Por Roberto Álvarez Quiñones.
Increíble, pero cierto. 31 años después de la caída del Muro de Berlín y de que el sistema comunista marxista-leninista, también llamado "socialismo real", fuera sepultado en Europa por inviable e inhumano, modificado en Asia (excepto en Corea del Norte) porque impedía el desarrollo, y hecho pedazos a Cuba, hoy cobra fuerza en todas partes, incluso en Estados Unidos.
Cuando comento esta paradoja con algunos amigos latinoamericanos, me dicen que ni en Cuba ni en ningún otro país ha habido nunca marxismo porque este jamás se ha interpretado ni aplicado correctamente. No saben cómo calificar a la "revolución cubana", pero insisten en que no es marxista.
La mayoría de los profesores universitarios en Occidente, así como la izquierda socialista -incluida la que en EEUU trata de imponerse dentro de la candidatura presidencial de Joe Biden-, aseguran que el sistema comunista instalado en 35 países en el siglo XX no fue marxista, sino una distorsión de las doctrinas de Marx, de lo cual culpan a Lenin, Stalin, Trotski, Mao, Ho-Chi Minh, Kim Il Sung, Pol Pot, Fidel Castro y demás dictadores comunistas.
Y hasta suena lógico ese rechazo. Nadie quiere cargar moralmente con los 100 millones de cadáveres que dejó el comunismo, cifra que casi duplica el total de muertes causadas por la Segunda Guerra Mundial.
Hay además un problema semántico en esto. Fueron Lenin y los bolcheviques los que calificaron de socialismo al comunismo marxista instaurado en Rusia en 1917, porque según Karl Marx, para llegar al comunismo, primero había que construir el socialismo. Pero nunca le quitaron el nombre al Partido Comunista. O sea, el socialismo se construía en Rusia -y luego en casi 40 naciones- por partidos comunistas, no por partidos socialistas, nombre que usan los socialdemócratas, que no son comunistas.
Les pregunto a esos amigos citados qué fue entonces el Che Guevara, quien por su sólida formación marxista resultó encargado por Fidel Castro de instalar en Cuba el sistema de economía centralmente planificada, corazón de la "dictadura del proletariado", período de transición entre el capitalismo y el comunismo según Marx, y dirigida por un Partido Comunista. Sus respuestas son imprecisas.
Stalin, más marxista que Lenin.
Guevara era comunista, o sea, marxista, y tanto o más que Castro, como Trotski lo fue más que Lenin al defender la "revolución permanente" a nivel mundial que proponía Marx. Incluso Stalin, a quien la izquierda culpa de haber denigrado al marxismo, fue más marxista que Lenin, pues abolió los negocios privados que Lenin permitió con la Nueva Política Económica (NEP) desde 1921. Según Marx, no podía haber ningún tipo de propiedad privada en la construcción del socialismo.
Cuando se constituyó la Liga de los Comunistas en 1848, cuyo programa fue redactado por Marx y Engels y titulado Manifiesto del Partido Comunista, el lema fue "¡Proletarios de todos los países, uníos!", un grito de guerra llamando a la acción para "el derrocamiento de la burguesía" en todo el mundo, como reza el primer artículo de los estatutos de la Liga.
Eso fue lo que hizo el Che Guevara 119 años después, al llamar a "crear dos, tres, muchos Vietnam" para acabar con el imperialismo y el capitalismo internacionalmente. Y lo que hizo Fidel Castro al intervenir militarmente en 22 países con tropas regulares cubanas, o con grupos guerrilleros enviados desde Cuba, o entrenados y armados en la Isla. Igualmente es marxista Raúl Castro, quien desde muy joven se hizo militante de la Juventud Socialista, ala juvenil del partido de los comunistas cubanos, el PSP. Porque que el general Castro y su claque militar conformen una mafia interesada solo en enriquecerse mientras el pueblo pasa hambre, no excluye que sean marxistas. Al contrario, en Cuba hay hambre porque hay marxismo.
La hay desde que en octubre de 1960 se empezó a aplicar la teoría marxista: estatización de la economía, planificación económica centralizada, y la ley del valor (mercado) dejó de regir la actividad económica. Eso sigue vigente. Hoy el Estado castrista genera el 93% del (escaso) PIB cubano.
Marx, político incendiario, antidemocrático hasta la médula.
Muchos académicos insisten en que el marxismo es una "megateoría" de ideas filosóficas, económicas, sociales e históricas imprescindibles para reformar la sociedad y hacerla más democrática y justa.
Falso. Eso es una cortina intelectual para ocultar que Marx fue antidemocrático hasta el tuétano. Fue enemigo acérrimo de la Constitución Francesa de 1795 durante la Revolución, que tuvo como preámbulo la Declaración de los Derechos y Deberes del Hombre y del Ciudadano.
"El Moro", como le llamaban sus allegados pese a que era judío (a quienes odiaba e insultaba), no fue un pacífico académico interesado en crear una "megateoría" filosófico-social que fuera leída tranquilamente en las bibliotecas.
El consideraba que "la violencia es la partera de la historia", y ya en 1845, en sus Tesis sobre Feuerbach, presentó sus credenciales de violento e iconoclasta agitador político: "Los filósofos –escribió- no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo". Más claro ni el agua.
Y para transformarlo aportó su doctrina como instrumento "revolucionario" que acabara violentamente con el orden burgués, implantara la "dictadura del proletariado", y construyera el socialismo para alcanzar el comunismo -¿1.000 años después?-, la sociedad paradisíaca sin Estado, gobierno ni moneda.
El único marxismo, el de puño y letra de Marx, es retrógrado, una vía para regresar a los tiempos de las monarquías absoluta, cuando el Estado lo era todo, el individuo nada, y no se conocían las libertades individuales que hicieron posible la modernidad.
Si la utopía marxista -más delirante que la de Tomás Moro y más sanguinaria que la de los jacobinos- se llevó a la práctica fue porque Marx aportó los instrumentos para tomar el poder: el Partido Comunista, El Capital, con su crítica al sistema capitalista, y varias tesis "revolucionarias". El experimento estuvo en el laboratorio de la vida 74 años, y los resultados fueron catastróficos.
No han sufrido el comunismo en carne propia.
No aceptar esa realidad conduce a fantasías por tres motivos: 1) se confunde el deseo con la realidad; 2) no se conoce a fondo a Marx, ni su doctrina política; y 3) no se ha sufrido el comunismo en carne propia.
Luego del funeral del comunismo en Europa y de su hibridación con el capitalismo en China y Vietnam, la izquierda radical adopta con el marxismo una posición dual. Por una parte, lo toma como un dogma, una especie de fe religiosa que irónicamente niega el ateísmo marxista; y por la otra lo usa como plataforma política para alcanzar el poder y repetir la misma trágica historia del comunismo en el siglo XX.
Ambas corrientes apoyan a la dictadura castrista, no importa lo que haga. Pero se ofenden si se les llama comunistas. Rechazan el término pues les huele a fracaso. ¿Pero se puede ser marxista sin ser comunista?
El marxismo es comunismo y el comunismo es marxismo, son la misma cosa. Marx rescató la palabra comunismo de las comunas de Platón para diferenciarse de los demás socialistas, a quienes llamaba "parlamentaristas idiotas", pues propugnaban tomar el poder mediante elecciones y no por la fuerza. Mientras más a fondo se estudia a Marx, más aflora su desprecio por el pluralismo democrático moderno.