, ed. Yara González Montes y Matías Montes Huidobro, 1991). Guillermo era natural de Santa Clara. Entre los años 1975 y 1979 cursó estudios en la “Escuela de Letras” de la Universidad de La Habana, y al tiempo que enseñaba literatura en una escuela secundaria de la propia ciudad, matriculó la carrera de derecho. Algo en él se iba manifestando cada vez más pronunciada y abiertamente contra la opresión reinante, realización ésta que lo que lo había llevado en primer lugar a matricular derecho, en un acto “de ingenuidad jurídica”, según afirmación que le oí alguna vez.

Según su testimonio gráfico no logró concluir la carrera de abogado que se había propuesto terminar, pues fue expulsado de la Universidad de La Habana, la noche del 24 de febrero de 1980 en medio de una reunión convocada aparentemente con otro propósito, en realidad con la intención de expulsarlos a él y a un número de otros estudiantes integrados a las “Facultades de Letras y Leyes” respectivamente, acusados del crimen de “diversionismo ideológico”.

En testimonio personal a este autor, Guillermo resaltaba la nocturnidad y alevosía de la encerrona. Expulsados él y sus compañeros de infortunio ante una asamblea vociferante y amenazadora, les fue informado que las autoridades “competentes” ya habían sido notificadas de la separación académica, a fin de que se tomaran otras medidas pertinentes.

Por la misma causa, Guillermo quedó cesante en su empleo como profesor de enseñanza secundaria. Sin otras avenidas por delante de él, regresó a la casa de sus padres en Villa Clara, donde estos lo aguardaban ansiosamente. Temeroso de que le fuera aplicada de un momento a otro la imprevisible “Ley contra la peligrosidad” (suerte de espada de Damocles pendiente sobre la cabeza de cualquiera), o la llamada “ley contra la vagancia” por hallarse desempleado, se mantuvo en su casa, vigilado de cerca por la Seguridad del Estado e incapacitado para continuar una vida más o menos normal. Naturalmente, cuando en los primeros días de abril de ese mismo año llegaron hasta él, en un oscuro rincón de provincias, las noticias de lo ocurrido en la Embajada del Perú y el consiguiente éxodo del Mariel, contempló de inmediato y manifestó eventualmente su intención de acogerse a esa válvula liberadora.

El procedimiento para acceder a esta espita milagrosa, sin embargo, no era simple cuestión de trámite. Después de informar, según se requería, al Comité de Defensa de la Revolución de su intención de sumarse al éxodo, aguardó a que le fuera autorizado emprender la tramitación correspondiente. A la espera de una respuesta se hallaba al interior de su casa, cuando la noche del nueve de mayo se presentó una turba de individuos armados con varillas de acero (cabillas), machetes y toda clase de instrumentos persuasivos, queriendo derribar puertas y ventanas del inmueble. Caídos en la cuenta de lo que aquello significaba, los ocupantes se precipitaron a reforzar desde dentro las posibles entradas, con tablas, muebles y cuanto obstáculo fuera concebible anteponerles. Guillermo contó alguna vez, con extremo de detalles, lo que sufrieron él y sus padres y hermano durante el tiempo que se prolongó el encierro ante la indiferencia de la policía local, a la que acudieron en algún momento propicio, en busca de protección. “Ellos nada podían hacer ni querían hacer para protegerlos de nada”, fue la respuesta. “La indignación del pueblo revolucionario contra los traidores y apátridas como ellos” no iba a ser contenida por las fuerzas del orden revolucionario.

El testimonio de lo sucedido con posterioridad, en el que no abundaré aquí, da cuenta de una paliza sufrida por el propio Guillermo, su padre y su hermano, forzados a procurar “una baja de empleo” como prerrequisito para emprender el trámite formal de salida del país, y la retención posterior de tres largos años sufrida por ambos padres con posterioridad a la salida del propio Guillermo y su hermano por el puerto del Mariel.

En un par de ocasiones intercambiamos notas Guillermo y yo sobre nuestros respectivos avatares que nos condujeron de las provincias respectivas en las que por entonces residíamos, a la capital, y de allí a Cayo Hueso. No me extenderé aquí en el relato de mis propias experiencias, sin embargo, mencionaré de pasada otro testimonio “de provincias” que recoge, con el trazo escueto característico de su escritura, la ferocidad de los “actos de repudio” durante los días “del Mariel”. Se trata del testimonio que corresponde a mi coterráneo y colega, el escritor Carlos Victoria, por entonces residente en la ciudad de Camagüey, que se recoge en el número conmemorativo del éxodo, de que hablé al comienzo. He aquí un brevísimo resumen de ese testimonio:

“(…) Ver a Cuba metida en esa fiebre donde se desataron los instintos más bajos (…); ver por primera vez la posibilidad real de una fuga, de iniciar una vida que se pareciera a lo que yo vagamente entendía que debía serlo, me despertó un instinto que tenía por muerto. El instinto del cambio. Tal vez el más riesgoso y el más preciado de todos los instintos. (…) Hoy recuerdo solamente detalles de aquellos días enloquecidos. Hay cosas que uno olvida, también por instinto. Y han transcurrido (muchos) años.

Recuerdo, como en una neblina, los actos de repudio, con sus golpizas y sus escupitajos (mi madre recibió uno en la mejilla), sus huevos y sus piedras lanzados con furor. (…) La violencia mezclada con la farsa.”

El verdadero perfil de esos días de abril a junio de 1980, no se concibe de manera integral si no se incorporan al registro existente incontables testimonios que corresponden a lo ocurrido en ciudades capitales de provincia y ciudades, pueblos y villorios del interior del país, esa Cuba profunda que si desemboca en nuestra capital es sólo por un cuentagotas cuyo contenido se vierte en la boca de un embudo. Si nuestra querida Habana es un horror sin cuento, el interior de Cuba ha sido desde hace mucho tiempo “el horror mismo” de un sistema que busca lavarse el rostro de cara a la galería internacional, siempre “sin salir del asfalto”.
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lunes, 20 de abril de 2020

El castrismo pronostica una vez más el fin de capitalismo.

Por Orlando Freire Santana.

Abel Prieto.

Cuando todo indica que los tanques pensantes del castrismo debían de concentrar sus esfuerzos en prever una salida a la sombría etapa -una especie de período especial como la que afrontó la isla en los años noventa del pasado siglo- que atravesaremos los cubanos una vez que la pandemia del coronavirus sea un recuerdo del pasado, el señor Abel Prieto se da el lujo de pronosticar qué sucederá en lo que él y sus compinches de la extrema izquierda denominan “el capitalismo neoliberal”.

En un artículo aparecido en el periódico Granma, el ahora presidente de la Casa de las Américas expone que “Hoy la naturaleza inhumana del capitalismo y su versión más obscena, el neoliberalismo, ha sido desnudada por el coronavirus. Su rostro satánico quedó expuesto, sin máscaras ni afeites. Se han abierto grietas muy hondas en el espejismo fabricado por la maquinaria de dominación informativa y cultural”.

Evidentemente, estas palabras contienen una crítica a la manera en que las naciones occidentales han manejado la epidemia. Pero ni una sola palabra a la responsabilidad que recae sobre los camaradas chinos en lo concerniente al surgimiento del coronavirus. Claro, este intelectual orgánico del sistema practica al pie de la letra la manera de actuar fijada por los fundadores de la maquinaria de poder castrista: los trapitos sucios de los amigos no se sacan a la luz pública.

Y al referirse específicamente a los tiempos que vendrán, el ex ministro de Cultura se pregunta: ¿Qué pasará después de la epidemia? Para dar respuesta a la interrogante no encontró mejor criterio que el de Atilio Borón, otro representante  de la izquierda más radical en nuestro continente.

El señor Borón imagina “un mundo pospandémico con mucho más Estado y mucho menos mercado, masas populares más conscientes y politizadas, y propensas a buscar soluciones solidarias, colectivas, inclusive socialistas”. Y concluye el pensador argentino aseverando que “El escenario posterior a la pandemia representa un tremendo desafío para todas las fuerzas anticapitalistas del planeta, y una oportunidad única, inesperada, que sería imperdonable desaprovechar”.

Todo muy claro.  Para el ideólogo rioplatense la pandemia del coronavirus oficia como una especie de Cisne Negro -episodio que los especialistas contemplan como inesperado- que pudiera contribuir al fin del capitalismo.

Ya él y su pandilla no saben qué van a inventar para explicar los tantos fracasos de los procesos sociales que han pretendido dar el jaque mate a lo que llaman despectivamente “capitalismo”, y en consecuencia se ilusionan con cada nueva ocasión que creen atisbar.

Primero fue el bochornoso fin del “socialismo real” en la Unión Soviética y sus aliados de Europa oriental.  Después la paralización y el desprestigio en que se han sumido los regímenes que con bombo y platillo proclamaban construir el “socialismo del siglo XXI”.

Es que no acaban de comprender que eso que ellos llaman “capitalismo” seguirá soportando el paso del tiempo porque se basa en la aspiración de las personas a la libertad, el bien más preciado de los seres humanos. En cambio, los socialismos de estado que ellos propugnan, mientras no se pruebe lo contrario, solo derivan en la conculcación de las libertades.

Bueno, no debemos concluir sin mencionar que los gobernantes cubanos sí vienen aplicando ya las predicciones de Atilio Borón, en el sentido de que haya mucho más Estado, y mucho menos mercado.

En ese contexto se inscriben las arremetidas -que incluyen cierres y decomiso de productos- que llevan a cabo contra varios mercados agropecuarios, a los que acusan de violar los precios topados, o comercializar sin autorización En lugar de buscar variantes para que haya más disponibilidad de productos para la población, los gobernantes acuden al viejo arsenal de las prohibiciones.
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