Por Iván García.
Hacer cola en Cuba es una especie de catarsis. Las personas charlan durante horas de su familia, de política o problemas conyugales. Mientras en una parroquia un cura espera en silencio la confesión de nuestros pecados, en una cola el interlocutor es cualquier persona. Ni siquiera hace falta conocerse.
A veces las colas duran un par de horas. Otras se extienden por una semana. O quince días. Leticia, ama de casa, recuerda que a finales de la década de 1980, estuvo diez días en una cola para comprar alimentos y confituras en la antigua tienda Sears, a un costado del Parque de la Fraternidad, en el corazón de La Habana.
Antonio, un anciano cascarrabias, padre de cinco hijos y abuelo de ocho nietos, asegura que aprendió a jugar ajedrez en una cola de seis noches, esperando que abastecieran de carne de cerdo para celebrar el año nuevo.
Para Teresa, enfermera jubilada, las colas le traen buenos recuerdos. En los años 70 en una cola en la carnicería de su barrio donde iban a vender hígado de res, conoció a su actual esposo y padre de sus dos hijos.
Es difícil que un cubano nunca haya hecho una cola. Por cualquier cosa: un trámite burocrático, comprar papas o una camisa de cuadros Made in China. Entre un calor húmedo y pegajoso, a pesar de ser las cuatro de la madrugada, y un enjambre de mosquitos que la gente intenta espantarlos a manotazos, Rubén, amante de la pesca costera, afirma que en una “cola hay que tener la paciencia de un buen pescador y la voluntad de un maratonista olímpico”.
“A veces picas y consigues lo que buscas. O te pones fatal y haces la cola por gusto. No siempre las colas son directas. Hay casos que primero se hace una cola para que te den un turno. Entonces con ese turno es que aseguras un puesto en la siguiente cola, porque últimamente llegan pocos productos a los mercados. Hace dos semanas hice una cola de tres horas para coger un turno que me permitiera comprar un paquete de galletas. El turno era paga comprar al día siguiente. Pero solo vendieron hasta el número 50 y yo tenía el 93. Dos semanas después vendieron de nuevo galletas y fue cuando pude comprarlas”, cuenta Rubén.
Hace tres días, en una cola para comprar módulos de viandas en el mercado agropecuario del Mónaco, en La Víbora, Anselmo, ex tabaquero jubildo, junto a varios conocidos del barrio, repasaban la historia de las colas y las crisis económicas en Cuba. “Que yo recuerde, y tengo ochenta y dos años, después de triunfar la revolución, hasta octubre de 1960, todavía en tu casa podías tomarte una malta con leche condesada y en cualquier cafetería, almorzar un pan con bistec de res, ruedas finas de cebolla y papas fritas. Tomarte una tacita de café de verdad, no ese café mezclado con chícharos que venden ahora. Con leche de vaca que vendían en litros, preparar una champola de guanábana o chirimoya o un batido de mamey. En el antiguo mercado de Cuatro Caminos, por dos pesos podías comprar un pargo grande y fresco, y por diez pesos, un puerco mamón para asar”, rememora Anselmo y añade:
“Con la reforma agraria comenzaron a escasear los productos agrícolas, sobre todo las frutas cubanas. Fidel decía que la culpa era de los transportistas privados que eran contrarrevolucionrios y dejaban pudrir las cosechas. Luego nacionalizó el flete de carga, creó ese desastre llamado Acopio, y las viandas y hortalizas se perdían por temporadas. En 1962 se agudizó el bloqueo y gradualmente empezar a desaparecer las cosas, desde un cepillo de diente hasta las manzanas de California. En marzo del 62, Fidel implementó la libreta y dijo era provisional, que desaparecía antes de diez años, por las reformas emprendidas en la agricultura, avicultura, ganadería bovina, caprina y la pesca. Y aseguraba que tendríamos tanta malanga, leche y carne de res que nos convertiríamos en una potencia exportadora de alimentos. Pero se equivocó. La prensa a cada recuerda al comandante, pero no dice que prometió todas esas cosas».
Caridad, ama de casa, asegura que ya a fines de 1960 comenzó la primera crisis económica. «Fue en 1968, cuando Fidel nacionalizó los timbiriches de fritas y los pequeños negocios. No había nada. Para comer en un restaurante tenías que tener un turno que te daban en el trabajo por méritos laborales. Los 70 también fueron durísimos tras el fracaso de la zafra de los diez millones. Una caja de cigarros llegó a costar más de veinte pesos. Comer caliente dos veces al día era un lujo, igual que ahora, y hasta los juguetes se vendían regulados, por la libreta”.
Carlos, sociólogo, considera que las crisis económicas en Cuba son estacionarias. “Hubo un pequeño oasis, a mediados de los años 80. Entonces, un trabajador con su salario podía alimentar a su familia. En esa época funcionó el llamado Mercado Paralelo, donde en venta libre se ofertaba jugos embotellados de Bulgaria y otros productos provenientes de los ex países socialistas de Europa, y nacionales, a precios accesibles, jamón viking, embutidos de calidad, helados, yogurt, mantequilla, queso crema, confituras y dulces en conserva, entre otros. Al existir una flota pesquera (que luego Fidel desguazó y vendió como chatarra), vendían calamares y diferentes tipos de pescados. Eso duró un par de años. Ha sido la única etapa donde el salario tuvo un valor real”.
Según el sociólogo, con la llegada del Período Especial y hasta la fecha, el salario perdió todo su valor. «Se pagaba en una moneda devaluada. Y para comprar alimentos y otras mercancías había que tener divisas. Esa distorsión provocó que se perdiera la motivación por el trabajo. La doble moneda propició un espejismo productivo en muchas empresas estatales, con canjes monetarios arbitrarios que provocaron que producir alimentos en Cuba resultara más caro que importarlos”.
Por una razón u otra, ya sea de carácter financiero o político, la economía en la Isla nunca ha carburado. Los expertos señalan diversas causas. La principal es la planificación y estatización de esferas económicas que debieran funcionar según la oferta y demanda. Yoel, economista, considera que China y Vietnam son el mejor ejemplo de que un país con gobierno marxista puede tener un loable crecimiento económico si apuesta por la economía de mercado.
“Mientras la antigua URSS giraba millones de rublos a Cuba, según algunos expertos casi dos veces más que el Plan Marshall de Estados Unidos a naciones de Europa después de la Segunda Guerra Mundial, Fidel Castro se burlaba del bloqueo y ni siquiera lo mencionaba. A pesar de esa inyección de capitales, la industria cubana no creció, tampoco la agricultura y las estructuras económicas tenían cimientos endebles. Cuando desapareció el campo socialista, Cuba debió apostar por la experiencia china, pero el régimen siguió apostando al voluntarismo y la economía de comando».
En opinión de Yoel, solo aplicaron algunos parches y limitadamente permitieron inversiones extranjeras. «En eso Chávez llegó al Palacio de Miraflores y alargó la respiración artificial del inoperante modelo económico cubano. Entonces Venezuela tenía recursos y el petróleo tenía altos precios. Cuba incluso reexportaba un 30 por ciento del combustible que Venezuela le entregaba. Pero es tan ineficiente el modelo cubano, que ni en época de vacas gordas supo equilibrar la balanza comercial, aumentar el consumo interno, mejorar calidad de vida e incrementar salario de los trabajadores. Gran parte de ese dinero lo administraron empresas militares en la construcción de hoteles, construcciones que en los últimos diez años han gastado casi veinte mil millones de dólares”.
Diario Las Américas le preguntó a diez personas que habitualmente hacen colas para comprar alimentos, medicinas y artículos de aseo cuál es la etapa económica más compleja que ha vivido. Las diez personas consultadas nacieron a partir de 1970. Por lo tanto, sus épocas a comparar son dos: el Período Especial de los 90 y la ‘situación coyuntural’ .
Todos coincidieron en que el panorama actual es más complejo que el de los 90. Margot, profesora, explica por qué: “El Período Especial fue durísimo, con apagones de doce horas diarias. Pero por la libreta de racionamiento te otorgaban más alimentos. Cuando se despenalizó el dólar en 1993, el que tenía divisas, podía comprar alimentos variados y de calidad en las tiendas por divisas. Ahora ni por divisas encuentras comida y mucho menos variedad”.
Los cubanos tienen el inusual récord de llevar casi 60 años haciendo colas.
Hacer cola en Cuba es una especie de catarsis. Las personas charlan durante horas de su familia, de política o problemas conyugales. Mientras en una parroquia un cura espera en silencio la confesión de nuestros pecados, en una cola el interlocutor es cualquier persona. Ni siquiera hace falta conocerse.
A veces las colas duran un par de horas. Otras se extienden por una semana. O quince días. Leticia, ama de casa, recuerda que a finales de la década de 1980, estuvo diez días en una cola para comprar alimentos y confituras en la antigua tienda Sears, a un costado del Parque de la Fraternidad, en el corazón de La Habana.
Antonio, un anciano cascarrabias, padre de cinco hijos y abuelo de ocho nietos, asegura que aprendió a jugar ajedrez en una cola de seis noches, esperando que abastecieran de carne de cerdo para celebrar el año nuevo.
Para Teresa, enfermera jubilada, las colas le traen buenos recuerdos. En los años 70 en una cola en la carnicería de su barrio donde iban a vender hígado de res, conoció a su actual esposo y padre de sus dos hijos.
Es difícil que un cubano nunca haya hecho una cola. Por cualquier cosa: un trámite burocrático, comprar papas o una camisa de cuadros Made in China. Entre un calor húmedo y pegajoso, a pesar de ser las cuatro de la madrugada, y un enjambre de mosquitos que la gente intenta espantarlos a manotazos, Rubén, amante de la pesca costera, afirma que en una “cola hay que tener la paciencia de un buen pescador y la voluntad de un maratonista olímpico”.
“A veces picas y consigues lo que buscas. O te pones fatal y haces la cola por gusto. No siempre las colas son directas. Hay casos que primero se hace una cola para que te den un turno. Entonces con ese turno es que aseguras un puesto en la siguiente cola, porque últimamente llegan pocos productos a los mercados. Hace dos semanas hice una cola de tres horas para coger un turno que me permitiera comprar un paquete de galletas. El turno era paga comprar al día siguiente. Pero solo vendieron hasta el número 50 y yo tenía el 93. Dos semanas después vendieron de nuevo galletas y fue cuando pude comprarlas”, cuenta Rubén.
Hace tres días, en una cola para comprar módulos de viandas en el mercado agropecuario del Mónaco, en La Víbora, Anselmo, ex tabaquero jubildo, junto a varios conocidos del barrio, repasaban la historia de las colas y las crisis económicas en Cuba. “Que yo recuerde, y tengo ochenta y dos años, después de triunfar la revolución, hasta octubre de 1960, todavía en tu casa podías tomarte una malta con leche condesada y en cualquier cafetería, almorzar un pan con bistec de res, ruedas finas de cebolla y papas fritas. Tomarte una tacita de café de verdad, no ese café mezclado con chícharos que venden ahora. Con leche de vaca que vendían en litros, preparar una champola de guanábana o chirimoya o un batido de mamey. En el antiguo mercado de Cuatro Caminos, por dos pesos podías comprar un pargo grande y fresco, y por diez pesos, un puerco mamón para asar”, rememora Anselmo y añade:
“Con la reforma agraria comenzaron a escasear los productos agrícolas, sobre todo las frutas cubanas. Fidel decía que la culpa era de los transportistas privados que eran contrarrevolucionrios y dejaban pudrir las cosechas. Luego nacionalizó el flete de carga, creó ese desastre llamado Acopio, y las viandas y hortalizas se perdían por temporadas. En 1962 se agudizó el bloqueo y gradualmente empezar a desaparecer las cosas, desde un cepillo de diente hasta las manzanas de California. En marzo del 62, Fidel implementó la libreta y dijo era provisional, que desaparecía antes de diez años, por las reformas emprendidas en la agricultura, avicultura, ganadería bovina, caprina y la pesca. Y aseguraba que tendríamos tanta malanga, leche y carne de res que nos convertiríamos en una potencia exportadora de alimentos. Pero se equivocó. La prensa a cada recuerda al comandante, pero no dice que prometió todas esas cosas».
Caridad, ama de casa, asegura que ya a fines de 1960 comenzó la primera crisis económica. «Fue en 1968, cuando Fidel nacionalizó los timbiriches de fritas y los pequeños negocios. No había nada. Para comer en un restaurante tenías que tener un turno que te daban en el trabajo por méritos laborales. Los 70 también fueron durísimos tras el fracaso de la zafra de los diez millones. Una caja de cigarros llegó a costar más de veinte pesos. Comer caliente dos veces al día era un lujo, igual que ahora, y hasta los juguetes se vendían regulados, por la libreta”.
Carlos, sociólogo, considera que las crisis económicas en Cuba son estacionarias. “Hubo un pequeño oasis, a mediados de los años 80. Entonces, un trabajador con su salario podía alimentar a su familia. En esa época funcionó el llamado Mercado Paralelo, donde en venta libre se ofertaba jugos embotellados de Bulgaria y otros productos provenientes de los ex países socialistas de Europa, y nacionales, a precios accesibles, jamón viking, embutidos de calidad, helados, yogurt, mantequilla, queso crema, confituras y dulces en conserva, entre otros. Al existir una flota pesquera (que luego Fidel desguazó y vendió como chatarra), vendían calamares y diferentes tipos de pescados. Eso duró un par de años. Ha sido la única etapa donde el salario tuvo un valor real”.
Según el sociólogo, con la llegada del Período Especial y hasta la fecha, el salario perdió todo su valor. «Se pagaba en una moneda devaluada. Y para comprar alimentos y otras mercancías había que tener divisas. Esa distorsión provocó que se perdiera la motivación por el trabajo. La doble moneda propició un espejismo productivo en muchas empresas estatales, con canjes monetarios arbitrarios que provocaron que producir alimentos en Cuba resultara más caro que importarlos”.
Por una razón u otra, ya sea de carácter financiero o político, la economía en la Isla nunca ha carburado. Los expertos señalan diversas causas. La principal es la planificación y estatización de esferas económicas que debieran funcionar según la oferta y demanda. Yoel, economista, considera que China y Vietnam son el mejor ejemplo de que un país con gobierno marxista puede tener un loable crecimiento económico si apuesta por la economía de mercado.
“Mientras la antigua URSS giraba millones de rublos a Cuba, según algunos expertos casi dos veces más que el Plan Marshall de Estados Unidos a naciones de Europa después de la Segunda Guerra Mundial, Fidel Castro se burlaba del bloqueo y ni siquiera lo mencionaba. A pesar de esa inyección de capitales, la industria cubana no creció, tampoco la agricultura y las estructuras económicas tenían cimientos endebles. Cuando desapareció el campo socialista, Cuba debió apostar por la experiencia china, pero el régimen siguió apostando al voluntarismo y la economía de comando».
En opinión de Yoel, solo aplicaron algunos parches y limitadamente permitieron inversiones extranjeras. «En eso Chávez llegó al Palacio de Miraflores y alargó la respiración artificial del inoperante modelo económico cubano. Entonces Venezuela tenía recursos y el petróleo tenía altos precios. Cuba incluso reexportaba un 30 por ciento del combustible que Venezuela le entregaba. Pero es tan ineficiente el modelo cubano, que ni en época de vacas gordas supo equilibrar la balanza comercial, aumentar el consumo interno, mejorar calidad de vida e incrementar salario de los trabajadores. Gran parte de ese dinero lo administraron empresas militares en la construcción de hoteles, construcciones que en los últimos diez años han gastado casi veinte mil millones de dólares”.
Diario Las Américas le preguntó a diez personas que habitualmente hacen colas para comprar alimentos, medicinas y artículos de aseo cuál es la etapa económica más compleja que ha vivido. Las diez personas consultadas nacieron a partir de 1970. Por lo tanto, sus épocas a comparar son dos: el Período Especial de los 90 y la ‘situación coyuntural’ .
Todos coincidieron en que el panorama actual es más complejo que el de los 90. Margot, profesora, explica por qué: “El Período Especial fue durísimo, con apagones de doce horas diarias. Pero por la libreta de racionamiento te otorgaban más alimentos. Cuando se despenalizó el dólar en 1993, el que tenía divisas, podía comprar alimentos variados y de calidad en las tiendas por divisas. Ahora ni por divisas encuentras comida y mucho menos variedad”.
Los cubanos tienen el inusual récord de llevar casi 60 años haciendo colas.