jueves, 21 de julio de 2011

El mejor negocio.

Por Por José Hugo Fernández.

Discutían en una esquina del barrio. Ya sabemos que las discusiones inútiles constituyen, junto a la pelota, el primer deporte nacional en Cuba. Así que, como de costumbre, un grupo de mis vecinos habaneros discutían en una esquina.

La composición del corro era también la acostumbrada: el chota, el fogoso, el sabiondo, el descreído, el ingenuo, el trágico, el excéntrico, el apagafuegos y el cucharita. Este último, ya saben, no tiene opinión propia, su papel es reír, negar o afirmar con la cabeza, según quién hable. Pero es una figura imprescindible en nuestras discusiones, puesto que representa a la mayoría, aun cuando no pinche ni corte.

El tema del debate era el cuentapropismo (vaya palabreja fea), con un pie forzado: ¿Cuál es el mejor negocio que un particular puede emprender hoy en La Habana?

El chota rompió el hielo afirmando que el mejor negocio es conseguirse un saco e ir todas las noches al Noticiero Nacional de Televisión para llenarlo con viandas y frutas tan hermosas y baratas como no las hallarás en ningún mercado.

El ingenuo, demostrando no haber entendido al chota, dijo que mejor que su propuesta sería abrir en la ciudad una cadena de fondas, o sea, restaurantes con precios al alcance de los más pobres, pues a pesar de que ahora hay muchos restaurantes y cafeterías, continúan sin ser cubiertas las expectativas de los hambrientos.

Rápido, el sabiondo le salió al paso: ¿Qué es lo que se proponía él, comprar la libra de arroz a 6 ó 10 pesos para después venderlo en su fonda a 5 centavos el plato? Entonces, ¿cuál era la ganancia y con qué pagaba a los empleados? El suyo –remató- era un proyecto ingenuo, situado a miles de años luz de nuestra realidad y que, además, desconoce la ley de la oferta y la demanda.

El apagafuegos intervino, parece que previendo que por tal rumbo la discusión tomara una deriva peligrosa. La del ingenuo –aseveró- era una magnífica idea. Y no consideraba inteligente rechazarla a priori. Deberían plantearla en la próxima asamblea, aunque sólo fuera por aquello de que la peor gestión es la que no se hace.

Esto dio cobertura para que el chota deslizara otro de sus dardos. Dijo que mientras esperaban la fecha de la próxima asamblea para plantear lo de las fondas para los pobres, a él le preocupaba la subsistencia de los gatos como especie. El ingenuo preguntó por qué, y entonces los cucharitas rieron al unísono.

El fogoso, que también reía pero sin que le bajase la fiebre, habló de un proyecto que desde hace meses le estaba dando vueltas en el coco: una asociación secreta para librar a los cuentapropistas de la extorsión de los inspectores.

Como su número crece a diario y cada día es mayor el estrago que ocasionan, los inspectores se han ido convirtiendo en pérdida planificada e irrecuperable para el trabajo por cuenta propia. Sin embargo, el mal tiene remedio, según el fogoso: bastaría con contratar a una brigada de rompe-huesos que -cobrando salarios muy por debajo del desembolso que exigen estos extorsionistas- se dedicaran a patearlos sistemáticamente, in situ y de incógnito, como por accidente.

Al excéntrico le gustó la iniciativa, pero quiso aportar lo suyo: los rompe-huesos deberán moverse en motocicletas, ya que de acuerdo con las nuevas leyes del tránsito y con las películas de la mafia, a los motoristas no se les ve la cara, por los cascos y caretas con que deben cubrirse. Sin contar que les resulta ágil la fuga.

La oportunidad se pintó sola para que el sabiondo puntualizara que al exigir a los rompe-huesos viajar en motos, este valor agregado encarecería mucho la inversión.

Fue entonces cuando el trágico espetó que iba siendo hora ya que se dejaran de hablar boberías, sabiendo todos, como saben, dijo, que el mejor negocio que se puede hacer hoy en Cuba es no hacer ningún negocio por cuenta propia.

El descreído quiso enmendarle la plana al trágico con la aseveración de que para él no todo era imposible, ya que tenía la alternativa de fabricar una lancha con el plan de irse a organizar sus negocios en sitios más propicios. Pero el trágico le ripostó que los tiburones nunca han sido muy amables a la hora de negociar con nuestra gente. Y el chota puso el punto con una sentencia: la ventaja de los tiburones, en relación con los inspectores, es que a veces duermen.

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