martes, 24 de mayo de 2016

Gabo: volver para quedarse.

Por Raúl Rivero.

A Gabriel García Márquez no le hacían mucho caso en Cartagena. No le paraban bolas, decía él, porque en la costa “no hay prestigio que dure 24 horas. Yo salgo a la calle y todos es ‘Quibo, Gabo’. Nadie se acerca a molestar pa’ nada, ni a pedir empleo, ni autógrafos, ni a decirme si leyeron o no leyeron el libro. Eso es estupendo”.

Por otra parte, no importaba dónde estuviera en realidad el escritor, en qué lugar del planeta Tierra y a cuántos miles de kilómetros de Cartagena de Indias; en los bares de esa ciudad como Quiebra Canto, Candela tú o Míster Barbilla, los parroquianos estaban seguros de que el Gabo entraba en cualquier momento o salía del reservado donde tenía una tertulia con varios amigos.

Lo creían también en las cantinas cercanas a las playas y en las barras de mala muerte que ilustran sus paredes con fotos del autor de Cien años de soledad y donde se escucha a Daniel Santos o a Benny Moré a través de unas bocinas atacadas por la sal del Caribe.

Era un mito, una leyenda que los criollos y los visitantes se querían creer porque se sabía que García Márquez había nacido otra vez el día de abril de 1948 que, para ponerse a salvo de la violencia del Bogotazo, sus iras y sus fuegos, llegó a Cartagena con la ropa que traía puesta, sin máquina de escribir, sin los originales de unos cuentos que trataba de pergeñar y con cuatro pesos colombianos en el bolsillo. Para colmo, había un toque de queda y, como trató de dormir en el banco de un parque, fue a parar a la celda de una comisaría.

Al hombre de Macondo no le importó nunca esa llegada desastrosa a Cartagena. La amó y se sintió parte de ella desde el primer aire que respiró allí porque también en aquel puerto de mar y entre aquellos colombianos escandalosos, cercanos y fiesteros, descubrió el Caribe que le habían ocultados los rigores de su familia y los avatares de Bogotá.

“Me bastó con dar un paso dentro de la muralla para verla en toda su grandeza a la luz malva de las seis de la tarde, y no pude reprimir el sentimiento de haber vuelto a nacer”, escribió en sus memorias.

Cartagena de Indias es el escenario donde se mueven algunos de los personajes de las novelas de El amor en los tiempo del cólera y de El general en su laberinto y los especialistas recuerdan ahora que es en el mercado de esa ciudad donde un perro con rabia muerde a Sierva María de Todos los Ángeles en la historia del libro Del amor y otros demonios. El escritor Dasso Saldívar asegura que fue en Cartagena donde el Gabo escribió la mayoría de las páginas de La hojarasca, su primera novela.

Una nota reciente del editor Conrado Zuluaga dice que no sólo la literatura de García Márquez tiene importantes raíces en las calles y en la atmósfera de la ciudad caribeña y recuerda que el colombiano inició el despegue de su carrera como reportero en el diario local El Universal.

García Márquez sigue presente en aquella región por la trascendencia de sus obras y sus vínculos emocionales con el entorno. En todos los bares y barras de Cartagena ya no se sospecha que llegará. Los que se han pasado del tercer trago lo ven pasar hacia las mesas del fondo o en la pista de baile donde unas muchachas lindísimas han salido a bailar un vallenato.

Para darles definitivamente la razón, el domingo pasado, la familia de Gabo depositó las cenizas del Premio Nobel en el claustro de La Merced, un edificio del siglo XVII donde funciona el departamento de posgrados de la Universidad de Cartagena, en la que el escritor se matriculó un día para continuar sus estudios de Derecho con la convicción de que no se iba a graduar jamás. Muy cerca, en la calle del Curato de Santo Toribio, está la enorme casa que García Márquez construyó para ver el mar de Cartagena y escribir tranquilo.
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