Por Iván García.
Una semana. Quizás dos, es el plazo de caducidad que tiene en Cuba las noticias sobre el proceso de recuperación después del paso de un huracán. Con un tufillo triunfalista se pueden leer informaciones sobre varias brigadas de linieros que restablecen las comunicaciones y luz eléctrica.
Galería de fotos conmovedoras del desastre provocado por el ciclón en Baracoa. Todo el relato siempre es contado en términos militares. Como si fuese una batalla épica. Si damos crédito a los cintillos de prensa, los caciques verde olivo y primeros secretarios del partido comunista en las regiones orientales, se dan un baño de masas.
Mientras examinan las devastaciones, prometen edificar nuevas y robustas casas, y a los vecinos de los lugares visitados le piden más trabajo y sacrificio y les dicen que pueden tener la absoluta convicción de que ‘la revolución jamás los abandonará’. Luego el interés noticioso se va difuminando.
Entonces el coro de amanuenses estatales se centra en la apertura de la nueva zafra o en los ‘innumerables logros productivos’, que solo son efectivos en la tinta negra del papel donde se imprimen los periódicos nacionales o provinciales.
Justo el día después que una catástrofe natural termina, comienza el drama humano. Pregúntele a alguna de las 35 familias que sobrevive en condiciones precarias en un vetusto caserón del municipio Cerro. La ruinosa ciudadela, con el número 208, está enclavada en la calle Domínguez.
Desde 1969 la edificación fue declarada inhabitable por las autoridades. Sus moradores han visto pasar una docena de ciclones. Debido a las inundaciones del 29 abril de 2015 provocado por torrenciales aguaceros, Raúl Fernández perdió todos los electrodomésticos que su mujer trajo de Venezuela. “Tengo 46 años y nací en este lugar. Llevo años reclamando una vivienda para salir de aquí y hasta ahora todos los reclamos han sido en vano. Las autoridades del municipio conocen bien el caso de las familias de este lugar y no hacen nada”.
Cuentan algunos inquilinos que lo único que recibieron fueron colchones de espuma de goma. “Pero si lo queríamos, teníamos que pagarlos, al contado o a plazos. 900 pesos los personales y 1,400 los más grandes. Un abuso del gobierno. Cómo en Cuba los Seguros no funcionan o funcional mal, la gente tiene que volver a pagar la poca mierda que te entregan: un colchón, una arrocera y un paquete de cucharas o vasos”, apunta Magaly, quien reside en Domínguez 208 hace veinte años.
El Ministerio de Finanzas y Precios, a través de la Resolución No. 143 de 2015, emitió una normativa la cual contiene el Procedimiento para la evaluación, certificación, fijación de precios, contabilización, financiamiento, tributos y control de las pérdidas y daños en casos de desastres naturales, sanitarios o tecnológicos.
O sea que una familia que pierda sus bienes debe pagar lo que el Estado pueda proveerle según su precio comercial minorista. En caso de no poder hacerlo, se le otorgará un crédito que debe retribuir en los términos establecidos por la institución bancaria.
También, y previo análisis de la situación económica familiar del damnificado, el Consejo Popular o la Zona de Defensa, puede proponer al Consejo de la Administración Municipal o al Consejo de Defensa municipal, de considerarlo necesario, que los intereses de los créditos bancarios otorgados sean asumidos parcial o totalmente por el Presupuesto del Estado.
Olga, 71 años, jubilada y residente en una zona baja de La Habana, debido a una inundación perdió un añejo televisor de tubos catódicos, refrigerador, cazuelas, olla arrocera y toda su ropa.
“Luego de un papeleo interminable y colas de varias horas, donde pude demostrar que dependo solo de mi pensión, me dieron una colchoneta, ropa reciclada de tallas inmensas, una arrocera media rota y un motor de refrigerador, que tuve que pagarle 500 pesos a un mecánico para que me lo pusiera. Desde hace un año tengo que escuchar por radio las novelas de la televisión. A la hora de hacer propaganda sobre el desempeño de la Defensa Civil, que es bueno para preservar vidas humanas, tienen el uno, pero para reparar los daños a los perjudicados el gobierno es inoperante”, expresa Olga.
Existen familias como la de Jorge Castillo, que vive en una destartalada habitación de una vieja posada al sur de La Habana, reconvertida en albergue para damnificados, que llevan catorce años esperando por una vivienda.
“Eso fue cuando la tormenta tropical Edouard en 2002. Imagínate que puede quedar para los santiagueros que perdieron sus casas cuando el ciclón Sandy en 2012 o ahora la gente de Baracoa tras el paso de Matthew”, indica Jorge.
El 25 de octubre de 2012, las destructivas rachas de vientos a 175 km por hora del huracán Sandy borraron del mapa al Barrio Rojo, en Mar Verde, Santiago de Cuba, a casi mil kilómetros al este de La Habana
“Mar Verde es una comunidad reconocida oficialmente desde 1981. Está ubicada en la playa de igual nombre, forma parte del Consejo Popular Agüero-Mar Verde que abarca 62.5 kilómetros cuadrados y es la circunscripción 47 entre las 277 que integran el municipio de Santiago de Cuba. Allí no hay correos, tiendas, agromercados, farmacias, escuelas o bodegas; apenas un consultorio del médico de la familia para auxilios mínimos” relataba el reportero Julio Batista en una impactante historia publicada en Periodismo de Barrio el pasado mes febrero.
Treinta y una familias, 85 personas en total, que perdieron sus casas durante el huracán Sandy viven en cabañas estrechas de una antigua base de campismo popular donde la entrada de agua por tuberías es cada diez u once días.
Las autoridades les han prometido entregar un lote de casas nuevas. Pero es el cuento de nunca acabar. Primero les dijeron que en diciembre de 2014 entregarían las llaves de 56 de las 250 viviendas. Luego, que en diciembre de 2015. Ahora, según el reportaje de Julio Batista, se habla de finalizar las obras en diciembre de 2016.
Pero los pobladores de la base de campismo de Mar Verde se encuentran escépticos. Y es que aquéllos que pierden sus propiedades por desastres naturales, ya sea en La Habana, Santiago de Cuba, Guantánamo o Baracoa, sienten que el régimen los engaña. O no les habla con franqueza. Como si fuera poca la tragedia que viven.
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