Por Diego Sánchez de la Cruz.
Hans-Jörg Naumer es el director global de análisis temático y mercados de capitales de Allianz Global Investors. En los últimos años ha publicado distintos trabajos sobre la importancia de abordar la política medioambiental a través de mecanismo de mercado y no con medidas intervencionistas. Libre Mercado se ha entrevistado con Naumer, en el marco de una conversación facilitada por el Instituto Juan de Mariana que ha servido para tocar a fondo sus investigaciones sobre estas cuestiones. El resultado es el siguiente.
En su país, Alemania, se habla cada vez más del "decrecimiento" como única salida a los problemas medioambientales. ¿Por qué considera que esta tesis, que está muy de moda en las filas de la izquierda, está equivocada?
Sin duda, la idea del "decrecimiento" ha cobrado fuerza en Alemania y se empieza a escuchar mucho en otros países, pero su mensaje central esencialmente neo-malthusiano: el planeta tiene unos recursos finitos, de modo que, o paramos la actividad económica, o nos extinguimos… Es una filosofía simplista, porque solamente concibe una forma de revertir el aumento de las emisiones de carbono: frenando por completo la producción.
Siempre tenemos que intentar vivir de una forma sostenible, es decir, tomando en cuenta cuestiones medioambientales relevantes. Sin embargo, ¿quién se puede permitir algo como el "decrecimiento"? Puede que en algunos países ricos haya una minoría que defiende esto, pero ¿y el resto de la gente, están de acuerdo con que se desplome su nivel de vida? ¿Y qué hay de muchos otros países que ni siquiera son lo suficientemente desarrollados como para que algunos planteen este tipo de absurdos?
Hay, además, otra cuestión importante encima de la mesa. El crecimiento demográfico va a continuar hasta aproximadamente el año 2100. Por lo menos, veremos un aumento de 2.500 millones de personas en la Tierra. Y, a más gente, más "decrecimiento" tendríamos que asumir, si ese es el único camino que contemplamos para enfrentar estas situaciones.
Se habla mucho de los objetivos ESG de sostenibilidad y medio ambiente. Pues bien, uno de los más importantes es el referido a la reducción de la pobreza y, si eso es lo que queremos conseguir, tenemos que apostar por el crecimiento. De hecho, hoy somos unos 8.000 millones de personas y, aunque la pobreza ha bajado mucho, hay 3.000 millones que siguen viviendo en una situación delicada y que necesitan más crecimiento.
También escuchamos a menudo los llamados de algunos países a lidiar con los asuntos medioambientales a través de grandes programas de "redistribución". Sin embargo, a lo largo del tiempo, hemos podido ver que los países no salen adelante con transferencias, sino a través de su propio crecimiento económico.
Desde luego que eso es así. El fin del crecimiento nos situaría en un juego de suma negativa, porque todos seríamos más pobres. En Occidente vemos que el PIB per cápita de los hogares llega a ser cuatro veces mayor que en los países emergentes y seis veces más altos que en las naciones pobres. En la práctica, un programa de "redistribución" de este corte significa que en Alemania o en España tengamos que vivir con una renta de 10.000 o 15.000 euros al año.
Además, este tipo de planteamiento no toma en cuenta la reacción de los productores, que sin duda dejarían de actuar si les van a arrancar el fruto de su trabajo de forma tan pronunciada, y tampoco toma en cuenta el aumento de la población que hemos comentado antes y que, a lo largo de los próximos ochenta años, obligaría a hacer recortes aún mayores para buscar ese empobrecedor equilibrio redistributivo.
Cuando uno se fija en la evolución de las emisiones de CO2 de los países ricos, no solamente encuentra que no van a más, sino que sorprendentemente evolucionan a menos. En términos relativos, la caída es muy acusada en relación con la subida del PIB. Sin embargo, este hecho tan importante está siendo silenciado o ignorado en los grandes debates climáticos.
Como economista, tengo claro que es importante avanzar por el camino de la descarbonización. Sin embargo, precisamente por eso tenemos que tener en cuenta que la producción económica en las economías de mercado ya es hoy mucho más sofisticada en ese aspecto. Desde los años 60, la eficiencia energética de nuestros bienes de consumo se ha multiplicado por cinco o seis.
En el caso de Estados Unidos, las emisiones de CO2 se desacoplaron del crecimiento del PIB en torno a los años 80, mientras que en países como España se observa un fenómeno similar desde comienzos del siglo XXI. Esto confirma que podemos crecer más generando menos emisiones y, de hecho, lo que hemos conseguido es llevar las emisiones a niveles de hace décadas y, de forma paralela y simultánea, seguir agrandando nuestra producción.
A veces se plantean "soluciones climáticas" que no solucionan nada, pero sí le hacen la vida mucho más complicada a la gente, caso por ejemplo de la prohibición de los vuelos nacionales que se está barajando en España. De igual modo, se defienden "confinamientos climáticos" porque en 2020 bajaron las emisiones de CO2 coincidiendo con la pandemia, pero se ignora que esa caída fue solamente coyuntural y que, además, el empobrecimiento asociado a las restricciones covid ha reducido nuestra capacidad de invertir en tecnologías más eficientes desde el punto de vista energético.
No sacamos nada con este tipo de medidas, en Alemania se nos proponen cosas parecidas con los vuelos y también se habla de limitar la velocidad en las autopistas, que es algo casi sagrado para muchos de nuestros ciudadanos… Karl Popper nos advirtió de la importancia de contener el desarrollo de grandes estructuras de gobierno que controlen nuestras vidas por completo.
Reflejar los precios del carbono en la actividad económica es la mejor forma de gestionar estas cuestiones. En los sectores europeos que están sujetos al mecanismo de compra de derechos de emisiones de CO2 estamos exigiendo unos 80 euros por la tonelada de CO2. Hay dos problemas con esto: por un lado, la cantidad ha subido mucho coincidiendo con una situación económica muy delicada; por otro lado, el mercado de derechos de emisiones es solamente europeo y, si bien parece poco probable que se desarrolle un sistema global, sería deseable que otros bloques económicos se alíen de forma voluntaria para poner en común estos sistemas.
Con el precio del CO2 fijado, los productores se pueden ocupar de competir entre sí en busca de soluciones más eficientes. Esa es la solución más inteligente porque, como nos explicó F. A. Hayek, el conocimiento no está concentrado sino distribuido entre todos nosotros, de modo que esta es la mejor manera de buscar soluciones.
Siempre he dicho que, a la hora de aprobar medidas climáticas, impera la aplicación de nuevas restricciones y escasea la aprobación de medidas compensatorias que reduzcan otros costes fiscales y regulatorios para que las empresas puedan amortiguar el golpe. Es decir, si añadimos más palos y nunca ofrecemos zanahorias, el resultado no es otro que un intervencionismo creciente que complica la inversión privada en este campo y en toda la economía.
En los últimos años hemos vivido, en efecto, un problema importante en lo tocante a la libertad económica. Por ejemplo, si nos referimos a la globalización, que ha hecho mucho para favorecer el libre comercio y los intercambios a nivel mundial, estamos viendo que cada vez se habla más abiertamente de que vamos camino a una cierta "desglobalización". Se habla también de "friendshipping", un término que alude a que deberíamos concentrar nuestros acuerdos y lazos comerciales en bloques de países afines en clave política, social o cultural.
En Estados Unidos, por poner un ejemplo concreto, las medidas para lidiar con la inflación o lidiar con las cuestiones climáticas se concentran en un amplio programa de subsidios. Ese no es el camino. Peor aún, en Europa a menudo se responde a ese tipo de agenda con medidas similares, de modo que terminamos con más subsidios allí y también aquí. Todo eso son distorsiones que, en efecto, resultan contraproducentes. Y luego está el papel de China, que al menos ha anunciado un programa de reducción de emisiones, pero que hoy por hoy es el principal generador de emisiones de dióxido de carbono.
Los tipos de interés han subido para intentar contener la inflación que llegó de la mano de una política monetaria laxa. ¿Hasta qué punto las finanzas "verdes" no son ahora más costosas y menos rentables a raíz del encarecimiento de la financiación?
De entrada, tenemos que estar felices de que se haya terminado la época de los tipos cercanos a cero, porque la política monetaria ha sido errónea y ha generado grandes distorsiones, provocando daños en los mercados de capitales y animando a los gobiernos a gastar de forma imprudente e insensata. Por lo tanto, aunque ahora las condiciones de financiación son menos atractivas, lo cierto es que el marco anterior no era razonable ni sensato.