martes, 11 de agosto de 2020

Ni con dólares se sobrevive en Cuba.

Por Jorge Olivera Castillo.

Los estantes semivacíos son parte del panorama desolador que va mucho más allá de las tiendas que ofertan en pesos convertibles (CUC) y de las 72 donde se venden mercaderías en dólares y otras monedas fuertes, previamente depositadas en tarjetas magnéticas. Estas últimas abiertas hace apenas unos días en varios sitios del territorio nacional.

La esperanza de que termine este vía crucis en los próximos meses es también un sentimiento agotado a lo largo y ancho del país.

Hay un consenso poblacional en relación a la permanencia de la crisis económica, por tiempo indefinido, así como sobre su paulatino recrudecimiento.

El cubano promedio está consciente de que no hay salida a una situación exacerbada por el impacto del coronavirus, pues se trata de viejos problemas creados por el voluntarismo estatal de perpetuar un modelo económico improductivo y parasitario.

Las carestías van cuesta arriba con el acompañamiento de maniobras para superarlas por medio de acciones generalmente ilícitas, ahora bajo mayores castigos por parte de la policía y el escrutinio de más de 20 mil personas reclutadas para detectar y denunciar acaparamientos y reventas.

Lo cierto es que las llamadas ilegalidades persisten. No hay como acabar con los fenómenos asociados al desabastecimiento crónico, la progresiva desvalorización de la moneda nacional y la quiebra total de los preceptos igualitarios, aún presentes en el discurso oficial y todavía entre los pilares ideológicos del modelo marxista-leninista, a partir de la recién decretada hegemonía de los dólares estadounidenses.

En teoría, de acuerdo al nuevo escenario, los poseedores de tarjetas recargadas desde el exterior con Monedas Libremente Convertibles (MLC) tienen acceso a una extensa gama de productos, incluidos los de primera necesidad, que han desaparecido de los anaqueles de las tiendas que funcionan en CUC, sin embargo, la práctica desmiente ese privilegio.

La abundante oferta, al menos en las tiendas en dólares que habilitaron en La Habana, duró lo que un cake de chocolate en la puerta de un colegio.

Un ejemplo de este choque con la falsa expectativa de satisfacer algunas de las tantas necesidades que existen, con billetes verdes impresos en las rotativas del Departamento del Tesoro, dólares depositados en un banco y luego transferidos al pequeño aditamento plástico, fue la experiencia vivida en la tienda Sol naciente, ubicada en la calle Obispo, esquina Villegas, en la Habana Vieja.

La intención de comprar un pomo de champú se evaporó con la voz de la tendera.

“Eso se acabó el mismo día que lo trajeron y no se sabe si volverán a surtir”, dijo lacónicamente. Como información complementaria, la dependiente dejó saber que hubo personas que se llevaron hasta 20 frascos, lo cual indica su posterior reventa en el mercado negro a precios muy por encima de su costo original.

En fin, que el trasiego de productos es algo que no puede ser detenido en medio de una escasez generalizada con altas probabilidades de alcanzar niveles insostenibles, similares a los soportados durante la primera mitad de la década de los 90 del siglo pasado, a raíz de caída de los gobiernos liderados por el partido comunista en los países del Este de Europa y en la ex Unión Soviética, y el posterior cese de las multimillonarias ayudas.

Es lamentable que el régimen cubano no muestre un plan coherente para salir, lo antes posible, del atolladero económico.

Juega con las mismas cartas y las mismas estrategias en un partido que se complica y que exige urgentes rectificaciones para evitar una aplastante y cruenta derrota.

Son dos las posturas a adoptar, sin ambivalencias, con tal de evitar rupturas sociales que conduzcan al caos.

Una es derribar, con la mayor urgencia posible, los muros del bloqueo interno, y la otra echar a un lado la inútil hostilidad con los Estados Unidos y trabajar a favor de la normalización de las relaciones bilaterales. Un proceso complicado, pero inevitable.

No existen caminos alternativos. Es lo que hay. Lo demás es palabrería hueca. Una forma de perder el tiempo miserablemente, mientras el país se cae a pedazos.

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