lunes, 24 de agosto de 2020

La unificación monetaria y el “horizonte” como destino.

Por Miriam Celaya.

La economía cubana y la dualidad monetaria. 

Una nota recientemente publicada por la prensa oficial cubana, vuelve sobre el repetido y hasta ahora no resuelto tema de la unificación monetaria, a través de una entrevista realizada por su autora a varios especialistas del Banco Central de Cuba.

Dichos funcionarios coincidieron en la importancia de la unificación monetaria y cambiaria como una “condición necesaria, aunque no suficiente, para reordenar y actualizar la economía nacional” y ofrecieron su visión sobre los orígenes de la dualidad monetaria y sus antecedentes históricos, con una explicación acerca de cuál sería el entorno económico ideal del país para que (finalmente) el dinero cumpla sus funciones.

Sería ocioso repetir lo dicho por los expertos, funcionarios gubernamentales a fin de cuentas, cuyo discurso en nada difiere de las incontables explicaciones vertidas sobre este controversial asunto desde que, en 2011, el entonces General-Presidente tuvo una epifanía y declaró que era hora de unificar las dos monedas nacionales. Casi diez años después todavía no se ha consumado el milagro.

Cabría esperar que estos altos burócratas de las arcas nacionales, protagonistas de la nota de referencia, nos hubieran ofrecido algún avance sobre las estrategias de soluciones que, supuestamente, se están aplicando para cortar el nudo gordiano de la dualidad monetaria y cambiaria. O, como mínimo, debieron aclarar en qué punto estamos en los pasos y etapas que supuestamente se planearon en los “Lineamientos” se estarían dando para hacer posible (si es que lo fuera) la tan esperada unificación.

Se hubiera agradecido un poco de luz en medio de una realidad tan confusa y oscura que las monedas -lejos de unificarse- se siguen diversificando. La reciente irrupción de las divisas extranjeras en el sistema de comercio nacional multiplica las distorsiones, profundizando la devaluación de las monedas cubanas, robusteciendo el mercado negro cambiario y reforzando las ya grandes brechas sociales existentes entre los sectores más empobrecidos y sin acceso a las divisas, y los “privilegiados” que cuentan con alguna fuente de ingresos en moneda extranjera.

Es decir, que al día de hoy lo más lesivo a nivel social, más allá de la cosa financiera, no es ya el viejo problema de la existencia de dos monedas, sino la coexistencia de dos tipos de monedas: por un lado, las nativas (CUP y CUC), con presencia física en el deprimido comercio nacional, sin valor real y sin respaldo financiero, un triste remedo de las antiguas fichas de central azucarero de herencia colonial; y por otro, las divisas extranjeras, con valor real pero con presencia solo virtual (dolarización solapada), y privilegiadas dentro del propio sistema de comercio nacional (apartheid comercial) con la habilitación de mercados destinados exclusivamente a quienes tienen acceso a ellas a través de tarjetas magnéticas ancladas a cuentas bancarias en moneda libremente convertible.

Obviamente, aunque es inobjetable la urgencia de captar divisas, lo cual -según declaran los expertos vernáculos- teóricamente debería contribuir a acelerar la unificación monetaria, en la práctica éste sería un proceso extremadamente largo debido a la crisis económica interna agravada por la severa crisis económica global actual relacionada con la pandemia de la COVID-19) y a la vez con un costo social impredecible, teniendo en cuenta la crispación al interior de la Isla, el creciente descontento, el incremento de las medidas represivas y los controles policiales y parapoliciales, y el evidente distanciamiento entre “gobierno” y “gobernados”.

Resulta, entonces, bastante improbable -por decir un adjetivo amable- que en medio de semejante tormenta se puedan “sanear las finanzas internas” y “crear un entorno ideal para que el dinero cubano cumpla sus funciones”. Salvo que los jerarcas tengan algún as bajo la manga, lo cual jamás ha sido favorable para el común de los cubanos.

Pese a todo esto, y a propósito de la soñada unificación monetaria, Karina Cruz Simón, especialista de la Dirección de Estudios Económicos expuso premisas que a la luz de la situación actual constituyen puras quimeras. La “clave”, plantea la experta, es estabilizar la moneda nacional, lo cual se logra, entre otros factores, “garantizando que los procesos de emisión de dinero se correspondan con la evolución de la economía real o productiva”.

Lo que no menciona esta funcionaria es cómo cree que se pueda realizar semejante sortilegio. Como si no se hubiera comprobado suficientemente a lo largo de todo el experimento castrista que una economía “real o productiva” requiere de manera imperativa impulsar sin más demora una transformación profunda de las relaciones de propiedad en Cuba: otra distorsión igualmente compleja y de larga data que comenzó desde los albores mismos de la llamada revolución y ha sido la base del desastre económico nacional.

Lograr ese “escenario favorable para que el peso cubano pueda cumplir con sus funciones y se logren preservar los equilibrios macroeconómicos” no depende solo (ni mágicamente) de los factores que mencionó Cruz Simón y que también resultan inalcanzables si Cuba no se abre a la economía de mercado y si, simultáneamente, no se reconocen los derechos económicos, políticos y sociales de sus ciudadanos para que participen como protagonistas y no como rehenes en el nuevo escenario económico.

El obstáculo fundamental para avanzar en las dos caras de la necesaria unificación y revalorización de la moneda nacional -economía y finanzas- es el obsoleto y demostradamente fallido principio de “planificación general de la economía”, que es el nuevo eufemismo para referirse a una economía centralizada.

En realidad, todas las propuestas “renovadoras” lanzadas hasta el momento por el Poder político en aras de “echar a andar la economía” solo tienden a blindar ese centralismo estatal fracasado y a perpetuar al mismo poder en sus privilegios. Y es esa tozudez la que impide en primer término el avance de la economía y, en última instancia, hacer posible la unificación monetaria. Cuando se han vivido 60 años de totalitarismo y descalabros económicos ininterrumpidos no es preciso ser un especialista en la materia para entenderlo así.

Pero, para no pecar de injustos, habrá que reconocerles alguna coherencia. Ya el propio título de la nota de Granma lo anunciaba sin afeites: la unificación monetaria de Cuba está “en el horizonte” … Y es sabido que el horizonte es una línea imaginaria e inalcanzable. Es en esa línea donde siempre ha situado el Poder todas sus promesas de prosperidad, y allá siguen nuestros destinos. Al menos en eso nunca nos han mentido. 

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