viernes, 9 de julio de 2010

Las manchas inextinguibles.

Por Jorge Olivera Castillo.


El socialismo real fue como una mala pisada en los caminos de la historia. Todos los países que se cobijaron bajo las premisas del sistema de partido único, centralismo económico y criminalización de las divergencias políticas e ideológicas, hoy evidencian las huellas de una caída rotunda.

En la Europa del Este es parte de un amargo recuerdo. En Cuba, todavía forma parte de una cotidianidad marcada por las insalvables contradicciones entre los grandilocuentes fundamentos teóricos y los infortunados resultados prácticos, los déficits éticos y morales, la alarmante densidad burocrática, la adecuación del cuerpo legislativo de la nación a los intereses de la clase gobernante, entre un sinnúmero de fenómenos que demuestran, con lujo de detalles, la nula viabilidad del sistema.

Tras el triunfalismo en torno a una, más aparentemente que real, victoria ideológica frente al denominado imperialismo norteamericano, sobresalen los hilos de una derrota casi total si no fuera porque aún la nomenclatura detenta los principales resortes del poder absoluto. Disfrutar de esos privilegios podría considerarse un éxito particularizado y aborrecible, nunca una suerte de avance cualitativo si se analiza objetivamente a Cuba como nación.

El parasitismo social, la crisis de identidad a partir de la saturación de mecanismos coercitivos con el fin de someter a la ciudadanía a los caprichos de la élite política, el auge y consolidación del mercado negro y la burda reiteración del voluntarismo como parte de una estrategia de carácter nacional, con el propósito de remontar las barreras del subdesarrollo económico, reflejan algunas aristas de lo que parecía un proceso verdaderamente revolucionario. Una mirada sin los espejuelos de la pasión, ni el velo de los prejuicios, revela que Cuba se encuentra entre el estancamiento y la involución.

Es difícil encontrar algún  área que funcione con notables parámetros de eficiencia y productividad. Tanto el sobre consumo a causa del bajo rigor operacional, o el atraso tecnológico de los medios de producción, así como la sangría de recursos hacia la economía sumergida a raíz de la indisciplina laboral y la falta de controles administrativos, continúan siendo lastres imposibles de eliminar de la mayoría de los centros fabriles y de servicio ubicados en el territorio nacional.

Las sospechas al escuchar o leer en la prensa oficial, los casi siempre favorables indicadores en el ámbito de la salud pública y la educación, pudieran basarse en sólo un par de preguntas:

¿Cómo un país de tan irrisorios niveles de eficiencia, incapacitado para producir rubros exportables de alta demanda en el mercado mundial e incuestionables signos de descapitalización, puede garantizar servicios médicos de acceso universal, gratuito y de calidad?

¿Desde cuándo la masividad es un parámetro fiable a la hora de valorar el auténtico grado de instrucción y la cultura general de un pueblo, en este caso expuesto a las amargas circunstancias en que robar, sobornar o corromperse, son hechos generalizados en las antípodas de las buenas costumbres y en la consolidación de valores contrarios a reglas elementales de educación?

A estas alturas, casi nada dentro del socialismo es salvable. Hay que hacer un nuevo país y montarlo sobre los pilares de la racionalidad. Es muy fácil decir que ningún hospital ha cerrado debido a la crisis y que las escuelas son joyas, aunque cientos de estos inmuebles estén en ruinas y muchos de los profesores sean analfabetos funcionales.

Para conocer la verdad es preciso escarbar la superficie, ir más allá de los elocuentes discursos y convencerse que el socialismo real ha favorecido de gran manera a una nomenclatura, que tras las poses de humildad ha vivido y vive a la usanza de Bill Gates y Donald Trump.

Para concluir, tomo una pregunta del ex presidente cubano Fidel Castro hecha en el ya distante 16 de julio de 1976: ¿Qué trabajo puede ser más revolucionario hoy que buscar la eficiencia económica? La interrogante conserva la misma vigencia a pesar de los 34 años transcurridos. Increíble, pero cierto.
Share:

0 comments:

Publicar un comentario