viernes, 28 de agosto de 2020

Supervivencia al desnudo: del agua de arroz a la pesca en las alcantarillas.

 Por Jorge Olivera Castillo.

Cola para comprar en un centro comercial de La Habana.

Cuba podría ser el reino de lo insólito. No es una mera suposición, se trata de una opinión fundamentada en las situaciones que se ven a diario en cualquier vecindario, la mayoría relacionadas con esa pobreza de doble filo que brilla permanentemente en ámbitos de la cotidianidad.

Para muchas familias ya es común usar el agua con que se enjuaga el arroz antes de su cocción como champú, ante la ausencia de este producto en las tiendas recaudadoras de divisas. Fue una sugerencia publicada en medios oficiales debido al reforzamiento de las carencias desde que el coronavirus se instaló en territorio nacional. El champú hace escurridizas apariciones en algunos centros comerciales para pasar a manos de los revendedores. Su precio en el mercado negro llega alcanzar hasta tres veces su valor original. Por tanto, el arroz vietnamita que entregan por la libreta de racionamiento cada mes es el que posibilita la limpieza del cabello, si es que no falta el agua, un problema crónico en la mayoría de las provincias del país.

También circula por ahí una novedosa receta para aliviar los efectos de la sarna, infección que desde principios del año en curso viene ampliando su incidencia en personas de todas las edades. El remedio consiste, a falta de medicamentos adecuados, en el uso del aceite para camiones, previamente pasado por las llamas hasta su punto de ebullición. Según quienes lo han usado, se unta tibio sobre las áreas afectadas. Por fortuna, logra atenuar la picazón.

La desastrosa condición higiénica a nivel nacional debido a la acumulación de basura en las calles, los problemas con el suministro de agua, el hacinamiento en los inmuebles donde conviven hasta cuatro generaciones y las aglomeraciones que tienen lugar en las afueras de las tiendas para comprar alimentos y productos de aseo son parte de las causas que estimulan la proliferación de este ácaro causante de un intenso picor, sobre todo en la noche y las primeras horas de la mañana.

Acceder a la Permetrina en crema al cinco por ciento o el Benzoato de Bencilo en las farmacias es una misión imposible. Por un lado, la oferta es insignificante ante una demanda en pleno auge; por otro, es bastante común el hecho de que parte de estos ungüentos terminen vendiéndose en cualquier esquina a partir del acuerdo entre dependientes que roban y vendedores furtivos dispuestos a sacarle el mayor provecho a su gestión.

La solución del aceite quemado para combatir la escabiosis debería tomarse como referencia para destrozar la aureola mística que rodea a la salud pública en Cuba.

Lamentablemente, no es el único ejemplo dentro de una espiral de acontecimientos en hospitales, policlínicas y farmacias, y que echan por tierra la supuesta excelencia alcanzada en ese rubro desde la instauración del modelo socialista hace más de seis décadas. Sobran evidencias para anular el discurso triunfalista de los personeros y amanuenses de la dictadura.

Por último, he determinado traer a colación la reciente imagen del hombre sumergido en una alcantarilla de la ciudad de Cienfuegos, de donde extrae una decena de peces muertos.

La pesca a mano limpia, en plena inmundicia, es razón suficiente para determinar las paupérrimas condiciones de vida de un cubano que recurre a una faena que atenta contra su salud y la de las personas que gustosamente comprarán el producto sin averiguar su lugar de procedencia.

Este tipo de pez, conocido como claria, es originario de Asia y fue introducido en Cuba en 1999. Habita en agua dulce y tiene la capacidad de buscar alimentos fuera de los estanques donde se reproduce. Es capaz de respirar fuera del agua y sobrevivir a condiciones extremas.

No es la primera vez que se observa ese tipo de capturas dentro o en los márgenes de los desagües. Está claro que la fetidez no es problema para implicarse en esos menesteres, tampoco la posibilidad de contraer una enfermedad a raíz de las zambullidas en la asquerosa mezcla de desperdicios.

El asunto es conseguir unos pesos y resolverle el almuerzo o la cena a un grupo de familias que celebrarán la adquisición a sabiendas de que los peces habitaban entre las aguas residuales.

La suma de escenas como las aquí descritas invita a pensar en el enorme parecido a una pocilga. El hambre no entiende de escrúpulos.

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