Por Rufo Gentleman.
Jorge García Bango era del pelotón de los chicos de buena cuna que habían preferido sumarse al triunfante movimiento de Fidel. En su exceso de pasión habían tiroteado una casa de 34 y tercera, en Miramar, donde aseguraba se escondían varios enemigos del nuevo gobierno.
El Sr. de los humildes y por los humildes, patinaba con aquello de los apellidos de alcurnia que antes jugaron en los clubes de la Habana y que ahora se prestaban a su juego. Por eso premió a cada uno de los disidentes de la burguesía que se le unieron en la conga mal ensayada.
Fue en esa rifa que Yoyi cogió cajita, le dieron el INDER, luego de quitar de presidente al Señor de poco garbo, que con sus pantalones sueltos, se adelantaba a la moda de dejarlos caer hasta que se vieran las prendas íntimas.
Pero esa no fue la peor traición que le apuntaron al apuesto Jorge sus viejos amigos. Para los que se alejaban del verde de moda lo más triste fue que Yoyi les robaba la novia común, la que les ayudaba a todos a aliviar el exceso de esperma en sus bolsillos y los pocos pesos que guardaban en sus huevos.
De repente y sin explicación alguna para la lista de novias de peinados exóticos y discos de los Platers en las salas de sus pintadas casas, Yoyi descendió hasta los lupanares devenidos en zonas de los CDR para proponerle matrimonio a la más conocida de las bailadoras de mambo del mundo.
Ana gGloria, famosa por el meneo de caderas que lograba tanto en los escenarios como en las camas de todos los jóvenes bitongos y apuestos muchachos de la alta sociedad, no dudó en decir que sí y celebró una boda espectacular mientras le remodelaban un hermoso chalet de 5ta avenida, confiscado a un fugitivo de la debacle.
A la boda faltó todo el que se respetaba de lo que quedaba de la alta sociedad, pero igual estuvo llena y hasta algún ministro vino a chismear en los corrillos de lo ajada que se veía la novia y lo tonto que se notaba el novio
La Niurka Marco de los 70 no dejó de proferir alguna indecencia o soltar una estridente carcajada mientras repetía su trago doble del escaso wisky con abundante hielo y dejaba a los curiosos ver el nacimiento de la liga de sus medias.
Yoyi murió de cáncer a final de los 90, divorciado y alimentado por un tubo que le asomaba en su garganta, un hombre excesivamente velludo con aquel apéndice oscilando a cada movimiento de su cabeza, parecía más un animal de circo que un enfermo.
Con la caída de los De La Guardia y los Abrante había perdido todo respaldo y la muerte lo sorprendió tratando de colocar en buenos puestos a sus dos hijos, Chalía y Alejandro, quienes para asombro de todos, ni eran apuestos, ni sabían bailar.
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