martes, 3 de mayo de 2016

Novás Calvo en la España republicana.

Por Nicolás Águila.

A Lino Novás Calvo por poco lo fusilan sus propios camaradas en la España republicana. El destacado narrador cubano de origen gallego -traductor de Ernest Hemingway, por más señas- estuvo a dos pasos del paredón. De nada le valieron su activismo y su labor periodística a favor de la Segunda República o sus credenciales como oficial de enlace del Quinto Regimiento.

En el contexto de crispación que enfrentó a las dos mitades del país durante la Guerra Civil Española (1936-1939), la radicalización al rojo potenciaba el recrudecimiento de la represión en la retaguardia republicana. Lo mismo cabría afirmarse del territorio controlado por el bando franquista, desde luego, pero aquí nos referimos al espacio en el que le tocó moverse a Novás Calvo, que fue el Madrid sovietizado del Frente Popular, engalanado con enormes cartelones de Stalin por toda la Gran Vía, entonces rebautizada como Avenida de la Unión Soviética.

El Estado de derecho era apenas una entelequia en aquella sociedad dolorosamente polarizada. Las garantías procesales quedaban totalmente relegadas como rezagos de la justicia burguesa, en tanto que el imperio de la ley daba paso al reino de la arbitrariedad. No pocas veces bastaba con llevar un crucifijo o una corbata -incluso ¡un sombrero!- para ser acusado de fascista y terminar siendo fusilado sumariamente. Incluso un hombre como Novás Calvo, que no llevaba hábitos, que se declaraba simpatizante de la Segunda República y había participado en requisas e incautaciones como oficial de enlace del Quinto Regimiento, conoció en carne propia la tramitación exprés de la “justicia revolucionaria”.

Tras una ridícula acusación pública de propaganda enemiga, formulada ante un auditorio de más de mil escritores y artistas reunidos en el Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, en la subsede de Madrid, Lino Novás Calvo fue arrestado en el acto por haber publicado supuestamente una serie de artículos en contra de los mineros asturianos.

Los cargos que le formulaba la justicia asamblearia constituían un motivo más que suficiente para su fusilamiento inmediato, pero Novás Calvo tuvo la suerte de que intercediera a su favor -al parecer a instancias de Pablo Neruda- un miembro destacado de los Comités de Depuración de los centros de detención y tortura conocidos como checas, el famoso poeta Rafael Alberti. Fue entonces que se dieron cuenta de que el acusador obviamente lo había confundido con otro periodista. Y de milagro, a última hora, logró librarse del tristemente célebre “paseíto”.

Lino Novás Calvo se salvó in extremis de una muerte segura, pero quedó con secuelas que afectaron para siempre su estabilidad emocional, ya de por sí precaria por cuestión de temperamento. No solo quedó marcado de por vida por la experiencia traumática derivada de aquel juicio kafkiano, sino además por todos los horrores que presenció en una guerra fratricida que tantas vidas costó. Algunas tan prometedoras como la de Pablo de la Torriente Brau, que murió "peleando con los milicianos"; otras cortadas en flor, como la de José López Piteira, el inocente fraile cubano asesinado en Paracuellos del Jarama por las huestes de Santiago Carrillo.

A Novás Calvo le tocaría mejor suerte. Aunque quedara seriamente afectado, se libró del fusilamiento que le esperaba como “pago” a su republicanismo. Sin reponerse jamás de las fuertes vivencias de la Guerra Civil Española, vivió para rumiar su desengaño y ver repetida en Cuba la pesadilla de la España republicana con la lucidez de su anticomunismo postraumático. Así lo demuestran sus once artículos publicados hasta 1961 en la 'Bohemia Libre' del exilio, cuya recopilación en forma de libro fue publicada en marzo de 2015 ( http://www.amazon.com/Lo-que-entonces-podiamos…/…/1507778333 ).

Es de suponer que Novás Calvo, de naturaleza sumamente impresionable, se sintiera aterrado con esos truenos tan familiares. De modo que en 1960, por no tropezar de nuevo con la misma piedra, decidió marcharse a tiempo de la isla del espanto, partiendo hacia un exilio sin retorno. Había comprendido que, pese a lo que hubiera vaticinado el gurú del socialismo dizque científico, la historia también podía repetirse como tragedia.
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