Por Esteban Fernández.
Usted puede pasarse 50 años leyendo biografías, estudiando personalidades, enfrascado absolutamente en la historia universal y no encuentra a un solo hombre que se compare en valentía a un compatriota nuestro llamado ANTONIO MACEO Y GRAJALES.
Las leyendas nacen después de muertos todos los personajes grandes. Ahí es cuando los pueblos dan rienda suelta a su imaginación. Sin embargo, este cubano se llenó de gloria en vida.
Muy poquitos son los que viven toda una existencia como héroes, nadie les discute su calidad de paladines, mueren como adalides y son recordados eternamente como súper hombres. Y entre esos poquitos NINGUNO (absolutamente ninguno) puede compararse con nuestro Titán de Bronce.
Ni Napoleón, ni Bolívar, ni San Martín, ni el más valiente General norteamericano en toda la historia mundial, pudieron captar tan bien el respeto y la admiración de sus pueblos.
Adorado por su gente, temido por sus enemigos. Y esa frase es muy suave, muy utilizada, porque en la historia hay muchísimos personajes que fueron “temidos”, por lo tanto sería mejor decir que sus adversarios al escuchar las cinco letras de su apellido se ponían a temblar. Llegó Maceo y "A correr, jolines"...
Fuerte como un toro, impresionante, su sola presencia en cualquier paraje era suficiente para que cientos de personas lo siguieran incondicionalmente a la guerra, a la muerte, al peligro, convencidos plenamente de que él estaría al frente.
Y no eran cuentos, ni mentiras, ni alardes, ni fábulas, ni inclusive él tenía que contarle a nadie “su historia, ni sus méritos”, solo tenía que quitarse la camisa, tirarla al piso, y todos podían admirar sus heridas de pies a cabeza.
No había televisión, ni aparatos de radio, ni órganos de propaganda, ni oficinas de relaciones públicas, ni Internet para hacerse eco de sus hazañas. Su mística y su aureola las obtuvo a base de su valor personal , a través de sus victorias y del filo de su machete.
La empresa no era factible si junto a la gestión no se mencionaba su nombre. Por lo menos había que insinuar que “muy pronto él estaría ahí”. Porque todos sabían que con él la cosa era seria, era a sangre y fuego, era "con todos los hierros".
Y que no había la más ligera posibilidad de rendición, ni de pacto, ni de entendimientos, y lo más grande e increíble aún: que con él NO HABIA CHANCE DE DERROTA. Mil batallas, mil victorias y una gloriosa Protesta en Baraguá.
Toda gestión que un hombre inicia la tiene que comenzar prácticamente solo, desde abajo, reuniendo a cinco amigos cuando más, explicándoles a todos su buena fe y su seguridad plena en el éxito de su empeño. Él no, él solo tenía que decir “Voy para allá, voy por ahí” y junto a él, desde que daba el primer paso, una verdadera multitud de patriotas lo seguía.
¿Usted se imagina lo grande que es decir "Voy a hacer esto, voy a jugarme la vida" y que todo el mundo, antes que usted lo haga, está plenamente convencido de que usted lo va a hacer y están dispuestos a seguirlo en cualquier acción que usted vaya a realizar por muy peligrosa que esta sea? Honestamente yo nada más conozco este caso.
¿Y que todo el que quiera hacer algo parecido, inclusive algo más grande, esté esperando a que usted participe y solamente entonces la gente crea en la seriedad del empeño?
Y ya no hablemos del pueblo, ni de la gente humilde, sino de los Generales y de los bravos de cientos de combates quienes también necesitaban y requerían su presencia junto a ellos.
No hay nadie en la historia que se le acerque en valentía, en victorias, en machetazos y balas recibidas, y que su muerte haya sido recibida con más desolación por los amantes de la libertad y más alivio y tranquilidad por sus adversarios que ANTONIO DE LA CARIDAD MACEO.
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