miércoles, 25 de noviembre de 2009

Conga roja en 23 y G.

Por Miguel Cossio.

La violenta conga roja del viernes último contra el periodista Reinaldo Escobar en 23 y G, La Habana, vuelve a poner sobre el tapete la pregunta nacional: ¿cómo hallar una vacuna efectiva para esa especie de influenza porcina, que es el castrismo, inoculada ya en el cuerpo de la sociedad cubana?

En el plano táctico, Raúl Castro ha enviado un mensaje mafioso de que la calle es suya. Y a nivel estratégico, le ha dicho al presidente Barack Obama que no va a cambiar nada, ni va a hablar con él ni con nadie de derechos humanos o democracia.

Si uno repasa las imágenes del acto observará dos fenómenos conocidos pero exacerbados para la ocasión por la voluntad oficial: el uso de jóvenes como carne de cañón propagandístico y la reincorporación de la conga, como ariete musical de represión política. Alrededor de la turba, los agitadores repiten las mismas consignas y versos patrióticos, como los de Bonifacio Byrne.

Es la chambelona castrista, el aé, aé, aé degradado al pa'lo que sea, Fidel, pa'lo que sea, que resume el retroceso en el retroceso, en que se revuelca el régimen en su largo estertor. La vuelta histórica a la porra del machadato. A la música como dama de compañía de la represión. La ratificación de que, frente a nuevas situaciones, el raulismo apela al pasado, el empellón, el pescozón. El miedo para arrinconar cualquier intento de periodismo ciudadano en la esquina del activismo político, y tal vez en la cárcel o el exilio. Porque allá hasta el suspiro es político.

Y porque a fin de cuentas el mitin de repudio es la prueba más auténtica de la producción oficial: un ser colectivo perverso, capaz de arrastrar en público a quien disienta y orar después, en lo oscurito, por la muerte del sistema.

Uno se pregunta cuál podría ser el antídoto para este tipo de influenza porcina mezclada con cierto vampirismo colectivo a la inversa, que a plena luz del día ha desarrollado gusto por la represión y la sangre del que disiente (opositores, periodistas o Damas de Blanco).

El castrismo, acostumbrado a silenciar por medio de la cárcel, la censura, los mítines de repudio, el uso arbitrario del poder y la aplicación de una legislación fascista, nunca imaginó, ni previó que podrían salir voces contestatarias, como la de Yoani Sánchez, nada menos que de representantes de las nuevas generaciones, los jóvenes que supuestamente educó bajo la premisa de "seremos como el Ché".

e ahí que lo de la calle es de Fidel y de los revolucionarios, como le gritaban las turbas a Escobar, es el regreso a las fórmulas del pasado. El cambio en la sociedad cubana no está en la calle, territorio dominado por el pasado. La vacuna está en la cabeza de los cubanos, incluso en la de los propios represores. Y en los medios y en la imagen internacional, que a través de los blogs, Youtube y otras vías se puede ir asentando poco a poco en el pensamiento nacional.

Dice el compañero Ramiro Valdés que, para el gobierno, la tarea es domar el potro salvaje de las nuevas tecnologías. Ignora que en el mundo actual ningún país, ningún rincón está blindado contra la información, por muy cerrado que un régimen tenga el acceso. Esa es una lección que no ha asimilado. Una lección que en términos de imagen ya le ha costado cara.
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