miércoles, 12 de agosto de 2020

Haydée Santamaría y su macabra historia.

 Por Tania Díaz Castro.

Haydée Santamaría Cuadrado.

A propósito del pasado aniversario del asalto al Cuartel Moncada, vale recordar la tragedia vivida por Haydée Santamaría Cuadrado. La conocí en 1959, siendo ella directora de la Casa de las Américas. Y a pesar de la brevedad de esas relaciones, si figura nunca se apartó de mi mente.

Haydée, dicho claramente, sin riesgo alguno a equivocarme, fue víctima de eso que bien llaman dominación por el terror: suerte de lucha violenta practicada por una organización o grupo político frente al poder del estado para la consecución de sus fines.

A ese grupo político diabólico, liderado por Fidel Castro y su hermano Raúl, perteneció Haydée a sus treinta años de edad. Era una mujer humilde, sincera, de pueblo, carente de instrucción escolar, de vida sosegada, una mujer que jamás pudo evadir de su conciencia las culpas que la persiguieron por su participación en el acto más bárbaro y cruel de la historia de Cuba, algo que nunca la periodista del Moncada, la señora Marta Rojas, se ha referido en sus escritos sobre Haydée .

Haydée fue una de aquellas mujeres que por los años cincuenta del siglo pasado se dejó embrujar por la personalidad psicópata de Fidel Castro, quien pensaba que los problemas del país se resolverían con tiros, mentiras en la prensa y gritos histéricos en calles y tribunas.

La célebre neurocirujana Hilda Molina lo definió bien: “Un monstruo, un triturador de seres humanos, tanto si lo sirves, como si te le opones pacíficamente”.

Así se vio Haydée envuelta en una historia macabra, “aquello perenne que nos atormente”, que la mantuvo en vilo, inestable emocionalmente, según sus recuerdos del 25 de julio de 1953.

“Aquello perenne” fue el ataque al Cuartel Moncada, de madrugada, por sorpresa, donde fueron asesinados decenas de militares semidormidos, atacados por jóvenes disfrazados de sargentos- Aquello que Haydée nunca pudo olvidar, siempre con el temor de que se acercara la fecha del 26 de Julio, que la atormentó toda su vida, hasta aquel 28 de julio de 1980, cuando, más atormentada que nunca, se dio un disparo en la sien, en paz para siempre.

“Se acerca la fecha o no sé… No vamos a decir que es algo perenne que nos atormente, no, no, no, pero que es raro que nos ocurra, no debiera ocurrirnos porque esto es más grandioso. Será que algunos rostros nos son necesarios por momentos, no sé y además no sé por qué he dicho esto”.

Cuando Haydée se refirió a Abel, su hermano, ese que el castrismo utilizó como propaganda para decir que la policía de Batista le había sacado un ojo, jamás lo expresó en sus confesiones; tampoco Marta Rojas, que por estos días ha repetido esa mentira.

“Claro, pensaba en Abel, eso ya es natural, pero tampoco pensaba en Abel, no sé, pensaba en Abel, pensaba en Abel, pensaba que no era posible que Abel dejara de respirar y dejara de mirar, que Abel dejara de pensar. Pero no así en algo profundo, en algo profundo como pude pensar en el mismo Moncada después… digo que en mí ocurrió una transformación, no sé si en minutos o en horas, pero una transformación total”.

“Mi último encuentro con Abel es bastante impreciso. Me encuentro para hablar con él en el Hospital, después se lo llevaban, y después es de imaginar; así que yo no sé cuál es el último encuentro con Abel, porque tal vez el último sea cuando ya no existía… en el momento que sea necesario, pasan tantas cosas en nuestra mente que muchas veces no sabes si la pensabas o si sucedió… Por eso muchas veces a uno le da cierto temor escribir, porque no sabes, las imágenes se confunden tremendamente con la realidad…, tremendamente, así que no puedo decir que en realidad el último encuentro pudiera ser donde hablamos… donde estuvieron nuestros pensamientos, donde estuvieron pedazos que pudieran ser pedazos o no ser pedazos, pero qué más da de quien eran los pedazos, eso es otra cosa”.

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