Por Wendy Guerra.
Cuba ha pulido con esmero los agentes del servicio secreto, la contrainteligencia o los ignorantes con entusiasmo aficionados al daño doméstico. Los llamados: “Compañeros que nos atienden” son parte ya de nuestra memoria familiar, existe además el Comité de Defensa de la Revolución (CDR) y “los testigos, que siempre están en todas partes”, pero estamos demasiado desgastados en este juego y al amigo cercano que venía a preguntarnos sobre nuestros planes, a averiguarnos la vida, a delatarnos, le decimos directamente: “Tú eres el informante”.
Entonces se han encontrado métodos más personales como el amor, el deseo y la aparente incondicionalidad.
Existe incluso una nueva figura de El Informante. Así como en los años 1980 una mujer despampanante y hermosa podía ser la erótica, amorosa carnada de cualquier hombre considerado peligroso para el servicio secreto, hoy son los hombres inteligentes y sensuales quienes te penetran políticamente y se llevan la parte fuerte en el eterno señuelo de la delación en Cuba.
Aquí hay muchas mujeres tratando de encausar su vida-obra fuera del Estado con independencia de él, incluso, que han hecho su obra en dirección contraria a este camino, y a ellas van dedicados estos señuelos de nuevo tipo.
Ya no van con guayaberas ni chaquetas safaris ¡Qué va! ahora llegan vestidos de “jineteros”, mutando en el estilo de esos chicos Bin Bom que parecen estar en cualquier esquina a la caza de un extranjero o extranjera para saltar al ruedo. En esta nueva generación los cánones del diseño se basan en la cultura del jineterismo asumido como modelo estético en Cuba a partir de los años 1990 del “período especial”. Se muestran así, hermosos, sanotes, con camisitas cortas, ajustadas y después de jornadas de gimnasio se dan el lujo de tomarse una cerveza contigo citando a Roberto Bolaños, incluso revisándolo, pidiéndole más al autor chileno después de muerto. Para ellos decir una vulgaridad parafraseando a Borges es parte del oficio, hacer el amor de pie dándote órdenes como el soldado que fue, es parte del encanto, ir al estadio y vociferar, alardear, apropiarse de lo popular abrazando el reggaetón como una bandera blanca, dar bandazos en su biografía y en las de sus padres o abuelos, exagerar en la velocidad del cambio de casacas, perder el rumbo y reencontrarlo en el cuerpo de una mujer o un hombre que le entregue el suficiente material para delatar, tener permiso y portarse mal, escribir en cualquier periódico o medio de la disidencia, o mejor, la prensa extranjera, romper cualquier grupo creativo, reportar injusticias ante el mundo mientras informan adentro, adquirir notoriedad en el extranjero, pasar por un valiente desertor, borrando de nuestras cabezas su personaje real e inicial, el chivato del MININT con el que todos estudiamos es, ahora, el jinetero ilustrado y “chico malo” del actual contracanon político.
A través de todos ellos se desmitifican autores, proyectos, zonas que mortifican a la oficialidad. A través de ellos se sabe “por dónde le entra el agua al coco” a todos nuestros proyectos personales, a través de ellos se adivina y desarticula el próximo paso de los propósitos alternativos que se intentan armar en Cuba.
Una cortina de humo y sexo borrará cualquier duda sobre esta persona, quien, de un día para otro se ha convertido en un personaje en el que hay que creer, en un héroe de su tiempo, porque “Todo el mundo necesita una segunda oportunidad”.
¿Será que sus colegas prefieren a un malo conocido como vigilante? ¿Será que este daño resulta más sensual, cómodo, natural y agradable que la molesta, almidonada figura del antiguo, ácido y marcial Seguroso? ¿Será que las marcas que ha dejado este oficio en nuestras vidas no han sido suficientes? ¿Será que vivir con esto nos resulta parte de la religiosidad socialista de cada día?
¿Qué pasará con él?
Si estás atento verás que mientras él esté dentro de un proyecto –por más peligroso que sea– este no sucumbe… hasta un día. En unos años los desmovilizan a todos y logran partir con su extranjero(a) –conocida (o) al calor del combate– hasta diluirse en la nada.
Lo veremos en un metro de Berlín o en una universidad de Lima, porque nuestro Jinetero Ilustrado se enamoró de quien debía y hasta aquí ha llegado, a escucharte y aplaudirte con singular alegría, como si delatar fuera eso, un simple rasgo de nuestra condición insular revolucionaria.
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