martes, 22 de diciembre de 2009

Comer en Cuba.

Por Iván García.

Llevar cuatro platos a la mesa para cuatro bocas es una misión imposible para Ana Carballo, 37 años, maestra de una secundaria básica. Con un poco de suerte consigue un trozo de carne de cerdo y algunos frijoles. Pero entonces faltan las viandas y los vegetales. ¿El postre? Bien, gracias.

La comida, como en Cuba llaman a la cena nocturna, y la merienda de sus hijos es su mayor angustia. Se levanta a las 5 de la mañana para comprar pan en venta libre. Una flauta de pan cuesta 3 pesos, si es suave. Si es duro, 10 pesos la flauta entera, y 5 pesos la mitad. "Tengo que comprar pan extra de lunes a viernes, para poder prepararle la merienda a mis dos hijos de 8 y 10 años", dice Ana.

La merienda escolar es un rompecabeza para casi todos los padres. Los niños suelen estar 8 horas en las escuelas y los almuerzos son un verdadero bodrio. Por ello, los pequeños cargan abultadas mochilas, como si cada día fuesen de camping.

Hay diferencias notables. Los padres que reciben remesas o que por un motivo u otro poseen moneda dura, les preparan sandwiches de jamón, queso o atún. No es el caso de la maestra Carballo. Sus niños por lo general llevan pan con una croqueta barata de pescado molido, a 5 pesos el paquete de 10 unidades.

Y no pocas veces sus dos hijos llevan pan con aceite y ajo nada más. Para tomar, a falta de jugo de frutas naturales, refresco instantáneo de fresa, uva o naranja. Estos sobres de refresco en polvo se pueden comprar por pesos cubanos o en divisas y después de la despenalización del dólar, en 1993, se han convertido en bebida nacional.

Así y todo, Ana Carballo puede darse con un canto en el pecho: hay familias que tienen tanta escasez de dinero, que envían a la escuela a sus hijos sin siquiera un pan para merendar. Pero la merienda escolar es sólo uno de los muchos problemas existentes hoy en Cuba. En 50 años de la revolución socialista y tropical de Fidel Castro, alimentarse siempre ha sido el gran dolor de cabeza. La mayoría de los trabajadores como Marcela Legrá, 25 años, oficinista, desayunan café solamente.

Una de las características de los cubanos del tercer milenio, además de jugar dominó, discutir de béisbol, beber ron, soñar con emigrar y practicar sexo, es llevar siempre encima bolsas de nailon, jabas o mochilas.

Son pocas las familias que pueden comprar una canasta de alimentos para quince días o un mes. Resolver la comida o cena -en la isla la mayoría de las personas no almuerza- es un asunto de alta prioridad. Y además, los precios de los alimentos básicos son exageradamente caros. Ya sean en divisas o pesos cubanos.

Tomas Díaz, 56 años, chofer de una empresa, aprovecha el menor descuido de sus jefes y con el auto estatal se llega al agromercado más cercano, a comprar viandas, frijoles y vegetales. Y si anda bien de dinero, una o dos libras de carne de cerdo o jamón de pierna. Como Tomás, es alto el número de trabajadores que utilizan su jornada laboral para salir de compras y resolver el condumio.

Porque los horarios de comercios, tiendas y agromercados no ayudan en lo más mínimo a quienes trabajan para el Estado. Suelen abrir de 9 de la mañana a 6 de la tarde, pero siempre, con la habitual desidia de nuestros currantes, abren media hora más tarde y cierren 30 minutos más temprano.

Incluso la prensa oficial, que suele verlo todo color de rosa, ha publicado varios reportajes sobre el asunto. Pero nada ha cambiado. Si cualquier día entre semana usted camina por zonas céntricas de la ciudad, verá las calles y tiendas repletas de personas. Tratando de conseguir el sustento por moneda nacional.

Cuando le cae algún cuc (peso convertible), es para comprar cuadritos de caldo, sazonadores, aceite o algún embutido barato, como los “perritos” (perros calientes o hot dogs), elaborados con pollo -el paquete de 10 unidades cuesta 1.10 cuc, equivalente a cerca de 30 pesos, casi tres veces el sueldo diario de un empleado. Una comida típica de las clases más pobres en Cuba es arroz con frijoles negros o colorados, y huevo en cualquiera de sus variantes: frito, hervido, en tortilla o revoltillo.

La clase media, donde clasifican aquellos cubanos que reciben remesas o de alguna manera resuelven divisas, suele comer también arroz y frijoles, pero acompañado de carne de cerdo o pollo, y ensalada de tomate, lechuga o pepino. Si recibieron los dólares de sus parientes recientemente, se pueden dar el lujo de comprar en el mercado negro la deseada carne de res, pescados como pargo o aguja, o camarones.

La mesa de la clase alta -dirigentes, artistas de éxito y gerentes de hoteles, entre otros- nada tiene que envidiarle a las de sus homólogos de Miami o Madrid a la hora de cenar. Hasta la acompañan con vino blanco o tinto. Pero son los menos.

Un gran porcentaje de la población cubana tiene que rascarse a diario la cabeza -y el bolsillo. Y una y otra vez sacar cuentas, para ver si esa noche puede comer caliente. A partir de 1993, cuando Fidel Castro despenalizó el dólar, muchos cubanos pudieron acceder a alimentos, ropa y calzado de mejor calidad, casi todos importados. Cierto que no lo pueden hacer con la frecuencia que desearían, pero cuando tienen fulas (divisas) les entra la picazón consumista. Mas nada de comprar televisores de plasma u ordenadores.

Aunque según una empleada de una de las tiendas (shoppings) del centro comercial Comodoro, en Miramar, barriada habanera de élite, cada vez hay más jineteras y cubanos, que ella no se explica de dónde sacan la plata, compradores de muebles carísimos, artículos electrónicos y materiales de construcción para reparar sus casas.

En el otro extremo está Lourdes Garrido, 59 años, quien sólo va a las shoppings para apretujar su nariz contra los cristales y mirar lo que no puede comprar. Ella y su nieta de 5 años, los sábados salen a visitar boutiques habaneras, como Zara, Adidas o Mango. Allí fantasean con la ropa bonita y los perfumes buenos que les gustaría tener.

Mientras llega ese momento, Garrido y su nieta se sienten felices y se conforman con poder entrar, gratis, a esas tiendas exclusivas y ver cosas que por el momento sólo pueden soñar. Pero tienen la esperanza de que eso algún día pueda cambiar.
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