Por Roberto Álvarez Quiñones.
La ola mundial de acercamiento a Cuba luego del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre La Habana y Washington y del viaje del presidente Barack Obama a la Isla evidencia el pragmatismo político del siglo XXI, que apunta a promover y expandir intereses económicos y comerciales, y no precisamente la democracia, como se alega en los medios diplomáticos.
Salvando las diferencias de contexto, propósitos y consecuencias, la actual luna de miel con Raúl y Fidel Castro tiene cierto parecido con la "política de apaciguamiento" que aplicaron Gran Bretaña, Francia y otros países europeos a la Alemania fascista en los años 30, supuestamente para evitar una nueva conflagración mundial.
Aquella ingenua y fatal política de permitir a Hitler hacer todo lo que quería facilitó que Alemania se armara hasta los dientes, violara el Tratado de Versalles que puso fin a la Primera Guerra Mundial, invadiera territorios europeos, y terminara desatando la más devastadora guerra en la historia de la humanidad.
Tras la firma de los pactos con Hitler, Winston Churchill se lo advirtió en el Parlamento al primer ministro británico Neville Chamberlain, artífice del "apaciguamiento": "Tuvo usted para elegir entre la humillación y la guerra, eligió la humillación y nos llevará a la guerra". Y así fue.
Volviendo al presente, hacer la vista gorda ante la brutal represión política de la dictadura y concederle a los Castro todo lo que piden, sin que ellos muevan ninguna ficha, igualmente revela el escaso conocimiento que tiene la comunidad internacional de la naturaleza del castrismo y de la realidad cubana en general.
O sea, se parece a lo ocurrido 80 años atrás. Entonces muchos políticos europeos no conocían a fondo el carácter genéticamente expansionista del nazismo y las verdaderas intenciones de Hitler. Confiaban en que Alemania atacaría solo a la Unión Soviética para acabar con el comunismo, pero no a Occidente.
Ahora, con la idea de que el castrismo se puede minar desde dentro, y de que se puede empoderar a los cubanos emprendedores, la Administración Obama hizo el disparo de arrancada, sin tener en cuenta la vocación jurásica de los Castro y el férreo andamiaje de leyes estalinistas que rigen en Cuba y que blindan a la nomenklatura contra "los intentos de destruir la revolución", etc.
Rápidamente la Unión Europea (UE), y el resto del mundo comenzaron una "emulación" para ver quién hace más gracia a la Junta Militar cubana, y quién envía a la Isla más empresarios y funcionarios gubernamentales.
¿Qué pueden encontrar en Cuba los hombres de negocios? ¿De qué pueden hablar con funcionarios que no saben nada de economía de mercado, a la que rechazan legal y estúpidamente?
Para empezar, el país no cuenta propiamente con un mercado nacional, debido al bajísimo poder adquisitivo de la población y a la circulación de dos monedas. El salario promedio en Cuba, de unos 25 dólares mensuales (unos 600 pesos), es el más bajo de todo Occidente. Es inferior al de Haití, de unos 60 dólares mensuales, según la entidad global Nationmaster. En El Salvador y en República Dominicana, dos naciones pobres, es de 365 y 355 dólares mensuales, respectivamente.
Una de las dos monedas cubanas, el CUP, con el que se pagan los salarios, equivale a 4,2 centavos de dólar y no es convertible. No vale nada, solo sirve para comprar unos pocos alimentos subsidiados y algunos servicios como la electricidad, el agua y el gas.
El otro peso, el CUC, que es convertible y se compra a razón de 24 CUP por un CUC, circula en tan poca cantidad que no puede constituirse en demanda efectiva de mercado alguno. Y vale recordar que al llegar Castro al poder había un solo peso, convertible al instante en dólares a uno por uno.
¿Cuántas hamburguesas con papas fritas podría vender un empresario extranjero en La Habana a un precio de 3.50 CUC, digamos, si ello representa el 14% del salario mensual promedio? La doble moneda también impide calcular los costos de producción. Nadie sabe hoy en Cuba, otrora azucarera mundial, cuánto cuesta exactamente producir una libra de azúcar.
En la Isla no puede haber un mercado ni negocios serios si no se unifican las dos monedas y si los salarios no se cuadruplican, al menos. Para eso hay que aumentar espectacularmente la tasa de productividad (la más baja de América), y la producción de bienes y servicios no gratuitos. Pero eso solo se puede lograr si se liberan las fuerzas productivas, cosa a la que se niegan ambos hermanos Castro.
Por otra parte, en Cuba está prohibido que las empresas extranjeras contraten a sus empleados. Tienen que pedirlos al Gobierno, que los provee ya filtrados por la Seguridad del Estado para que sirvan de espías del régimen en esas compañías mixtas (asociadas con el Estado) y, sobre todo, para confiscarles el grueso del salario en divisas. Eso obliga a los inversionistas extranjeros a pagar un salario adicional clandestino, si quieren que los empleados trabajen bien y no roben productos o equipos. Ello encarece el costo laboral.
Igualmente, los empresarios foráneos no pueden negociar con el incipiente sector privado isleño, que supuestamente es al que quiere beneficiar Washington con su acercamiento a Cuba. Por ley, los cuentapropistas no pueden relacionarse con los extranjeros, quienes solo pueden hacer negocios con el Estado y los militares que controlan la economía. Encima, se les prohíbe a los cuentapropistas crear capital. Es decir, no pueden ampliar sus precarios timbiriches de corte medieval.
Por último, invertir capital solo tiene sentido cuando se cumplen tres condiciones básicas: 1) garantías legales a la propiedad y la operatividad de la compañía; 2) seguridad de que se obtendrá un rápido retorno en ingresos que cubran el monto de la inversión realizada; y 3) la existencia de un mercado, interno o externo, que prometa buenas ganancias. El régimen de los hermanos Castro no ofrece ninguna de esas tres condiciones.
Nada hace la dictadura con organizar ferias comerciales en La Habana y enviar a sus ministros por el mundo a tratar de captar inversiones, ni con reducir los impuestos al capital extranjero, si el país carece de credibilidad en el sector financiero y empresarial internacional. Incluso periódicamente deja de pagar a los inversionistas en territorio cubano.
La credibilidad se logra jugando limpio, con leyes que protejan al capital extranjero, permitan el capital privado cubano, y pagando a los acreedores. Eso no existe en Cuba, donde imperan las arbitrariedades de una casta político-militar empecinada en negarles las libertades y derechos elementales a sus ciudadanos y a los capitalistas extranjeros.
Lo peor es que no hay posibilidad alguna por ahora de elevar los salarios, ni de unificar las dos monedas, ni se puede crear un mercado mayorista o minorista. Y el régimen se niega a abrir su economía. Además, el país carece de infraestructura en carreteras, puertos, aeropuertos, acueductos, transporte, servicios bancarios, o eficiencia en las telecomunicaciones e internet, y no tiene dinero para construirlas.
Para colmo, el idilio extranjero con la Isla tiene lugar cuando su economía ya está totalmente dominada por las fuerzas armadas, y a la "revolución" se le desdibuja su fisonomía ortodoxa marxista para parecerse cada vez más a un régimen militar fascista.
Conclusión: luego de echar un vistazo al panorama de la Cuba castrista queda claro que lo que buscan, o lo único que pueden encontrar hoy en la isla caribeña los empresarios capitalistas con el "deshielo" es explotar los salarios miserables imperantes en el país para producir a muy bajo costo con vistas a la exportación, al tiempo que la elite político-militar y sus familiares se enriquecen y se perpetúan en el poder.
¿Es eso promover la democracia?
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