Por Tania Díaz Castro.
Muy poco se ha escrito en la prensa oficialista sobre los bandoleros políticos, también llamados muchachos de gatillo alegre, que hicieron tantas graves travesuras a finales de nuestra República en ciernes.
Se trataba y de esto no hay duda alguna, de ciertos personajes provenientes en su mayoría de la clase media, ansiosos por participar de la política en grande.
Estos grupúsculos de pistoleros realizaban sus fechorías terroristas a través de conocidas organizaciones como Legión Revolucionaria Cubana, Acción Revolucionaria Guiteras, Joven Cuba, Unión Insurreccional Revolucionaria y otras que carentes de una verdadera ideología política, actuaban de manera violenta y desenfrenada a pleno sol.
Cuando Manolo Castro, veterano dirigente de la Federación Estudiantil Universitaria, fue situado por el presidente Grau San Martín al frente de la Dirección General de Deportes, ya contaba con varios enemigos en las calles de La Habana. Murió de varios disparos hechos desde un auto que pasó veloz por la esquina de San Rafael y Consulado y su cuerpo quedó tirado sobre un gran charco de sangre en la acera del cine Cinecito, al estilo del filme El Padrino.
En el periódico habanero El Crisol salió más tarde la noticia de que un joven revolucionario llamado Fidel Castro Ruz era el autor del crimen. No fue sometido a juicio, pero sí a la prueba de la parafina, que por suerte para él lo declaró inocente.
Se piensa que debe culparse más a la prensa de la época por hacerse eco de aquellos hechos gángsteriles esporádicos, motivados casi siempre por ajustes de cuenta y rencillas personales, que a los gobiernos de esa época por admitirlos. Carlos Prío, por ejemplo, se esforzó en aplicar una ley dictada por él contra aquellos indómitos gángsteres criollos, utilizando el GRAS, Grupo de Represión de Actividades Subversivas, cuya finalidad no era precisamente reprimir opositores políticos y sindicatos como se dice.
El año 1952 estuvo coronado de actos terroristas. Explota una bomba en la casa de la señora María Luisa Gómez-Mena, es destruido el yate del senador Diego Vicente Tejera, resulta asesinado por varios pistoleros en un café de La Habana Alejo Cossío del Pino, propietario de Radio Cadena Habana; sufre un atentado fallido Rolando Masferrer, y explota una bomba en el bufete del doctor Pelayo Cuervo.
Fue el año que Fulgencio Batista, después de despojar de la presidencia constitucional a Carlos Prío, declara públicamente su intención de acabar con el gangsterismo.
Unos meses después, en julio de 1953, un grupo de revolucionarios, dirigidos por Fidel Castro, asalta el Cuartel Moncada de Santiago de Cuba y son condenados a penas de hasta 15 años de cárcel.
De alguien escuché decir alguna vez que aquellos muchachos de gatillo alegre se adueñaron de las calles habaneras. Muchos no lo recordamos así. La Habana era una ciudad tranquila, alegre y próspera. Fue un poco después que lamentablemente las calles cubanas tuvieron un dueño. Uno solo.
Muy poco se ha escrito en la prensa oficialista sobre los bandoleros políticos, también llamados muchachos de gatillo alegre, que hicieron tantas graves travesuras a finales de nuestra República en ciernes.
Se trataba y de esto no hay duda alguna, de ciertos personajes provenientes en su mayoría de la clase media, ansiosos por participar de la política en grande.
Estos grupúsculos de pistoleros realizaban sus fechorías terroristas a través de conocidas organizaciones como Legión Revolucionaria Cubana, Acción Revolucionaria Guiteras, Joven Cuba, Unión Insurreccional Revolucionaria y otras que carentes de una verdadera ideología política, actuaban de manera violenta y desenfrenada a pleno sol.
Cuando Manolo Castro, veterano dirigente de la Federación Estudiantil Universitaria, fue situado por el presidente Grau San Martín al frente de la Dirección General de Deportes, ya contaba con varios enemigos en las calles de La Habana. Murió de varios disparos hechos desde un auto que pasó veloz por la esquina de San Rafael y Consulado y su cuerpo quedó tirado sobre un gran charco de sangre en la acera del cine Cinecito, al estilo del filme El Padrino.
En el periódico habanero El Crisol salió más tarde la noticia de que un joven revolucionario llamado Fidel Castro Ruz era el autor del crimen. No fue sometido a juicio, pero sí a la prueba de la parafina, que por suerte para él lo declaró inocente.
Se piensa que debe culparse más a la prensa de la época por hacerse eco de aquellos hechos gángsteriles esporádicos, motivados casi siempre por ajustes de cuenta y rencillas personales, que a los gobiernos de esa época por admitirlos. Carlos Prío, por ejemplo, se esforzó en aplicar una ley dictada por él contra aquellos indómitos gángsteres criollos, utilizando el GRAS, Grupo de Represión de Actividades Subversivas, cuya finalidad no era precisamente reprimir opositores políticos y sindicatos como se dice.
El año 1952 estuvo coronado de actos terroristas. Explota una bomba en la casa de la señora María Luisa Gómez-Mena, es destruido el yate del senador Diego Vicente Tejera, resulta asesinado por varios pistoleros en un café de La Habana Alejo Cossío del Pino, propietario de Radio Cadena Habana; sufre un atentado fallido Rolando Masferrer, y explota una bomba en el bufete del doctor Pelayo Cuervo.
Fue el año que Fulgencio Batista, después de despojar de la presidencia constitucional a Carlos Prío, declara públicamente su intención de acabar con el gangsterismo.
Unos meses después, en julio de 1953, un grupo de revolucionarios, dirigidos por Fidel Castro, asalta el Cuartel Moncada de Santiago de Cuba y son condenados a penas de hasta 15 años de cárcel.
De alguien escuché decir alguna vez que aquellos muchachos de gatillo alegre se adueñaron de las calles habaneras. Muchos no lo recordamos así. La Habana era una ciudad tranquila, alegre y próspera. Fue un poco después que lamentablemente las calles cubanas tuvieron un dueño. Uno solo.