Por Pedro Campos.
Hacer una campaña publicitaria, desplegar una costosa acción diplomática que va a la cuenta del pueblo cubano contra un bloqueo que no tiene un solo oponente en la ONU, porque hasta el Gobierno de EE UU se abstiene, es cuando menos hacer el ridículo ante el mundo.
Eso pasa cuando la política no se estructura sobre la base del pensamiento racional, ni siquiera de los intereses propios, sino sobre los restos de la soberbia, la locura y el miedo.
Se descubre, una vez más, que esa campaña contra quien está dirigida es contra el pueblo cubano al que se pretende seguir desinformando y atarugando con sinsentidos para buscar justificaciones al aferramiento suicida a ideas y métodos obsoletos, superados por la historia, aunque cueste pérdida de credibilidad internacional.
Hacer una campaña publicitaria, desplegar una costosa acción diplomática que va a la cuenta del pueblo cubano contra un bloqueo que no tiene un solo oponente en la ONU, porque hasta el Gobierno de EE UU se abstiene, es cuando menos hacer el ridículo ante el mundo.
Eso pasa cuando la política no se estructura sobre la base del pensamiento racional, ni siquiera de los intereses propios, sino sobre los restos de la soberbia, la locura y el miedo.
Se descubre, una vez más, que esa campaña contra quien está dirigida es contra el pueblo cubano al que se pretende seguir desinformando y atarugando con sinsentidos para buscar justificaciones al aferramiento suicida a ideas y métodos obsoletos, superados por la historia, aunque cueste pérdida de credibilidad internacional.